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Authors: Kami García,Margaret Stohl

Tags: #Infantil y juvenil, #Fantástico, #Romántico

Hermoso Final (14 page)

Vamos, L. Está aquí mismo. Estoy aquí mismo.

Volví a tirar con fuerza del periódico, que se deslizó fuera del montón cayendo al suelo. Ninguno de los dos levantó la vista.

Lena se sirvió un poco de leche en el té. Extendí mi mano para tomar la suya, apretándola hasta que se le cayó la cuchara, salpicando té sobre el mantel.

Lena miró fijamente su taza de té, flexionando sus dedos. Sólo cuando se inclinó para secar el mantel con su servilleta, advirtió el periódico en el suelo, donde había aterrizado, junto a su pie.

—¿Qué es esto? —Recogió el
Barras y Estrellas
—. No sabía que estabas suscrito a este periódico, tío M.

—Lo estoy. He descubierto que es muy útil para estar al tanto de lo que sucede en el pueblo. No querría perderme, por ejemplo, el último plan diabólico de la señora Lincoln y las Damas Auxiliares del Ejército de Salvación. —Sonrió—. ¡Qué puede haber más divertido que eso!

Contuve el aliento.

Ella se lo arrebató, apoyándolo sobre la mesa.

El crucigrama estaba en la parte de atrás. Era la edición del domingo, justo como lo había planeado cuando estaba en la oficina del
Barras y Estrellas
.

Lena sonrió para sus adentros.

—Amma completaría este crucigrama en cinco minutos.

Macon levantó la vista.

—O menos, estoy seguro. Creo que yo mismo podría hacerlo en tres.

—¿En serio?

—Ponme a prueba.

—Ocho horizontal —declaró—. Aparición o visión. Ser espectral. Una quimera de otro mundo. Un fantasma.

Macon la miró sorprendido, entornando sus ojos.

Lena se inclinó sobre el periódico, sosteniendo en una mano su taza de té. La observé atentamente mientras empezaba a leer.

Dedúcelo, Lena. Por favor.

No fue hasta que su taza empezó a temblar y cayó sobre la alfombra cuando comprendí que lo había captado, no la solución del crucigrama sino el mensaje que contenía.

—¿Ethan? —Alzó la vista. Me incliné para acercarme a ella, mi mejilla rozando la suya. Sabía que no podía sentirla; aún no había vuelto con ella, todavía no. Pero también sabía que ella creía que estaba allí y, por el momento, era lo único que importaba.

Macon se quedó mirándola fijamente, perplejo.

El candelabro que había sobre la mesa empezó a balancearse. La habitación se iluminó hasta volverse de un blanco cegador. Los enormes ventanales del comedor se agrietaron formando cientos de telas de araña en el cristal. Los pesados cortinajes volaron contra las paredes como plumas al viento.

—Cariño —empezó Macon.

El cabello de Lena ondeó en todas las direcciones. Cerré los ojos cuando, una ventana tras otra, empezaron a hacerse añicos y estallar como si se tratara de fuegos artificiales.

¿Ethan?

Estoy aquí.

Por encima de cualquier cosa eso es lo que quería que supiera.

Por fin.

13
Donde el cuervo te lleve

A
hora que Lena ya sabía que estaba allí, me resultaba aún más difícil apartarme de ella. No obstante, lo importante era que por fin había conseguido averiguar la verdad. Amma y Lena. Dos de dos. Era un comienzo.

Me sentía exhausto.

Definitivamente, tenía que encontrar la forma de volver con ella para siempre. Tardé menos de diez segundos en cruzar al otro lado. Si el resto del camino fuera tan sencillo.

Sabía que debía pasar por casa y contarle a mi madre todo lo ocurrido, pero también sabía lo preocupada que se quedaría al saber que tenía que ir hasta el Custodio Lejano. A juzgar por lo que Genevieve, mi madre, tía Prue y Obidias Trueblood habían contado, el Custodio Lejano parecía el último lugar al que una persona elegiría ir voluntariamente.

Especialmente una persona con una madre.

Enumeré todas las cosas que necesitaba hacer, todos los lugares a los que tendría que ir. El río. El libro. Los ojos del río, dos lisas piedras negras. Eso es lo que Obidias Trueblood indicó que necesitaba. Mi mente no dejaba de volver sobre ello, una y otra vez.

¿Cuántas piedras negras lisas podría haber en el mundo? ¿Y cómo podía saber cuáles eran los ojos del río, o lo que quiera que eso significara?

Tal vez pudiera encontrarlas por el camino. O tal vez ya las había encontrado, y ni siquiera lo sabía.

Una piedra negra mágica, el ojo del río.

Me sonaba extrañamente familiar. ¿Acaso lo había oído antes?

Traté de pensar en Amma, en todos sus hechizos, en los pequeños huesos, en cada grano de polvo de tumba y de sal, en cada trozo de cuerda que me había dado para que llevara conmigo.

Entonces lo recordé.

No se trataba de uno de los amuletos de Amma. Estaba en la visión que tuve cuando abrí la botella de su habitación.

