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Authors: Mariano Gambín

Tags: #histórico, intriga, policiaco

Ira Dei (28 page)

—Gracias, Juan —dijo el acalde, intentando ocultar su nerviosismo—. ¿Ha llegado ya el Jefe de policía? ¿Es la una ya?

—Sí señor, ya es la hora. El comisario Blázquez acaba de llegar y le espera en la tribuna de conferencias.

Le abrió la puerta de la sala y el alcalde entró recibido por una andanada de flashes. La sala de prensa estaba a rebosar. Todos los asientos ocupados, y muchas personas de pie en los pasillos laterales. Además de los periodistas locales, que cubrían los eventos municipales, se fijó en otros que no conocía, posiblemente de diarios de difusión nacional. Perdomo gruñó por lo bajo. Aquello iba a tener una repercusión mediática más amplia de la esperada. Estrechó la mano del policía, que le esperaba de pie junto a la puerta, y se sentó, acto seguido, en el centro de la mesa. El jefe Blázquez le imitó medio segundo después.

Al alcalde no le gustaba esa situación, la garganta siempre se le secaba inoportunamente y las palmas de las manos comenzaban a sudar. Sabía que cuando empezara a hablar se relajaría, pero siempre sufría en aquel trance. Esperó pacientemente a que se hiciera el silencio. Estaba previsto que hiciera una declaración institucional y que diera paso al Comisario jefe, que debía dar detalles de la investigación policial. Llevaba unas notas en el bolsillo, pero en el último momento decidió prescindir de ellas. Le daba una mayor apariencia de sinceridad y así ganaba votos, decían sus asesores.

—Señoras y caballeros —Perdomo sonrió brevemente, apenas una mueca, a modo de bienvenida, ya que el asunto que los había congregado allí no tenía nada de divertido—, gracias por haber venido. En nombre de este Ayuntamiento y sus habitantes quiero manifestar nuestro pesar por las víctimas de estos asesinatos y nuestra solidaridad con sus familias, así como la repulsa más terminante hacia este tipo de hechos, que horrorizan a toda persona de bien —el alcalde buscó la cámara de la señal institucional de la Corporación, que luego se distribuía a muchos medios—. Quiero transmitir a mis vecinos un mensaje de tranquilidad. La policía está haciendo unos esfuerzos encomiables desde el inicio de estos tristes acontecimientos, y estoy seguro de que esta situación terminará muy pronto con la captura del criminal y su puesta a disposición de la Justicia —le echó una mirada de reojo al policía, que estaba ensimismado y no se percató—. Les ruego a ustedes, representantes de los medios de comunicación, que tengan una especial consideración a la hora de presentar el caso, completamente extraordinario en una población tranquila y acogedora como es La Laguna. Espero que estos sucesos no empañen la buena imagen de una ciudad Patrimonio de la Humanidad, que tantos esfuerzos ha realizado para alcanzar el alto nivel de atractivo cultural que posee en la actualidad. —Hizo una pausa.
¿Lo había dicho todo?
Repasó mentalmente el guión. Decidió que sí—. A continuación, cedo la palabra al comisario Blázquez, que les informará sobre el curso de la investigación policial.

Las miradas se centraron en el policía, para alivio del alcalde, que se relajó unos centímetros en el respaldo de la silla. Ya no le sudaban las manos.

—Gracias.

El jefe Blázquez se acercó demasiado al micrófono y sus palabras se distorsionaron con un pitido muy agudo. Todo el mundo en la sala apretó los dientes. Se separó un palmo, a instancias del técnico de sonido, con la cabeza aún demasiado baja y en una postura incómoda.

—Perdonen. —Ahora la voz sonó demasiado lejana. El policía no quiso esperar más y comenzó a hablar, lo que hizo que los asistentes se estiraran para oírle mejor—. Como saben, en la última semana se han producido dos muertes violentas por arma blanca en las inmediaciones del casco histórico de esta ciudad. Nuestros mejores hombres llevan trabajando en estos casos desde el principio y están siguiendo varias líneas de investigación que, indefectiblemente, llevarán a la detención del asesino. Por razones de seguridad, no puedo entrar en demasiados detalles, ya que incluso los delincuentes están pendientes de las noticias, y por ello espero que comprendan que sea parco en la información. Siempre estamos dispuestos a aceptar la colaboración ciudadana, por lo que, si alguna persona detecta alguna circunstancia que pudiera calificarse de sospechosa, les agradeceremos que se pongan en contacto con la policía. Gracias.

