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Authors: Karel Capek

Tags: #Ciencia Ficción

La guerra de las salamandras (15 page)

H. Brinkeler
modifica su proposición en este sentido: que el precio de las salamandras sea fijado a trescientos francos por pareja, puesta en puerto.

S. Weissberger
pregunta qué trabajos podrían, en realidad, efectuar las salamandras.

El director Volavka
aclara que por su instinto natural y su extraordinaria técnica práctica, las salamandras sirven, sobre todo, para la construcción de diques, terraplenes y rompeolas, para la profundización de puertos y canales, para despejar los bancos de arena y los aluviones de fango y para abrir caminos acuáticos. Pueden asegurar y regular las márgenes del mar, ampliar los continentes, etc. En todos estos casos se trata de trabajo colectivo que precisa de cientos y miles como fuerza laboral; de un trabajo tan vasto al que la técnica moderna nunca se atrevería, de no tener a su disposición mano de obra tremendamente barata. (¡Así es! ¡Formidable!)

El Dr. Hubka
objeta que, con la venta de las salamandras, que se podrían multiplicar en los nuevos lugares de residencia, la Sociedad pierde su monopolio sobre ellas. Propone que a los empresarios o contratistas de obras hidráulicas sólo se les alquilen las salamandras, debidamente entrenadas y calificadas, a condición de que sus posibles retoños pertenezcan a la Sociedad.

El director Volavka
hace notar que no es posible vigilar en las aguas a millones y miles de millones de salamandras, menos aún, a sus retoños. Por desgracia, ya han sido robadas muchas salamandras para los parques zoológicos y casas de fieras.

El coronel D. W. Bright
dice que deberían venderse o alquilarse solamente las salamandras machos, para que no pudieran multiplicarse fuera de las colonias propiedad de la Sociedad.
El director Volavka
no puede asegurar que las granjas de salamandras sean propiedad de la Sociedad. No se puede tener o comprar un pedazo de fondo del mar. La cuestión legal de a quién pertenecen realmente las salamandras que viven en aguas territoriales, digamos por ejemplo, de Su Majestad la reina de Holanda, es muy insegura y podría llevar a una serie de disputas. (Intranquilidad). En la mayoría de los casos, ni siquiera tenemos asegurado el derecho a la pesca; de hecho, señores, nuestras granjas de salamandras de las islitas del Océano Pacífico han sido organizadas
de extranjís
. (Creciente intranquilidad).

J. Gilbert
contesta al coronel Bright que, según las experiencias adquiridas hasta ahora, las salamandras machos aisladas pierden, al cabo de algún tiempo, su energía y capacidad de trabajo; se hacen perezosas, indolentes y, muchas veces, mueren de nostalgia.

Von Frisch
pregunta si no sería posible castrar a las salamandras antes de venderlas.

J.
Gilbert:
Eso sería demasiado complicado. Sencillamente, no podemos evitar que las salamandras que vendamos se multipliquen
.

S. Weissberger
pide, como miembro de la Sociedad Protectora de Animales, que la futura venta de salamandras se verifique en forma que no ofenda los sentimientos humanos.

J. Gilbert
agradece la advertencia. Se comprende que la caza y transporte de las salamandras será confiada, solamente, a personal especializado, que estará bajo cierto control. Pero, desde luego, no podemos responder sobre cómo tratarán a los animales sus compradores.

