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Authors: Dante Alighieri

Tags: #clásicos

La divina comedia (40 page)

BOOK: La divina comedia
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de que todas las cosas están llenas,

no puede valer tanto por sí misma,

que no sepa que está mucho más lejos

su principio de lo que se le muestra.

Por eso en la justicia sempiterna

la vista que recibe vuestro mundo,

igual que el ojo por el mar, se adentra;

que, aunque en la orilla puede ver el fondo,

no lo ve en alta mar; y no está menos

allí, pero lo esconde el ser profundo.

No hay luz, si no procede de la calma

imperturbable; y fuera es la tiniebla,

o sombra de la carne, o su veneno.

Bastante ya te he abierto el escondrijo

que te escondía la justicia viva,

que con tanta frecuencia cuestionaste;

diciendo: "Un hombre nace en la ribera

del Indo, y no hay allí nadie que hable

de Cristo ni leyendo ni escribiendo;

y todos sus deseos y actos buenos,

por lo que entiende la razón del hombre,

están sin culpa en vida y en palabras.

Y muere sin la fe y sin el bautismo:

¿Dónde está la justicia al condenarle?

¿y dónde está su culpa si él no cree?"

¿Quién eres tú para querer sentarte

a juzgar a mil millas de distancia

con tu vista que sólo alcanza un palmo?

Cierto que quien conmigo sutiliza,

si sobre él no estuviera la Escritura,

su dudar llegaría hasta el asombro.

¡Oh animales terrenos! ¡Mentes zafias!

La voluntad primera, por sí buena,

de sí, que es sumo bien, nunca se mueve.

Sólo es justo lo que a ella se conforma:

ningún creado bien puede atraerla,

pero aquella, espiendiendo, los produce.»

Igual que sobre el nido vuela en círculos

tras cebar a sus hijos la cigüeña,

y como la contempla el ya cebado;

hizo así, y yo los ojos levanté,

esa bendita imagen, que las alas

movió impulsada por tantos espíritus.

Dando vueltas cantaba, y me decía:

«Lo mismo que mis notas, que no entiendes,

tal es el juicio eterno a los mortales.»

Al aquietarse las lucientes llamas

del Espíritu Santo, aún en el signo

que a Roma hizo temible en todo el mundo,

volvió a decir aquél: «No sube a este

reino, quien no creyera en Cristo, antes

o después de clavarle en el madero.

Mas sabe: muchos gritan "¡Cristo, Cristo!"

y estarán en el juicio menos prope

de aquel, que otros que a Cristo no conocen;

serán por el etíope afrentados

cuando los dos colegios se separen,

los para siempre ricos y los pobres.

¿A vuestros reyes qué dirán los persas

al contemplar abierto el libro donde

escritos se hallan todos sus pecados?

La que muy pronto moverá las plumas

y que devastará el reino de Praga,

de Alberto podrá verse entre las obras.

La pena podrá verse que en el Sena

causará, la moneda falseando,

quien por un jabalí hallará la muerte.

La insaciable soberbia podrá verse,

que al de Inglaterra y al de Escocia ciega,

sin poder aguantarse en sus fronteras.

Veráse la lujuria y vida muelle

de aquel de España y del de la Bohemia,

que ni supo ni quiso del valor.

Veráse al cojo de Jerusalén

su bondad señalada con la I,

y con la M el contrario señalado.

Veráse la avaricia y la vileza

de quien guardando está la isla del fuego,

donde Anquises su larga edad dejara;

en abreviadas letras su escritura

para dar a entender cuán poco vale,

que mucho anotarán en poco espacio.

Enseñará las obras indecentes

de su tío y su hermano, que una estirpe

tan egregia y dos tronos ensuciaron.

El que está en Portugal y el de Noruega

allí se encontrarán, y aquel de Rascia

que mal ha visto el cuño de Venecia.

¡Dichosa Hungría, si es que no se deja

mal conducir! ¡y dichosa Navarra,

si se armase del monte que la cerca!

Y creer se debiera como muestra

de esto, que Nicosia y Famagusta

se reprueban y duelen de su bestia,

que del lado de aquéllas no se aparta.

CANTO XX

Cuando aquel que da luz al mundo entero

del hemisferio nuestro así desciende

que el día en todas partes se consuma,

el cielo, que aquél solo iluminaba,

súbitamente vuelve a hacerse claro,

con muchas luces, que a una reflejan.

