Read La caza de Hackers. Ley y desorden en la frontera electrónica Online
Authors: Bruce Sterling
Tags: #policiaco, #Histórico
Cuando descolgabas un teléfono, no estabas recibiendo la fría salida de una máquina: estabas hablando a otro ser humano. Una vez que la gente se dio cuenta de esto, su instintivo temor al teléfono como un extraño y artificial dispositivo, se desvaneció de repente. Una
llamada de teléfono
no era una
llamada
del
teléfono
mismo, sino una llamada de otro ser humano, alguien a quien generalmente conocerías y reconocerías. El punto clave no era lo que la máquina pudiera hacer por ti —o a ti—, sino lo que tú solo, una persona y un ciudadano, podía hacer
a través
de la máquina. El que la joven Bell Company tomara esta decisión era absolutamente vital.
La primera red telefónica fue creada en Boston. Mayoritariamente creada entre gente interesada en la tecnología y gente con buena situación económica, —casi el mismo segmento de población que en América, cien años después, compraría ordenadores personales—. Los bien situados partidarios del telégrafo siguieron con sus burlas.
Pero en enero de 1878 un desastre hizo famoso al teléfono. Un tren tuvo un accidente en Tarrifville, Connecticut. Un nutrido grupo de médicos con amplitud de miras de la cercana ciudad de Hartford, tenían instalado el
teléfono parlante
de Bell. Un farmacéutico pudo telefonear a toda una comunidad de médicos de la localidad, que corrieron al lugar del accidente para ayudar. El desastre, como suele ocurrir, tuvo una gran cobertura en la prensa. El teléfono había demostrado su utilidad en el mundo real.
Después de lo de Tarrifville, la red telefónica se extendió a gran velocidad. Hacia 1890, cubría toda Nueva Inglaterra. Hacia 1893 se completaba la red de Chicago. Hacia 1897, cubría Minnesota, Nebraska y Texas. Hacia 1904 se extendía por todo el continente.
El teléfono se había convertido en un invento maduro. El profesor Bell, —ahora generalmente conocido como «el Doctor Bell», aunque no poseía ningún título— se hizo muy rico. Perdió interés por el tedioso día a día de los negocios relacionados con la creciente red telefónica y volvió su atención a trastear en sus laboratorios, que ahora eran mucho más grandes y estaban mejor ventilados y equipados. Bell nunca más tendría otro gran éxito como inventor, aunque sus estudios y prototipos anticiparon la transmisión por fibra óptica, el piloto automático, el sonar, los buques hidrofoil, la construcción tetraédrica y la educación Montessori. El decibelio, la unidad estándar de medición de la intensidad de un sonido, fue denominada así en honor a Bell.
No todas las especulaciones y «prototipos imaginarios» de Bell tuvieron una gran inspiración. Le fascinaba la eugenesia. Y empleó muchos años desarrollando un extraño sistema astrofísico en el que la gravedad no existía.
Bell era un excéntrico de manual. Era en cierta forma un hipocondríaco y a lo largo de toda su vida tuvo por costumbre, no irse a dormir hasta las cuatro de la mañana y no levantarse hasta el mediodía.
Pero había logrado una gran hazaña; era el ídolo de millones de personas, y su influencia, su fortuna y su encanto personal, combinados con su excentricidad, le convirtieron en una figura super-popular. Bell dirigía un próspero salón de tertulias científicas, en su mansión de invierno en Washington D.C., lo que le dio una considerable influencia entre bastidores en círculos científicos y gubernamentales. Era uno de los principales patrocinadores de las revistas ‘Science’ y ‘National Geographic’, que aún hoy, son importantes instrumentos del
establishment
científico americano.
El compañero de Bell, Thomas Watson, con una fortuna similar y unas peculiaridades similares, se convirtió en un ferviente discípulo de un escritor de ciencia-ficción y aspirante a reformador social del siglo XIX, Edward Bellamy. Watson también pisó los escenarios brevemente como actor de obras de Shakespeare.
Nunca más habría otro Alexander Graham Bell, pero en los siguientes años habría un sorprendente número de personas como él. Bell era el prototipo de empresario dedicado a la alta tecnología. Los empresarios dedicados a la alta tecnología jugarán un papel muy importante en este libro: no meramente como técnicos y hombres de negocios, sino también como pioneros de la frontera electrónica, que pueden arrojar a la arena política y social, el poder y el prestigio que obtienen de la alta tecnología.
