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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

La hechicera de Darshiva (4 page)

—Compórtate con corrección —lo riñó su madre.

—Sí, mamá —respondió él.

La princesa Prala, de la casa de Cthan, entró por una puerta lateral. Vestía un traje de montar consistente en una falda negra a media pierna, una blusa de raso blanca y botas brillantes. Sus tacones resonaban sobre el suelo de mármol como pequeños martillazos. Tenía el cabello negro recogido en la nuca y una expresión peligrosa en los ojos. Traía un pergamino en las manos.

—¿Me acompañas, Oskatat? —preguntó Tamazin con un brazo extendido hacia el senescal.

—Por supuesto, mi señora —contestó él mientras le ofrecía el brazo con tierna solicitud.

Ambos se retiraron.

—¿Y ahora qué? —preguntó Urgit con voz recelosa a su futura esposa.

—¿Te molesto, Majestad? —preguntó Prala sin preocuparse por hacer una reverencia.

La princesa había cambiado. Ya no era una sumisa dama murga. Urgit estaba convencido de que la reina Ce'Nedra y la margravina Liselle la habían corrompido. Además, la influencia de la hechicera Polgara se notaba en cada uno de sus gestos o movimientos. Sus ojos negros resplandecían, su delicada piel blanca reflejaba con claridad su estado de ánimo y la bella cabellera que caía sobre su espalda parecía tener vida propia. Urgit se sorprendió pensando en el cariño que sentía por ella.

—Tú siempre molestas, amada mía —respondió él con los brazos abiertos en un gesto extravagante.

—Para ya —lo riñó ella—. Hablas como tu hermano.

—Es una locura hereditaria.

—¿Tú has escrito esto aquí? —preguntó ella agitando el pergamino como si fuera una porra.

—¿A qué te refieres?

—A esto. —Desenrolló el pergamino—: «Se ha acordado que la princesa Prala de la casa de Cthan será la esposa favorita de Su Majestad» —leyó—. «La esposa favorita del rey» —repitió entre dientes.

—¿Qué tiene de malo? —preguntó él sorprendido de la vehemencia de la joven.

—Esto sugiere que podría haber otras.

—Es la tradición, Prala. Yo no he inventado las reglas.

—Pero eres el rey y puedes cambiarlas.

—¿Yo? —dijo y tragó saliva.

—No tendrás otras esposas ni concubinas, Urgit. —Su voz, normalmente suave, pareció quebrarse—. Tú eres mío y no pienso compartirte con nadie.

—¿Realmente lo ves así? —preguntó él, asombrado.

—Sí —respondió ella con la barbilla alta.

—Nadie había sentido nada parecido por mí antes.

—Pues acostúmbrate a ello —dijo ella con una voz tan cortante como una daga.

—Corregiremos ese párrafo —se apresuró a asentir él—. De todos modos no necesito más de una esposa.

—Por supuesto que no, mi señor. Has tomado una decisión muy sabia.

—Desde luego; todas las decisiones reales son sabias. Al menos eso dicen los libros de historia.

Ella hizo esfuerzos para no sonreír, pero por fin se dio por vencida, rió y se arrojó a los brazos del rey.

—¡Oh, Urgit! —dijo con la cabeza escondida en su cuello—. Te amo.

—¿De veras? ¡Qué asombroso! —De repente, lo asaltó una idea que lo deslumbró con su simpleza—. ¿Qué te parecería una doble boda, amor mío? —le preguntó.

—No entiendo —dijo ella y apartó un poco la cara de su cuello.

—Yo soy el rey, ¿no es cierto?

—Un poco más que antes de conocer a Belgarion —admitió ella.

—Tengo a mi cargo una mujer de la familia —dijo él sin prestar atención al comentario— y mi boda me mantendrá ocupado.

—Muy ocupado, amor mío —asintió ella.

El rey tosió, incómodo.

