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Authors: Manuel Vázquez Montalban

Tags: #novela negra

La Rosa de Alejandría (5 page)

Acudió el restaurador para sentarse a la mesa del trío y les glosó cuanto habían comido con rotundas aprobaciones de Biscuter.

—Lo más “fermo” de todo, jefe, ha sido lo del camembert rebozado, y no lo digo por el sabor, sino por la idea, la idea es lo importante.

Se llevaba Biscuter un dedito corto y transparente a su abombado recipiente cerebral.

—Porque mi maestro, el señor Carvalho, me lo tiene dicho cien veces.Primero aparece la imagen, luego la idea de esa imagen, y cuando la realizas, continuamente la una se apoya en la otra. Es decir, uno tiene una imagen del bacalao con miel y es así, así, como una postal o un recorte de receta de revista de modas, pero bueno, no se queda la cosa en eso, y además, hasta que no se hace, esa imagen no está acabada, le falta algo, es como si no acabara de estar dibujada.Y en cuanto a la lubina con ostras, jefe, mucho, mucho plato y bien pensado también. Se nota que usted piensa.

Entre la sorna y el halago, el restaurador hablaba con Biscuter como si fuera un muñeco de ventrílocuo o un niño pedante. Pero el escudero de Carvalho estaba imbuido de su papel y de su corbata y cerraba los ojillos para protegerse del humo del “Churchill” Romeo y Julieta y afinar más la percepción de cuanta propuesta científica salía de los labios del restaurador. Asistía Charo boquiabierta al encuentro dialéctico, y Carvalho miraba a Biscuter con perplejidad y una cierta preocupación, recibiendo de vez en cuando miradas de reojo de su discípulo, en busca de atención y de ratificación para sus disquisiciones.

—Es que por ejemplo, la “vedella amb bolets”, bueno, perdone, la ternera con setas, pues depende de lo que depende. ¿De qué depende?

Se miraron los otros tres en busca del enigma.

—Uno dirá, del sofrito, y sí, es cierto, depende del sofrito. De los “bolets”. Claro, de los “bolets”. O si se hace con caldo o con agua. Que si patatín, que si patatán. Pero lo fundamental, lo fundamental ¿qué es?

Carvalho sabía a dónde iba a parar su discípulo, pero la voz del restaurador se aventuró con la prudencia de la interrogación:

—¿De la carne?

—¡Justo! De la carne. Chóquela, amigo. Usted sabe de qué va. Con usted da gusto hablar. Yo siempre le pido a la señora Amparo, mi carnicera, que me guarde “llata”, no hay nada como la “llata” para hacer la ternera guisada con “bolets”, porque la melosidad de la “llata”, esa melosidad que suelta el “tendrum” ese que lleva en el centro, pues esa melosidad combina de puta madre, es decir, de puta madre, bueno, a las mil maravillas, con la melosidad que suelta el “bolet”, esa agüilla espesa que suelta el “bolet”. ¿Me explico?

—Como un libro abierto.

Ahíto de saberes biscuterianos dio una excusa el restaurador para ir a por otros clientes y quedó Carvalho en el placentero trance de felicitar a Biscuter, al tiempo que les llegaban copas de Marc de Champagne por una gentileza del dueño, quien desde lejos brindó en honor de Biscuter. Quiso corresponderle tal como el gesto se merecía, y a pesar de que Charo le tiró del faldón de la chaqueta, se alzó Biscuter y con los ojillos rojos a punto de estallido y las venas del cuello como chimeneas de sangre a presión gritó:

—¡Brindo por ese tío cojonudo que nos ha echado de cenar!

Y tras la sorpresa de los oyentes más próximos, alzamientos desiguales de copa que iban del cachondeo a la solidaridad paraetílica. Encajó bien el dueño tan improvisado protagonismo y quedó la botella de Marc al alcance de Biscuter, Carvalho y Charo durante la media hora que faltaba para las doce y sus campanadas de ritual.Los comensales disponían ante sí de los platillos con las uvas, y en cuanto sonaron las campanadas se las metieron en la boca a ritmo de reloj digital, entre toses y lágrimas de esperanza y atragantamiento. Sonada la última campanada, se besaron entre sí los de cada mesa, y algunos intentaron, y en algunos casos consiguieron, ir a estrechar las manos de los extraños, unidos por la comunión del año nuevo y del menú.

—¡Qué bonito, jefe, qué bonito! -decía Biscuter con lágrimas en los ojos-. Me recuerda otra noche de fin de año en la cárcel de Lérida, jefe.Y creo que usted estaba también por allí. Antonio el “Cachas Negras” cantaba aquellas canciones con tanto temperamento y los funcionarios aquella noche estaban tan simpáticos, eh jefe, ¿se acuerda de aquella tortilla de cinco kilos de patatas que hice en la cocina para ustedes los políticos?Nos la comimos con las cucharas de aluminio y estaba de buena. Todos estaban borrachos y los funcionarios bailaban el can-can por el pasillo.