Como los empresarios que aparecerían tiempo después, Bell era un feroz defensor de su territorio tecnológico. A medida que el teléfono empezó a prosperar, Bell se vio rápidamente metido en duras causas en defensa de sus patentes. No obstante, los abogados de Bell en Boston eran excelentes y el mismo Bell, como profesor de oratoria y orador público bien capacitado, era devastadoramente eficaz testigo legal. En los dieciocho años que duraron las patentes de Bell, la Bell Company se enfrentó a seiscientas causas. Los sumarios impresos ocuparon 149 volúmenes. La Bell Company ganó todas y cada una de las causas.
Después de que las patentes exclusivas de Bell expiraran, empezaron a expandirse compañías telefónicas rivales por toda América. La compañía de Bell, American Bell Telephone, pronto tuvo problemas. En 1907, American Bell Telephone cayó en poder del siniestro cártel financiero J.P. Morgan,
tiburones
especuladores que dominaban Wall Street.
En este momento, la Historia podría haber tomado un rumbo diferente. Los americanos podrían haber sido usuarios para siempre, de un gran entramado de compañías telefónicas locales. Muchos políticos y hombres de negocios consideraron esto como una solución excelente.
Pero la nueva dueña de Bell, American Telephone and Telegraph o AT&T, puso al frente de aquélla a un nuevo hombre, un visionario industrial llamado Theodore Vail. Vail, un antiguo funcionario de Correos, era capaz de comprender el funcionamiento de una gran organización y tenía un sentido innato para comprender la naturaleza de la comunicación a gran escala. Vail se ocupó rápidamente de que AT&T se hiciera con la tecnología punta de nuevo. El tipo de cable conocido como «loading coil» de Pupin y Campbell y el «audion» de deForest, son tecnologías que han desaparecido hoy en día, pero en 1913 dieron a la compañía de Vail las mejores líneas de
larga distancia
que jamás se hubieran construido. Con el control de la larga distancia —los enlaces entre y a través de las más pequeñas compañías locales— AT&T llevó rápidamente la voz cantante y empezó a devorarlas a diestro y siniestro.
Vail, reinvirtió los beneficios en investigación y desarrollo, comenzando con la tradición de Bell, de la brillante investigación industrial a gran escala.
Técnica y financieramente, AT&T gradualmente aplastó a la competencia. Las compañías telefónicas independientes nunca desaparecieron del todo y hoy en día cientos de ellas siguen funcionando. Pero la AT&T de Vail se convirtió en la compañía de comunicaciones suprema. En determinado momento, la AT&T de Vail compró la propia Western Union, la misma compañía que había despreciado el teléfono de Bell considerándolo un
juguete
. Vail reformó a fondo los anticuados negocios de la Western Union según sus modernos principios; pero cuando el gobierno federal empezó a inquietarse ante esta centralización de poder, Vail devolvió la Western Union cortésmente.
Este proceso de centralización no era único. Hechos similares habían ocurrido en América en los sectores del acero, el petróleo y los ferrocarriles. Pero AT&T, a diferencia del resto de compañías, iba a mantenerse líder. Los
tiburones
monopolizadores de esas otras industrias fueron humillados y hechos pedazos por la cacería anti-monopolio emprendida por el gobierno.
Vail, el antiguo funcionario de Correos, estaba dispuesto a satisfacer al gobierno de Estados Unidos; de hecho, forjaría una activa alianza con él. AT&T se convertiría, en casi un ala del gobierno americano, casi como si fuera otro Servicio de Correos —pero no tanto—. AT&T se sometería voluntariamente a la regulación federal, pero a cambio, tomaría las regulaciones del gobierno como su política de empresa, haciendo imposible la competencia, asegurando así los beneficios y la preeminencia del sistema de Bell.
Este fue el segundo nacimiento —el nacimiento político— del sistema telefónico americano. El plan de Vail iba a seguir funcionando, con un éxito total, durante muchas décadas, hasta 1982. Su sistema era una extraña forma de socialismo industrial americano. Nació casi a la vez que el Leninismo. Duró casi lo mismo. Y hay que admitirlo, con unos efectos muy superiores.
El sistema de Vail funcionaba. Exceptuando quizás la tecnología aerospacial, no ha habido ninguna otra tecnología mejor dominada por los americanos, que el teléfono. El teléfono era visto desde el principio, como una tecnología esencialmente americana. La política de empresa de Bell y la política de Theodore Vail, era una política profundamente democrática de
acceso universal
. El famoso eslogan corporativo de Vail, «Una Política, Un Sistema, Servicio Universal», era un eslogan político, con un toque muy americano.
El teléfono americano no iba a convertirse es una herramienta especializada del gobierno o del mundo empresarial, sino en un bien de utilidad pública. Al principio, es verdad, sólo los ricos podían permitirse tener teléfonos privados y la compañía de Bell intentó primero conquistar el mercado de los negocios.