—Bueno —se apresuró a decir—, no me quedará mucho tiempo para cuidar de esta mujer, ¿verdad? ¿No sería bueno que arreglara su matrimonio con el hombre digno que siempre le ha demostrado absoluta devoción?

—No entiendo nada, Urgit. No sabía que hubiera una mujer en tu familia.

—Sólo una, princesa —sonrió él—. Sólo una.

Ella lo miró fijamente.

—¡Urgit! —exclamó.

—Soy el rey —declaró él con tono solemne y sonrisa pícara—. Puedo hacer cualquier cosa que se me ocurra, y mi madre ha estado sola durante demasiado tiempo, ¿no crees? Oskatat la ha amado desde que era niña y ella le tiene mucho cariño... Incluso creo que su afecto podría ir más lejos. Si les ordeno que se casen, tendrán que hacerlo, ¿verdad?

—Es una idea brillante, Urgit —se maravilló ella.

—Debo achacarla a mi sangre drasniana —admitió él con modestia—. Ni el propio Kheldar podría haber urdido un plan semejante.

—¡Es perfecto! —dijo ella casi gritando—. De ese modo, no tendré que soportar que mi suegra interfiera cuando intente cambiarte.

—¿Cambiarme?

—Sólo algunos detalles, cariño —contestó ella con dulzura—. Tienes algunos hábitos horribles y muy mal gusto para la ropa. ¿Cómo se te ocurrió usar el color púrpura?

—¿Algo más?

—La próxima vez que venga a visitarte, traeré la lista completa.

Urgit comenzó a dudar de la sensatez de su idea.

Su Majestad Imperial, Kal Zakath de Mallorea, tuvo una mañana ocupada. Pasó casi todo el tiempo reunido con Brador, el jefe del Departamento de Asuntos Internos, en una pequeña oficina con cortinas azules de la segunda planta del palacio.

—No hay duda de que está remitiendo, Majestad —informó Brador cuando trataron el tema de la epidemia—. La semana pasada no hubo ningún caso nuevo y un sorprendente número de gente se está recuperando. El plan de separar los distintos barrios de la ciudad con murallas parece haber funcionado.

—Bien —dijo Zakath y desvió su atención hacia otro asunto—. ¿Hay más noticias sobre Karanda?

—Nadie ha visto a Mengha en las últimas semanas —respondió Brador con una pequeña sonrisa tras rebuscar entre los papeles que tenía en las manos—. Por lo visto, aquella plaga también ha remitido. Parece que los demonios se han marchado y los fanáticos se están desmoralizando. —Apoyó uno de los papeles sobre sus labios fruncidos—. Esto es sólo una suposición, Majestad, pues no he podido enviar a mis agentes a la zona, pero creo que los conflictos se han trasladado hacia la costa este. Poco después de la desaparición de Mengha, multitudinarias tropas irregulares de karands cruzaron las montañas de Zamad acompañadas por los chandims y los guardianes del templo de Urvon. Además, se han interrumpido todos los contactos entre Voresebo y Rengel.

—¿Urvon? —preguntó Zakath.

—Eso parece, Majestad. Yo diría que el Discípulo se prepara para un enfrentamiento final con Zandramas. Me atrevería a sugerir que deberíamos permanecer al margen de ese enfrentamiento. No creo que el mundo eche de menos a ninguno de los dos.

—Tienes razón, Brador —dijo Zakath con una sonrisa fría—, es una idea tentadora, pero creo que por razones políticas no deberíamos alentar ese tipo de conflicto. Esos principados forman parte del imperio y tienen derecho a ser protegidos. Si permanecemos al margen y permitimos que Urvon y Zandramas devasten el territorio, podríamos despertar rumores desagradables. Yo soy el único que puede apostar fuerzas militares en Mallorea. —Hojeó los papeles apilados encima de la mesa, cogió uno y lo miró ceñudo—. Creo que será mejor que nos ocupemos de esto —dijo—. ¿Dónde tienes al barón Vasca?

