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Authors: Bruce Sterling

Tags: #policiaco, #Histórico

La caza de Hackers. Ley y desorden en la frontera electrónica (5 page)

Aunque el propio Bell era un ferviente sufragista, la compañía telefónica no dio empleo a mujeres para conseguir la liberación femenina. AT&T hizo esto por importantes razones comerciales. Los primeros operadores telefónicos del sistema Bell no fueron mujeres, sino adolescentes americanos. Eran chicos encargados de transmitir mensajes en el telégrafo —un grupo a punto de volverse técnicamente obsoleto—, que hacían la limpieza de la oficina telefónica, iban a reclamar los pagos no abonados por los clientes y hacían conexiones telefónicas en la centralita, todo por poco dinero.

Durante el primer año de funcionamiento, 1878, la compañía de Bell aprendió una dura lección sobre combinar jovenzuelos con centralitas telefónicas. Poner a adolescentes a cargo del sistema telefónico llevo a un rápido y constante desastre. El ingeniero jefe de Bell les describió como
Indios Salvajes
.

Los chicos eran muy groseros con los clientes. contestaban mal, con descaro, haciendo observaciones impertinentes... Los granujas decidieron tomarse libre el Día de San Patricio sin permiso. Y lo peor de todo, gastaban hábiles bromas con los cables de la centralita: desconectaban llamadas, cruzaban líneas, de forma que los clientes se encontraban hablando con extraños...

Esta combinación de poder, habilidades técnicas y total anonimato, parece que actuó como un fuerte estimulante entre los adolescentes. Pero el fenómeno de
chicos locos de los cables
no se limitó a los Estados Unidos; desde el principio, ocurrió lo mismo en el sistema telefónico británico. Alguien comentó la situación así:

«Sin duda, estos chicos no consideraron este trabajo como algo pesado y fastidioso. También es muy probable que bajo las primeras condiciones de trabajo, el espíritu aventurero e inquisitivo que posee cualquier chico sano a esa edad, no siempre fuera propicio para conceder la máxima atención a los deseos de los clientes».

Así, los chicos fueron apartados del sistema —o al menos, privados del control de la centralita—. Pero el
espíritu aventurero e inquisitivo
de los adolescentes, volvería a aparecer en el mundo de la telefonía una y otra vez.

El cuarto estadio en el ciclo de vida de un invento, es la muerte: «el Perro», tecnología obsoleta. El teléfono ha evitado hasta ahora este destino. Al contrario, se desarrolla, todavía en expansión, evolucionando y a una velocidad cada vez mayor.

El teléfono, ha alcanzado el poco común estadio elevado de un aparato tecnológico: ha llegado a ser un
objeto doméstico
. El teléfono, al igual que el reloj, el bolígrafo y el papel, los utensilios de cocina y el agua corriente, se ha convertido en un aparato que sólo es visible en su ausencia. El teléfono es tecnológicamente transparente. El sistema global telefónico es la mayor y más compleja máquina del mundo y aún así, es fácil de utilizar. Más aún, el teléfono es casi del todo, físicamente seguro para el usuario.

Para el ciudadano medio de 1870, el teléfono era más extraño, más sorprendente, más cercano a la
alta tecnología
y más difícil de comprender que los más extraños aparatos de computación avanzada lo son para nosotros. —Americanos de los años 90—. Al intentar comprender qué está ocurriendo hoy día, con nuestras BBS, llamadas internacionales directas, transmisiones por fibra óptica, virus informáticos,
hackers
y un intenso enredo de nuevas leyes y nuevos crímenes, es importante darse cuenta, de que nuestra sociedad se ha enfrentado a un desafío similar ya antes —y eso, con seguridad, lo hicimos bastante bien.

El teléfono de feria de Bell parecía extraño al principio. Pero la sensación de extrañeza se desvaneció rápidamente una vez que la gente empezó a oír las familiares voces de parientes y amigos, en sus propias casas, desde sus propios teléfonos. El teléfono pasó de ser un aterrador tótem de alta tecnología, a ser un pilar cotidiano de la comunidad humana.

Esto también ha ocurrido y sigue ocurriendo, con la redes de ordenadores. Las redes como NSFnet, BITnet, USENET o JANET son técnicamente avanzadas, amedrentadoras y mucho más difíciles de usar que los teléfonos. Incluso las redes populares y comerciales, como Genie, Prodigy y Compuserve, causan muchos quebraderos de cabeza y han sido descritas como
odiausuarios
. De todas maneras, también están cambiando y pasando de ser complicados elementos de alta tecnología a ser fuentes diarias de la comunidad humana.