Varias decenas de brazos en alto y solicitudes de palabra siguieron al final de la intervención de Blázquez, provocando una gran algarabía en la estrecha sala.

—Un momento, por favor —el alcalde intentó tomar el mando—. Vayamos por orden. Usted primero, por favor —dijo, señalando a un periodista de perfil bajo y mirada tranquila.
Empecemos por los que conocemos y sabemos que son inofensivos
, pensó.

—Pregunta para el jefe Blázquez, ¿se sabe con seguridad que ambas víctimas fueron asesinadas por la misma persona?

El alcalde suspiró. Una pregunta facilita. El policía volvió a su incómoda posición ante el micro.

—De momento todas las pistas confirman que así es. La forma de actuar en ambos casos ha sido idéntica, por lo que es una premisa de la que partimos.

De nuevo manos en alto agitándose. El alcalde señaló a un periodista del fondo que no conocía. Había que dar oportunidades a todos.

—¿Han logrado determinar la causa de las muertes? ¿Nos encontramos ante un asesino en serie?

Buena pregunta
, pensó Perdomo, desviando su mirada a su izquierda.
A ver por dónde sale el jefe de policía
.

—Es pronto para afirmar tal cosa —respondió Blázquez—. Es posible que nos encontremos ante un desequilibrado que haya actuado de forma similar en dos ocasiones, pero con la presión policial actual es prácticamente imposible que vuelva a hacerlo. No vamos a permitir que un asesino de esa calaña ande suelto en esta ciudad.

El alcalde señaló a continuación a una joven guapa. Su cara le sonaba de algo.

—Soy Sandra Clavijo, del
Diario de Tenerife
—dijo, poniéndose en pie. Así todos la verían. Sabía que aquella era su oportunidad—. ¿Es cierto que la policía está dando palos de ciego y que no saben por dónde empezar, por lo que han necesitado la ayuda de investigadores de la Universidad de La Laguna en sus pesquisas?

Un rumor recorrió la sala. La chica tiraba con bala. Se la estaba jugando. Perdomo y Blázquez estaban estupefactos. El policía reaccionó al par de segundos.

—No existe ninguna colaboración oficial con los profesores universitarios en este asunto. Se lo digo yo, que debo autorizarlo.

—¿Y qué me dice de que una muestra del ADN del supuesto asesino está siendo secuenciada en un laboratorio de la Universidad, en clara colaboración con ustedes?

El alcalde miró divertido a Blázquez, su rostro enrojecía por momentos.

—No estamos ante una colaboración entendida estrictamente como tal —el policía se preguntaba cómo diablos podía saber aquella periodista lo del ADN—. Se trata de un trabajo puntual, para la policía, del departamento de Bioquímica de la Universidad, por el cual será debidamente remunerado.

El Comisario no parecía muy convincente. Daba la impresión de que intentaba salir del paso. Sandra aprovechó su desconcierto.

—¿Qué conexión pueden tener estos asesinatos con los ocurridos en el verano de 1940, en el que murieron varias personas del mismo modo?

Blázquez la miró como si le hubiera hecho la pregunta en chino.
¿Debía decirle a aquella mojigata que no tenía ni idea de qué le estaba hablando?
Pasaron un par de segundos. Tenía que responder.

—Es una teoría que hemos descartado —el policía sabía que se estaba arriesgando. No veía la hora de citar en su despacho a Galán y sus ayudantes, y echarles un rapapolvo.
¿Cómo han podido pasar por alto esos antecedentes?
—. Nos han parecido desconectados de la realidad actual.

—¿Es cierto que los detalles de los asesinatos han sido filtrados a la prensa por algunos agentes de la policía local de La Laguna? —Sandra hizo gala de un cinismo refinado, divertida—. Es lo que afirman varios agentes de la Policía Nacional.

Perdomo dio un respingo. Aquello le tocaba de cerca. Hizo ademán de intervenir a Blázquez y se acercó al micrófono.

—Eso es totalmente falso —el alcalde no necesitó aparentar indignación—, y quien afirme lo contrario está calumniando a un cuerpo ejemplar como es el de la Policía Local de La Laguna.