Recordé este fenómeno celeste,

cuando calló aquel símbolo del mundo

y de sus jefes su bendito pico;

pues que todas aquellas vivas luces

entonaron, luciendo aún más, cantigas

que se han borrado ya de mi memoria.

¡Oh dulce amor que de risa te envuelves,

qué ardiente en esos sistros te mostrabas,

de santos pensamientos inspirados!

Cuando las caras y lucientes piedras

de las que vi enjoyado el sexto cielo

sus angélicos sones terminaron,

creí escuchar el murmurar de un río

que claro baja de una roca en otra,

mostrando la abundancia de su fuente.

Y como el son del cuello de la cítara

toma forma, y así del orificio

de la zampoña por donde entra el viento,

de igual manera, sin tardanza alguna,

por el cuello del águila el murmullo

subió, cual si estuviese perforado.

Allí se tornó voz, y por el pico

salió en palabras, como lo esperaba

mi corazón, en donde las retuve.

«La parte en mí que ve y que al sol resiste

siendo águila mortal —me dijo entonces—

ahora debes mirar atentamente,

pues de los fuegos que hacen mi figura,

esos por los que brillan mis pupilas,

son los más excelentes de entre todos.

Ese que en medio luce como el iris,

fue el gran cantor del Espíritu Santo,

que el arca trasladó de pueblo en pueblo:

ahora sabe ya el mérito del canto,

en cuanto efecto fue de su deseo,

por el pago que le ha correspondido.

De los cinco del arco de mis cejas,

quien del pico se encuentra más cercano,

consoló a aquella viuda por su hijo:

ahora sabe lo caro que resulta

el no seguir a Cristo, conociendo

esta vida tan dulce y su contraria.

Y aquel que sigue en la circunferencia

que te digo, en lo más alto del arco,

con penitencias aplazó su muerte:

ahora sabe que el juicio sempiterno

no cambia, aun cuando dignas oraciones

de lo de hoy abajo hace mañana.

El que sigue, conmigo y con las leyes,

bajo buena intención que dio mal fruto,

por ceder al pastor se tornó griego:

ahora sabe que el mal que ha derivado

de aquel buen proceder, no le es dañoso

aunque por ello el mundo se destruya.

Y aquel que está donde el arco desciende,

fue Guillermo, a quien llora aquella tierra

que a Federico y Carlos ahora sufre:

ahora sabe en qué modo se enamora

de un justo rey el cielo, y en el brillo

de su semblante así lo manifiesta.

¿Quién creería en el mundo en que se yerra

que el troyano Rifeo en este arco

fuese la quinta de las santas luces?

Ahora ya sabe más de eso que el mundo

no puede ver de la divina gracia,

aunque su vista el fondo no discierna.»

Como la alondra que vuela en el aire

cantando, y luego calla satisfecha

de la última dulzura que la sacia,

tal pareció la imagen del emblema

del eterno poder, a cuyo gusto

todas las cosas adquieren su ser.

Y aunque yo con mis dudas casi fuese

cristal con el color que le recubre,

no pude estar callado mucho tiempo,

mas por la boca: «¿Qué cosas son éstas?»

me impulsó a echar la fuerza de su peso:

por lo cual vi destellos de alegría.

Y luego, con la vista más ardiente,

aquel bendito signo me repuso

para que yo saliera de mi asombro:

«Ya veo que estas cosas has creído

pues yo lo digo, mas no ves las causas;

y te están, aun creyéndolas, ocultas.

Haces como ése que sabe de nombre

las cosas, pero si otros no le explican

su sustancia, él no puede conocerla.

Regnum caelorum sufre la violencia

de ardiente amor y de viva esperanza,

que vencen la divina voluntad:

no como el hombre al hombre sobrepuja,

mas la vencen pues quiere ser vencida,

y con su amor, así vencida, vence.

La primer alma y quinta de las cejas

ha causado tu asombro, pues las ves

pintando las angélicas regiones.

No dejaron sus cuerpos, como piensas,

gentiles, mas cristianos, con fe firme

en los pies por clavar o ya clavados.

Pues una del infierno, donde nunca

se vuelve al buen querer, tornó a los huesos;

y esto fue en premio de esperanza viva:

de una viva esperanza que dio fuerzas

a la súplica a Dios de revivirle,

para poder corregir su deseo.

