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Authors: Matthew Reilly

Tags: #Intriga, #Aventuras, #Policíaco

La lista de los doce (23 page)

BOOK: La lista de los doce
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—Sí —dijo Libro II—. Nos gustaría hablar con Benjamin Rosenthal, por favor.

—Me temo que no hay nadie aquí con ese nombre.

Libro II no perdió un segundo.

—Entonces llame al presidente de la sociedad y dígale que los sargentos Riley y Newman están aquí para ver al comandante Rosenthal. Dígale que estamos aquí en nombre del capitán Shane Schofield, del Cuerpo de Marines de Estados Unidos.

—Lo siento mucho, señor, pero…

En ese momento, como por arte de magia, el teléfono de la recepcionista sonó y tras una breve conversación telefónica entre susurros, la recepcionista le dijo a Libro:

—El presidente va a mandar a alguien para que los reciba.

Un minuto después se abrió una puerta interna y un hombre musculoso y trajeado apareció. Libro y Madre se percataron del bulto (del tamaño de un Uzi) bajo su chaqueta…

¡Tin!

Había llegado un ascensor.

¡Tin!

Otro.

Libro II frunció el ceño y se volvió.

Las puertas de los dos ascensores se abrieron…

… Y dentro estaban Damon Larkham y su equipo de diez hombres del IG-88.

—Oh, mierda —dijo Libro II.

Salieron corriendo de los ascensores, ataviados con uniformes de combate negros y disparando sus Metal Storm de última generación.

Libro y Madre se lanzaron por encima de la mesa de recepción al unísono, justo cuando toda la zona a su alrededor fue asaltada por los disparos de los Metal Storm.

El hombre musculoso que se hallaba junto a la puerta comenzó a convulsionar por el impacto de los disparos y cayó. La recepcionista recibió un tiro en la frente y se desplomó hacia atrás.

El equipo del IG-88 entró a toda prisa. Uno de ellos se quedó rezagado para encargarse de los dos civiles que habían saltado por encima de la mesa de recepción.

Rodeó el mostrador y…

… ¡Pum, pum!

Recibió dos balas en el rostro de dos armas diferentes. Libro y Madre se pusieron en pie con sus pistolas humeantes.

—Vienen a por Rosenthal —dijo Libro—. ¡Vamos!

Era como seguir el rastro de un tornado.

Libro y Madre accedieron a la zona de oficinas principal.

Hombres y mujeres con traje yacían desplomados sobre sus escritorios, todos ellos cosidos a balazos, sus mesas de trabajo quedaron destruidas.

El equipo de ataque del IG-88 irrumpía mientras en la planta abierta con sus armas en ristre.

Cristales hechos añicos. Pantallas de ordenadores reventadas.

Un guardia de seguridad sacó un Uzi de su chaqueta, pero fue abatido por las vertiginosas balas de los Metal Storm.

Los hombres del IG-88 subieron por una escalera interna que conducía a la planta 39.

Libro y Madre fueron tras ellos.

Llegaron al extremo superior de la escalera justo cuando tres miembros del equipo del IG-88 se separaban del resto y entraban en una sala de interrogatorios, donde en cuestión de segundos acabaron con dos hombres del Mossad y sacaron a rastras a un tercero (un hombre joven que solo podía ser Rosenthal) de la habitación. Rosenthal estaba en la treintena, tenía la piel aceitunada y unas facciones atractivas. Llevaba el cuello de la camisa desabrochado y parecía exhausto.

Libro y Madre no perdieron un instante. Rodearon las escaleras y arrinconaron a los tres cazarrecompensas coordinándose a la perfección: Libro derribó al hombre de la izquierda, Madre al de la derecha y los dos dispararon al hombre del medio.

Rosenthal se desplomó en el suelo.

Libro y Madre corrieron junto a él y lo ayudaron a levantarse.

—¿Es usted Rosenthal? —preguntó Libro—. ¿Benjamin Rosenthal?

—Sí…

—Estamos aquí para ayudarlo. Shane Schofield nos envía.

Rosenthal pareció reconocer el nombre.

—Schofield. De la lista…

¡Pum!

Madre abatió a otro hombre del IG-88 cuando este salió de la sala contigua y los vio.

—¡Libro! —gritó—. ¡No hay tiempo para charlas! ¡Tenemos que seguir moviéndonos! ¡Puede interrogarlo mientras corremos! ¡A las escaleras! ¡Ahora!

Siguieron subiendo por la escalera interna, a la planta 40, dejando atrás una serie de ventanas curvadas desde las que podía divisarse todo Londres, antes de que las vistas de la ciudad se vieran bruscamente reemplazadas por un helicóptero de ataque que se cernió justo delante de las ventanas, ¡enfrente de Libro, Madre y Rosenthal!

