—Yo se por qué les digo que no lo quiero decir. Déjenme, que después de todo es lindo estar enamorado, aunque sea de un amor imposible.
Todo esto tiene un triple efecto.
Por un lado, la curiosidad que le causará el hecho de no poder saber de quién se trata, provocará que intente descubrirlo insistiéndote, sacando conclusiones, devanándose los sesos sola o en largas charlas de café con las boludas de las amigas. En definitiva, poniéndote como el galán de su telenovela.
Por otro lado, le estás mostrando tu romanticismo, tu capacidad para enamorarte sinceramente. Eso le despertará cierta envidia por tu supuesta enamorada y hará que comience a verte con otros ojos.
Por último, vos vas a pasar a ser alguien imposible para ella, dado que estás enamorado de otra, y el hecho de ser alguien a quien supuestamente no puede tener, te convierte automáticamente en posible objeto de deseo.
Por supuesto, tenés que demostrar entereza en todo momento. Que nunca te tenga lástima; al contrario: que admire el hecho de que a pesar de, teóricamente estar sufriendo por un amor imposible, sos un tipo alegre y positivo.
La posibilidad de que la misteriosa afortunada sea ella siempre está latente. Pero como no vas a demostrarle nada, al menos al principio, esa posibilidad va a estar reducida a un 5% y cuando empieces a tirarle onda, la vas a agarrar en un estado, por todo lo antes descripto, totalmente vulnerable.
Ojo: no nos confundamos. Esto no significa engañarlas demostrando algo que no somos. Una cosa es hacernos pasar por los príncipes de un castillo encantado que nunca vamos a poder mostrarle porque no existe, y otra muy diferente, es que le hagamos un pequeño truco para llamar su atención.
—¿Nunca me vas a decir de quién estabas enamorado cuando empezamos a salir? —me dijo María al año de estar de novios.
—Mmmm… No sé… No me acuerdo… Ahora estoy enamorado de vos.
Y bueno… Yo no le mentí diciendo que era un magnate petrolero o que en seis meses me recibía de astronauta. Eso hubiera sido nefasto, porque si se fijaba en mí por alguno de esos motivos, no hubiese sido mi novia, sino la novia del millonario o del astronauta. Y en breve hubiera descubierto la farsa y se habría tomado el buque como las novias de Roberto Carlos.
Creo que la frase más escrita en este libro es «las mujeres sin mil veces más curiosas que los hombres». Es verdad. Y lo mejor, es que no resisten quedarse con la duda.
¡Qué oportunidad, amigos! ¡Cuánta vulnerabilidad toda junta!
Vos mirá: ¿Qué es lo primero que hace un tipo cualquiera cuando pretende levantarse una minita que le gusta particularmente? Trata de impresionarla. Que yo tengo esto; que yo soy tal cosa o tal otra; que mi viejo es; que dababim dadabam. A los diez minutos terminó con la magia. Y las relaciones sin magia están condenadas al fracaso, aunque duren cien años. Además, no se dan cuenta que desnudarse frente a una mujer es firmarle el 08 del poder en la relación. Cagaste.
Con Ticki éramos compañeros de laburo. La chica es una aplanadora. Exuberante. Decidida. Algo de turca en la cara. Apellido tano. Fuego. Toda la empresa sabía que tenía onda conmigo. Yo me había el gil. Una vez fuimos a ver «Brujas»; una obra teatral escrita, dirigida, actuada y presenciada por minas. Buenísima. Entramos al teatro y casi me ovacionan: era el único tipo, salvo por unos cuantos homosexuales que había por ahí. Te lo cuento porque la obra reforzó una idea que rondaba la cabeza de Ticki. Unos días más tarde vino a cenar a casa, pero al rato nos estábamos comiendo a beses y revolcando más que violentamente en la alfombra del living. Cuando terminamos, me manda: «¡Pensar que yo creía que eras puto!»
