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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

Komarr (2 page)

"[en esas primeras novelas], mi único plan de cómo estructurar mi material era insertar un aparato de escucha en el cerebro del protagonista y seguirlo sin cesar a través de las primeras semanas de acción."

La realidad es que ese aparato de escucha, o tal vez el cerebro de sus personajes principales, tiene, en el caso de Bujold, un «algo» especial que reclama y mantiene la atención del lector deforma francamente poco usual. De ahí el éxito que, a estas alturas, nadie puede discutir
.

Y no se trata, como podría haber parecido al principio, de ciencia ficción «sólo» de aventuras. Poco a poco los personajes van adquiriendo peso y, ese aparato de escucha que Lois ha puesto en el cerebro de Miles se ha ampliado a los puntos de vista de Ekaterin en esta novela y de hasta cinco personaje en la siguiente
, UNA CAMPAÑA CIVIL.

Lo más importante de todo es que las capacidades innatas de Lois McMaster Bujold para narrar historias se van enriqueciendo a medida que la autora gana en experiencia y se atreve a abordar mayores riesgos narrativos
.

Y, antes de terminar, les recuerdo que Lois McMaster Bujold ha aceptado ser la conferenciante invitada en la sesión de entrega del Premio UPC de Ciencia Ficción 2001 que se celebrará en Barcelona el miércoles 28 de noviembre de 2001, en el Aula Máster del Campus Norte de la Universidad Politécnica de Cataluña (UPC). Una muy buena oportunidad para los muchos seguidores de la obra de Lois McMaster Bujold. Para mayor información les remito a la entidad organizadora del evento, el Consejo Social de la UPC (Teléfono 934016343)
.

De momento les dejo con los problemas del flamante Auditor Imperial que el emperador Gregor ha tenido la humorada de mandar precisamente a Komarr, donde, recuerdo de viejas batallas, el nombre de Vorkosigan es incluso odiado. Pero los problemas nunca han arredrado al sorprendente personaje más capacitado para convertir cualquier plan fallido en la más brillante victoria

Que ustedes lo disfruten
.

MIQUEL BARCELÓ

1

La última rendija plateada del sol-verdadero de Komarr se perdió de vista tras las montañas del horizonte. Persiguiéndola por la cúpula de los cielos, el fuego que reflejaba el espejo solar apareció en brillante contraste con el oscuro azul teñido de púrpura. Cuando Ekaterin vio por primera vez la estructura de placas hexagonales desde la superficie de Komarr, inmediatamente pensó en ella como en un grandioso adorno de la Feria de Invierno, colgando en el cielo como un copo de nieve hecho de estrellas, benigno y tranquilizador. En ese momento estaba en su balcón contemplando el parque central de la ciudad Serifosa y observando atentamente los rayos de luz que atravesaban formando un ángulo oblicuo el arco que lo cubría todo. Lanzaba engañosos destellos que contrastaban con un cielo demasiado oscuro. Tres de los seis discos de la estrella-copo no brillaban, y el séptimo central estaba oscuro y apagado.

Había leído que los antiguos terrestres interpretaban las alteraciones en la procesión mecánica de los cielos (cometas, novas, estrellas fugaces) como preocupantes presagios, premoniciones de desastres naturales o políticos; la misma palabra,
desastre
, indicaba el origen astrológico del concepto. La colisión, dos semanas antes, de un carguero local fuera de control contra el espejo que proporcionaba energía solar a Komarr era literalmente un desastre, y lo fue de forma instantánea para la media docena de trabajadores de la estación que habían muerto en el acto. Pero las secuelas del desastre parecían producirse a cámara lenta; hasta el momento apenas había afectado a las cúpulas selladas que albergaban a la población del planeta. Abajo, en el parque, un grupo de trabajadores colocaba apliques de iluminación complementaria desde altas grúas. Las medidas similares llevadas a cabo en los invernaderos que alimentaban a la ciudad debían de estar casi terminadas, si esos hombres y su equipo podían dedicarse a una tarea ornamental. No, se recordó, ninguna vegetación en la cúpula era simplemente un adorno. Cada elemento contribuía en su medida a la reserva biológica que permitía la vida. Los jardines de la cúpula vivirían, cuidados por sus simientes humanos.

Fuera de las cúpulas, en las frágiles plantaciones que trabajaban para bio-transformar un mundo, la cuestión era otra. Ella conocía las cifras, que habían discutido en su mesa durante dos semanas cada noche mientras cenaban, del porcentaje de pérdidas de aislamiento en el ecuador. Los días se sucedían nublados como en invierno… excepto que se daba por todo el planeta, y continuaban y continuaban, ¿hasta cuándo? ¿Cuándo se completarían las reparaciones? ¿Cuándo empezarían, para el caso? Como sabotaje, si había sido sabotaje, la destrucción era inexplicable; como semisabotaje, doblemente inexplicable.
¿Lo intentarán otra vez?
Si es que se trataba de alguien, de maldad y no de simple accidente.

