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Authors: Ángeles Goyanes

Tags: #Terror, Fantastico

La concubina del diablo (14 page)

»Las visitas sociales continuaban acudiendo a nuestra casa con la asiduidad de antaño para contemplar la cada vez más inigualablemente prodigiosa belleza de Chretien, aún deliciosamente infantil, de disfrutar con sus cariñosos y generosos besos, de deleitarse con la música que él mismo componía, de entrar con él en conversaciones políticas, o disquisiciones teológicas o filosóficas que dejaban mudos, boquiabiertos y rebajados a sus fascinados interlocutores. Era para ellos mucho más que un genio, era un ídolo adorado ante quien todos deseaban inclinar la rodilla. “¿Qué ocurrirá cuando sea un hombre?”, me preguntaba.

»Yo, en ocasiones, me quedaba extasiada contemplando el brillante e hipócrita espectáculo que ofrecía.

»—¡Te comportas como una imbécil ante nuestros invitados! ¡Les resultaría más ameno conversar con una marioneta antes que contigo! ¿Quieres estropearlo todo? —me amonestaba a menudo, tras las visitas. Y sus ojos ardían adueñados por una furia diabólica que atenazaba mis músculos.

»Me hundí en la más absoluta aflicción. Me abandoné a ella. Me encerraba en mi alcoba la mayor parte del día; a rezar, a meditar, a llorar. De tanto en tanto, Chretien irrumpía en ella exigiendo imperiosamente mi presencia ante alguna visita imprevista. Entonces, me arreglaba y bajaba corriendo, porque el no hacerlo hubiese podido ser considerado suicidio. No me atrevía a abandonar la casa; si aún se me permitía vivir era porque la adornaba, porque la completaba y, también, dirigía.

»Y mi esperanza de volver a ver a Shallem estaba casi muerta. Pensé que me había repudiado por alumbrar al hijo de Eonar. Pensé que éste jamás le liberaría mientras su hijo existiese. Pensé que habría dejado de quererme y alguna otra ocuparía ahora su dulce corazón.

»Pero me equivoqué.

VII

»Estaba en el lago de nuestra propiedad. Pensaba en él, en mi ángel, mientras sentía los delicados picos de los cisnes comiendo de mi mano. De repente, dejaron de hacerlo. Sus esbeltos cuellos se alzaron al unísono para contemplar, regocijados, la desnuda figura cuya belleza competía con la de ellos. Me quedé paralizada, inmóvil. Mis labios quedaron congelados en una muda exclamación de inconmensurable alegría. Sentí un nudo en la garganta y un estremecimiento erizando el vello de todo mi cuerpo. Apreté la mano fuertemente contra mi boca, y las lágrimas estallaron, furiosas e incontenibles. Quería tocarle, comprobar que estaba allí, fundirme en sus brazos, pero no podía moverme, sólo contemplar sus ojos, su sonrisa. Todo el horror había finalizado. Él estaba allí.

»Se agachó a mi lado y asió mi rígida cabeza entre sus manos. Me abracé a él y derramé mis lágrimas sobre la blanca carne de sus hombros. Le besé, le devoré, con mis manos, con mis ojos.

»—Mala —me susurró tiernamente—. Pensabas que me había olvidado de ti.

»—No —sollocé, a punto de morir de felicidad—. Sólo lo temí.

»Luego caí extasiada ante la visión de sus ojos inmersos en los míos.

»—Estás desnudo —observé, mientras derretía mis labios en sus mejillas.

»—Claro —me contestó—. Acabo de llegar.

»—Pero ¿cómo? ¿Por qué has tardado tanto? —le pregunté sin dejar de besarle.

»—Eres tú quien ha tardado, mi amor —me contestó, enredando sus suaves dedos entre mi cabello—. Yo acabo de escapar de la pirámide. ¿Recuerdas?

»Estaba confusa, pero demasiado feliz para preocuparme por ningún extraño enigma. Estaba allí, y en aquel instante no importaba nada más. Me besó repetidas veces, estrujándome apasionadamente contra sí.