Ya me lo había confesado unos años atrás C. Cartwell antes de que nos besáramos por primera vez. En realidad, se lo preguntó al flaco Alduna y él casi le arranca la cabeza de un mazazo, lo que bastó para convencer a la señorita Cartwell. Yo manejaba una alternativa menos violenta: les preguntaba qué era lo que las había llevado a semejante conclusión. Me contestaban que nadie sabía nada de mi vida, no se me conocían novias ni romances, no parecía estar avanzándolas (al besarlas se daban cuenta de que sí lo estaba haciendo), era un tipo de gustos fuera de lo común… Muchas incógnitas, pobrecitas.
Cuanto menos sepan de vos, cuanto más intrigante seas, mejor. ¿Sabés las caras de las amigas de la chiquilla que un día te creían trolazo y al otro te veían chapando con su amiga? Ojo, que la del trolo no es mala: ¿sabés las intimidades que te cuentan? ¿La data que te tiran las amigas sobre tu amorcitos? Trolo o no, mejor que te conozcan poco. Es un juego muy divertido. Vos decidís qué mostrarle y cuándo harcelo, según te convenga. No te digo que es ajedrez (mejor, el ajedrez es un embola), ni una estrategia de guerra, pero si te manejás con inteligencia, podés obtener unos resultados formidables.
En una época era socio de un videoclub donde la chica que atendía era más linda que la más linda que hayas visto. Cada vez que ibas a alquilar una película tenías algún baboso, con los coditos apoyados en el mostrador, diciéndole alguna pavada.
Yo ni la miraba y le hablaba menos de lo necesario. Entraba un día vestido de traje, alquilaba por ejemplo «Bambi» y al otro día la iba a devolver en traje de baño y una remera musculosa con la cara de Pluto.
Un día entré con una actitud algo antipática (cosa que nadie tenía con ella) y le dije:
—¿Tenés alguna película bien mala?
—¿Bien mala? —me preguntó desconcertada.
—Sí… bien mala… —le respondí como diciendo «sos tonta o sorda».
—No sé… Podría ser ésta… —y me da una.
—Bueno, la llevo.
Agarré la bolsita con la caja y me fui.
Cuando regresé a devolverla ella estaba sola. Me acerqué, la saludé con un frío «Hola» de compromiso, le dejé el video sobre el mostrador, me di media vuelta y comencé a ver las películas que estaban expuestas como para llevar otra.
Al ratito de estar viendo las cajitas, escucho que tímidamente me dice:
—¿Qué… hacés vos?
—Estoy buscando una película —le respondo otra vez como diciendo «¿Sos tarada?».
—No… No… Ya sé —me dice con una leve sonrisita. —Digo que hacés… En tu vida… ¿Trabajás… Estudiás?
La línea estaba tirante y era hora de recoger el anzuelo.
Se trata de volverlas vulnerables. De que no tengan el control del jugueteo previo al romance, porque si no, ellas juegan con vos. Lo hacen maravillosamente bien hace mil años. Y no es nada divertido, ¿verdad?
Se trata de lo que no mostrás. De lo que ocultás. Ahora, claro: tampoco un Dr. Jekyll y Mr. Hide, porque van a salir todas rajando. Intentá no ocultar nada escabroso.
Es simple: dales muy poca información respecto de vos. Hacé que tus amigos tampoco hablen.
Que la pretendida no sepa si es la única o si tenés trece minas más. Que no sepa por qué no la invitaste a salir antes o qué hiciste el fin de semana sin ella.
Pero tampoco te vayas al carajo: que no dude hasta de tu nombre. Dale algunos pocos datos para que confíe, sobre todo si no tienen amigos en común que le certifiquen que sos un tipo normal, que no la vas a cagar.
En los orígenes de la humanidad, seguramente nosotros imponíamos nuestra fuerza física y se hacía lo que decíamos. Una vez más, los hombres demostramos ser menos inteligentes que las mujeres, porque mientras salíamos a cagarnos a trompadas con algún oso de cuatro metros de alto (en caso de tener suerte y no encontrar en nuestra expedición un pterodáctilo de veinte), ellas se quedaban boludeando en la cueva.