Suspiró, se volvió y encendió los focos que había instalado para suministrar energía complementaria a su diminuto jardín del balcón. Algunas de las plantas barrayaresas que había plantado eran especialmente quisquillosas en lo referente a la iluminación. Comprobó la luz con un medidor, acercó dos cajas de enredaderas a los focos, y puso los temporizadores en marcha. Fue comprobando la temperatura del suelo y la humedad con dedos sensibles y experimentados, regando donde hacía falta. Durante un momento, pensó en trasladar al interior el viejo bonsái
skellytum
, para mantenerlo en condiciones más controladas, pero, en realidad, aquí en Komarr todo estaba en el interior. Hacía casi un año que no sentía el viento en el pelo. Sintió un extraño retortijón al identificarse con la ecología trasplantada al exterior, que moría lentamente por falta de luz y calor, ahogándose en una atmósfera tóxica…
Estúpida. Basta. Tenemos suerte de estar aquí
.

—¡Ekaterin! —El grito de su marido resonó, apagado, dentro de la torre de la residencia.

Ella asomó la cabeza por la puerta de la cocina.

—Estoy en el balcón.

—¡Bien, baja aquí!

Guardó sus herramientas de jardinería en una caja, cerró la tapa, selló tras ella las puertas transparentes y cruzó la habitación para salir al vestíbulo y bajar por las escaleras circulares. Tien esperaba impaciente junto a las puertas dobles que conectaban su apartamento con el pasillo del edificio; tenía un comunicador en la mano.

—Acaba de llamar tu tío. Ha aterrizado en el astropuerto. Voy a recogerlo.

—Aviso a Nikolai y te acompaño.

—No te molestes, sólo voy a buscarlo a los muelles de la Estación Oeste. Dijo que te comunicara que trae un invitado. Otro Auditor, una especie de ayudante suyo, al parecer. Pero dijo que no te preocuparas, que cualquier cosa estará bien. Parece como si pensara que les daríamos de comer en la cocina o algo así. ¡Eh! ¡Dos Auditores Imperiales! Y de todas formas, ¿por qué has tenido que invitarle?

Ella lo miró, angustiada.

—¿Cómo iba mi tío Vorthys a venir a Komarr y no vernos? Además, no puedes decir que tu departamento no esté afectado por lo que está investigando. Quiero verlo, naturalmente. Pensé que te caía bien.

Él se golpeó arrítmicamente el muslo.

—Cuando sólo era el viejo profesor raro, sí. El excéntrico tío Vorthys, el técnico Vor. Su nombramiento imperial pilló a toda la familia por sorpresa. No puedo ni imaginarme a qué favores recurrió para conseguir el cargo.

¿Ésa es tu única idea de cómo se asciende?
Pero Ekaterin no expresó el pensamiento en voz alta.

—De todos los nombramientos políticos, el de Auditor Imperial es, probablemente, el que menos se gana de esa forma —murmuró ella.

—Ingenua Kat —él sonrió, y le pasó un brazo por los hombros—. Nadie consigue algo a cambio de nada en Vorbarr Sultana. Excepto, quizás, el ayudante de tu tío, que parece estar relacionado íntimamente con los Vorkosigan. Al parecer recibió el nombramiento sólo por respirar. Es increíblemente joven para el puesto, si es el que me dijeron que fue nombrado en la Feria de Invierno. Un peso ligero, supongo, aunque lo único que dijo tu tío Vorthys es que era susceptible respecto a su altura y que no mencionáramos el hecho. Al menos, parte de todo este lío promete ser un espectáculo.

Se guardó el comunicador en el bolsillo de la túnica. La mano le temblaba levemente. Ekaterin le sujetó la muñeca y le volvió la mano. Los temblores aumentaron. Alzó los ojos, oscuros de preocupación, dirigiéndole una muda pregunta.

—¡No, maldición! —Tien retiró el brazo—. No está empezando. Sólo estoy un poco tenso. Y cansado. Y hambriento, así que a ver si puedes organizar una comida decente para cuando volvamos. Tu tío tal vez tenga gustos proletarios, pero no imagino que un lord de Vorbarr Sultana los comparta.

Se metió las manos en los bolsillos de los pantalones y apartó la mirada.

—Eres mayor de lo que lo era tu hermano entonces.

—Inicios variables, ¿recuerdas? Nos iremos pronto. Lo prometo.

—Tien… ojalá renunciaras a esa idea de recibir tratamiento galáctico. Aquí en Komarr hay instalaciones médicas que son casi tan buenas como las de la Colonia Beta o de cualquier otro lugar. Pensé que cuando conseguiste este puesto, lo harías. Olvida el secretismo, busca ayuda abiertamente. O hazlo con discreción, si insistes. ¡Pero no esperes más!

—No son lo bastante discretos. Mi carrera está despegando por fin. No tengo ningún deseo de que me marquen públicamente como mutante ahora.

Si a mí no me importa, ¿qué más da lo que piense nadie?
Ekaterin vaciló.

—¿Por eso no quieres ver al tío Vorthys? Tien, es el último de mis parientes, o de los tuyos, puestos al caso, a quien le importaría si tu enfermedad es genética o no. Se preocupará por ti, y por Nikolai.