—En una celda con vistas maravillosas —respondió Brador—. Desde allí puede ver el campo de ejecuciones. Estoy seguro de que resultará muy educativo.

De repente, Zakath pareció recordar algo.

—Degrádalo —declaró.

—Ésa es una forma nueva de describir el procedimiento —murmuró Brador.

—No me refería a eso —dijo Zakath con otra sonrisa fría—. Convéncelo de que nos diga dónde escondió el dinero que aceptó en concepto de extorsiones. Transferiremos los fondos al tesoro imperial. —Se volvió para mirar el enorme mapa que colgaba de una de las paredes del estudio—. Creo que el sur de Ebal será el sitio más indicado...

—¿Perdón, Majestad? —preguntó Brador, atónito.

—Asígnale un puesto de ministro de Comercio en el sur de Ebal.

—En el sur de Ebal no hay ningún tipo de comercio, Majestad. Allí no hay puertos y en los pantanos de Temba sólo se crían mosquitos.

—Vasca tiene mucha imaginación. Estoy seguro de que se le ocurrirá algo.

—Entonces no quieres que... —Brador se llevó la mano a la garganta con un gesto significativo.

—No —respondió Zakath—. Voy a probar un sistema que me sugirió Belgarion. Podría necesitar a Vasca algún día y no me gustaría tener que cavar para desenterrar sus restos. —Una sombra de dolor cubrió la cara del emperador—. ¿Hay alguna noticia sobre él?

—¿Sobre Vasca? Acabo de...

—No. Sobre Belgarion.

—Fue visto poco después de abandonar Mal Zeth, Majestad. Viajaba con Yarblek, el socio nadrak del príncipe Kheldar. Poco después, Yarblek zarpó hacia Gar og Nadrak.

—Entonces fue sólo un truco. Lo único que pretendía Belgarion era regresar a su propio país. La increíble historia que me contó fue un simple engaño. —Zakath se pasó una mano por los ojos con gesto cansado—. Ese joven me gustaba, Brador —añadió con tristeza—. Debería haber sido más listo.

—Belgarion no ha regresado al Oeste, Majestad —informó Brador—, al menos no con Yarblek. Siempre revisamos el barco de ese individuo con cuidado y, por lo que sabemos, Belgarion no ha abandonado Mallorea.

Zakath se recostó con una genuina sonrisa de satisfacción sobre el respaldo de su silla.

—No sé por qué, pero eso me hace sentir mejor. Por alguna razón, me dolía pensar que pudiera haberme traicionado. ¿Tienes idea de adonde ha ido?

—Ha habido ciertos disturbios en Katakor, Majestad, cerca de Ashaba. Se trata del tipo de fenómeno que uno puede asociar con Belgarion: luces en el cielo, explosiones y cosas por el estilo.

—Puede ser muy bullicioso cuando se irrita, ¿verdad? —dijo Zakath con una alegre carcajada—. En Rak Hagga, derribó de un soplido una pared de mi alcoba.

—¿De veras?

—Intentaba hacerme comprender su punto de vista.

De repente, se oyó un golpe respetuoso en la puerta.

—Adelante —se limitó a responder Zakath.

—Ha llegado el general Atesca, Majestad —dijo uno de los guardias vestidos de rojo de la puerta.

—Bien, hazlo pasar.

El general con la nariz rota entró y saludó con elegancia.

—Majestad —dijo.

Su uniforme rojo estaba sucio y arrugado por el viaje.

—Has regresado pronto, Atesca —señaló Zakath—. Me alegro de verte otra vez.

—Gracias, Majestad. Tuvimos viento favorable y el mar estaba tranquilo.

—¿Cuántos hombres has traído contigo?

—Unos cincuenta mil.

—¿Y cuántos suman ahora? —preguntó Zakath a Brador.

—Poco más de un millón, Majestad.