Otra demostración de la supremacía intelectual femenina es que, al no tener la capacidad de imponerse físicamente, reconvirtieron su fuerza de poder.
Cavernícola femenina: «Ay, mono… ¿Sabés qué?… Tengo ganas de comer gliptodonte…»
La frase es acompañada por un pelvequeteo (meneo de pelvis rudimentario) provocativo, y el cromagnón sale en busca del gliptodonte, que pesa quinientas veces más que él. Sabe que si vuelve sin el animal feteado, se le va a hacer faraónico coger.
¿Te suena familiar?
La hicieron perfecta. Se hicieron denominar «sexo débil» pero se quedaron con el lugar del poder, el lugar del que decide, de que dice «sí». En cualquier estructura jerárquica, el jefe es el que puede decir «sí», mientras que los empleados son los que pueden decir «no», pero no pueden decir «sí». No deciden.
¿Te suena familiar?
Encima, se tomaron muy a pecho eso de que «el hombre propone y la mujer dispone» y tenés que andar haciéndolo todo. Decidir dar el primer paso. Decidir a dónde sacarlas a pasear. Decidir cuándo «proponérteles».
No solo se guardan el lugar del «sí», sino que además te tiran a vos la presión que supone exponerte a avanzarlas. Ellas se limitan a hacer que vos des el paso. Y no siempre te lo hacen sencillo. Y sos vos el que vive con los huevos en la garganta.
¿Entonces?
Fácil. Tomá el lugar de la mujer, el del jefe. De varias maneras, hacele saber que te encanta. Y después sentate a esperar.
Vas a ver que, si tiene onda con vos, si todavía no sabe si la tiene pero siente curiosidad, si le llamás la atención, ella va a mover. Va a preguntar por vos en tu grupo de amigos o en los lugares que frecuentás. Va a ocasionar algún encuentro «casual». Va a buscar la forma de pretexto pelotudo y que no la exponga (esto es mucho más obvio si se comparten ámbitos como el trabajo, la universidad, etc). Va a querer comprobar que es verdad que te encanta.
Y ahí vos te la abalanzás y la invitás a tomar algo… ¡Krrrruanck! ¡No! ¡Nein! ¡Danger! ¡Nunca jamás!
Ahí vos volvés a tomar el lugar de la mujer.
Le das bola. La dejás acercarse. Le hacés saber de alguna manera muy sutil que es verdad que te gusta mucho. Pero no la invitás a ningún lado. No la avanzás.
No va a entender nada. Pero va a volver a la carga. Te va a volver a encarar con alguna otra excusa tonta.
¿Cómo hacer que te invite?
Muy fácil: tomá el lugar de la mujer, el del jefe. Asesorala en ese laburo que te pidió ayuda, andá a la casa a estudiar con ella. Calladito y por las piedras, seguile la conversación muy animadamente, muy interesado. Es más: tirale onda. Pero no la avances. No la invites a nada. Así de simple. La invitación llega inexorablemente. A algún lugar inocente, repleto de gente, en donde se sienta «local» o segura. O a su casa. Con ellas nunca se sabe. Pero con la duda no se va a quedar.
¡WARNING! Quizá se va a tomar una charla o dos más, según lo lanzada que sea ella. Aguantá. No entres en pánico. Resistí. Dominá tu instinto. Tapate la boca. No seas marica. Confiá en vos. Alcanza con que le des la seguridad de que tenés onda con ella. Si es necesario, repetíselo. Decile que es la mujer más hermosa que viste en tu vida, que tiene una onda increíble. Y esperá nuevamente a que haga su movida. Te va a invitar a salir.
