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Authors: Mariano Gambín

Tags: #histórico, intriga, policiaco

Ira Dei (46 page)

—Oiga Ariosto —dijo Galán—, ¿qué fue lo que le indujo a meterse en la casa del asesino?

—Me adelanté a la policía al recibir información privilegiada de varios informantes. Fueron distintas pistas que me llevaron al mismo lugar. Casualmente, era el vecino de los ladrones de arte. A decir verdad, se me adelantó Sandra, sólo que no la dejaron informar a tiempo del asunto.

—Si no se hubieran producido esas circunstancias, esos tipos seguirían impunes en su escondite canario —respondió Galán—, su intervención fue providencial.

—¿Qué ha sido de la piedra brillante? —preguntó Sandra, a su vez.

—Fue recuperada por la policía ese mismo día —informó Marta—. El análisis mineralógico ha demostrado que se trata de un híbrido entre metal y cristal, de formación natural, un ejemplar rarísimo, y con una concentración de radiactividad extraordinaria para su tamaño.

—Entonces, ¿fue la radiactividad la que provocó todos los asesinatos?

—A falta de otra explicación mejor, eso parece —respondió Ariosto—. Las radiaciones que emite ese colgante afectan de alguna manera nociva a quien lo lleva al cuello durante mucho tiempo. No sólo en el cerebro, sino también en los huesos del pecho. Los de Francisco María, el hijo del marqués, estaban deformados. No obstante, la locura que se apoderó de todos ellos estuvo influenciada además por otro factor.

—¿Qué factor es ese? —preguntó Sandra.

—La inscripción contenida a los dos lados del metal que engasta la piedra. Se trata de un texto latino, muy antiguo, con algunas palabras deformadas en el soporte por el paso del tiempo —Ariosto sacó un papel del bolsillo de su chaqueta—. Dice así:

Deus sacrificium exigit tibi.

Capilli capitis impurii.

—La traducción literal es la siguiente: Dios te exige un sacrificio. Al dorso dice: El cabello de la cabeza de los impuros.

Ariosto se tomó un respiro. Sus amigos estaban estupefactos.

—A mí esta traducción no me convencía del todo, por lo que resolví estudiarla a fondo con el profesor Lugo. Las frases, leídas de esta manera, pueden parecer conexas, aunque su sentido suene extraño a nuestros oídos. Sin embargo, no hay que perder de vista que pertenecían a una joya mucho mayor, posiblemente una corona votiva. Las primeras palabras estaban insertas en una frase larga cuyo comienzo y final ha desaparecido, ya que estaban escritas en otros colgantes paralelos, pertenecientes a la misma joya, que se han perdido. La piedra engastada poseía fragmentos de dos mensajes diferentes por un lado y por el otro. El profesor Lugo, a la vista de otros vestigios similares, cree que el primer texto, el del anverso, vendría a decir algo así como «a ti, rey de los godos, Dios te exige un sacrificio por tu pueblo». Al dorso la frase contendría un significado distinto, ya que enumeraría las penas en que caerían los enemigos que contradijeran la voluntad divina. El origen visigodo de la joya es lo que hizo incluir entre los castigos el de cortar el cuero cabelludo. En fin, lo que se produjo fue una lectura errónea de dos fragmentos de frases más amplias que, al ser leídos conjuntamente proporcionaban un mensaje erróneo.

—Entonces —Sandra estaba atónita—, ¿los asesinatos tienen su origen en una mala lectura del latín?

—Eso cree Lugo, y yo también —respondió Ariosto—. La lectura continuada de esa frase y los delirios provocados por la radiactividad fueron el cóctel que provocó la misma reacción demencial en tres personas distintas.

—Hay indicios que amparan esta hipótesis —intervino Galán—. Los asesinos ocultaron de forma similar los cadáveres de sus víctimas. Las del hijo del marqués son las que se descubrieron en la cripta, como todos sabemos. Todavía no tenemos claro dónde escondió el aparejador de los años treinta a las suyas, pero estamos organizando una excavación en el patio trasero de la casa. De lo que sí estamos seguros es que él fue quien extrajo la piedra radiactiva de la tumba de Francisco María. Del asesino actual, tenemos constancia de que heredó o encontró entre las pertenencias de su abuelo el citado colgante, y las consecuencias que acarreó adornarse con él no merecen más comentario.

—Me imagino que la piedra estará a buen recaudo —apuntó Marta.

—El Consejo de Seguridad Nuclear del Estado se ha hecho cargo de ella —respondió Ariosto—. No creo que volvamos a verla.

Galán tomó de nuevo la palabra.

—Me gustaría resaltar los últimos descubrimientos de nuestra brigada —el policía esperó a que sus contertulios le miraran, expectantes—. Por un lado, se comprobó la equivalencia del ADN de ese hombre, Darias, el dueño de la casa de la aldaba blanca, con el encontrado en el lugar del segundo asesinato, por lo que no hay dudas sobre la autoría. Por otro lado, ya sabemos por qué asesinó a los operarios de las empresas de telefonía y de abastecimiento de agua. Ambos lo pillaron con las manos en la masa, o mejor dicho, en el mortero. No creo que se acuerden, pero hace menos de un mes se denunció la desaparición de un turista italiano. No tenemos la certeza, pero es posible que fuera la primera víctima. El asesino trató de desembarazarse del cadáver emparedándolo en un hueco existente en un extremo del zaguán de su casa, muy cerca de los contadores de agua y del cuadro de telecomunicaciones. Cuando ambos trabajadores accedieron a esa zona, el cemento que recubría la nueva pared debía estar recién colocado y el asesino temió ser descubierto si surgía la menor sospecha. Nuestros investigadores tiraron abajo el muro y encontraron los restos de la desgraciada víctima.