Blázquez miró al alcalde con asombro.
¿Debía entender aquello como un ataque a sus hombres? ¿Realmente habían dicho eso?

Sandra volvió a la carga.

—Parece que la policía no le tiene al tanto de lo que pasa, señor alcalde. ¿Cómo se explica entonces que entre los sospechosos interrogados ayer por la mañana esté su propio hermano?

La pregunta produjo un silencio total en la sala. Todos los ojos se centraron en Perdomo, que se había quedado con la boca abierta.
¿Qué diablos habrá hecho esta vez el imbécil de Dacio?
Se preguntó. Miró con estupor al jefe de la Policía.

—¿Es cierto eso, Blázquez?

El policía tenía ahora que afrontar la papeleta. Una gota de sudor comenzó a resbalar por su sien. Hacía demasiado calor allí dentro. Tenía que escapar de la situación como fuera.

—Son detalles de la investigación sobre los que no puedo hacer declaraciones, lo siento.

Los ojos de Perdomo echaban chispas.
¿Qué demonios se traían entre manos los policías? ¿No acabarían yendo tras él al final? ¿Era una conspiración del partido de la oposición?
Blázquez tenía que darle una buena explicación o hablaría con el Subdelegado del Gobierno central en la Isla. O mejor, con el propio ministro de Interior,
¡qué diablos!

Cuando el murmullo de mil conversaciones en voz baja comenzó a invadir la sala, el alcalde se acercó de nuevo al micro.

—Dado que la policía no puede o no es capaz de dar más detalles —la sorna era evidente—, creo que es conveniente dar por finalizada esta rueda de prensa. Muchas gracias.

Ante la mirada atónita de los presentes, el alcalde se levantó y rodeó la mesa, ignorando al policía, que no sabía si levantarse a su vez. Salió por la puerta del fondo, secándose sin recato las palmas de las manos en los faldones de su fino traje de Armani.

40

Marta aguzó el oído. Le había parecido escuchar a lo lejos un ruido extraño, como el de una piedra al caer al suelo. Se encontraba agazapada en un rincón más alto de la galería, esperando que se secaran sus pies, más calmada. El sonido provenía de una estrecha entrada, la más oscura y húmeda. La arqueóloga se armó de valor, se colocó las zapatillas y encendió el móvil. Necesitaba algo de luz. El hueco era alto pero estrecho, por lo que debía avanzar de perfil entre dos paredes de ladrillo enmohecido. Los codos y rodillas se mojaron con el roce de los muros, llevándose adheridas varias capas de algo viscoso, parecido al musgo.

Tras unos cinco metros agobiantes salió a otra estancia similar a la anterior, pero mejor conservada. La mayoría de los nichos se mantenían cerrados con grandes lápidas verticales. Algunas habían caído, quedando hechas pedazos en el suelo. En los huecos abiertos yacían más cadáveres centenarios. Marta se tranquilizó. Aquella no era una cripta como la encontrada en el solar. Era un osario, un lugar de enterramiento típico de monasterios, conventos e iglesias.

¿Pero a cuál de ellos podía pertenecer? Hizo un repaso mental del plano de La Laguna. Por la dirección de los túneles, no era posible que se tratara de la Concepción ni de los Agustinos, muy lejanos. ¿Tal vez el convento de las monjas Clarisas? Demasiadas tumbas para un cenobio, aunque se enterraran en él algunos familiares de las monjas. Las Catalinas y Santo Domingo estaban demasiado alejados. Sólo quedaba la Catedral. ¿La Catedral? Era muy reciente, un edificio del siglo XIX. Aquellos muertos eran mucho más antiguos. De repente, cayó en la cuenta de que ésta se había reedificado sobre los cimientos de la antigua iglesia de Los Remedios. Estaba en el subsuelo del mismo centro geográfico de la ciudad.

Marta se maravilló, nunca había tenido conocimiento de la existencia de estos túneles subterráneos, ni de tal número de criptas comunicadas entre sí. Debían estar más de cinco metros por debajo de la superficie, y en el casco histórico se había prohibido excavar desde hacía muchos años. No le extrañaba que salieran a la luz en estos momentos en que la Gerencia de Urbanismo, tan errática, había dado un giro de noventa grados y obligaba a los promotores a construir garajes.

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