—Lo tengo bajo control —insistió él—. No te atrevas a traicionarme ante tu tío, tan cerca de la recompensa final. Lo tengo bajo control. Ya verás.

—Pero no… sigas el camino de tu hermano. ¡Prométemelo!

El accidente del volador que no había sido tal accidente: eso se había silenciado en aquellos años de pesadilla crónica subclínica, esperando y observando…

—No tengo ninguna intención de hacer nada de eso. Todo está planeado. Terminaré el trabajo de este año, y luego nos tomaremos unas largas vacaciones galácticas, tú, Nikolai y yo. Y todo se arreglará y nadie lo sabrá nunca. ¡Si no te dejas llevar por los nervios en el último minuto! —le agarró la mano y sonrió sin convicción. Luego salió por la puerta.

Espera y lo arreglaré. Confía en mí. Eso es lo que dijiste la última vez. Y la vez anterior, y la otra… ¿Quién es el traicionado? Tien, se te está acabando el tiempo, ¿es que no lo ves?

Se dirigió a la cocina, revisando mentalmente el plan de su cena familiar para incluir a un lord Vor de la capital imperial. ¿Vino blanco? Su limitado conocimiento de esa gente sugería que si los podías emborrachar lo suficiente, no importaba lo que les dieras de comer. Puso a enfriar otra de sus preciosas botellas importadas de casa. No… que fueran dos botellas más.

Añadió otra silla en la mesa, situada en el balcón junto a la cocina, que normalmente usaban como comedor, lamentando ahora no haber contratado a un sirviente para esa noche. Pero los criados humanos en Komarr eran muy caros. Y ella quería disfrutar de un poco de intimidad doméstica con el tío Vorthys. Incluso los rancios reportajes oficiales de los vids de noticias incluían a todos los que estaban relacionados con la investigación; la llegada no de uno sino dos Auditores Imperiales a la órbita de Komarr no había calmado la fiebre especulativa, sólo la había canalizado. Cuando habló por primera vez con su tío tras su llegada a la órbita, en un canal con retraso de transmisión que hacía desistir de cualquier intento de mantener una conversación larga, la descripción del normalmente paciente Vorthys de las audiencias públicas en las que se había visto envuelto había sido notablemente airada. Había dado a entender que se alegraría de escapar de ellas. Como sus años de enseñanza debían de haberlo inmunizado contra las preguntas estúpidas, Ekaterin se preguntó si la verdadera fuente de su irritación sería no poder responderlas.

Pero, sobre todo, tenía que admitir que deseaba recuperar el sabor de un pasado más feliz. Ekaterin había vivido con su tía y tío Vorthys durante dos años después de la muerte de su madre, y asistió a la Universidad Imperial bajo su supervisión. La vida con el profesor y la profesora había sido, de algún modo, menos limitada, y más abierta, que en la conservadora mansión de su padre Vor en la ciudad fronteriza de su nacimiento, allá en el Continente Sur; quizá porque ellos la habían tratado como a la adulta que aspiraba a ser en vez de la niña que era. Se sentía, de manera algo culpable, más unida a ellos que a su verdadero padre. Durante un tiempo, cualquier futuro pareció posible.

Entonces eligió a Etienne Vorsoisson, o él la había elegido a ella…
Te sentiste muy halagada en su momento
. Había dicho sí de buena voluntad a los acuerdos matrimoniales que la Baba de su padre había ofrecido.
No lo sabías. Tien no lo sabía. La Distrofia de Vorzohn. No es culpa de nadie
.

Nikolai, su hijo de nueve años, entró en la cocina.

—Tengo hambre, mamá. ¿Puedo comer un trozo de esa tarta?

Ella interceptó los veloces dedos que trataban de alcanzar la cobertura azucarada.

—Puedes tomar un vaso de zumo de fruta.

—Puaf…

Pero aceptó el sustituto, ofrecido en una de las copas de vino. Lo engulló de un trago, sin dejar de moverse. ¿Estaba nervioso, o se le había contagiado la tensión de sus padres?
Deja de proyectar
, se dijo Ekaterin. El chico había pasado las dos últimas horas en su habitación, montando sus maquetas; era normal que quisiera estirar los músculos.

—¿Recuerdas al tío Vorthys? —le preguntó su madre—. Han pasado tres años desde que lo fuimos a visitar.

—Claro —él terminó de beber el zumo—. Me llevó a su laboratorio. Pensé que habría calderos y cosas hirviendo, pero sólo había grandes máquinas y hormigón. Olía raro, como a una mezcla de polvo y ácido.

—Por los soldadores y el ozono, es verdad —dijo ella, asombrada por la memoria de su hijo. Rescató la copa—. Extiende la mano. Quiero ver cuánto más vas a crecer. Ya sabes que los cachorros con patas grandes crecen para convertirse en perros grandes.

Él extendió la mano hacia la suya, y ambas se encontraron, palma a palma. Sus dedos eran dos centímetros más cortos que los de su madre.

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