—¿Han recuperado el arma de los asesinatos? —inquirió Ariosto.

—Sí. Según dice Pedro, es un estilete florentino del siglo XV, un arma de apoyo al uso de la espada, fácil de disimular en la vestimenta y muy propia de las intrigas de la Italia de la Baja Edad Media. Su grado de conservación es asombroso, sus propietarios se ocuparon de mantenerla en buen estado durante siglos. No sabemos cómo fue a parar a manos del asesino, aunque es muy posible que la comprara en el mercado negro. Cosas así no suelen verse en las tiendas de antigüedades.

Galán tomó un sorbo de la segunda cerveza. Sus compañeros le imitaron.

—Otra cuestión ligada al mercado negro son los subfusiles que tenían los falsos Machado —prosiguió Galán—. Al parecer, pertenecen al ejército francés, y fueron robados en Bosnia en los años noventa. Dados los contactos que tenían esos tipos con las mafias de arte, con un fajo de billetes no les sería difícil agenciarse un par de armas tan mortíferas. Esas cosas ocurren hoy, aunque nos pese a muchos.

—A mí, particularmente —intervino Marta a su vez—, me interesa conocer el origen de la pequeña pirámide del patio de la casa. ¿Quién construyó esa estructura?

—Eso es algo que toca investigar a los historiadores, pero o mucho me equivoco o algo tendrá que ver la pertenencia del aparejador a la masonería. A algunos de sus miembros les gustaba levantar este tipo de pequeños monumentos. Espero que Pedro nos aclare este interrogante pronto.

—Antes que se me olvide —dijo Ariosto a su vez—, estamos todos invitados a sendas sesiones de té en casa de cada una de mis tías.

—Llevo un par de semanas iniciándome en los secretos del
Bridge
—dijo Marta—, en unos días estaré en condiciones de jugar conociendo el reglamento.

—¡Perfecto! —respondió Ariosto—, organizaré una partida para la semana que viene.

—Lo siento, Luis —dijo Marta—, pero estaremos de viaje.

—¿Estaremos? —inquirió Ariosto, sorprendido.

—Sí —intervino Galán—, Marta quiere investigar los restos de una torre castellana del siglo XV en la costa africana y me ha pedido que le haga de escolta.

—¿Escolta? —Ariosto sonreía ante el eufemismo utilizado por el policía.

—No hacemos nada a escondidas, amigos —dijo Marta—. ¿Queréis venir con nosotros?

—No podemos —respondió Sandra—, hemos quedado Luis y yo para contrastar ideas de cara a redactar un extenso artículo, tal vez un libro, sobre los acontecimientos de aquellos días.

—¿Contrastar ideas? —preguntaron al unísono Marta y Galán, con el ceño fruncido y sonriendo al mismo tiempo.

Nota del autor

El contenido de este libro es pura ficción, con todo lo que esto conlleva, y sólo aspira a entretener y a divertir, al lector. Todos los personajes son ficticios, aunque algunos estén inspirados en amistades cercanas. Los afectados lo saben y son cómplices de este juego. La mayoría de los escenarios de la maravillosa ciudad de La Laguna son reales, sobre todo los establecimientos de hostelería que se relacionan a lo largo de los capítulos, frecuentados por el autor durante años.

Las casas de la calle Anchieta, tal como son descritas en el texto, no existen. Son una recreación a partir de otras situadas en diversos lugares de la ciudad.

Respecto a los túneles bajo la ciudad de La Laguna, siempre ha habido sospechas de su existencia, y éstas han sido confirmadas por un reciente descubrimiento de los investigadores Herráiz y Tremp:
http://www.angulo13.com/A13Redacci%F3n_Tuneles_LaLaguna1.pdf
. Los que se describen en la novela son inventados.

Las criptas bajo la catedral son también imaginarias, aunque muy bien pueden haber existido. Lo mismo ocurre con el centro distribuidor de agua de la Plaza del Cristo.

El sistema de seguridad del Archivo Histórico es completamente distinto y existe vigilancia nocturna.

Quiero agradecer especialmente a Madi y a Sandra Ramos el apoyo recibido, y la presión a la que me sometieron para la entrega de cada capítulo. La lectura del texto, como si se tratara de una novela por entregas, fue una experiencia muy divertida y enriquecedora.

A mis colaboradores de Oristán y Gociano, Raquel Gutiérrez, Mª Victoria Martínez Lojendio, Mamen Díez y Carlos Castro, a todos mi más sincero agradecimiento.

También a toda la pléyade de amigos que sufrieron los primeros borradores y que aportaron ideas para mejorarlos: mi esposa Elisa, mi padre Eusebio, Sergio, Sandra, Alicia, Aurelio, Mavi, Vicente, Charito, Gabriel y Miguel.

Finalmente, espero que el lector haya disfrutado tanto con la lectura de este libro como lo hizo el autor escribiéndolo.

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