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Authors: Patrick O'Brian

Tags: #Aventuras, Historico

La costa más lejana del mundo (47 page)

Espero que venga a visitarme tan pronto como haya escogido el lugar y dado las órdenes pertinentes —dijo Palmer, haciendo una inclinación de cabeza por cortesía.

Esa inclinación de cabeza fue casi lo único que intercambiaron ambos bandos. El pequeño grupo de hombres que estaba detrás de Palmer, probablemente los oficiales que le quedaban, no dijeron nada. Los tripulantes de la
Norfolk
que habían sobrevivido, unos ochenta o noventa, estaban situados a cierta distancia, cerca de la margen derecha del riachuelo, y los tripulantes de la
Surprise
, cerca de la izquierda. Se miraban como dos manadas de toros que no se conocían y los dos grupos tenían una actitud hostil. Jack estaba asombrado, pues en aquella guerra absurda e innecesaria, sólo sintieron animadversión los civiles de ambos bandos, y esperaba que los marineros fueran más amables unos con otros. Pero no disponía de tiempo para reflexionar sobre eso, pues tenía que encontrar un lugar seco, aireado y con mucha luz donde construir el refugio, y no le fue tan fácil encontrarlo como había imaginado. A causa del huracán, el suelo estaba cubierto de ramas, algunas de ellas enormes, algunos árboles habían sido arrancados de raíz y otros se tambaleaban y eran un gran peligro. Al final del crepúsculo, después de horas de duro trabajo, por fin se colocó el techo del refugio y al paciente en la olorosa mesa hecha de madera de sándalo recién cortada.

Espero que no le importe que haya anochecido, señor Butcher —dijo Jack.

¡Oh, no! —respondió Butcher—. Estoy acostumbrado a operar bajo la cubierta, y realmente prefiero la luz de un farol. Señor Martin, si coloca uno aquí en esta viga, y yo otro aquí, creo que podremos beneficiarnos de sus rayos convergentes. Capitán Aubrey, si se sienta en el barril que está junto a la puerta podrá ver todo perfectamente. No tendrá que esperar mucho. Tan pronto como haya afilado este escalpelo, haré la primera incisión.

No —dijo Jack—. Tengo que ir a ver al capitán Palmer y luego volver a la fragata. Por favor, avíseme cuando haya terminado la operación. Colman esperará fuera para llevarme el mensaje.

¡Por supuesto! —dijo Butcher—. Pero no piense que podrá volver a la fragata esta noche, señor, porque cuando sube la marea, el agua pasa muy rápido por el canal y no se puede remar contra la corriente, y, menos, con viento desfavorable.

Vamos, Blakeney-dijo Jack al guardiamarina que le acompañaba; cerró la puerta y se alejó con rapidez.

Tenía valor para soportar muchas cosas, pero no para ver cómo a Stephen le cubrían la cara con el cuero cabelludo y le abrían el cráneo con el trépano.

Entre los árboles pudo ver a los tripulantes de la
Surprise
, que cenaban cerca de la lancha y frente a una gran hoguera.

Ve a comer algo y diles que todo está arreglado —dijo Jack—. Y dile a Bonden que baje las provisiones que traje para los norteamericanos.

Siguió caminando despacio mientras escuchaba el mar en el distante arrecife y miraba la luna llena de vez en cuando. No le gustaba el sonido del uno ni el aspecto de la otra, y tampoco la atmósfera de la isla. Todavía pensativo atravesó el riachuelo, y entonces un centinela gritó:

¡Alto!

¡Amigo! —replicó Jack.

Pase, amigo —dijo el centinela.

¡Ah, está usted ahí! —exclamó Palmer, conduciéndole a su tienda, que estaba iluminada por un farol de la cofa que habían rescatado y que tenía una llama muy baja—. Parece nervioso. Espero que todo salga bien.

Yo también lo espero —dijo Jack—. Le están operando ahora y me avisarán en cuanto terminen.