S. Weissberger
declara que está satisfecho de las explicaciones del vicepresidente Gilbert. (Aplausos).

G.H. Bondy:
«Señores, tenemos que abandonar la idea de que, en el futuro, podamos mantener el monopolio de las salamandras. Por desgracia, según las leyes en vigor, no podemos patentarlas». (Risas.) «Nuestra posición privilegiada en este comercio de las salamandras, debemos y podemos asegurarla de otra forma. Desde luego, una condición necesaria para ello es que nuestro negocio continúe con otro estilo y con una amplitud mucho mayor que hasta ahora.» (¡Oigan!) «Aquí tengo, señores, todo un libro de acuerdos preliminares. El Consejo de Administración propone que sea creado un nuevo
trust
vertical, bajo el título de «Sindicato de las Salamandras». Serían miembros del Sindicato de las Salamandras, además de los componentes de nuestra Sociedad, determinadas grandes empresas y fuertes grupos financieros. Por ejemplo: una determinada empresa produciría utensilios de acero, patentados, para las salamandras. (¿Quiere usted decir la M. E. A. T?). Sí, señor, me refería a la M. E. A. T. Además determinada fábrica de productos químicos y alimenticios produciría alimentación patentada, muy barata, para las salamandras. Una sociedad de transporte hará patentar —haciendo uso de las experiencias adquiridas hasta la fecha— un tanque especialmente higiénico para el transporte de las salamandras; un
trust
de compañías de Seguros tomará a su cargo asegurar los animales comprados contra riesgos de heridas y muerte durante la duración del transporte hasta el lugar de trabajo. Además, están también interesadas en esta gran empresa destacadas industrias de exportación y hacienda que, por razones especiales, no nombraré ahora. Quizá sea suficiente si les digo, señores, que este Sindicato dispondría, para empezar, de cuatrocientos millones de libras esterlinas». (Emoción). «Este legajo, señores, está compuesto de contratos que bastaría sólo firmar para que surgiese una de las mayores organizaciones económicas de nuestra época. El Consejo de Administración les pide, señores, que le concedan plenos poderes para fundar esta enorme empresa, cuya tarea será la reproducción racional y la explotación de las salamandras». (Aplausos y voces de protesta).

«Señores, hagan el favor de considerar las ventajas de esta colaboración. El Sindicato de las Salamandras no proporcionará solamente salamandras, sino también todas las herramientas que ellas necesitan para su trabajo; además, los productos para su alimentación, o sea, maíz, fécula, sebo y azúcar para miles de millones de salamandras. Hay que añadir a esto el transporte, el seguro, la atención veterinaria, etc., a precios mucho más bajos, que nos proporcionarán, si no el monopolio, por lo menos una segura ventaja ante la competencia posible. ¡Que pruebe a competir alguien con nosotros, señores! ¡No sería por mucho tiempo!» (¡Bravo!). «Pero no sólo eso: el Sindicato de las Salamandras proporcionará toda clase de material para los trabajos en el agua y bajo el agua que ejecutarán las salamandras. Por lo tanto, nos respaldarán también la industria pesada, las fábricas de cemento, de madera para construcciones…» (¡Todavía no sabe usted cómo van a trabajar las salamandras!) «Señores, en estos momentos trabajan doce mil salamandras en el puerto de Saigón, en nuevas dársenas, estanques y muelles». (¡Eso no nos lo había dicho!) «No. Es la primera prueba en grande. Este ensayo, señores, se ha realizado con un resultado sumamente satisfactorio. Hoy, el porvenir de las salamandras ya no ofrece lugar a dudas». (Entusiastas aplausos).

»Y no solamente eso, señores. Con lo dicho, las tareas del Sindicato de las Salamandras están lejos de verse agotadas. El Sindicato de las Salamandras se dedicará también a buscar en todo el mundo trabajo para millones de salamandras. Presentará planes e ideas para dominar el mar. Propagará la utopía y los sueños fantásticos. Presentará proyectos para nuevas costas y nuevos canales, para la construcción de diques que unan los continentes, para toda una cadena de islas artificiales al servicio de los vuelos transoceánicos, para nuevos continentes construidos en medio de los mares. ¡Allí está el porvenir de la humanidad! Señores, cuatro quintas partes de nuestro globo están cubiertas de agua; sin duda, es demasiado. La superficie de nuestro planeta, el mapa de los mares y las tierras debe rectificarse. Nosotros vamos a proporcionar al mundo los obreros del mar, señores. Esto ya no será el estilo del capitán van Toch. El cuento de aventuras sobre perlas y corales lo sustituiremos por un himno al trabajo. ¡O vamos a ser simples tenderos, o vamos a ser creadores! Pero si no pensamos en los continentes y en los océanos, no habremos estado a la altura de nuestras posibilidades. Aquí, señores míos, se ha hablado del precio al que se debe vender una pareja de salamandras. Me gustaría que pensáramos en los miles de millones de salamandras, en los millones y millones de unidades de fuerza de trabajo, en la transformación de la corteza terrestre, en nuevos génesis y nuevas épocas geológicas. Hoy ya podemos hablar de una nueva Atlántida, de viejos continentes que avanzarán más hacia el mundo marino, de Nuevos Mundos que se edificará la Humanidad por sí misma. Perdonen, señores, quizá les parezca utopía. Sí, entramos realmente en la UTOPÍA. ¡Ya estamos en ella, amigos! Debemos solucionar el futuro de las salamandras, solamente, en su aspecto técnico». (¡Y económico!)

