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Authors: Milena Agus

Tags: #Relato, Romántico

La imperfección del amor (7 page)

En verano se pasea por la casa sin sujetador, con camisetas cortísimas y transparentes y sin bragas, con pantaloncitos de talle bajo, que le dejan las nalgas al aire.

Cuando Salvatore la ve así, aunque esté cansado, no puede resistirse y le sube la camiseta y le estruja los pezones y le mete las manos entre los muslos y nota que está mojada. Entonces ella lo coge de la mano y se lo lleva al dormitorio, se acuesta, se sube la camiseta y le enseña las tetas grandes y turgentes, talla 95 C. Se aparta las perneras del pantaloncito y empieza a masturbarse y, siempre acostada, le desabrocha el cinturón y los pantalones y se la mete en la boca. Él sigue allí de pie, vestido con el traje del banco y, a esas alturas, ya no le queda más que seguir adelante.

También le gusta que la ate a la cama, completamente desnuda y con sus intimidades bien a la vista. Entonces Salvatore disfruta haciéndola enloquecer, porque así atada no puede masturbarse y el poder de hacerla gozar lo tiene él, que le unta el cuerpo de crema y le toquetea el clítoris y le chupa los pezones. Ella le suplica y él la obliga a jurarle que prefiere que la follen a quedarse embarazada, y sólo cuando ella dice que sí, la hace gozar.

Maddalena ama a Salvatore. Por las noches, muchas veces lo observa mientras duerme y piensa que es guapísimo y que no desea a ningún otro, jamás. Espera que en los momentos de duermevela él la toque, aunque sea inadvertidamente, para guiar su mano al interior del
joni,
hasta que Salvatore se despierta y la folla. Después dormiría tranquila, pero le parece que un matrimonio sin hijos no puede ser feliz y entonces se siente triste y se hace un ovillo y llora por su vientre vacío.

Toda situación es buena para excitar a su marido. En la playa juega a la pelota sin sujetador, corre y le bailan las tetas hermosísimas. Toma el sol con un tanga diminuto, tumbada boca abajo, luciendo el culo prodigioso.

Le gusta notar el
lingam
de su marido cuando se le pone gordo debajo del bañador y, cuando se suben al coche para volver a casa, él busca enseguida un lugar apartado para follársela y la llama «puta», pero ella no se ofende, al contrario, se siente en paz con el mundo, porque las putas no están obligadas a hacer hijos a la fuerza.

Noemi la regaña, porque le parece que es muy pegajosa con su marido. Y es cierto, Maddalena es muy pegajosa y celosa. Salvatore le dice siempre que él es de los que no se inmutan fácilmente, y entonces ella se consuela e imagina los asaltos de las mujeres y a Salvatore quieto, indiferente a todas, menos a su mujer.

En cierta ocasión él se cruzó con una colega, le tocó el pelo y le preguntó qué había hecho porque lo llevaba distinto de lo habitual y Maddalena lo pasó fatal, pero consiguió no decir nada. Al llegar a casa corrió a ver a sus hermanas y Noemi se enfadó.

Maddalena, que toma muy en consideración lo que le dice su hermana mayor, que tiene visión sistémica, cambió de tema, pero la colega y su peinado aparecen en sus pesadillas nocturnas una y otra vez y se despierta bañada en sudor, y a Salvatore le dice que soñó con ladrones.

Sin embargo, hay veces en que Noemi exagera y, en el colmo de la maldad, cuando habla de su cuñado, le recuerda a su hermana que habría podido elegir entre varios enamorados. Mucho mejores que Salvatore que, al fin y al cabo, no es nada del otro mundo como para atormentarse noche y día pensando en que otra se lo puede quitar.

Entonces, en cuanto Noemi se marcha, la tata consuela a Maddalena y le dice que su hermana es una
arrennegàda,
una rabiosa, porque es una
bagadía azzúda,
una solterona descarada, y no sabe lo que es el amor.

Pobre Elias, mira que ir a parar entre esas zarpas.

Capítulo 13

Noemi se arrepiente de haberle regalado a Elias la cómoda, la cama y las mesitas de noche, porque no se las merece. Y ahora no soporta tener que dormir en el somier, inclinarse hasta el suelo para encender la lámpara por las noches, no poder mirarse al espejo más que en el cuarto de baño, guardar la ropa interior en cajas.

Analiza sus actos e incluso le pide a la gitana Angelica que la ayude a descubrir qué se puede hacer para que Elias esté siempre con ella. Es como con las enfermedades, que tienen cura, pero no se sabe cuál es porque nadie la ha descubierto. Angelica le da consejos y dice que ella también sufre por su marido, cuando se marcha para Rumania y no sabe si volverá, y si los quiere de veras, a ella y al niño. Pero Angelica siempre tiene el mismo problema de quien le cuenta sus penas y nunca se sabe si se lo inventa o si dice la verdad.