Seguro que todo saldrá bien. Nunca he visto a Butcher equivocarse. Es tan inteligente como cualquier cirujano de la Armada real.

Me alegra saberlo —dijo Jack—. Creo que la operación no tardará mucho —añadió, escuchando atentamente por si oía pasos acercándose.

* * *

¿Entiende las mareas, señor Martin? —preguntó Butcher—. Aquí son muy curiosas, porque no son diurnas. Hay un inmenso arrecife al oeste de la isla, y creo que detiene la corriente y causa esa anomalía, pero sea ese el motivo o cualquier otro, cuando cambia la marea de noche, el agua se mueve con la fuerza de un torrente y durante nueve horas o más. Las aguas no se encalmarán hasta por la mañana, y su capitán tendrá que quedarse aquí esta noche. ¡Ja, ja! ¿Quiere un poco de rapé, señor?

Gracias, señor, pero no me gusta —respondió Martin.

Afortunadamente, tengo un estuche en el que no entra el agua —dijo Butcher, moviendo la cabeza de Stephen y observándola con los labios fruncidos—. Siempre me fortifico antes de operar. Algunos cirujanos lo hacen fumando un puro, pero yo prefiero inhalar rapé.

Abrió el estuche y cogió tanto rapé entre los dedos que un poco resbaló por su camisa y mucho más cayó sobre su paciente, y entonces lo quitó con un pañuelo. En ese momento Stephen estornudó, luego aspiró profundamente, murmuró algo sobre las cucharetas, se cubrió los ojos con la mano y con su voz chillona susurró:

¡Jesús, María y José!

Sujétele o se sentará —dijo Butcher, y luego, volviéndose hacia la puerta, donde estaba Padeen, gritó—: ¡Ve a buscar un cabo!

¡Maturin, ha vuelto en sí! —dijo Martin, inclinándose hacia él—. ¡Cuánto me alegro! ¡He rezado por que esto ocurriera! ¡Sufrió una caída, pero ya se ha recobrado!

¡Apaguen esa maldita luz! —dijo Stephen.

Vamos, señor, túmbese y tranquilícese —dijo Butcher—. Tenemos que disminuir la presión sobre su cerebro. Sentirá una ligera molestia, pero enseguida pasará…

Hablaba sin convicción, y cuando vio a Stephen sentarse y decir a Padeen que no se quedara allí como un pasmarote y fuera a buscarle un poco de agua, dejó a un lado el escalpelo y declaró:

No tendré ocasión de usar el nuevo trépano francés.

* * *

Después de una breve pausa, el capitán Palmer preguntó:

¿Su fragata logró soportar esta tormenta?

Sí. Apenas sufrió daños, aparte de perder algunos palos y de que se desprendiera el palo mesana. Pero la tormenta casi había terminado cuando la alcanzamos. Creo que se desplazaba hacia el norte y nosotros estábamos cerca de su extremo sur.

Nosotros estábamos en el centro, mejor dicho, delante, pues no vimos ningún signo que indicara que se aproximaba, y nos sorprendió de noche. Lo pasamos muy mal, como puede imaginarse, sobre todo porque no había muchos tripulantes, ya que había ordenado a muchos de ellos que se fueran… —Palmer no quería decir «para llevarse las presas», así que, cambiando el tono, repitió—: Había ordenado a muchos de ellos que se fueran…

Por lo que contó Palmer, era evidente que el huracán había sorprendido a la
Norfolk
mucho antes que a la
Surprise
y la había desplazado más al norte de lo que él había calculado, de modo que el jueves por la mañana, cuando la fragata navegaba entre enormes olas con una pequeña vela desplegada en el trinquete partido, había visto con horror que la isla Old Sodbury estaba por la amura de estribor.

¿Es esta isla, señor?

Palmer asintió con la cabeza.

Entonces usted la conocía —dijo Jack.

