Read Fundación y Tierra Online

Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción

Fundación y Tierra (5 page)

Había sido suya sólo unos pocos meses, pero le parecía como su casa y sólo conservaba una vaga idea del que había sido su hogar en Términus.

¡Términus! El eje descentrado de la Fundación, destinado por el «Plan de Seldon» a formar un segundo y más grande Imperio en el decurso de los siguientes cinco siglos. Aunque ahora él, Trevize, le había dado un nuevo rumbo. Por decisión propia, estaba convirtiendo la Fundación en nada, y haciendo posible, en su lugar, una nueva sociedad, un nuevo esquema de vida, una revolución espantosa que sería la más grande desde la aparición de la vida multicelular.

Emprendía un viaje encaminado a demostrarse (o a rechazar) que lo que había hecho era lo justo.

Se encontró perdido en sus pensamientos e inmóvil, y se sacudió con irritación. Se dirigió apresuradamente a la cabina-piloto y vio que su ordenador permanecía todavía allí.

Resplandecía; todo resplandecía. La limpieza no había podido ser más minuciosa. Los contactos, cerrados por él casi al azar, funcionaban a la perfección y, al parecer, con más facilidad que nunca. El sistema de ventilación era tan silencioso que tuvo que poner la mano sobre las rejillas para asegurarse de que el aire circulaba.

El círculo de luz sobre el ordenador brillaba agradablemente. Trevize lo tocó y la luz se derramó por toda la mesa, en la que apareció el perfil de una mano derecha y una mano izquierda. Inhaló a fondo y se dio cuenta que había estado sin respirar durante un rato. Los gaianos desconocían la tecnología de la Fundación y hubiesen podido averiar el ordenador con facilidad sin la menor malicia. Hasta ahora, no había sido así: las manos permanecían en su sitio.

La prueba definitiva la tendría al poner sus propias manos sobre aquéllas, y, por un momento, vaciló. Casi de inmediato sabría si algo andaba mal, y, de ser así, ¿qué podría hacer? Para repararlo, tendría que regresar a Términus, y, si volvía, estaba seguro de que la alcaldesa Branno no dejaría que se marchase de nuevo. Y en tal caso…

Sintió que su corazón palpitaba con fuerza; era inútil prolongar aquella incertidumbre deliberadamente.

Extendió ambas manos, la derecha, la izquierda, y las apoyó sobre las siluetas; en ese instante, tuvo la sensación de que otro par de manos asían las suyas. Sus sentidos se expandieron, y pudo ver Gaia en todas las direcciones, verde y húmeda, y los gaianos que seguían allí. Cuando quiso mirar hacia arriba, vio un cielo nublado en su mayor parte. Después, también por su voluntad, las nubes se desvanecieron y contempló un cielo azul inmaculado que filtraba la luz del sol de Gaia.

De nuevo puso su voluntad a prueba, y el azul desapareció ocupando su lugar las estrellas..

Las borró y quiso contemplar la galaxia, y lo consiguió, viéndola como una rueda de fuegos artificiales a tamaño reducido. Examinó la imagen del ordenador, ajustando su orientación, alterando la marcha aparente del tiempo, haciéndola girar primero en una dirección y después en otra. Localizó el sol de Savshell, la estrella importante más próxima a Gaia; después, el sol de Términus; luego, el de Trantor; uno tras otro. Viajó de una estrella a otra en el mapa galáctico contenido en las entrañas del ordenador.

Entonces, retiró las manos y dejó que de nuevo el mundo real lo rodease, y se dio cuenta de que había permanecido todo el tiempo en pie, inclinado a medias sobre el ordenador para establecer el contacto manual. Sintió que estaba entumecido y tuvo que estirar los músculos de su espalda antes de sentarse.

Miró el ordenador con fijeza, agradecido y aliviado. Su funcionamiento había resultado perfecto. Le había respondido mejor que nunca, y sintió por él lo que sólo podía describirse como amor. A fin de cuentas, mientras apoyaba sus manos en él (se negaba resueltamente a confesarse que pensaba que eran las manos de ella), formaban parte el uno del otro, y su voluntad dirigía, controlaba, experimentaba y pertenecía a un yo superior. El y aquello debían sentir, de una manera reducida, pensó de pronto, con inquietud, lo mismo que Gaia sentía en un campo muchísimo más amplio.

Sacudió la cabeza. ¡No, en el caso de él y el ordenador! Era él, Trevize, quien poseía el control absoluto. El ordenador se hallaba totalmente sometido a su mandato.

Se levantó y pasó a la bien abastecida cocina y al comedor. Había abundancia de comida de todas clases y aparatos adecuados de refrigeración y de calor. Ya había observado que las películas que guardaba en su habitación estaban en regla, y tenía el convencimiento…, no, la absoluta seguridad, de que Pelorat había comprobado que su filmoteca personal lo estaba también. De no haber sido así, seguro que ya se lo habría comunicado.

¡Pelorat! Eso le recordó una cosa. Entró en la habitación de Pelorat.

—¿Hay sitio aquí para Bliss, Janov?