Las palabras
comunidad
y
comunicación
tienen la misma raíz. Donde quiera que instales una red de comunicaciones, crearás a la vez una comunidad. Y si haces desaparecer esa red, lo hagas como lo hagas —confiscándola, declarándola ilegal, destruyéndola, elevando su coste por encima de lo permisible— estás hiriendo a esa comunidad.

Las comunidades lucharán para defenderse. La gente luchará más dura y crudamente para defender sus comunidades, que para defenderse a sí mismos como individuos. Y esta es la realidad de la
comunidad electrónica
que se creó gracias a las redes de ordenadores en los años 80 —o más bien, las
diversas
comunidades electrónicas en telefonía, seguridad del Estado, computación y en el
underground
digital, que hacia el año 1990, estaban registrando, uniéndose, arrestando, demandando, encarcelando, multando y proclamando encendidos manifiestos.

Ninguno de los sucesos de 1990 era completamente nuevo. No ocurrió nada en 1990, que no hubiera tenido de una forma u otra un precedente más comprensible. Lo que dio a
La Caza de Hackers
su nuevo sentido de gravedad e importancia era el sentimiento —el sentimiento de una
comunidad
— de que el juego político había aumentado su importancia; aquel problema en el
ciberespacio
ya no era una simple travesura o una pelea sin conclusiones claras, sino una lucha genuina por cuestiones genuinas, una lucha por la supervivencia de la comunidad y por el futuro.

Estas comunidades electrónicas, habiendo florecido durante los años 80, estaban creando una conciencia de sí mismas y era conscientes a su vez de la existencia de otras comunidades rivales.

Estaban apareciendo temores por todos lados, mezclados con quejas, rumores y preocupadas especulaciones. Pero hacía falta un catalizador, un choque, para hacer evidente el nuevo mundo. Al igual que para Bell, fue una catástrofe lo que dio publicidad a su invento, —el Accidente del Tren de Tarrifville de enero de 1878— también se trataría esta vez de una catástrofe.

Fue la
caída del sistema
de AT&T del 15 de enero de 1990. Después del
fallo
, la herida e inquieta comunidad telefónica surgiría luchando con dureza.

La comunidad de técnicos de telefonía, ingenieros, operarios e investigadores es la comunidad más antigua del
ciberespacio
. Son los veteranos, el grupo más desarrollado, el más rico, el más respetable, de muchas maneras el más poderoso. Generaciones enteras han aparecido y desaparecido desde los días de Alexander Graham Bell, pero la comunidad que fundó sobrevive; hay gente que trabaja en el sistema telefónico cuyos abuelos trabajaron también para el sistema telefónico. Sus revistas especializadas, como ‘Telephony’, ‘AT&T Technical Journal’, ‘Telephone Engineer and Management’, llevan décadas publicándose; hacen que publicaciones informáticas como ‘Macworld’ y ‘PC Week’ parezcan aficionados recién llegados.

Y las compañías telefónicas tampoco están en las últimas filas de la alta tecnología. Los investigadores industriales de otras compañías, pueden haberse hecho con nuevos mercados; pero los investigadores de los Bell Labs han ganado
siete Premios Nobel
. Un potente dispositivo que fue creado en los Bell Labs, el transistor, ha creado
grupos
enteros de industrias. Los Bell Labs son famosos en el mundo entero por crear
una patente al día
, y han hecho descubrimientos de vital importancia incluso en astronomía, física y cosmología.

A través de sus setenta años de historia,
Mamá Bell
, más que una compañía, ha sido un estilo de vida.

Hasta el cataclismo del desmantelamiento de los años 80,
Mamá Bell
fue quizás la mega-empleadora maternalista definitiva. La imagen corporativa de AT&T era la del
amable gigante
,
la voz con una sonrisa
, un vago mundo de socialismo real de técnicos de tendido telefónico, cuidadosamente afeitados y con cascos brillantes y de sosas chicas guapas, con auriculares y medias de nylon. Los empleados de Bell eran famosos por pertenecer a organizaciones benéficas como Kiwanis o por ser miembros del Rotary, por ser entusiastas de la Little League, —la liga de béisbol infantil—, o por pertenecer a los consejos escolares.