Había oído hablar de ella, señor. Le pusieron este nombre por Reuben Sodbury, de Nantucket. A veces los balleneros vienen aquí, pero generalmente lo evitan por los peligrosos escollos que hay algunas millas al oeste. Nuestra fragata tenía esos escollos a sotavento, así que en vez de dejar que encallara en ellos, pusimos proa a Old Sodbury. Dos de mis hombres, que eran balleneros de New Bedford, habían estado aquí y conocían el canal, pero, a pesar de eso, entramos al final de la bajamar y chocamos —dijo, moviendo la cabeza a un lado y a otro—. Todos saltamos de la proa al islote y avanzamos por el arrecife hasta la costa. Apenas sacamos algunas herramientas, pero no pudimos salvar ni las lanchas, ni las provisiones, ni la ropa ni el tabaco.

¿No pudieron bucear y sacar algo?

No, señor, porque en estas aguas abundan los tiburones; tiburones grises de Old Sodbury. El segundo de a bordo y un guardiamarina trataron de bucear en una parte poco profunda y los tiburones, aunque no son de gran tamaño, no dejaron de ellos ni un pedazo lo bastante grande para enterrarlo.

En ese momento oyeron al centinela decir:

¡Alto! ¿Quién va?

Luego oyeron un jadeo seguido de varios golpes y del vozarrón de Bonden:

¿Por qué le molestas? ¿No ves que es mudo?

¿Por qué no lo dijo? —preguntó el centinela con voz débil.

Padeen entró, se tocó la frente con los nudillos ensangrentados, y dijo algo ininteligible, pero el mensaje se podía leer en su cara sonriente, y además, Bonden podía interpretar lo que había dicho.

Quiere decir que no abrieron al doctor porque se recobró solo como por milagro y que después de insultar a los que le rodeaban pidió agua y agua de coco. Ahora está dormido y no permiten que nadie le visite. Traje las provisiones, señor. Por otra parte, quiero decirle que hace mal tiempo.

Gracias a los dos. No podrían haberme traído mejores noticias. Dentro de poco me reuniré contigo, Bonden. Señor —dijo, abriendo el baúl—, he traído algunas cosas; no caviar ni champán, pero al menos foca ahumada, salchicha de delfín…

¡Ron, oporto y tabaco! —exclamó Palmer—. Dios le bendiga, capitán Aubrey. A veces he pensado que nunca volvería a ver estas cosas. Permítame que añada un poco de este excelente ron al agua de coco. Y ahora llamaré a los pocos oficiales que me quedan y se los presentaré.

Jack sonrió mientras Palmer descorchaba la botella. Lo que le alegraba no era tanto lo que iba a decir sino imaginarse a Stephen sentado y profiriendo insultos. Palmer echó el ron y agitó la mezcla. Jack puso una expresión grave y dijo:

Hay algo que casi podría llamarse sagrado que tienen en común el vino, el grog y la cerveza y que no posee el agua de coco, así que antes de beber con usted debo decirle que debe considerarse un prisionero de guerra. No voy a exagerar, naturalmente. No le exigiré que venga a mi fragata esta noche ni nada parecido. Tampoco voy a ponerle esposas ni grilletes —añadió, sonriendo, al recordar que en la
Constitution
se los habían puesto a todos los hombres que habían capturado en la
Java—
. Pero quería dejar bien claro cuál era la situación.

Pero, amigo mío, la guerra terminó —objetó Palmer.

Eso he oído —dijo Jack en un tono menos cordial—, pero no me lo han comunicado oficialmente, y es posible que sus fuentes de información no sean fidedignas. Además, como usted sabe, hay que continuar luchando hasta que uno reciba órdenes de un oficial superior de que deje de hacerlo.