»—Ni un solo día he dejado de llorar por aquel momento, ángel mío. —le respondí—. Lo recuerdo como si fuera ayer.

»—Para mí ha ocurrido hace sólo una fracción de segundo. ¿Comprendes? Tuve que escapar en el tiempo. Ellos, los espíritus, no lo pueden hacer. Acabo de salir de la pirámide y he venido directamente hasta ti, atraído por tu alma.

»Le miré atónita, asombrada.

»—Entonces. . .—murmuré—, todo este tiempo…, no ha existido para ti… Yo pensé… Él me dio a entender que te había capturado. ¡Creí que estabas en su poder!

»—Lo sé, lo sé, cariño —susurró, acunándome en sus brazos.

»—¡Siete años! —exclamé—. ¡Me dejaste a su merced durante siete años! ¿Por qué? ¿Por qué no unos días o unas horas? ¿Sabes lo que ha sido de mi vida? ¿Sabes lo que él me hizo?

»Desvió la mirada y apretó los labios. Sentí que mis palabras le habían herido profundamente. Pero me sentía furiosa y traicionada y me limité a mirarle casi con dureza, exigiendo una respuesta.

»—¿Cómo podría explicarte esto? —se lamentó—. ¿Cómo hacerme perdonar lo que has sufrido por mi culpa, por mi error?

»Durante unos segundos abandonó su vista sobre el lago. Me di cuenta de que los cisnes no sólo no se habían dispersado, sino que le contemplaban muy quietos desde la orilla, como un atento auditorio. El lago se reflejaba en sus inquietas pupilas verdeazuladas.

»—Cuando tú buscas un lugar concreto, la cumbre de una montaña, un barco en el mar, es tu vista quien te conduce hasta él —me explicó—. Lo mismo me ocurre a mí, porque yo también poseo ese sentido. Pero, cuando busco un alma entre los millones existentes, es otro sentido el que me guía. Es indiferente que la busque alrededor de la Tierra o a través del tiempo. Lo hago siempre con el mismo sentido, porque ella tiene algo que me atrae hacia sí, algo que impresiona mi sentido, como la luz impresiona tu retina. Pero esa cualidad de tu alma que me permite ser atraído por ella, esa luz que hace que me sea posible distinguirla entre millones, había sido encubierta. Era como si hubiese sido disfrazada toda ella con ropas que la ocultasen a mi visión sobrenatural. Si he conseguido llegar aquí, a este preciso momento, ha sido porque él la ha desnudado. Si no lo hubiese hecho hasta dentro de veinte años, no te hubiera encontrado hasta entonces, aunque para mí no hubiese transcurrido un instante más. ¿Entiendes? Eras como uno entre diez mil barcos navegando en la niebla. Yo salí a buscarte, ignorando que la niebla me impediría encontrarte donde esperaba. Fui un estúpido confiado. Nunca imaginé que él emplearía semejantes trucos. ¿Lo ves? Si no hubiese empleado otra visión que la de un mortal te hubiese encontrado tan solo unas horas después. ¡Has sufrido tanto por mi culpa!

»—No te atormentes, vida mía —le supliqué, besándole y maldiciéndome por el tono en que le había hablado—. Ya nada me importa sino estar junto a ti. Todo eso ha pasado. No me afecta más que una horrible pesadilla. Que nada vuelva a separarnos jamás, eso es lo único que deseo. Pero ¿por qué crees que lo hizo? ¿Por qué te permitió encontrarme?

»—Mi hermano… —dijo sonriendo, y desvió la vista hacia el lago, endulzándola como ante una visión deliciosa—. El es mi ángel protector.

»—¿Ah, sí? ¿También los ángeles tienen…, tenéis ángel de la guarda? —bromeé.

»—Sólo nosotros dos. Nos tenemos el uno al otro —me respondió, y vi que sus ojos se habían iluminado con un tierno resplandor.

»—Le quieres mucho, ¿verdad? —le dije—. Debe ser casi tan maravilloso como tú. ¿Podré conocerle?

»—Sí. Os encantaréis.