—¡Oh, sí! De sobra.

—Podría convertir la sala común en su dormitorio.

Bliss lo miró, abriendo mucho los ojos.

—No deseo tener una habitación individual. Me encuentro muy bien aquí con Pel. Aunque supongo que podré usar las otras habitaciones cuando las necesite. Por ejemplo, el gimnasio.

—Por supuesto. Todas, excepto la mía.

—Muy bien. Eso es lo que yo habría sugerido, si hubiese tenido ocasión de hacerlo. Por lógica, tú tampoco entrarás en la nuestra.

—Desde luego —dijo Trevize, que miró hacia abajo y se dio cuenta de que sus zapatos pisaban el umbral. Dio un paso atrás—. Pero esto no es una suite nupcial, Bliss.

—Así parece, en vista de su estrechez, y tampoco lo sería si Gaia la ampliase la mitad de lo que es.

Trevize reprimió una sonrisa.

—Tendréis que comportaros como buenos amigos.

—Lo somos —dijo Pelorat, claramente molesto por el rumbo que había tomado la conversación—, pero creo, viejo amigo, que debes dejar que nos arreglemos nosotros solos.

—En realidad, no puedo —repuso Trevize pausadamente—. Quiero que quede bien claro que éste no es lugar adecuado para una luna de miel, No me opondré a nada de lo que hagáis por mutuo consentimiento, pero debéis daros cuenta de que aquí no gozaréis de intimidad.

Espero que lo comprendas, Bliss.

—Hay una puerta —dijo Bliss—, y me imagino que no nos molestarás cuando esté cerrada…, es decir, salvo en caso de verdadera emergencia.

—Claro que no. Sin embargo, las paredes no están insonorizadas.

—¿Estás tratando de decir, Trevize —dijo Bliss—, que oirás con claridad cualquier conversación que sostengamos y el ruido que podamos hacer cuando mantengamos relaciones sexuales?

—Sí, eso es lo que quería decir. Y teniéndolo en cuenta, espero que comprendáis que deberéis limitar vuestras actividades aquí. Eso puede incomodaros, y lo siento, pero la situación está así.

—La verdad es, Golan —dijo Pelorat amablemente después de un carraspeo—, que ya he tenido que enfrentarme con el mismo problema.

Como sabes muy bien, cualquier sensación que Bliss experimenta mientras está conmigo es experimentada por toda Gaia.

—Ya he pensado en esto, Janov —dijo Trevize, y pareció que reprimía una mueca—. No quería mencionarlo; sólo lo he hecho por si no habías pensado en ello.

—Por desgracia, lo pensé —dijo Pelorat.

—No des demasiada importancia a esto, Trevize —intervino Bliss—.

En un momento dado, puede haber miles de seres humanos en Gaia que estén haciendo el amor; millones que estén comiendo, bebiendo, o entregados a otras actividades placenteras. Esto origina un ambiente general de felicidad que Gaia siente, y cada una de sus partes. Los animales inferiores, las plantas y los minerales gozan de placeres progresivamente reducidos, pero que también contribuyen a una alegría generalizada y consciente que Gaia experimenta en todas sus partes siempre, y que no se siente en ninguno de los otros mundos.

—Nosotros tenemos nuestros propios goces particulares —dijo Trevize —que podemos compartir con otros, si lo deseamos, o disfrutarlos en privado, si queremos.

—Si pudieses sentir los nuestros, sabrías lo atrasados que vosotros, los aislados, estáis a este respecto.

—¿Cómo puedes saber lo que nosotros sentimos?

—Aunque no lo sepamos, es lógico suponer que un mundo de placeres comunes tiene que ser más intenso que un solo individuo aislado.

—Es posible, pero aunque mis placeres sean mínimos, guardaré para mi mis alegrías y mis penas y me contentaré con ellas, por pequeñas que parezcan, y seré yo y no un hermano carnal de la roca más cercana.

—No te burles —pidió Bliss—. Tú valoras todos los cristales minerales de tus huesos y tus dientes, y quisieras que no se estropease ninguno, aunque no tengan más conciencia que un cristal corriente de roca, del mismo tamaño.

—Eso es bastante cierto —aceptó Trevize, de mala gana—, pero nos hemos apartado del tema. A mí no me importa que toda Gaia comparta tu alegría, Bliss, pero yo no quiero compartirla. Aquí vivimos muy estrechos y no deseo verme obligado a participar en vuestras actividades, aunque sea indirectamente.

—Esta discusión no tiene objeto, mi querido amigo —dijo Pelorat.

Mientras la nave se hallaba dentro de la atmósfera, no se necesitaba, por supuesto, acelerar, de modo que el zumbido y la vibración del aire al pasar rápidamente no se percibían. Y cuando la atmósfera quedaba atrás y la aceleración se producía, a grandes velocidades, no afectaba a los pasajeros.

Era lo más moderno en comodidad, y Trevize no creía que pudiese mejorarse hasta que llegase el día en que los seres humanos descubriesen la manera de volar a través del hiperespacio sin necesidad de naves y sin preocuparse de que los campos de gravitación cercanos pudiesen ser demasiado intensos. Precisamente ahora, la
Far Star
tendría que alejarse a toda velocidad del sol de Gaia durante varios días hasta que la intensidad de la gravedad fuese lo bastante débil para intentar el Salto.