Tené un poco de paciencia si no te apura de entrada. Vos imaginate que la estás haciendo atravesar una situación completamente nueva. Primero: ella ni siquiera sabe que tiene que atravesarla. Seguro que no acostumbra a encarar tipos. No sabe como hacerlo. ¿Por teléfono o en vivo? ¿Te pidió el teléfono? ¿Tiene excusa como para hacerlo? No sabe cómo tiene que vestirse. A dónde encararte. Qué proponerte. A dónde llevarte. Además, no quiere hacerlo. Tiene miedo. A nadie le gusta exponerse. A cualquiera le duele un rechazo. Ella está en una situación muy cómoda y para comprobar qué le pasa con vos, tiene que resignarse y cumplir un rol desconocido.
Es mucho. Es lo que nos hacen atravesar ellas a nosotros. ¿O no? Tomá el lugar de la mujer. El del jefe.
Vos viste que, a menos que las minitas sean unos bombonazos, normalmente no son centro de atención de nada. No tienen unos chistes que te hacen cagar de risa o unas anécdotas que te mantienen atado a la silla, no te enseñan nada de la vida, no saben nada de fútbol. Parece que nos hubieran cedido gentilmente ese lugar a nosotros.
No sé. El tema es que es increíblemente efectivo que cuando abrazan esas pocas oportunidades en que la vida les sonríe y las convierte en centro de atención de algo como una conversación, vos las dejes garpando.
For example: recreo en la facultad. Ella está conversando animadamente con algunas personas con las que vos tenés trato cotidiano. Te arrimás y comprobás que se ha convertido en el Carlitos Scazziotta del grupejo. Cualquiera trataría de imponer su condición de macho sapiens y descalificarla, gastarla desubicadamente, interrumpirla, quitarle el podio. ¿Vos qué haces? Te asegurás de que ella te registre y en medio de su monólogo pedís caballerosamente perdón por la interrupción y le preguntás a uno de tus amigos «Che, Bruja, ¿tenés cambio de cinco?… Voy al bar». Y te retirás.
Ella se va a hacer la «acá no ha pasado nada», como cuando Maxwell Smart se caía y se levantaba al toque. Pero va a acusar el impacto.
El tema es no ser burdo. No hay que arrebatarla y quitarle el protagonismo por la fuerza. Hay que hacerlo con diplomacia. Como si no te hubieras dado cuenta de que ella estaba hablando. Hay que ser sutil. Cortés. Tenés que restarle importancia amablemente.
Cuando queremos a alguien, cometemos el error de interesarnos falsamente en su mundo. Y ahí nos tenés yendo a cursos de Tai Chi Chuan, y haciendo cuanta boludez haga la pretendida, para crear una onda de empatía. Y dije «error» porque como el interés en el tópico no es genuino (sino lo genuino es que nos interesa ella), no aprendemos un joraca y perdemos nuestro tiempo. Claro que hasta nosotros mismos nos creemos que estamos súbitamente interesados en una materia tan lejana como el Planeta 91.
Y a pesar de que ella sabe que nuestro interés es falso, a veces funciona. Recordemos que cuando dos seres se atraen, en nuestra sociedad, parecería ser que el juego es «OK. Vamos a terminar en la cama, pero haceme un verso digno, en donde yo vea que te esforzaste un poco para ganarme». Es inútil explicar aquí como llegamos a este juego perverso, en donde mandan ellas. Funciona. ¿Pero a qué costo? ¿Por qué si ella lo quiere tanto como vos, tiene que fingir que no? ¿Por qué tenemos que hacer un esfuerzo y someternos a cosas que jamás haríamos, de no ser por acercarnos, si todo ya está decidido por ellas desde el momento en que nos ven?
Todos creían que Alejandra moría por mí y yo por ella. Un buen día me cruzó en un pasillo y me dijo: «Mirá, lindo, yo lo único que quiero es acostarme una vez con vos. Nada más». (Yo, cara de sorpresa mal). «Sí, porque por ahí vos pensás que yo quiero ponerme de novia con vos y te estás equivocando mal. Yo lo único que quiero es cogerte».