»—Pero ¿por qué te refieres a él como tu hermano?, como si fuese tu único hermano, quiero decir. Tú tienes muchos hermanos, ¿no?

»—Sí, pero… Él es mucho más que eso. Lo siento, no disponéis de una palabra más exacta para expresarlo, no podrías comprenderlo. Somos como… dos partes de una misma esencia.

»—¿Cómo gemelos? ¿Puede haber otro igual a ti en el mundo? —le pregunté asombrada.

»—Es algo más complicado —se rió, y me miró con esa especie de tierna conmiseración con la que contemplamos a un niño curioso que intenta abarcar conocimientos por encima de su escasa capacidad. Una expresión que tantas veces, a lo largo de los siglos, habría de perdonarle.

»Me abracé a él compulsivamente. Y entonces fue cuando descubrí la asombrada mirada de Chretien clavada en nosotros. Se había detenido a unos diez metros y observaba la desnuda belleza de Shallem con los ojos abiertos como platos.

»Shallem se dio la vuelta y le miró durante unos segundos. Después, poniéndose en pie, exhibió frente a él, ostentosa y deliberadamente, su majestuosidad. Chretien parecía una criatura frágil e indefensa cuando se aproximó a él, alzando su atónita mirada cada vez más y más hacia la imponente figura de Shallem. Fijó su vista en la amplitud de su pecho, en la perfecta musculatura que brotaba delicadamente bajo su piel. Shallem le miraba altivamente, con manifiesta arrogancia, mientras el sol arrancaba a sus cabellos hermosos destellos caoba. Mi hijo lo contemplaba con un respeto y admiración elocuentes. Estaba fascinado, maravillado.

»—Tú eres uno de ellos —musitó—. Seguro. —Y, tras una pausa, añadió tímidamente—: Mi padre dice que sois todos idiotas.

»Shallem avanzó un paso hacia él y Chretien retrocedió de inmediato. Nunca antes le había visto respetuoso, y mucho menos asustado.

»—Has mentido, Chretien —le amonestó Shallem en un tono severo y obligándole nuevamente a retroceder frente a su avance—. No es eso lo que tu padre te dijo. “Guárdate de ellos porque nunca tendrás sus poderes”, eso fue lo que te dijo, ¿no es cierto? Y, ¿sabes por qué razón nunca los tendrás? Porque él fue demasiado cobarde para transmitírtelos.

»—¡Déjame! —gritó Chretien—. ¡Vete!

»Corría en círculo alrededor de Shallem, como si hubiese algo que le impidiera alejarse definitivamente. Estaba asustado. Más. Verdaderamente aterrado.

»Súbitamente, con un gesto sobrenatural. Shallem se lanzó sobre él y Chretien se encontró alzado por sus brazos sin haber tenido la menor oportunidad de escapar. Mi corazón palpitaba excitado mientras escuchaba con indiferencia, no, con alegría, sus chillones gritos de auténtico pánico.

»Vi que le llevaba hacia el lago y pensé que se disponía a lanzarlo al agua. Pero mi rostro debió cambiar de color cuando observé que no se detenía en la orilla, sino que, como Jesucristo, continuaba caminando sobre las aguas sin que apenas se marcasen sus pasos sobre la débil superficie. Los cisnes, que le habían seguido con la mirada, se acercaron lentamente hacia ellos, dibujando un suave surco tras de sí.

»Shallem se había detenido a unos diez o quince metros de la orilla y le estaba diciendo algo al niño. Agucé mis oídos intentando captar sus palabras, pero hablaba en susurros y no pude oír nada. Después, girándose para mirarme, lo alzó sobre las palmas de sus manos con los brazos extendidos y lo arrojó al agua. El cuerpo de Chretien produjo un instantáneo socavón en el agua en el cual se perdió durante unos segundos. Cuando salió, tosiendo y con el congestionado rostro cubierto por sus rubios cabellos, Shallem estaba agachado acariciando el suave plumaje de los cisnes.

»—¡Shallem! —le llamé, maravillada ante la naturalidad con que ejecutaba el milagro—. ¡Shallem, ven!