El sistema telefónico americano era una inversión de capital, destinada a ganar dinero; no se trataba de caridad. Pero desde el principio, casi todas las comunidades con servicio telefónico tenían teléfonos públicos. Y muchas tiendas —especialmente las droguerías— ofrecían el uso público de sus teléfonos.
Podías no tener teléfono, pero siempre podías acceder al sistema si realmente lo necesitabas.
No hubo nada inevitable en esta decisión de hacer los teléfonos
públicos
y
universales
. El sistema de Vail implicaba una profunda confianza en el público. Esta decisión fue política, formada por los valores básicos de la república americana. La situación podría haber sido muy diferente; y en otros países, bajo otros sistemas, ciertamente lo fue. Iosif Stalin, por ejemplo, vetó los planes para crear el sistema telefónico soviético poco después de la revolución bolchevique. Stalin estaba convencido de que los teléfonos de acceso público se convertirían en instrumentos contrarrevolucionarios y conspiradores. —Probablemente tenía razón—. Cuando los teléfonos aparecieran en la Unión Soviética, serían instrumentos de la autoridad del Partido, siempre pinchados. La novela de Alexander Solzhenitsyn sobre los campos de prisioneros ‘El Primer Círculo’, describe los intentos de desarrollar un sistema telefónico más ajustado a los intereses de Stalin.
Francia, con su tradición de gobierno centralizado y racional, había luchado duramente incluso contra el telégrafo, que era a ojos de los franceses, demasiado anárquico y frívolo. Durante décadas, los franceses del siglo XIX se comunicaron con el
telégrafo visual
, un sistema de semáforos de propiedad gubernamental extendido por todo el país, formado por enormes torres de piedra que emitían señales desde cimas de colinas, a través de grandes distancias, con grandes brazos, similares a los de los molinos. En 1846 un tal Dr. Barbay, un entusiasta de estos semáforos, publicó memorablemente una temprana versión de lo que podría llamarse el
argumento del experto en seguridad
contra los medios abiertos.
El Dr. Barbay y sus máquinas de piedra de alta seguridad al final no tuvieron éxito, pero su argumento —que la comunicación ha de ajustarse a la seguridad y a la conveniencia del Estado, que debe ser cuidadosamente protegida de los jóvenes alocados y de la escoria que podría querer reventar el sistema—, sería oído una y otra vez.
Cuando por fin se creó el sistema telefónico francés, su ineficacia fue notoria. Los devotos del Sistema Bell de América, con frecuencia recomendaban un viaje a Francia a los escépticos.
En la Inglaterra de Eduardo VII, las cuestiones referentes a la clase y la intimidad eran un lastre para el progreso del teléfono. Se consideraba escandaloso que cualquiera —cualquier tonto de la calle—, pudiera meterse a gritos en la casa o en la oficina de alguien, precedido solamente por el timbre del teléfono. En Inglaterra, los teléfonos eran tolerados para usarse en los negocios, pero los teléfonos privados tendían a estar encerrados y apartados en armarios, salas de fumadores, o en las habitaciones de los sirvientes. Los operadores telefónicos ingleses eran despreciados porque parecía que no
conocían su lugar
. Y nadie de buena familia habría osado escribir un número de teléfono en una tarjeta de visita; esto era considerado un intento de querer conocer extraños de muy poco gusto.
Pero el acceso al teléfono en América iba a convertirse en un derecho popular; algo como el sufragio universal. Las mujeres americanas aún no podían votar cuando se implantó el sistema telefónico, y ya —al principio— las mujeres americanas adoraron al teléfono. Esta
feminización
del teléfono americano, era con frecuencia comentada por los extranjeros. Los teléfonos en América no estaban censurados y no se tenía que usar con rígidas maneras y con formalidad; eran privados, íntimos, estaban en el ámbito doméstico y permitían la relación social. En América, el Día de la Madre es sin duda, el día más atareado del año para la red telefónica.
Las primeras compañías telefónicas y especialmente AT&T, estaban entre los principales empleadores de mujeres americanas. Daban empleo a grandes ejércitos de hijas de las clases medias americanas: en 1891, ocho mil mujeres; hacia 1946, casi un cuarto de millón. Las mujeres parecían disfrutar trabajando en el teléfono; era un empleo fijo, respetable, se pagaba bastante bien para lo que solían pagar a una mujer en el trabajo y por último, pero no por ello menos importante, parecía ser una buena contribución al bienestar social de la comunidad. Las mujeres consideraron atractivo, el ideal de servicio público de Vail. Esto era especialmente cierto en áreas rurales, donde las operadoras, haciéndose cargo de extensas líneas colectivas rurales, disfrutaban de un considerable poder social. La operadora conocía a todos los que estaban en la línea y todos la conocían a ella.