Consuela a Maddalena diciéndole que ella tampoco lograba tener hijos, a la condesa le dice que ella también tiene miedo de todo siempre y quisiera morirse, a la tata le dice que ella también trabajó de ama de llaves cuando era muy joven y después sufrió mucho cuando vino a Italia y ya no vio más a los niños de aquella casa. Pero comprende lo que sientes y de verdad parece como si ella también lo hubiese sentido. Ahora en el vecindario muchos se paran a hablar con Angelica e incluso la invitan a sus casas. Le dan muchas cosas para Antonio, hasta dinero, y no se entiende si lo hacen porque es simpática e inteligente, porque han visto que desde hace tiempo la condesa de mantequilla también le da cosas y nunca le ha ocurrido nada malo, o simplemente por el gusto de saber algo de las tres hermanas, sobre todo de Noemi y Elias.

Seguramente Noemi piensa que quizá antes era mejor, al menos dormía bien, después de haber hecho las cuentas de la casa y los planes para readquirir los apartamentos vendidos, además, en el fondo, la belleza y el amor también pueden resultar tremendos, insoportables para un ser humano.

Ha solicitado una excedencia y se queda en casa esperando que Elias pase a verla. Le pide a Salvatore que vaya a casa de Elias a cantarle las cuarenta. A darle unos cuantos puñetazos. A matar las ovejas de su hermano. Y, sobre todo, que vaya al pueblo con una camioneta y recupere sus cosas. Y a la tata quiere llevarla a ver al notario para que desherede a su sobrino preferido y lo prive de las pocas tierras que le han quedado, y la amenaza y le dice que el día menos pensado entrará en su dormitorio y destrozará la colección de platos y soperas de su sobrino.

Su cuñado, sus hermanas y el ama de llaves harían por ella lo que fuese, pero no lo que les pide. Entonces no quiere volver a verlos, si se los cruza en las escaleras no los saluda, y se detiene únicamente para atacarlos con palabras duras: «De no ser por mí, ni siquiera tendríais un techo bajo el cual cobijaros».

Al niño tampoco le abre la puerta y si él insiste en tocar el timbre, le grita: «¡Vete! ¿Por qué tocas el timbre de esa manera?».

Y a la tata la llama vieja parásita que se come su pan sin trabajar y le dice cosas absurdas como: «¡Fuiste tú la que mató a mi madre, le diste las pastillas y sabías que te las pedía para matarse! ¡Asesina! ¡Estabas enamorada de nuestro padre, soñabas con ocupar el lugar de mamá, pero te salió mal!».

• • •

Un día, Salvatore le dijo a Maddalena que él quería al menos hablar con Elias, pero de forma civilizada, sin matar ninguna oveja y sin llevar ninguna camioneta para recuperar los muebles. Y así fue como recorrió los senderos por el bosque de lentiscos, olivillos, terebintos, enebros, madroños y él también tuvo la sensación de encontrarse en un mundo encantado.

Los dos hombres se estrecharon la mano y hablaron de la vida y el amor. Elias dijo que quiere a Noemi, pero no de la manera que a ella le gustaría. Le aseguró que nunca le había dado a entender que quería cambiar de vida, formar una familia. Ni con ella ni con ninguna otra.

—¿Por qué? —le preguntó Salvatore.

—Porque es tarde. Como cuando dejé el bachillerato. Me faltaban dos años. Y al cabo de mucho tiempo todavía me acordaba de todo, habría podido dar el examen de selectividad por libre, prescindiendo de los capullos de mis compañeros del instituto. Pero no. En el fondo yo sabía que era tarde y me conformé con ser pastor. Pero me gusta mi vida, aunque no sea exactamente la que deseaba. Y no tengo intención de dedicar mi tiempo a luchar por cambiarla.

Elias le contó también a Salvatore que a veces vaga de un árbol a otro, cerca del arroyo, y contempla las montañas y ve los pájaros volar y le gustaría ir a la ciudad pero, si piensa que irá para Cagliari, también piensa que lo justo sería ir a buscar a Noemi y entonces se pone a dar vueltas y más vueltas y no se encuentra a gusto en ninguna parte y no consigue traspasar la frontera entre su mundo y el de la ciudad con la alegría y la ligereza de antes.

Una vez Noemi fue hasta allí y se detuvo después de los establos. Él la llamó, «¡Noemi!», y ella también, «¡Elias!». Pero no se acercó y los dos tuvieron la sensación de que no tenían más que decirse excepto sus nombres.

Entonces los dos hombres se estrecharon otra vez la mano y a su regreso, el marido no tuvo respuestas para las preguntas de Maddalena.

• • •

A partir de aquel día, Elias va a casa de Noemi en muchas ocasiones y pasa con ella la noche, o se van al pueblo el fin de semana, y después, Noemi está bien un par de días, pero luego se pone otra vez como una fiera si Elias no va enseguida nuevamente en su busca.

De las flores ya no se ocupa. Las hermanas lo intentan, pero el jardín no quiere saber nada de ellas y existe el riesgo de que se vuelva todavía más desolado que el del vecino.

Cuando Elias va a visitar a Noemi, ella lo agobia con porqués. Ella tiene que entenderlo. Elias no sabe darle respuestas y entonces Noemi le grita que no quiere verlo más.