»Sí. Hablemos de la parte económica. Señores, nuestra Sociedad es demasiado pequeña para poder explotar, ella sola, millones y millones de salamandras. No somos suficientes para ello ni económica ni políticamente. Si se ha de cambiar el mapa de la tierra y de los mares, se interesarán también en este asunto grandes potencias, señores. Pero de eso no hablaremos ahora ni nombraremos a las altas personalidades que demuestran, ya hoy, sus simpatías hacia nuestra Sociedad. Les ruego, sin embargo, señores, que no pierdan de vista el inmenso alcance de la cuestión sobre la que van a votar.» (Entusiastas y prolongados aplausos. Gritos de ¡Bravo! y ¡Formidable!)

No por ello fue menos necesario que, antes de sacarse a votación la formación del Sindicato de las Salamandras, tuviera que prometer la compañía que, por cada acción de la Sociedad Exportadora del Pacífico, se pagaría a fines de año, por lo menos, un dividendo de un 10%, a cuenta de las reservas existentes. A favor de esta proposición votaron un 87% de los accionistas y solamente un 13% en contra. Y, como consecuencia de ello, se aprobó por unanimidad el proyecto del Consejo de Administración. El Sindicato de las Salamandras entró en acción, de lo que se felicitó G. H. Bondy.

—Ha hablado usted magníficamente, señor Bondy —le dijo lisonjero el viejo Sigi Weissberger—. ¡Magníficamente! Y dígame usted, señor Bondy, ¿cómo se le ha ocurrido una idea así?

—¿Cómo? —respondió G.H. Bondy distraído—, a decir verdad, señor Weissberger, lo he hecho a causa del viejo van Toch. ¡Estaba tan encariñado con sus salamandras!… ¿Qué hubiera pensado el pobre si hubiésemos dejado matar o morir de hambre a sus
tapa-boys?

—¿Qué
tapa-boys?

—Esas malditas salamandras. Por lo menos, ahora las tratarán decentemente, ya que tendrán cierto precio. Y esos bichos no sirven para otra cosa, señor Weissberger, que para idear alguna utopía.

—Yo no entiendo un ápice de eso —explicó el señor Weissberger—. ¿Acaso sé yo lo que es una salamandra? ¿Ha visto usted alguna vez a esos bichos? Por favor, ¿qué aspecto tienen?

—Eso no se lo puedo decir, señor Weissberger. Yo, en realidad, no sé ni lo que son. Además, ¿para qué me interesa saberlo? ¿Cree que tengo tiempo de ocuparme de su aspecto? Lo que me preocupa y me alegra es que ya está decidido eso del Sindicato de las Salamandras, señor mío.

APÉNDICE al LIBRO PRIMERO

SOBRE LA VIDA SEXUAL DE LAS SALAMANDRAS

Una de las actividades más populares del ingenio humano es imaginarse cómo serán algún día, en un lejano futuro, el mundo y la humanidad; qué milagros técnicos se habrán realizado, qué cuestiones sociales habrán sido resueltas, hasta dónde llegarán los progresos de la ciencia y de la organización social, etc. La mayoría de estos utopistas no dejan, sin embargo, de interesarse vivamente por cómo acabará, en dicho mundo tan avanzado o, por lo menos, tan desarrollado técnicamente, una institución tan antigua pero siempre tan popular, como el matrimonio, la familia; o la vida sexual, la fecundación, el amor, la cuestión femenina, etc. Con referencia a este punto véase la literatura de Paul Adam, H.G. Wells, Aldous Huxley y muchos otros
.

