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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

Komarr (6 page)

Recuperó la cuenta. Un año de ahorros en el presupuesto de la casa no formaba una cifra muy impresionante, pero la pauta de contribuciones era firme hasta el punto de ser compulsiva. Sorprendido, Miles volvió atrás y recuperó toda la lista del programa. ¿Pistas?

Un archivo, al final de la lista, no tenía nombre. Lo recuperó inmediatamente. Resultó que era lo único en la comuconsola que requería una clave de entrada. Interesante.

El programa de la comuconsola era del tipo más simple y barato. Los cadetes de SegImp diseccionaban archivos como éste como ejercicio de calentamiento en clase. Un toque de nostalgia lo asaltó. Entró en el programa y descubrió la clave de acceso en unos cinco minutos.
¿Distrofia de Vorzohn?
Bueno, esa era una clave que no se le hubiera ocurrido casualmente.

Sus reflejos anularon su creciente incomodidad. Abrió el archivo sintiéndose culpable.
Ya no perteneces a SegImp, lo sabes. ¿Deberías estar haciendo esto?

El archivo contenía un cursillo médico, compuesto de artículos sacados de todas las fuentes galácticas y barrayaresas imaginables, sobre el tema de uno de los desórdenes genéticos más raros y oscuros de Barrayar. La Distrofia de Vorzohn había surgido durante la Era del Aislamiento, principalmente, como su nombre sugería, entre la casta Vor, pero no había sido identificada como mutación hasta el retorno de la medicina galáctica. Para empezar, carecía de los marcadores externos que habrían causado que, bueno, a él, por ejemplo, le cortaran la garganta al nacer. Era una enfermedad que aparecía de manera tardía en los adultos y que comenzaba con una sorprendente variedad de debilidades físicas para acabar en colapso mental y muerte. En el duro pasado de Barrayar, los portadores frecuentemente morían por otras causas después de parir o engendrar hijos, pero antes de que el síndrome se manifestara. Ya había suficiente locura en suficientes familias
(incluyendo algunos de mis queridos antepasados Vorrutyer)
por otras causas, de modo que la aparición tardía de esa enfermedad se identificaba frecuentemente con alguna otra cosa. Verdaderamente desagradable.

Pero ahora se puede tratar, ¿no?

Sí, aunque era muy caro. Miles repasó rápidamente los artículos. Los síntomas eran tratables con diversas mezclas bioquímicas que inundaban y sustituían las moléculas distorsionadas; las verdaderas curas retrogenéticas costaban mucho más. Bueno, curas casi verdaderas: los hijos tendrían que ser analizados, preferiblemente en el momento de la fertilización y antes de ser colocados en el replicador uterino para la gestación.

¿No había sido gestado el joven Nikolai en un replicador uterino? Santo Dios, Vorsoisson no habría sido capaz de insistir en que su esposa (y su hijo) corrieran los riesgos de la anticuada gestación dentro del cuerpo, ¿no? Sólo unas pocas de las más conservadoras familias Vor se mantenían fieles a las antiguas costumbres, algo por lo que la propia madre de Miles había expresado las críticas más violentas y crueles que él había oído de sus labios.
Y ella debería de saberlo
.

¿Entonces qué demonios está pasando aquí?
Se echó hacia atrás, la boca tensa. Si, como sugerían los archivos, Nikolai tenía o era sospechoso de ser portador de la Distrofia de Vorzohn, uno o ambos padres debían ser también portadores. ¿Cuánto tiempo hacía que lo sabían?

De pronto reparó en algo que tendría que haber advertido antes, en la ilusión inicial de felicidad matrimonial que Vorsoisson parecía proyectar. Ésa era siempre la parte más difícil, ver las piezas ausentes. Faltaban unos tres hijos más, eso era. ¿Alguna hermanita para Nikolai, por favor, amigos? Pero no. Así que lo saben al menos desde poco después de que naciera su hijo. Qué pesadilla personal. ¿Pero el portador es él, o ella? Deseó que no fuera la señora Vorsoisson; era horrible pensar que aquella serena belleza se derrumbaría bajo el asalto de semejante disrupción interna…

No quiero saber nada de esto
.

Su curiosidad había sido justamente castigada. Este inútil fisgoneo no era una conducta adecuada para un Auditor Imperial, por mucho que hubiera sido inculcada a un agente encubierto de SegImp. Antiguo agente. ¿Dónde estaba ahora toda esa brillante honradez del nuevo Auditor? Bien podría dedicarse también a olisquear en el cajón de su ropa interior.
No puedo dejarte solo ni por un momento, ¿eh, muchacho?

Había tenido que aguantar durante años las reglas militares, hasta que encontró un trabajo donde no había reglas escritas. Su sensación de haber muerto e ido al cielo duró unos cinco minutos. Como Auditor Imperial era la voz del Emperador, sus ojos y oídos, y a veces sus manos; una hermosa descripción hasta que te parabas a pensar qué podría significar esa poética metáfora.