Era un helicóptero Lynx, el equivalente británico al Huey, equipado con una minigun de seis cañones y misiles guiados antitanques.

—¡Vamos! —gritó Madre, tirando de ellos—. ¡Vamos, vamos, vamos, vamos, vamos!

El Lynx abrió fuego.

Se produjo un ruido ensordecedor cuando los cristales estallaron. Las ventanas de la escalera se vinieron abajo con el impacto de los disparos del helicóptero.

Los cristales cayeron sobre Libro y Madre mientras corrían por las escaleras llevando a Rosenthal entre los dos. Una sección entera de la escalera se derrumbó por los disparos en el mismo instante en que alcanzaron la seguridad de la cuadragésima planta.

Damon Larkham caminaba por entre los restos de la planta 39 mientras escuchaba los informes de situación por sus auriculares.

—Aquí Aerotransportado Uno. Están en la 40. Dos, vestidos de civiles. Parecen tener a Rosenthal con ellos…

—Aerotransportado Dos, estamos aterrizando ahora mismo en el tejado. Segunda unidad desembarcando…

—Aquí Aerotransportado Tres. Estamos doblando la esquina nordeste. Nos dirigimos a la planta 40…

—Aquí Equipo Técnico. Los ascensores están bloqueados. Cuatro ascensores detenidos en la planta 38, el quinto está en el vestíbulo. Nadie va a ir a ninguna parte…

—Caballeros —dijo Larkham—. Exterminen a esas plagas. Y tráiganme a Rosenthal.

3.10

Visto desde la distancia, los tres helicópteros Lynx del IG-88 rodeaban la parte superior de la torre King cual moscas acechando a un excursionista.

Uno había aterrizado en la parte superior del edificio, mientras que los otros dos seguían rodeando las plantas superiores, vislumbrando su interior a través de las ventanas.

Al oír el estallido de los cristales, algunas personas habían llamado a la policía.

Libro II y Madre echaron a correr por un pasillo de la planta 40, arrastrando a Benjamin Rosenthal con ellos.

—¡Hábleme! —le dijo Libro a Rosenthal mientras corrían—. La lista. ¿Por qué Schofield y usted están en ella?

Rosenthal intentó coger aire.

—El M… El M-12 nos puso en ella. Yo estoy en la lista porque sé quiénes son sus miembros y puedo sacar sus nombres a la luz cuando lleven a cabo su plan.

—¿Y Schofield?

—Él es diferente. Es un individuo muy especial. Es uno de los pocos que pasó las pruebas Cobra… una de las nueve personas en el mundo que pueden desactivar el CincLock-VII, el sistema de seguridad de los misiles Camaleón.

Justo entonces, la puerta de una escalera de incendios que había junto a ellos se abrió y de ella salieron cuatro mercenarios del IG-88 blandiendo fusiles Metal Storm y miras láser de color verde.

Libro y Rosenthal no tuvieron tiempo para reaccionar, pero Madre sí.

Los empujó al interior de otro pasillo mientras ella echaba a correr en la otra dirección, esquivando por centímetros las ráfagas devastadoras de los fusiles.

Libro y Rosenthal corrieron en dirección norte y se metieron en un pequeño despacho.

Sin salida.

—¡Mierda! —gritó Libro mientras corría hacia la ventana y veía que un helicóptero Lynx pasaba en ese momento.

Y entonces, la vio, tras la ventana.

Los cuatro cazarrecompensas del IG-88, que habían echado abajo la puerta de la escalera de incendios, se dividieron en dos grupos de dos: dos irían tras Libro y Rosenthal y los otros dos tras Madre.

Los dos soldados que perseguían a Libro y a Rosenthal los vieron entrar en el despacho lateral, a menos de veinte metros de ellos.

Se acercaron a la puerta del despacho y en silencio se apostaron a ambos lados. La puerta tenía el número «4009».

—Equipo Técnico, aquí Libra Cinco —dijo el soldado al mando por sus auriculares—. Necesito un plano de la planta. Despacho número cuatro, cero, cero, nueve.

La respuesta fue inmediata:

—Es un callejón sin salida, Libra Cinco. No tienen adónde ir.

El hombre asintió al soldado situado a su lado y este abrió de una patada la puerta y entró disparando con su fusil Metal Storm. No alcanzó a nadie. El despacho estaba vacío.

Su única ventana (del suelo al techo) estaba hecha añicos y la lluvia londinense estaba entrando al interior del despacho.

Ni rastro de Libro. Ni de Rosenthal.

Los dos hombres del IG-88 corrieron a la ventana y miraron hacia abajo. Nada. Solo el cristal vertical de la torre y un parque a los pies del edificio.