Biscuter luego cantaba por la calle, pero no era el único. Charo se empeñó en ir a la plaza del Rey a ver la mancha de sangre que había quedado, siglo tras siglo, en uno de los escalones del palacio del Tinell.

—Le quitaron el corazón a un caballero y se le cayó allí. Nunca han podido borrar la mancha.

Biscuter llevaba una linterna para no tropezar en las escaleras de su habitáculo y se entretuvo buscando la mancha del corazón.

—¡Aquí! ¡Aquí!

Aquello igual podía ser una mancha de sangre secular o el último pipí de los pobres perros callejeros que habían asistido al tránsito del mil novecientos ochenta y tres al mil novecientos ochenta y cuatro sin que variara su condición ni su esperanza de cambio. Del otro bolsillo de Biscuter salió la botella de Marc de Champagne con los restos, y ante las preguntas de Carvalho dio una respuesta suficiente:

—Nos la había ofrecido y era un desprecio dejársela sin acabar y un abuso seguir allí toda la noche hasta terminarla.

La apuraron por la calle y Carvalho se subió a un Ford Sierra para recitar un poema que le había venido a la cabeza desde un olvidado cementerio de palabras:

“Hay ya tantos cadáveres

sepultos o insepultos

casi vivientes en concentraciones

mortales…

hay tanto encarcelado y humillado

bajo amontonamientos de injusticia…

hay tanta patria reformada en tumba

que puede proclamarse

la paz.

Culminó la cruzada, ¡viva el jefe!”

Y para Biscuter aquel viva era un viva a Carvalho que secundó con la estridencia de un gorrión crecido hasta la estatura del cóndor, y para Charo un poema triste que la hacía llorar.

—Muy bonito, Pepiño, muy bonito.Pero recita algo más alegre, anda, que esta noche es especial.

Ya estaba en las alegrías Biscuter bailando en solitario una jota navarra, al tiempo que con gallos de tiple amedrentaba la noche con…
“el vino que tiene Asunción, ni es claro, ni es tinto, ni tiene color…”
.

7

Se despertó cuando atardecía el uno de enero de mil novecientos ochenta y cuatro. Estaba desnudo, sobre la cama, destapado, tenía frío, pero sentía íntimo regocijo por no haber casi vivido aquel día. El primero de enero debería estar prohibido, y el dos de enero también. El año debería empezar el veintiuno de marzo. Se sorprendió de conservar la suficiente lucidez como para suscitarse reflexiones tan profundas y volvió a dormirse. Luego, al despertarse a las nueve y notar tres pinchazos como tres avisos en el hígado, fue cuando se dio cuenta de lo mucho que había bebido la noche anterior y de la página en blanco que era su vida desde que se encaramó a un coche hasta el presente. ¿Qué habría sido de Charo y Biscuter? Se convenció de que no estaban en la casa después de haberla recorrido torpemente, como si no fuera la suya, llamándoles en voz alta por si jugaban al escondite o dormían la borrachera en el más imprevisible de los rincones.Ni rastro. Tal vez los había abandonado en una cuneta y se habrían muerto de frío cubiertos por la nieve. Imposible. No nevaba. De las estanterías aún llenas de libros extrajo “Las buenas conciencias” de Carlos Fuentes, un escritor mexicano al que había conocido casualmente en Nueva York en su etapa de agente de la CIA y le pareció un intelectual que vivía de perfil, al menos saludaba de perfil.Le había dado la mano mientras miraba hacia el oeste. Tan displicente trato lo había recibido Carvalho sin que aquel charro supiera que era de la CIA, conocimiento que al menos habría justificado su actitud por motivos ideológicos. Pero Carlos Fuentes no tenía ningún motivo para tenderle escasamente una mano y seguir mirando hacia el oeste. Estaban en casa de una escritora judía hispanista que se llamaba Bárbara a la que vigilaba por orden del Departamento de Estado, porque se sospechaba que en su casa se preparaba un desembarco clandestino en España para secuestrar a Franco y sustituirlo por Juan Goytisolo. El agregado cultural de la embajada de España le iba indicando con disimulo la ralea del personal que se movía por aquel party.

—No falta ni un rojo antifranquista. Aquélla de allí es la viuda “in pectore” del rojo de Dashiell Hammet.

