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Authors: Patrick O'Brian

Tags: #Aventuras, Historico

La costa más lejana del mundo (38 page)

Pero la noche en que Stephen vio a Aquiles reconciliarse con Agamenón y en que la estela de la fragata tenía más de doscientas millas de largo, no tocaron música. Esto se debió en parte a que la fragata había empezado a atravesar aguas en las que había numerosos organismos que tenían fosforescencia desde que el sol, de un intenso color rojo, había llegado hasta el grisáceo mar y parecía dividido por el bauprés; y en parte porque los marineros estaban autorizados a cantar y bailar en el castillo y hacían mucho más ruido de lo habitual. Pero la autorización era una formalidad, ya que los marineros cantaban y bailaban allí todas las noches que hacía buen tiempo, y para lo único que sirvió fue para indicarles que podían quedarse allí mucho tiempo, pues ese día era un día festivo para los balleneros.

Me alegro de haber cancelado la clase de los guardiamarinas —dijo Jack, mirando hacia el cielo por la claraboya abierta—. Apenas se ven estrellas, Júpiter se ve borroso y probablemente desaparezca dentro de unos cinco minutos.

Quizá fue el miércoles —dijo Stephen asomándose a una ventana de popa y mirando hacia abajo.

Dije que probablemente Júpiter desaparezca dentro de unos cinco minutos —dijo Jack.

Había alzado la voz de modo que se oyera a pesar de las risas que llegaban de la proa, pero calculó mal el volumen, porque no tuvo en cuenta a los balleneros, que en ese momento empezaron a cantar
Vamos muchachos, vamos muchachos, es hora de irnos
y sus voces eran tan altas como los chillidos de las ballenas.

Quizá fue el miércoles —repitió Stephen en tono irritado—. ¿Quieres darme la red con el mango largo? Es la tercera vez que te la pido. Hay un animal que no puedo alcanzar sin esa miserable…

Jack encontró enseguida la red con el mango largo, pero cuando iba a dársela a Stephen, él ya no estaba en la ventana de popa y desde la estela se oía:

¡Un cabo, un cabo!

¡Agárrate al cúter! —gritó Jack y se tiró al agua.

No gritó a nadie en la fragata cuando subió a la superficie porque sabía que el cúter rojo iba a remolque. Stephen tendría que agarrarse al cúter o ser arrastrado hasta él, y después ambos podrían llegar al mirador de popa sin necesidad de que la fragata disminuyera la velocidad ni de que el cirujano, que era un marinero de agua dulce, corriera peligro. Pero no vio el cúter. Alguien debía de haberlo subido a bordo. Tampoco vio a Stephen, pero un momento después oyó un jadeo y vio que unas burbujas aparecían y desaparecían en las fosforescentes y agitadas aguas. Entonces volvió a sumergirse y bajó nadando hasta cierta profundidad y, gracias al brillo de la superficie, vio a su amigo atrapado en su red, de modo que tenía la cabeza y un codo inmovilizados por ella y el mango por dentro de la parte posterior de su camisa. Jack le sacó del agua, pero tardó un poco porque tuvo que romper el mango de la red y la camisa, y entonces le sostuvo de manera que su cabeza quedara por encima de la superficie. Cuando por fin recobró el aliento, gritó:

¡Eh,
Surprise
!

Pero su grito coincidió con el estribillo: «¡Ahí voy con el palo, ahí voy con el palo, ahí voy con el palo!», que cantaba toda la tripulación. Había apoyado a Stephen en su espalda para que flotara, y Stephen no tenía dificultades para hacerlo cuando el mar estaba tranquilo, pero en una ocasión vino una fuerte ola que le cubrió la cara, justo cuando estaba inspirando, que le hizo hundirse otra vez. Jack volvió a sacarle del agua y a gritar, esta vez con todas sus fuerzas y en un tono angustiado: «¡Eh,
Surprise»
. La fragata no navegaba a gran velocidad, pero cada minuto que pasaba avanzaba cien yardas, y ya sus luces se veían borrosas en la niebla.