Entonces alzaron la vista, justo cuando un chirrido mecánico cobró vida por encima de ellos y vieron la parte de acero inferior de una plataforma de limpieza de ventanas ascender por un lateral del edificio en dirección al tejado.

Libro y Rosenthal estaban en la plataforma de limpieza de ventanas ascendiendo con gran rapidez por una de las paredes de la torre King.

La plataforma, larga y rectangular, pendía de dos sólidos y resistentes cabrestantes que sobresalían de la parte superior de la torre.

Instantes antes de que sus atacantes entraran en el despacho, Libro había hecho añicos la ventana y, sujetando a Rosenthal, había saltado y se había agarrado a la pasarela.

Había aupado a Rosenthal y después había subido él a la plataforma. Sus pies habían desaparecido del campo de visión de la ventana justo en el mismo instante en que los dos hombres del IG-88 habían irrumpido en el despacho.

Una ráfaga de balas perseguía a Madre mientras esta corría en dirección oeste por el pasillo con dos tipos del IG-88 pisándole los talones.

Justo cuando las balas estaban a punto de alcanzarla, giró bruscamente a la izquierda y entró en una oficina. Se encontraba en el interior de una sala de juntas de gran categoría.

Tenía el suelo de madera, butacas de cuero y la mesa de juntas más grande que Madre había visto nunca. Podía medir fácilmente siete metros de largo.

—Putos abogados —musitó Madre—. Siempre compensándose por tener la polla minúscula.

La sala estaba situada en una esquina del edificio y tenía ventanas hasta el techo que proporcionaban unas vistas espectaculares de Londres en una de las paredes. El otro lado daba a los ascensores exteriores.

Madre sabía que su Colt no tendría nada que hacer frente a las armas de los hombres del IG-88, así que esperó tras la puerta.

¡Bang!

La echaron abajo de una patada y entraron.

Madre disparó al primer hombre en la sien antes de que este pudiera siquiera verla, y apuntó con su arma al segundo…

Clic.

—¡Joder!

Sin munición.

Se abalanzó sobre el segundo hombre y los dos salieron despedidos a la mesa de juntas mientras el fusil Metal Storm del cazarrecompensas disparaba frenéticamente en todas direcciones.

Las ventanas de la sala de juntas fueron las más castigadas por los disparos y comenzaron a resquebrajarse.

Madre forcejeaba con su agresor encima de la mesa. Era un tipo grande, fuerte. Sacó un cuchillo mientras Madre hacía lo mismo y los dos filos entrechocaron.

Entonces, de repente, mientras luchaban, Madre vio dos formas en la entrada.

Hombres.

Pero no del IG-88.

Eran dos fornidos israelíes con traje, sendos Uzi colgados de los hombros y manchas de sangre en las camisas. Hombres de Seguridad del Mossad.

Los dos israelíes se quedaron contemplando la pelea que tenía lugar sobre la mesa de la sala de juntas.

—¡Cazarrecompensas! —gritó uno de ellos.

—¡Vamos! —gritó el otro tras mirar al pasillo—. ¡Ya vienen!

El primer hombre miró con desdén a Madre y a su atacante y a continuación sacó una potente granada RDX de su bolsillo, le quitó la anilla y la lanzó a la sala de juntas.

A continuación, su compañero y él se marcharon corriendo.

Madre, que seguía intentando esquivar los golpes de su oponente con el cuchillo, vio volar la granada al interior de la sala a cámara lenta. Rebotó en el suelo y desapareció bajo la gigantesca mesa. Madre oyó cómo se golpeaba contra una de las patas de la mesa, del grosor del tronco de un árbol.

Y entonces estalló.

La detonación fue monstruosa.

A pesar de su robustez, el extremo de la mesa más cercano a la puerta se desintegró en miles de astillas.

Respecto al resto de la mesa, que aun así seguía midiendo sus buenos siete metros, algo muy diferente ocurrió.

La fuerza expansiva de la granada levantó la mesa del suelo y, cual vagón de tren al descarrilar, comenzó a deslizarse por la sala de juntas, hacia las ventanas resquebrajadas del extremo oeste de la sala.

Madre lo vio venir un instante antes de que ocurriera.

La mesa atravesó las ventanas resquebrajadas cual ariete y salió disparada al exterior, a cuarenta plantas de altura.

Entonces, con una sacudida terrible, la mesa se inclinó y Madre comenzó a escurrirse (a gran velocidad, por el largo de la mesa, mientras la lluvia golpeaba su rostro) hacia ciento veinte metros de cielo vacío.

Resultaba una imagen de lo más extraña: una mesa enorme sobresaliendo de la planta superior de la torre.

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