Palmer volvió a hablar del ballenero británico, el
Vega
, de Londres, cuyo capitán lo había acercado a la fragata para comunicarle que se había firmado la paz y le había enseñado un ejemplar reciente de un periódico de Nueva York, comprado en Acapulco, donde se hablaba del tratado. Además, le habló del barco de Nantucket cuyos oficiales y marineros le dijeron lo mismo. Dio muchos detalles y habló con sinceridad.

Obviamente, no puedo oponerme a veintiocho cañones, pero puedo hacer entrar en razón al oficial que está al mando de ellos, a menos que sólo le interesen la matanza y la destrucción.

Sí, pero debe usted saber que incluso el oficial más humanitario debe cumplir con su deber, y que muchas veces tiene que cumplirlo aunque le resulte desagradable.

También debe ser sensato —dijo Palmer—. Todos hemos oído hablar de matanzas ocurridas en remotos lugares del mundo mucho después de firmada la paz, y esas muertes son lamentables. También hemos oído hablar de barcos hundidos, quemados o apresados debido a un retraso. Aubrey, ¿no se da cuenta de que si nos lleva a Europa por la fuerza justo cuando esta maldita y absurda guerra ha terminado, en los Estados Unidos considerarán su acción tan deleznable como la del capitán del
Leopard
, que disparó a la
Chesapeake
?

Ese fue un golpe bajo. Una vez Jack había estado al mando de aquel desafortunado barco, un barco de dos puentes y cincuenta cañones, y sabía muy bien que uno de sus predecesores, Salsbury Humpreys, había recibido la orden de sacar de la fragata norteamericana
Chesapeake
, de treinta y seis cañones, a algunos desertores de la Armada real. El capitán de la fragata no quería que la registraran, el del
Leopard
disparó tres andanadas contra ella y hubo un total de veintiún hombres muertos o heridos. El capitán británico pudo recuperar a algunos de los desertores, pero el incidente estuvo a punto de provocar una guerra y tuvo como consecuencia que se prohibiera la entrada a los barcos de guerra británicos en los puertos norteamericanos y que fueran retirados de la Armada la mayoría de los oficiales que habían participado en la acción, incluido el almirante.

Creo que el capitán Humpreys tenía derecho a disparar contra la
Chesapeake
—dijo Palmer—. No lo sé, porque no soy abogado. Y creo que usted tiene derecho a llevarnos a Europa como prisioneros, pero no creo que una victoria alcanzada frente a unos náufragos desarmados le produzca satisfacción ni le dé fama en la Armada. Espero que sea sensato y nos lleve a Hiva-Oa, una de las islas Marquesas, que se encuentran a menos de cien leguas de aquí, porque allí tengo amigos que podrán ayudarnos a mí y a mis hombres. Pero si eso no le parece bien, espero que al menos nos deje aquí y diga a nuestros amigos dónde pueden encontrarnos, pues supongo que irá a Inglaterra por el cabo de Buena Esperanza y pasará cerca de las Marquesas. Podremos permanecer aquí un mes o dos, aunque tenemos poca comida debido al huracán. Le ruego que lo piense y lo consulte con la almohada, señor. Ahora bebamos a la salud del doctor Maturin.

En ese momento un relámpago iluminó su rostro, que tenía una expresión ansiosa.

Encantado —dijo Jack, bebiendo toda el agua de coco, y luego se puso de pie—. Tengo que volver a la fragata.

Fuertes truenos ahogaron el principio de la respuesta de Palmer, pero Jack pudo oír:

… debía habérselo dicho antes: la marea sube durante nueve o diez horas y es imposible remar contra corriente en el canal. Por favor, acepte este lecho —dijo, señalando un montón de hojas envueltas en un pedazo de lona.

Gracias, pero iré a preguntar cómo está el doctor Maturin —dijo Jack.

Al dejar atrás los árboles, miró más allá de la blanca línea del arrecife para ver la luz de la
Surprise
, y cuando sus ojos se acostumbraron a ver en la oscuridad logró verla. Estaba muy baja, al oeste, y parecía una estrella.

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