»Alzó la cabeza para mirarme, e, inmediatamente, se levantó y se encaminó a mi encuentro.

—¡Shallem! —le llamó Chretien.

»Y Shallem se detuvo y, tras darse la vuelta, agachó la cabeza para mirar el fascinado semblante de Chretien, que contemplaba anonadado el contacto de sus pies sobre la superficie del agua.

»—¿Cómo se hace? —le preguntó.

»Shallem sonrió y le tendió la mano, y Chretien dudo antes de extender la suya. Pero lo hizo. Y, maravillado, riendo y mirando a Shallem como a un dios recién descubierto, mi hijo caminó sobre las aguas cogido de su mano. ¡Qué dulce niño inocente era en aquellos momentos! Shallem le miraba y le sonreía.

»—¿Puedo yo solo, Shallem? —le preguntó, cándido y emocionado.

»—No —le contestó—. Te hundirás si te suelto.

»—¿Seguro?

»—¿Quieres comprobarlo?

»Chretien se detuvo y miró hacia sus pies, comprobando que estaban firmemente asentados en el agua.

»—¡Seguro que puedo! —exclamó con arrogancia. Y Shallem le soltó la mano e, inmediatamente, volvió a hundirse en el agua.

»Pero reía cuando salió del lago. Hacía años que no le veía tan ingenuamente infantil. Viéndolos juntos, mirándose francamente a los ojos sin dejar de sonreír, me pregunté sí ahora todo cambiaría, si bajo el influjo de Shallem volvería a ser la criatura encantadora que un día había sido, si podría Shallem liberarle de su maldad.

»Era tan feliz que apenas podía creer que le hubiese recuperado. Me convertí en una lapa adherida a su piel, lo cual, por suerte, parecía encantarle. Pasábamos juntos todas las horas del día y la noche en perpetua pasión.

»Le expliqué todas las cosas que me habían ocurrido, tan solo por desahogarme, pues él las había visto en mi alma mejor de lo que mis labios nunca pudiesen describirlas. Y, a menudo, le repetía lo mucho que le había echado de menos, las infructuosas oraciones que le había dirigido a él, a Dios, a la Virgen, y a todos los ángeles del Cielo, con el mero propósito de sentir sus besos redoblándose sobre mi piel y sus susurrantes caricias sonoras estremeciéndome de placer.

»Chretien había quedado fascinado con Shallem desde el primer instante en que le vio. Estaba entusiasmado con su presencia en nuestra casa. “¿Te quedarás conmigo, verdad?”, le preguntaba una y otra vez. Se había convertido en una auténtica obsesión para él. Parecía seducido por él, enamorado de él.

»Escuchábamos sus sigilosos pasos de espía tras nosotros cada vez que paseábamos por el jardín. Le perseguía a hurtadillas a donde quiera que fuese. Le observaba de reojo durante las comidas, imitando, mudo de admiración, hasta sus gestos más insignificantes; su forma de coger la copa, de retirarse el cabello del rostro, el modo en que partía el pan o en que cruzaba las piernas. Ansiaba su presencia, su compañía.

»Chretien abandonó sus negocios al ver que eran algo que no podía compartir con Shallem, que a éste no le interesaban lo más mínimo, que entraban dentro de lo que él denominaba, despectivamente, “asuntos humanos”. Ambos, mi hijo y yo, pronto tuvimos ocasión de comprobar el alcance de la aversión que Shallem sentía por los humanos. Era una abominación extrema que le conducía de continuo al menosprecio y la ofensa, sin hacer distinciones entre servidumbre y nobleza. Y a Chretien esta actitud, que él era el primero en pagar, le parecía fascinante. Había encontrado a alguien por encima de lo humano y lo divino. Un maestro de lo sobrenatural. Una criatura ideal a cuya perfección aspiraba. Alguien, por fin, a mayor altura que él.

»Sin embargo, Shallem le esquivaba de continuo. Le toleraba, pero no le mostraba el menor afecto. “Hermosa flor envenenada”, le llamaba, rechazando constantemente su compañía.

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