—Algunas cosas son así y basta. No hay nada que entender —grita Elias paseándose por la habitación y dando puñetazos en las paredes.

Capítulo 14

Con el disgusto que se ha llevado Noemi, están todos preocupados y, claro, no se dan cuenta de lo que le pasa a la condesa de mantequilla, que no hace más que pensar en el encuentro con el vecino.

Había limpiado el jardín y eliminado las hojas muertas, los hierbajos y las ramas secas, y se disponía a llevar al contenedor dos enormes sacos de basura. Precisamente en ese momento el vecino, que venía de aparcar la Vespa por la zona de la catedral, pasó por allí. «¡Traiga!», le dijo bruscamente. Fue como un zarpazo. Y caminaron juntos hasta los contenedores.

Ahora, todas las noches piensa en el vecino. En sus manos descorteses. Y se duerme contenta, reflexionando sobre el hecho de que en la vida nada es insignificante. Y al despertar, la saluda ese gesto.

—Quería protegerme de las espinas.

Escondido dentro de la cazadora con el cuello levantado, el vecino llegó hasta la Vespa y se puso el casco. A ella le gustó mucho la forma en que se marchó. Con rabia. Como los chicos.

Hacía un día muy luminoso. Al fondo de las calles, el cielo y el mar azul maestral. El sol amarillo oro más allá de los tejados. Los tañidos de las campanas.

Todas las noches la condesa piensa en el ruido de la Vespa del vecino al alejarse, en el viento que barre el polvo de las callejuelas de Castello y da nitidez al perfil de todas las cosas.

Capítulo 15

La tata intenta que Noemi coma algo. Le prepara las comidas que, desde pequeñita, le resultaban más apetitosas, sube a su casa, toca el timbre, llama con fuerza a la puerta, pero Noemi no quiere abrir a nadie.

El ama de llaves vuelve a intentarlo con una sopera de ravioles, como se preparan en su pueblo, con patatas y distintos tipos de quesos frescos y salsa con carne de cordero. También le lleva
sebadas,
el pan
pistoccu
[7]
con lonchas de tocino de la carrillada del cerdo. Desde el otro lado de la puerta enumera las exquisiteces. Si abre, Noemi es como una furia y se pone a chillar y los vecinos de los apartamentos vendidos se asustan cuando agarra a la tata de los hombros y empieza a zarandearla.

—Parásito de nuestra familia, gorrona traicionera, ¿qué quieres ahora, librarte de la deuda con unos cuantos ravioles? ¡Te odio! ¡Siempre te he odiado!

Pero la tata sube igual, a pesar de los insultos.

Un día preparó sus dulces de siempre, pero con un primor especial. Utilizó almendras sardas y no españolas, de menor calidad, y las cascó, las peló y las tostó a la perfección antes de triturarlas. Las amasó con clara de huevo montada a punto de nieve y azúcar y cáscara de limón rallada como si fuera harina.

Los dulces estaban en una bandeja, cada uno envuelto en papel de seda de colores. Preciosos. Llamó a la puerta y tocó el timbre, pero nada, sólo silencio.

Entonces quizá le entró la desesperación, perdió el equilibrio cuando bajaba las escaleras, se cayó y se golpeó la cabeza en un escalón. Un ruido tétrico. Hasta los vecinos de los apartamentos vendidos salieron a los rellanos. Hasta Noemi salió y se la encontró, sin conocimiento, en medio de los dulces de colores que rodaban escaleras abajo. Lloraba y le pedía a la tata que la perdonara, le decía que ella no es mala, que está mal, y que no se moviera, por el amor del cielo, hasta que llegara la ambulancia.

Capítulo 16

Desde que la tata está en el hospital, es el vecino quien se asoma al muro y llama a la condesa de mantequilla para preguntarle cómo va todo y si necesita ayuda.

Un día se la encontró en la calle cuando ella volvía de comprar pan, y la condesa es incapaz de aguantar hasta llegar a casa sin comerse un trozo. El vecino, que pasaba en su Vespa, se paró y se interesó por el ama de llaves y por su hermana. La condesa se tragó el bocado entero y se puso a contarle todo como acostumbra a hacer ella, de forma minuciosa, y mientras hablaba, el vecino le quitaba las migas y parecía más pendiente de limpiarla que de escuchar lo que decía.

Otro día, cuando se hablaban desde el muro, empezó a soplar el viento y a la condesa le entró frío, entonces el vecino corrió a su casa y le prestó una bufanda suya y ella no hacía más que darle las gracias y, desde ese día, guarda la bufanda debajo de la almohada para tener bonitos sueños en esta época mala.

Incluso ha aceptado una suplencia en un pueblo que queda bastante lejos, y todas las noches, a través del muro, el vecino le da ánimos.

Cuando la condesa de mantequilla se marcha por la mañana para ir a la escuela, piensa que a lo mejor todas las personas tienen tanto miedo como ella y no han dormido, pero van a trabajar de todos modos. Cuando regresa a casa, llama al vecino para contarle, por ejemplo, que, en su opinión, las vacas que hay por la zona de la escuela están tristes.

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