Especial interés tenía un escritor español que trataba de convencer a quien quisiera oírle que el mejor plato de la cocina española al lado de cualquier primor de la cocina árabe era una fabada, y decía fabada con la boca llena de judías podridas y chorizo hecho con carne de burro. Sostuvo Carvalho un diálogo político con un exiliado profesor español de economía que en la inmediata posguerra civil, con la ayuda de la hispanista Bárbara y de una hermana de Norman Mailer, se había fugado del Valle de los Caídos adonde Franco le había llevado para que construyera un templo expiatorio en compañía de otros presos políticos. Carvalho redactó un informe para la CIA en el que trataba de demostrar que era gente inofensiva a la que le faltaba cariño, como a casi todo el mundo. O no había sido exactamente así, pero lo cierto es que Carlos Fuentes le había tratado despectivamente sin ningún derecho y su novela iba a servir como material combustible básico para la fogata que iba a calentarle algo la casa y el alma.Desguazó el libro, arrugó las hojas y sobre aquellas palomas muertas de papel fue construyendo la arquitectura de la fogata y aplicó la cerilla que se convirtió en el epicentro de una llama que empezó literaria y terminó en una punta fantasmal de humo y deseo. Mientras crecía el fuego censaba con el rabillo del ojo los libros que le quedaban. Suficientes para ir quemando uno a uno libros que había necesitado o amado cuando creía que las palabras tenían algo que ver con la realidad y con la vida. Suficiente material combustible para lo que le quedara de existencia o de fuerzas para encender su propia chimenea. Un día se caería por la calle o en esta misma sala y le llevarían a un depósito de viejos como castigo por haberse dejado envejecer y ni siquiera podría encender el fuego con la ayuda de aquellos libros tramposos, por ejemplo, con el Teatro completo de García Lorca. Un día de éstos quemaría el Teatro completo de Lorca, antes de que la muerte los separara.Ya había intentado quemar en cierta ocasión “Poeta en Nueva York”, pero se entretuvo releyéndolo camino de la chimenea y se topó con unos versos que le parecieron demasiado cargados de verdad:

“Son mentira los aires. Sólo existe

una cunita en el desván

que recuerda todas las cosas”.

Tenía la cabeza llena de cunas que le recordaban todas las cosas. He de quemar ese libro antes de morir. O él o yo. Pero hoy no. Ya tenía suficiente con el de Carlos Fuentes, y la lucha del hígado por empapar todo el alcohol que había tomado promovía en su interior movimientos celulares titánicos que le obligaron a tumbarse en el sofá, sin otro horizonte visual que el recuento de las grietas del techo. Un día de éstos se caerá la casa. También la casa. O la casa o yo. Si se cae la casa los libros se salvarán, no tienen huesos, ni músculos, ni cerebro, ni hígado, ni corazón, son un producto de taxidermista, están más muertos que carracuca. En cambio yo la palmaré bajo los cascotes. Si al menos hubiera un incendio.A mí me gustaría que me incineraran.Ni tampoco era suya esta frase, era de un escritor suizo antisuizo que estuvo de moda entre dos guerras mundiales o entre dos guerras civiles, qué guerras no importan. Un escritor suizo cuyo personaje se hacía paellas al anochecer porque había estado en España con las Brigadas Internacionales. La cocina acerca a los pueblos. La sola mención de la palabra cocina le removía profundas tripas, y un ciclón de náuseas se le ponía en movimiento desde la terminal de datos del estómago. Síntoma evidente de que no valía la pena tratar de levantarse y de que lo mejor era dejar pasar aquel día inútil y aterrizar en el primer día laborable del año con la moral más alta. Se durmió y en seguida una mano se posó en uno de sus hombros y le agitó suavemente. El hombre mantenía una solicitud neutra, como cuando se da el pésame a un desconocido o se ayuda a levantarse a alguien que se ha caído en la calle.

—Hoy es el día. Ha de ingresar en la cárcel.

—Pero si ya cumplí, hace años.

—Nos equivocamos al calcular su condena. Le quedan tres meses.

—Tres meses.

Y sin transición ahí está esa cárcel de rejas pulcras e ideales, de aluminio tal vez, o de un hierro plateado que brilla por los lengüetazos de un sol distante. Una turba de funcionarios verdes le reconducen a su condición de preso.

—¿Cuánto me falta?

—Ya se lo hemos dicho. Tres meses.

—Pero si ya cumplí, hace años.

Ahora hay democracia. No hay presos políticos.

—Fue un error. La ley es la ley.

—Mientras tanto ha habido amnistías y fui de la CIA.

—El gobierno socialista ha de ser más escrupuloso con la ley que cualquier otro.

El funcionario se ha hecho importante. Es un funcionario con mando, vestido con un diseño especial Ermenegildo Zegna para funcionarios con mando, gran liquidación fin de temporada en El Corte Inglés.

—Yo le liberaría. Pero la oposición me acusaría de cómplice. De rojo. Tengo antecedentes.

—Usted también.

—Todos tenemos antecedentes. Pero yo preparé un atentado contra Franco que no llegó a realizarse y luego fui uno de los fundadores de “Cuadernos para el Diálogo”.

Ahora lo comprende todo. El funcionario es igual que Carlos Fuentes, pero ahora no mira de perfil, mira de frente y está angustiado por la angustia de Carvalho.

—Tres meses pasan pronto.

—Me dejarán comunicar con mi mujer y mis hijos.

—Usted no tiene mujer ni hijos.

—Es cierto.

—Pero le dejaremos comunicar con quien quiera. ¿Sabe usted tocar la guitarra?

—No. Pero aprendo rápido.

—Necesitamos un guitarrista para la misa latinoamericana del domingo.

—¿Por qué latinoamericana?

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