Así que le resultaba útil preguntarse a sí mismo:
¿Puedo imaginarme a Gregor haciendo esto o lo otro?
La aparente frialdad imperial de Gregor ocultaba una timidez personal casi dolorosa. Era difícil de entender. Muy bien, la cuestión debería ser: ¿Puedo imaginarme a Gregor en su cargo de Emperador haciendo esto? ¿Qué acciones, reprobables en un individuo particular, eran legítimas para un Auditor Imperial en el cumplimiento de su deber? Muchas, según los precedentes que había estudiado. ¿Igual que la auténtica regla: «a tu aire hasta que cometas un error, y luego te destruiremos»? Miles no estaba seguro de que le gustara eso.

E incluso en sus días de SegImp, colarse en los archivos privados de alguien era un tratamiento reservado para los enemigos, o al menos para los sospechosos. Bueno, y los posibles reclutas. Y los neutrales en cuyo territorio fueras a operar. Y.. y… bufó. Gregor tenía al menos mejores modales que SegImp.

Completamente avergonzado, cerró los archivos, borró toda huella de su entrada, y recuperó el siguiente informe de las autopsias. Estudió qué detalles podía entresacar de la fragmentación corporal. La muerte tenía una temperatura, y era condenadamente fría. Se detuvo y subió el termostato del taller unos pocos grados antes de continuar.

3

Ekaterin no había pensado en lo mucho que trastornaría la visita de un Auditor Imperial al personal del colegio de Nikolai. Pero el profesor, educador durante mucho tiempo, rápidamente les hizo comprender que no se trataba de una inspección oficial, y pronunció todas las frases adecuadas para tranquilizarlos. De todas formas, no se quedaron tanto tiempo como había sugerido Tien.

Para terminar de matar el tiempo, ella lo llevó de visita a los mejores sitios de la Cúpula Serifosa: los más hermosos jardines, las altísimas plataformas de observación que se alzaban sobre el yermo paisaje komarrés más allá de la sellada zona urbana. Serifosa era la capital de este Sector planetario; ella todavía tenía que hacer un esfuerzo para no considerarlo un Distrito al estilo barrayarés. Las fronteras de los Distritos de Barrayar eran territorios más orgánicos que seguían el curso de ríos, montañas y líneas irregulares donde los ejércitos de los Condes habían perdido batallas históricas. Los Sectores de Komarr eran perfectas cuadrículas que dividían el globo equitativamente. Pero las llamadas cúpulas, en realidad miles de estructuras de diferentes formas interconectadas, habían perdido sus geometrías originales hacía siglos, pues se habían ido construyendo hacia el exterior en impulsos aleatorios de mejora arquitectónica.

Con algo de retraso, Ekaterin se dio cuenta de que debería haber llevado al ingeniero emérito a los túneles de servicio más profundos, y a las plantas de energía y reciclado atmosférico. Pero ya era la hora de almorzar. Su paseo los había llevado cerca del restaurante favorito de ella, pseudoexterior con mesas que se distribuían por un parque bajo el cielo acristalado. El espejo dañado era visible a esa hora, arrastrándose por la elíptica, velado hoy por finas nubes como si ocultara avergonzado sus deformaciones.

Ekaterin advirtió con placer que el enorme poder que la Voz del Emperador confería a un Auditor Imperial no había cambiado mucho a su tío: todavía conservaba su entusiasmo por los postres espléndidos, y, con su ayuda, eligió su menú desde los platos dulces hacia atrás. Ella no podía decir que no hubiera cambiado en absoluto: parecía haber adquirido mayor cautela social, y se detenía para hacer algo más que cálculos técnicos antes de hablar. Pero tampoco se podía esperar que pasara por alto completamente las nuevas y exageradas reacciones de la gente hacia él. Hicieron su pedido, y ella siguió la mirada de su tío que estudiaba durante un instante el espejo desde este ángulo.

—No hay peligro de que el Imperio abandone el Proyecto Espejo, ¿verdad? —dijo ella—. Tendremos al menos que repararlo. Quiero decir… parece tan desequilibrado de esa forma.

—Está, en efecto, desequilibrado. Viento solar. Tendrán que hacer algo al respecto, y muy pronto —replicó él—. A mí no me gustaría que lo abandonaran. Fue el más grande logro arquitectónico de los antepasados coloniales komarreses, aparte de las cúpulas mismas. Gente dando lo mejor de sí. Si fue sabotaje… bueno, entonces fue gente dando lo peor de sí. Vandalismo, sólo insensato vandalismo.

Un artista describiendo el deterioro de una gran pintura histórica no habría podido ser más vehemente.

—He oído hablar a los komarreses más viejos sobre cómo se sintieron cuando las fuerzas invasoras del almirante Vorkosigan se apoderaron del espejo nada más llegar —comentó Ekaterin—. No creo que tuviera mucho valor táctico, a la velocidad a la que se producen las batallas espaciales, pero desde luego tuvo un enorme impacto psicológico. Fue casi como si hubiéramos capturado el sol mismo. Creo que devolverlo al control civil komarrés en estos últimos años fue un movimiento político muy acertado. Espero que esto no lo malogre.