Un grito y otro y otro, todos tan altos que eran capaces de resucitar a los muertos. Pero cuando Jack vio la fragata tan borrosa como el planeta que contemplaba poco antes, se quedó en silencio, y entonces Stephen dijo:

Siento mucho que por culpa de mi torpeza corras un grave peligro.

Gracias —dijo Jack—, pero la situación no es muy grave. Dentro de media hora aproximadamente, Killick tendrá que entrar en la cabina y Mowett virará inmediatamente.

Pero ¿crees que nos verán con la niebla y sin luz de luna?

Les costará trabajo, pero es asombroso cómo uno puede distinguir algo que flota en el mar de noche, si lo está buscando. Pero para ayudarles voy a gritar a menudo, como si estuviera disparando un pequeño cañón. Aunque tuviéramos que permanecer aquí un día, no sufriríamos muchos daños, ¿sabes? El agua es caliente como la leche y las olas son pequeñas, así que si abres los brazos, sacas el vientre y echas la cabeza hacia atrás, hasta que el agua te cubra las orejas, podrás flotar fácilmente.

Los gritos, como disparos de pequeños cañones, se sucedieron uno tras otro durante mucho tiempo. Stephen podía flotar con facilidad, y ambos eran arrastrados por la corriente ecuatorial hacia el oeste o el noroeste. Jack pensó en la relatividad del movimiento, en la dificultad de medir la velocidad y la dirección de una corriente si el barco en que uno se encuentra está navegando y no puede anclar ni tomar como referencia ningún punto en tierra, y se preguntaba hacia dónde viraría Mowett cuando dieran la alarma. Si los datos de la navegación eran correctos y la velocidad se había medido con precisión y anotado bien, a Mowett no le sería difícil retroceder navegando de bolina o con el viento a unos quince grados por proa, si calculaba bien la dirección de la corriente y si el viento seguía soplando del sursureste. Entonces pensó que un grado de error en los cálculos realizados en una hora de navegación a una velocidad de cuatro nudos y medio suponían… En medio de sus cálculos se dio cuenta de que Stephen, tieso como una tabla flotando en el agua, estaba muy cansado.

Stephen —dijo, empujándole hacia arriba, pues tenía la cabeza tan inclinada hacia atrás que no podía oír bien—, date la vuelta y pon los brazos alrededor de mi cuello. Vamos a nadar un poco.

No hablaron mucho, aunque Stephen dijo que así era mucho más fácil permanecer allí, porque podía cambiar de posición de vez en cuando, y que llegaría a flotar como si eso fuera algo natural. Luego añadió:

Creo que voy a convertirme en un tritón. —Y poco después añadió—: Te estoy muy agradecido por ayudarme, Jack.

En una ocasión Jack se dio cuenta de que se había dormido unos instantes, y en otra ambos vieron que la superficie del agua se elevaba cerca de ellos y enseguida vieron aparecer allí una ballena. Gracias a su brillo pudieron ver que era enorme, de unos ochenta pies de largo. La ballena se quedó allí echando chorros de agua a intervalos regulares durante unos diez minutos (los dos veían los blancos chorros de agua, pero apenas oían el sonido que producían) y después de aspirar gran cantidad de aire, sumergió la cabeza, elevó la cola muy por encima de la superficie y desapareció silenciosamente.