Teniendo en cuenta dichos ejemplos, considera el autor como su obligación, ya que ha echado una mirada al futuro de nuestro planeta, tratar también sobre cómo será, en ese mundo venidero, el orden sexual de las salamandras. Y esta obligación prefiere cumplirla inmediatamente, para no tener que volver después otra vez sobre este asunto. La vida sexual de Andrias Scheuchzeri concuerda, en sus rasgos fundamentales, con la reproducción de otros urodelos; no existe la copulación en el verdadero sentido de la palabra; la hembra pone los huevos en varias etapas, los huevos fecundados se convierten en larvas, etc. Eso podría leerse en cualquier Historia Natural. Por lo tanto, nos referiremos solamente a algunas particularidades que fueron advertidas en Andrias Scheuchzeri, con referencia a esta cuestión tan importante
.

«A principios de abril», cuenta H. Nolte, «se aproximan los machos a las hembras; por lo general, en cada época sexual el macho está todo el tiempo junto a la misma hembra, y no se aleja de ella ni un paso durante varios días, en los cuales no toma alimento alguno, mientras que la hembra manifiesta gran voracidad. El macho la persigue por el agua y se esfuerza por colocar su cabeza pegada a la de ella. Cuando lo consigue, levanta su hocico y lo coloca sobre el de la hembra, seguramente para evitar que se escape. Así, teniendo en contacto sus cabezas, mientras que sus cuerpos forman un ángulo de unos treinta grados, flotan los dos animales sin moverse, uno junto al otro. Hay momentos en que el macho empieza a sacudirse tan violentamente que con su costado golpea a la hembra; luego queda de nuevo inmóvil, con las patas muy estiradas, tocando solamente con su hocico la cabeza de la compañera elegida, que, mientras tanto, indiferente a todo, traga lo que encuentra en su camino. Este beso, llamémosle así, dura unos cuantos días. Algunas veces, la hembra se escapa en busca de alimento; entonces el macho la persigue muy excitado, podríamos decir, furioso. Finalmente la hembra deja de oponer resistencia, no huye, y la pareja se deja llevar por el agua sin moverse, como si fueran dos maderos negruzcos atados entre sí. Entonces el cuerpo del macho es sacudido por movimientos espasmódicos durante los cuales suelta una masa fecundante bastante pegajosa. En seguida abandona a la hembra y se esconde entre las piedras completamente exhausto; en ese periodo se le puede cortar una pata o la cola sin que reaccione para defenderse
.

Mientras tanto, la hembra se mantiene todavía inmóvil durante algún tiempo, sin cambiar de posición; después se agita con fuerza y empieza a poner huevos enlazados como en una cadena, cubiertos de una sustancia gelatinosa. A veces se ayuda con las patas traseras, lo mismo que los sapos. Los huevos, en número de cuarenta a cincuenta, cuelgan del cuerpo de la hembra como un mechón. Con ellos nada la hembra hacia un lugar resguardado, y los fija en las algas, hierbas, o simplemente en las piedras. Al cabo de diez días pone la hembra una nueva serie de huevos, sin haberse vuelto a encontrar con el macho, en número de veinte o treinta. Seguramente los huevos son fecundados directamente en un receptáculo de su aparato genital, donde conserva los espermatozoides. Normalmente efectúa una tercera puesta al cabo de siete u ocho días, ésta de 10 a 15 huevos cada vez, de los cuales, al cabo de unas tres semanas, salen los renacuajos con branquias externas para la respiración, que pierden después paulatinamente. Al cabo de un año dichos renacuajos se convierten ya en salamandras adultas capaces de reproducirse, etc
.

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