—Es difícil de decir.

Aquella nueva cautela, otra vez.

—Se habló de abrir de nuevo su plataforma de observación a los turistas. Aunque ahora imagino que se alegran de no haberlo hecho.

—Todavía tienen un montón de viajes para VIPs. Yo hice uno, cuando estuve aquí hace años impartiendo un cursillo en la Universidad de Solsticio. Por fortuna, no había visitantes a bordo el día de la colisión. Pero debería estar abierto al público, para que se vea y para educar. Y hacerlo ahora mismo, con tal vez un museo incorporado que explique cómo se construyó. Es una gran obra. Resulta extraño pensar que su principal valor práctico sea crear pantanos.

—Los pantanos hacen el aire respirable. Con el tiempo —ella sonrió. Para su tío, la pura estética científica claramente ensombrecía la fea finalidad biológica.

—Lo próximo que harás será defender a las ratas. Porque aquí hay ratas, ¿no?

—Oh, sí, los túneles de las cúpulas tienen ratas. Y hámsteres, y jerbos. Los niños los capturan para tenerlos como mascotas, que es lo que debieron de ser originalmente, ahora que lo pienso. Y las ratas blancas y negras me parecen bonitas. Los exterminadores del control de animales tienen que trabajar en secreto, para que sus hijos no se enteren. Y tenemos cucarachas, naturalmente, ¿quién no? Y, en Equinoccio, cacatúas salvajes. Un par de ellas se escaparon, o las soltaron, hace varias décadas. Ahora hay aves del color del arco iris por todas partes, y la gente les da de comer. Los de Sanidad querían deshacerse de ellas, pero los accionistas de la Cúpula se lo impidieron.

La camarera les trajo las ensaladas y el té helado, y la conversación se interrumpió brevemente mientras el tío Vorthys apreciaba las espinacas, mangos y cebollas frescas, y las nueces caramelizadas. Ella había supuesto que las nueces le encantarían. La producción hidropónica de Serifosa se contaba entre las mejores de Komarr.

Aprovechó la interrupción para conducir la conversación hacia lo que más picaba su curiosidad.

—Tu colega lord Vorkosigan… ¿de verdad que sirvió durante trece años en Seguridad Imperial?

¿O sólo estabas molesto con Tien?

—Tres años en la Academia Militar Imperial, una década en SegImp, para ser exactos.

—¿Y cómo es que consiguió superar las pruebas físicas?

—Nepotismo, creo. Más o menos. Hay que reconocer que parece haber sido una ventaja que luego ha utilizado muy poco. Tuve la fascinante experiencia de leer todos sus archivos militares confidenciales cuando Gregor nos pidió a mí y a mis colegas Auditores que revisáramos la candidatura de Vorkosigan, antes de hacer el nombramiento.

Ella se sintió un poco decepcionada.

—Confidenciales. En ese caso, supongo que no puedes contarme nada.

—Bueno —él sonrió, con la boca llena de ensalada—, estuvo el episodio de Dagoola IV. Debes de haber oído hablar de ello: una fuga a gran escala en el campo de prisioneros de Cetaganda hace unos cuantos años.

Ella lo recordaba vagamente. En aquella época estaba inmersa en la maternidad y apenas prestaba atención a las noticias, sobre todo a algo tan remoto como las noticias galácticas. Pero asintió, animándolo para que continuara.

—Es una historia antigua. Tengo entendido que Vorkosigan y los marilacanos están ahora produciendo un holovid sobre el tema. La Mayor Evasión, o algo por el estilo. Trataron de contratarlo (o más bien a su identidad encubierta) para que fuera asesor técnico del guión, una oportunidad que lamentablemente ha desechado. Pero que SegImp mantenga como información confidencial unos acontecimientos que los marilacanos van a proyectar simultáneamente por todo el planeta me parece un poco rígido, incluso para SegImp. En cualquier caso, Vorkosigan fue el agente de Barrayar que estuvo detrás de esa fuga.

—Ni siquiera sabía que tuviéramos un agente en eso.

—Fue nuestro hombre infiltrado.

Así que aquel extraño chiste sobre los ronquidos de los marilacanos… no era un chiste. No del todo.

—Si era tan bueno, ¿por qué dimitió?

—Hum —su tío se dedicó a terminar con la ensalada antes de responder—. Sólo puedo darte una versión censurada. No dimitió voluntariamente. Resultó malherido, hasta el punto de necesitar criocongelación, hace un par de años. Tanto la herida original como la criogénesis le provocaron muchos problemas, algunos permanentes. Fue obligado a aceptar una baja médica, cosa que, ejem, no aceptó bien. No es asunto mío discutir esos detalles.

—¡Si resultó herido hasta el punto de necesitar criocongelación, es que murió! —dijo ella, sorprendida.

—Técnicamente, supongo que sí. «Vivo» y «muerto» no son categorías tan claras como en la Era del Aislamiento.

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