Poco después la niebla empezó a disiparse. Enseguida aparecieron las estrellas, que brillaron débilmente al principio e intensamente después, y Jack comprendió con alivio que el amanecer estaba más próximo de lo que creía, aunque ya no tenía muchas esperanzas de que les rescataran. El rescate dependía de que Killick fuera a su cabina antes de acostarse, aunque no había ningún motivo para que lo hiciera, y, obviamente, no había ido, porque si no, Mowett habría virado mucho antes del final de la guardia de prima; la fragata habría retrocedido navegando a toda vela y con los botes a ambos lados a poca distancia para buscarles en una amplia zona. Si eso hubiera ocurrido, les habrían encontrado al principio de la guardia de media, que ya había terminado. Pero si Mowett no se enteraba de su ausencia hasta por la mañana, la
Surprise
yahabría avanzado mucho hacia el oeste y no podría llegar hasta allí antes del atardecer. Entonces habría más probabilidades de que el cálculo de la dirección de la corriente fuera incorrecto, y Jack no creía que pudiera resistir hasta mucho después del amanecer, y mucho menos hasta el final de la tarde. Aunque el mar les pareció caliente al principio, ahora los dos temblaban, tenían la piel empapada y tenían miedo de que aparecieran tiburones, y además Jack tenía mucho hambre. Ninguno había dicho nada desde hacía mucho tiempo, excepto cuando cambiaban de posición y cuando a ratos Jack llevaba a Stephen sobre sus hombros.

Jack tenía ahora muy pocas esperanzas, pero deseaba con ansias que se hiciera de día. El calor del sol podría devolverles las fuerzas y era posible que vieran alguna isla coralina. Aunque en las cartas marinas que representaban aquella zona las islas que aparecían estaban a trescientas o cuatrocientas millas, no había ninguna que tuviera muchos datos. Hogg le habló de algunas islas que sólo conocían los balleneros y los leñadores que cortaban sándalos y cuya posición se mantenía en secreto. Pero lo que realmente deseaba encontrar era un tronco flotando. Sabía que los troncos de palma eran casi indestructibles y durante los últimos días había visto varios arrastrados por la corriente, tal vez procedentes de la costa de Guatemala. Si encontraban uno podrían apoyarse en él y soportar todo el día, y tal vez más tiempo. Pensó mucho tiempo en encontrar un tronco de palma y darle estabilidad con una especie de batanga, como hacían en el sur del Pacífico. Aunque reflexionar sobre eso era inútil, era mejor que lamentarse, como estaba haciendo desde hacía varias horas. Se lamentaba de haber dejado a Sophie en medio de un montón de demandas legales, de no haber resuelto mejor sus asuntos, de tener que morir y dejar a sus seres queridos.

La Tierra giró, y junto con ella, el océano, de modo que las aguas en las que nadaban giraron hacia donde salía el Sol. Al oeste quedaron las últimas sombras de la noche y al este, por barlovento, aparecieron las primeras luces; y allí, muy cerca de ellos, había un barco en facha, un barco muy grande de dos mástiles y doble casco con una amplia plataforma que sobresalía alrededor y una caseta encima de ella. Tenía dos grandes velas de cuchillo, cada una con una larga cresta. Pero Jack no se percató de esos detalles hasta después de dar un grito con todas sus fuerzas, un grito que hizo que Stephen, que casi estaba en coma, se despertase.

Un típico barco del sur del Pacífico —dijo Jack antes de volver a gritar.

El barco era muy parecido a lo que el capitán Cook llamaba un
pahi.

¿Crees que nos recogerán?

¡Por supuesto! —respondió Jack.

En ese momento vio que una canoa con una batanga alrededor empezaba a alejarse del barco al mismo tiempo que se desplegaba en ella una vela triangular, y se acercaba a ellos a gran velocidad. Una joven estaba sentada en la popa y movía el timón; otra tenía un pie apoyado en cada uno de los botalones que unían el ligero casco a la batanga y se balanceaba con extraordinaria gracia con un arpón en la mano. Cuando la primera soltó la escota, haciendo que la canoa se detuviese a tres yardas del lugar donde ellos se encontraban, la segunda hizo ademán de lanzar el arpón, pero al ver que eran hombres, se quedó paralizada y frunció el entrecejo, y entonces la otra se echó a reír, mostrando sus blanquísimos dientes. Ambas eran muy hermosas, tenían la piel morena y las piernas largas y sólo llevaban una falda corta.