—Es un buen número. Reunamos las tropas y preparémonos para movilizarnos. —Se puso de pie y se dirigió a la ventana. Las hojas habían comenzado a caer y llenaban el jardín de brillantes tonos rojos y amarillos—. Pretendo poner orden en la costa este —añadió—. Ya estamos en otoño y debemos trasladar las tropas antes de que el tiempo se deteriore. Iremos hacia Maga Renn y desde allí enviaremos patrullas de exploradores. Si las circunstancias son apropiadas, avanzaremos. De lo contrario esperaremos en Maga Renn a que regresen las tropas de Cthol Murgos.

—Comenzaré de inmediato, Majestad —dijo Brador con una reverencia y se retiró de la habitación.

—Siéntate, Atesca —invitó el emperador—, y cuéntame qué ocurre en Cthol Murgos.

—Intentamos mantener el control de las ciudades que hemos tomado, Majestad —informó Atesca mientras cogía una silla—. Hemos congregado la mayoría de nuestras fuerzas cerca de Rak Cthan, donde aguardan para ser transportadas de regreso a Mallorea.

—¿Hay alguna posibilidad de que Urgit intente un contraataque?

—No lo creo, Majestad. Dudo que arriesgue a su ejército en campo abierto. Aunque, por supuesto, es imposible predecir lo que puede llegar a hacer un murgo.

—Eso es cierto —asintió Zakath, ocultando el hecho de que Urgit no era exactamente un murgo. Luego se recostó sobre el respaldo de su silla—. Una vez capturaste a Belgarion, Atesca.

—Así es, Majestad.

—Me temo que tendrás que hacerlo otra vez. Admito que soy el culpable de su fuga, pero en esos momentos yo tenía muchas preocupaciones.

—Ahora sólo es preciso volver a atraparlo, ¿verdad, Majestad?

El consejo alorn se reunió en Boktor aquel mismo año. Ante la sorpresa general, la reina Porenn presidió las reuniones. La pequeña y rubia reina de Drasnia, vestida con sus habituales prendas de luto, se dirigió a la cabecera de la mesa de la sala del consejo, normalmente reservada para el rey de Riva.

—Caballeros —comenzó con sequedad—, lamento romper con las normas tradicionales, pero el tiempo apremia. Deseo comunicaros cierta información y luego debemos tomar importantes decisiones lo antes posible.

El emperador Varana se recostó contra el respaldo de su silla con un brillo divertido en los ojos.

—Ahora haremos una pausa para que los reyes alorns sufran un ataque colectivo de apoplejía —bromeó.

El rey Anheg miró ceñudo al emperador de cabello rizado, pero enseguida soltó una carcajada.

—No te preocupes, Varana —dijo con ironía—, todos nos inmunizamos cuando Rhodar nos convenció de que debíamos seguir a Ce'Nedra a Mishrak ac Thull. Estamos en casa de Porenn, y le permitiremos que lleve las cosas a su manera.

—Gracias, Anheg —dijo la reina de Drasnia con un deje de asombro en la voz. Luego hizo una pausa para ordenar sus ideas—. Como sin duda habréis observado, este año he invitado a algunos reyes que no suelen acudir a nuestro consejo. Esto se debe a que el asunto a tratar nos concierne a todos. He recibido noticias de Belgarath, Belgarion y los demás. —Los asistentes se movieron en sus sitios con nerviosismo, pero Porenn alzó una mano—. Están en Mallorea, tras la pista del raptor del hijo de Belgarion.

—Ese jovencito es más rápido que el viento —observó el rey de Sendaria.

Con los años, Fulrach había ganado un aspecto imponente y su barba castaña ahora estaba veteada con hebras de plata.

—¿Cómo llegaron a Mallorea? —preguntó el rey Cho-Hag con voz serena.

—Parece que fueron capturados por Kal Zakath —respondió Porenn—. Garion y Zakath se hicieron amigos y el emperador los llevó con él cuando regresó a Mal Zeth.

—¿Dices que Zakath trabó amistad con alguien? —preguntó el rey Drosta con su característica voz aguda y una expresión de incredulidad—. ¡Eso es imposible!

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