El alma gloriosa de que hablo,

vuelta a la carne, en la que estuvo un poco,

creyó en aquel que podía ayudarla;

y creyendo encendióse en tanto fuego

de verdadero amor, que en su segunda

muerte, fue digna de estas alegrías.

La otra, por gracia que de tan profunda

fuente destila, que nadie ha podido

ver su vena primera con los ojos,

puso todo su amor en la justicia:

y así, pues, Dios le abrió, de gracia en gracia

la vista a la futura redención;

y él en ella creyó, y no toleraba

la peste de su antiguo paganismo;

y reprendía a las gentes perversas.

Las tres mujeres que viste en la rueda

derecha le sirvieron de bautismo,

antes del bautizar más de un milenio.

¡Oh predestinación, cuán alejada

se encuentra tu raíz de aquellos ojos

que la causa primera no ven tota!

Y vosotros mortales, sed prudentes

juzgando: pues nosotros, que a Dios vemos,

aún no sabemos todos los que elige;

y nos es dulce ignorar estas cosas,

y nuestro bien en este bien se afina,

pues lo que Dios desea, deseamos.»

Por la divina imagen de este modo,

para aclarar mi vista tan escasa,

me fue dada suave medicina.

Y como a un buen cantor buen citarista

hace seguir el pulso de las cuerdas,

por lo que aún más placer adquiere el canto,

así, mientras hablaba, yo recuerdo

que vi a los dos benditos resplandores,

igual que el parpadeo se concuerda,

llamear al compás de las palabras.

CANTO XXI

Volví a fijar mis ojos en el rostro

de mi dama, y mi espíritu con ellos,

de cualquier otro asunto retirado.

No se reía; mas «Si me riese

—dijo— te ocurriría como cuando

fue Semele en cenizas convertida:

pues mi belleza, que en los escalones

del eterno palacio más se acrece,

como has podido ver, cuanto más sube,

si no la templo, tanto brillaría

que tu fuerza mortal, a sus fulgores,

rama sería que el rayo desgaja.

Al séptimo esplendor hemos subido,

que bajo el pecho del León ardiente

con él irradia abajo su potencia.

Fija tu mente en pos de tu mirada,

y haz de aquélla un espejo a la figura

que te ha de aparecer en este espejo.»

Quien supiese cuál era la delicia

de mi vista mirando el santo rostro,

al poner mi atención en otro asunto,

sabría de qué forma me era grato

obedecer a rrú celeste escolta,

si un placer con el otro parangono.

En el cristal que tiene como nombre,

rodeando el mundo, el de su rey querido

bajo el que estuvo muerta la malicia,

de color de oro que el rayo refleja

contemplé una escalera que subía

tanto, que no alcanzaba con la vista.

Vi también que bajaba los peldaños

tanto fulgor, que pensé que la luz

toda del cielo allí se difundiera.

Y como, por su natural costumbre,

juntos los grajos, al romper del día,

se mueven calentando su plumaje;

después unos se van y ya no vuelven;

otros toman al sitio que dejaron,

y los demás se quedan dando vueltas;

me parecio que igual aconteciese

en aquel destellar que junto vino,

al llegar y pararse en cierto tramo.

Y aquel que más cercano se detuvo,

era tan luminoso, que me dije:

«Bien conozco el amor que me demuestras.

Mas aquella en que espero el cómo y cuándo

callar o hablar, estáse quieta; y yo

bien hago y, aunque quiero, no pregunto.»

Por lo cual ella, viendo en mi silencio,

con el ver de quien puede verlo todo,

me dijo: «Aplaca tu ardiente deseo.»

Y yo comencé así. «Mis propios méritos

de tu respuesta digno no me hacen;

mas por aquella que hablar me permite,

alma santa que te hallas escondida

dentro de tu alegría, haz que yo sepa

por qué de mí te has puesto tan cercana;

y por qué en esta rueda se ha callado

la dulce sinfonía de los cielos,

que tan piadosa en las de abajo suena.»

«Mortal tienes la vista y el oído,

por eso no se canta aquí —repuso—

al igual que Beatriz no tiene risa.

Por la santa escalera he descendido

únicamente para recrearte

con la voz y la luz que me rodea;

mayor amor más presta no me hizo,

que tanto o más amor hierve allá arriba,

tal como el flamear te manifiesta.

Mas la alta caridad, que nos convierte

en siervas de aquel que el mundo gobierna

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