Había visto la piedra colgando del cuello de Sulla. Sulla, la Profetisa. En la visión, Amma la había llamado «el ojo».

El ojo del río.

Lo que significaba que sabía dónde encontrarla y cómo llegar hasta allí, siempre que pudiera averiguar el modo de encontrar el camino hacia Wader’s Creek desde este lado.

Ya no había forma de evitarlo, por intimidante que fuera. Era hora de hacer una visita a los Antepasados.

* * *

Desplegué el mapa de la tía Prue. Ahora que sabía cómo interpretarlo, no resultaba tan difícil distinguir dónde estaban marcadas las puertas. Descubrí una equis roja sobre la puerta que llevaba a la casa de Obidias —la que estaba detrás de la cripta de la familia Snow—, así que después de ésa, empecé a buscar todas las marcas rojas que pude encontrar.

Había muchas equis rojas, ¿pero cuál de las puertas me llevaría hasta Wader’s Creek? Los destinos no estaban precisamente marcados como las salidas de una autopista, y no quería tropezarme con ninguna sorpresa que pudiera estar esperando a un chico detrás de la puerta número 3 del Más Allá.

Unas serpientes en vez de dedos tal vez fueran lo menos malo que me fuera a encontrar.

Tenía que haber algún tipo de lógica. Desconocía qué podía conectar la puerta de detrás de la sepultura de la familia Snow con el sendero rocoso que me había llevado hasta Obidias Trueblood, pero tenía que haber algo. En vista de que, por aquí, todos estábamos más o menos relacionados unos con los otros, ese algo probablemente podía ser la sangre.

¿Qué podría relacionar a una de esas sepulturas del Jardín de la Paz Perpetua con los Antepasados? De existir una tienda de licores en el cementerio —o un ataúd enterrado lleno del Wild Turkey del tío Abner, o quizá las ruinas de una pastelería encantada conocida por su pastel de merengue de limón—, no debería de estar muy lejos de donde me encontraba.

Pero Wader’s Creek tenía su propio cementerio. No había ninguna cripta ni sepulcro para Ivy, Abner, Sulla o Delilah en la Paz Perpetua.

Entonces encontré una equis roja detrás de lo que mi madre me había explicado era uno de los panteones más antiguos del cementerio, y supe que tenía que ser ése.

Así que volví a doblar el mapa y decidí echar un vistazo.

* * *

Unos minutos más tarde, me encontré escrutando un obelisco de mármol blanco.

Como no podía ser menos, la palabra SAGRADO estaba esculpida en la deteriorada piedra veteada, justo por encima de una calavera de aspecto sombrío que te miraba fijamente con las cuencas vacías. Nunca entendí por qué una única y escalofriante calavera tenía que figurar en el puñado de tumbas más antiguas de Gatlin. Pero todos conocíamos ese panteón en particular, a pesar de que se hallaba apartado en el extremo más alejado de la Paz Perpetua, donde se ubicaba el corazón del viejo cementerio, mucho antes de que el nuevo fuera construido a su alrededor.

La Aguja Confederada, así es como lo llamaba la gente de Gatlin, no por su forma puntiaguda sino por las mujeres que habían sido enterradas allí. Katherine Cooper Sewell, fundadora de la sección local de las Hijas de la Revolución Americana —probablemente no mucho después de la misma Revolución—, se había asegurado personalmente antes de morir de que la institución recaudara suficiente dinero para el obelisco.

Ella se casó con Samuel Sewell.

Samuel Sewell construyó y dirigió la Destilería Palmetto, la primera destilería del condado de Gatlin. La Palmetto fabricaba una sola cosa.

Wild Turkey.

—Muy astuto —declaré, rodeando el obelisco, donde el retorcido hierro forjado de la reja se curvaba, cuarteándose en algunas partes. No sabía si hubiera sido capaz de encontrarla allí en casa, pero aquí, en el Más Allá, la trampilla de la puerta, recortada en la base de piedra, destacaba ostensiblemente. La silueta rectangular de la entrada estaba encajada entre filas de conchas y ángeles esculpidos.

Presioné mi mano contra la suave piedra y sentí cómo cedía bajo ella, pasando de la luz del sol a la sombra.

Tras bajar por una docena de irregulares peldaños de piedra, me encontré en lo que parecía un sendero de gravilla. Avancé por el recodo del pasadizo y vi una luz brillando en la distancia. A medida que me iba acercando, pude percibir el olor de hierba húmeda y de los pantanosos terrenos de palmeras. Un olor inconfundible.

Aquél era el lugar correcto.

Llegué hasta una abombada puerta de madera, que estaba entreabierta. Ahora nada podía impedir el paso de la luz, ni del cálido y pegajoso aire, que se hizo aún más caliente y pegajoso cuando ascendí por los escalones del otro lado de la puerta.

Wader’s Creek me estaba esperando. No podía ver más allá de la primera franja de altos cipreses, pero sabía que estaba allí. Si seguía el fangoso sendero que tenía delante, encontraría el camino a la casa de Amma lejos de mi hogar.

Aparté las hojas de palmera y distinguí una hilera de pequeñas casas justo al borde del agua.