Jack admiraba a las mujeres de abundante pecho y suaves curvas, pero ahora le daba igual que parecieran viejos o babuinos, pues lo que le importaba era que les subieran a él y a Stephen a bordo de su barco. Levantó los brazos y, con voz ronca, suplicó ayuda, y Stephen hizo lo mismo, pero las jóvenes se rieron, cambiaron de orientación la vela y empezaron a alejarse por donde habían venido, navegando de bolina con rapidez y extraordinaria habilidad. Mientras se alejaban, reían y hacían movimientos indicando que la canoa con la batanga era demasiado frágil para llevar más peso, y que Jack y Stephen tendrían que ir nadando hasta el barco de dos mástiles. Al menos eso fue lo que Jack interpretó, y cuando ambos llegaron al barco de doble casco, que en ese momento viraba hacia donde estaban ellos, las dos jóvenes y varias más les ayudaron a subir a la cubierta de esterillas. Había a bordo un gran grupo de mujeres jóvenes y muchas otras mayores y más robustas, pero ese no era momento para dedicarse a la contemplación.

Gracias, gracias, señora —dijo Jack a la alegre joven que había llevado el timón, quien le había sujetado por la mano con fuerza, y trató de expresar su agradecimiento a las demás con la mirada.

Señoras, no tengo palabras para expresarles mi agradecimiento.

Entonces los dos, chorreando agua y temblando, se sentaron e inclinaron la cabeza hacia delante, apenas sin darse cuenta de la satisfacción que sentían. Todas las mujeres que les rodeaban hablaban mucho. Durante algún tiempo, dos o tres de las mayores les hablaron e hicieron preguntas, y algunas de las otras les tocaban de vez en cuando el pelo y la ropa, pero Jack casi no se percató de nada hasta que el sol subió un poco más y empezó a calentarle. En ese momento dejó de temblar y sintió mucha más sed y hambre, y volvió el rostro hacia las mujeres, que le miraban atentamente, pidiéndoles con gestos algo para beber y para comer. Las mujeres discutieron, y dos de las de mediana edad parecían negarse a dárselo, pero algunas jóvenes entraron en el espacio que había entre los dos cascos a estribor y trajeron de allí algunos cocos verdes, un montón de pescados desecados y dos cestas, una con papilla del fruto del árbol del pan y otra con plátanos secos.

La comida, la bebida y el calor del sol les devolvieron la vitalidad y la alegría. Miraron a su alrededor, sonrieron y volvieron a dar las gracias. La joven que tenía el arpón en la canoa y su alegre compañera parecían pensar que ellos eran de su propiedad. Una abrió los cocos y se los dio; la otra les dio los pescados desecados uno a uno. La joven que tenía el arpón, cuyo nombre parecía ser Taio, miró hacia las piernas de Jack, que tenía los pantalones remangados, y observó su piel, que estaba blanca, empapada y arrugada e hizo una mueca de disgusto; la otra, Manu, cogió un mechón de sus largos cabellos rubios, que ahora estaban sueltos y le caían sobre la espalda, le arrancó unos cuantos, les dio vueltas entre los dedos, los arrojó por la borda mientras sacudía la cabeza y luego se lavó cuidadosamente las manos.

Entonces la situación cambió repentinamente, como solía ocurrir en un barco de guerra, aunque no hubo ninguna señal, ningún pitido ni ninguna campanada que anunciara el cambio. Algunas de las tripulantes empezaron a lavarse cuidadosamente, primero, inclinadas hacia el agua, y luego se zambulleron y nadaron como delfines, y aunque estaban desnudas, no daban importancia a eso; otras quitaron las esterillas que cubrían la plataforma, las sacudieron por sotavento, las volvieron a colocar y a amarrar con la habilidad de buenos marineros y luego ajustaron las velas de cuchillo, que se habían aflojado con el calor del sol; otras trajeron cerditos, perros comestibles y aves en cestas, la mayoría de ellos del espacio que había entre los dos cascos a babor. Los reunieron en la cubierta y todos permanecieron inmóviles, como solían hacer los animales que viajaban en los barcos.

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