Durante el largo apogeo de
Mamá Bell
, los cuerpos de empleados de Bell eran educados de arriba abajo, en una ética corporativa de servicio público. Bell ganaba dinero, pero Bell no se fundamentaba
en
el dinero; Bell utilizaba relaciones públicas, pero nunca el simple mercadeo. La gente entraba en Bell buscando una buena vida y tenían una buena vida. Pero no era simplemente el dinero, lo que llevaba a la gente de Bell a lanzarse en mitad de tormentas y terremotos, a luchar con postes telefónicos derribados, meterse en registros inundados, o soportar turnos de noche con los ojos enrojecidos, arreglando centralitas colapsadas. La ética de Bell era la equivalente eléctrica de la del cartero: ni la lluvia, ni la nieve, ni la oscuridad de la noche, detendrá al correo.

Es fácil ser cínico en este tema, al igual que es fácil ser cínico al hablar de cualquier sistema político y social; pero el cinismo no cambia el hecho de que miles de personas se tomaran muy en serio estos ideales. Y alguno aún lo hacen.

La ética de Bell era la de ser un servicio público; y esto era gratificante, pero también tenía que ver con poder
privado
y esto también era gratificante. Como corporación, Bell era muy especial. Bell era una privilegiada. Bell se había arrimado al Estado. De hecho, Bell estaba tan cerca del gobierno como podía estarlo en América, ganando mucho dinero legítimamente.

Pero a diferencia de otras compañías, Bell estaba por encima y más allá de la vulgar lucha comercial. A través de sus compañías operadoras regionales, Bell era omnipresente, local y cercana en toda América; pero las torres centrales de marfil de su corazón corporativo, eran las más altas y las que tenían un color marfil más fuerte.

Por supuesto, había otras compañías telefónicas en América; las llamadas independientes. Cooperativas rurales en su mayoría; pequeños alevines; la mayoría de las veces eran toleradas, aunque algunas veces se luchaba contra ellas. Durante muchas décadas, las compañías telefónicas
independientes
de América, vivieron con miedo y odio bajo el monopolio oficial de Bell, —o el
Pulpo Bell
, nombre que le daban a
Mamá Bell
sus enemigos del siglo XIX, al describirla en airados manifiestos en los periódicos.

Unos pocos de estos empresarios independientes, que legalmente estaban equivocados, lucharon tan duramente contra
el Pulpo
, que sus redes telefónicas ilegales fueron arrojadas a la calle por agentes de Bell y quemadas públicamente.

La pura dulzura técnica de Bell dio a sus operadores, inventores e ingenieros una profunda y satisfactoria sensación de poder y maestría. Habían dedicado sus vidas, a mejorar esta vasta máquina extendida por toda la nación; durante años, durante lo que duran vidas humanas enteras, la habían visto mejorar y crecer. Era como un gran templo tecnológico. Eran una
élite
y lo sabían —incluso si los otros no lo sabían; de hecho, se sentían aún más poderosos
porque
los otros no lo comprendían.

La gran atracción de esta sensación de poder técnico de
élite
, nunca debería ser desestimada. El
poder técnico
no es para todos; para mucha gente no tiene el más mínimo encanto, pero para otros, se convierte en la base de sus vidas. Para unos pocos es irresistible, obsesivo; se convierte en algo cercano a una adicción. La gente —especialmente adolescentes inteligentes, cuyas vidas serían en otro caso anodinas y no tendrían ningún poder— ama esta sensación de poder secreto, y están dispuestos a hacer todo tipo de cosas sorprendentes para conseguirlo. El
poder
técnico de la electrónica, ha motivado muchos actos extraños que están detallados en este libro; los cuales, de otra manera, serían inexplicables.

Así, Bell tenía poder más allá del simple capitalismo. La ética de servicio de Bell funcionaba y era con frecuencia publicitada, de una forma algo descafeinada y dulzona. Después de décadas, la gente lentamente empezó a cansarse y entonces dejaron de ser pacientes con ella. A primeros de los años 80,
Mamá Bell
tuvo que enfrentarse a la situación de tener apenas verdaderos amigos en el mundo. El socialismo industrial de Vail, se había convertido irremediablemente en algo políticamente pasado de moda. Bell sería castigada por ello. Y ese castigo caería severamente sobre la comunidad telefónica.

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