Los Antepasados. Tenían que ser ellos.

Mientras recorría el sendero, escuché voces. En la terraza más cercana, tres mujeres estaban apiñadas alrededor de una mesa con una baraja de cartas. Discutían y se increpaban entre sí de la misma forma que hacían las Hermanas cuando jugaban al Scrabble.

Reconocí a Twyla desde lejos. Tenía la sospecha de que pensaba unirse a los Antepasados cuando murió, la noche de la Decimoséptima Luna. Aun así, resultaba raro verla aquí, pasando el rato en el porche y jugando a las cartas con ellos.

—Oye, no puedes tirar esa carta, Twyla, ya lo sabes. ¿Crees que no puedo ver que estás haciendo trampas? —Una mujer con un colorido pañuelo, empujó la carta de vuelta a Twyla.

—Oye, Sulla, tal vez seas una Vidente,
querida
. Pero ahí no hay nada que ver —replicó Twyla.

Sulla. O sea que era ella. Ahora la reconocí claramente de la visión: Sulla la Profetisa, la antepasada más famosa de Amma.

—Bueno, pues yo creo que ambas estáis haciendo trampas. —La tercera mujer lanzó las cartas sobre la mesa y se ajustó las gafas redondas. Su pañuelo era de un amarillo brillante—. Y no quiero jugar con ninguna de vosotras. —Traté de no reírme, pero la escena era demasiado familiar; podría haber tenido lugar en mi casa.

—No seas tan amargada, Delilah. —Sulla ladeó la cabeza.

Delilah. Ella era la que llevaba las gafas.

Una cuarta mujer estaba sentada en una mecedora al borde del porche, con un bastidor redondo en una mano y una aguja en la otra.

—¿Por qué no entráis y le cortáis a vuestra vieja tía Ivy un trozo de pastel? Estoy muy ocupada con mi costura.

Ivy. Se hacía extraño verla finalmente en persona, después de las visiones.

—¿Pastel? ¡Ajá! —Un hombre mayor se rio desde su mecedora, tenía una botella de Wild Turkey en una mano y una pipa en la otra.

El tío Abner.

Sentía como si le conociera personalmente, aunque nunca nos habíamos encontrado. Al fin y al cabo, había estado acompañando a Amma en la cocina durante años, mientras ella le cocinaba cientos de pasteles, tal vez miles.

Un cuervo gigante apareció volando y aterrizó sobre el hombro del tío Abner.

—No encontrarás ningún pastel ahí dentro, Delilah. Nos hemos quedado sin reservas.

Delilah se detuvo, con una mano en la puerta mosquitera.

—¿Por qué íbamos a quedarnos sin reservas, Abner?

Él hizo un gesto en mi dirección.

—Supongo que Amarie está ocupada haciéndolos para él. —Vació su pipa, arrojando el tabaco usado por encima de la barandilla del porche.

—¿Quién, yo? —No podía creer que el tío Abner estuviera dirigiéndose a mí. Di un paso para acercarme a ellos—. Quiero decir, hola, señor.

Me ignoró.

—Supongo que no volveré a probar otro pastel de merengue de limón, salvo que también sea el favorito del chico.

—¿Piensas quedarte ahí plantado o vas a acercarte hasta aquí? —Aunque Sulla me estaba dando la espalda, podía sentir mi presencia.

Twyla entornó los ojos hacia la luz del sol.

—¿Ethan? ¿Eres tú, querido?

Caminé hacia la casa, aunque hubiera deseado quedarme donde estaba. No sé por qué estaba tan nervioso. No esperaba que los Antepasados parecieran tan normales, como un grupo cualquiera de viejos camaradas pasando la tarde en un soleado porche. Excepto porque estaban todos muertos.

—Sí. Quiero decir, sí, señora. Soy yo.

El tío Abner se levantó acercándose a la barandilla para poder mirarme mejor. El enorme cuervo, todavía encaramado en su hombro, movió las alas sin que él pestañeara siquiera.

—Tal y como he dicho, no conseguiremos ningún pastel ni nada más, ahora que el chico está aquí arriba con nosotros.

Twyla me hizo un gesto para que me acercara.

—Tal vez quiera compartir un trozo del suyo contigo.

Ascendí los desgastados escalones de madera, las campanillas de la entrada entrechocaron unas con otras, aunque ni siquiera había brisa.

—Ya veo, es un espíritu —declaró Sulla. Había un pequeño pájaro marrón dando saltos por la mesa. Un gorrión.

—Pues claro que lo es —resopló Ivy—. De lo contrario no estaría aquí arriba.

Evité acercarme al tío Abner y a su ave carroñera.

Cuando estuve lo suficientemente cerca, Twyla se puso en pie de un salto y me rodeó con sus brazos.

—No puedo decir que me alegre de que estés aquí, pero sí que me alegro de verte.

Le devolví el abrazo.

—Sí, bueno, yo tampoco estoy muy contento que digamos por estar aquí.

El tío Abner dio un sorbo a su whisky.

—¿Entonces por qué tuviste que ir y saltar desde ese estúpido depósito?

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