—Golan, querido amigo, ¿puedo hablar un momento contigo? ¿No estás demasiado ocupado?

—En absoluto. El ordenador se encarga de todo en cuanto le he dado las instrucciones pertinentes. Y a veces parece que adivina cuáles serán éstas y las cumple casi antes de que yo haya acabado de formularlas —dijo Trevize, acariciando el tablero.

—Tú y yo nos hemos hecho muy amigos, Golan —comenzó Pelorat—, en el poco tiempo que llevamos conociéndonos, a pesar de que debo admitir que me parece mucho más largo. ¡Han ocurrido tantas cosas…! Cuando me detengo a pensar en mi relativamente larga vida, me parece curioso que la mitad de los sucesos que he experimentado se hayan concentrado en estos pocos últimos meses. O así parece. Casi podría suponer…

Trevize levantó una mano.

—Janov, te estás saliendo de la cuestión, estoy seguro. Has empezado diciendo que nos hemos hecho muy amigos en poco tiempo. Si, es cierto, y seguimos siéndolo. A propósito, todavía hace menos tiempo que conoces a Bliss y te has hecho aún más amigo de ella.

—Desde luego, eso es diferente —repuso Pelorat carraspeando, un poco confuso.

—Claro —dijo Trevize—, pero, ¿por qué me hablas de nuestra breve pero duradera amistad?

—Mi querido compañero, si seguimos siendo amigos, como acabas de admitir, quiero que también lo seas de Bliss que, como también acabas de decir, me es particularmente querida.

—Lo comprendo. ¿Y bien?

—Sé, Golan, que Bliss no te gusta, pero quisiera que por mi…

Trevize levantó una mano.

—Un momento, Janov. No es que Bliss me entusiasme, pero tampoco le tengo antipatía. En realidad, no siento ninguna animosidad contra ella. Es una joven atractiva y, aunque no lo fuese, estaría dispuesto por ti, a considerarla como tal. Es Gaia lo que no me gusta.

—Pero Bliss es Gaia.

—Lo sé, Janov. Y eso complica las cosas. Mientras pienso en Bliss como persona, no hay problema. Pero si pienso en ella como Gaia, la cosa cambia.

—Pero no le has dado ninguna oportunidad, Golan. Mira, viejo amigo, déjame confesarte algo. Cuando Bliss y yo estamos en la intimidad, hay veces en que me deja compartir su mente durante un minuto, más o menos. No más tiempo, porque dice que soy demasiado viejo para adaptarme a ello… ¡Oh, no sonrías, Golan! También tú serías demasiado viejo para hacerlo. Si un ser aislado, como tú o como yo, fuese parte de Gaia durante más de un minuto o dos, podría sufrir alguna lesión cerebral, y si el tiempo fuese de cinco o diez minutos, esa lesión sería irreversible. Si pudieses experimentarlo, Golan…

—¿Qué? ¿Una lesión cerebral irreversible? No, gracias.

—Me malinterpretas deliberadamente, Golan. Me refiero sólo al momento de la unión. No sabes lo que te pierdes. Me resulta imposible describirlo. Bliss dice que se trata de una sensación de alegría. Es como decir que se siente alegría cuando se bebe un poco de agua después de haber estado a punto de morir de sed. Soy incapaz de poder darte una ligera idea de lo que es. Compartes todo el placer que mil millones de personas experimentan por separado. No es un goce continuo; si lo fuese, pronto dejarías de sentirlo. Vibra…, centellea…, tiene un extraño ritmo pulsátil que se apodera de ti. Es más alegre…, no, no es más alegre, sino una alegría mejor que la que nunca podrías experimentar separadamente. Cuando ella me cierra la puerta, me echaría a llorar.

Trevize sacudió la cabeza.

—Tu elocuencia es sorprendente, buen amigo, pero parece que estás describiendo la adicción a la seudendorfina o a alguna otra droga de esas que te hacen gozar a corto plazo, al precio de dejarte sumido para siempre en el horror. ¡No me interesa! Me niego a vender mi individualidad por un breve sentimiento de euforia.

—Yo no he perdido mi individualidad, Golan.

—Pero, ¿cuánto tiempo la conservarás si sigues con eso, Janov? Suplicarás más y más de tu droga hasta que, en definitiva, tu cerebro quede lesionado. Janov, no debes permitir que Bliss haga eso contigo. Quizá fuese mejor que yo hablase con ella.

—¡No! ¡No lo hagas! Tú no te distingues por tu tacto, ¿sabes?, y no quiero ofenderla. Te aseguro que ella cuida mejor de mí, a este respecto que todo lo que puedas imaginarte. La posibilidad de una lesión cerebral le preocupa más que a mi. Puedes estar seguro de ello.

—Entonces, hablaré contigo, Janov, no vuelvas a hacerlo nunca más. Has vivido cincuenta y dos años disfrutando de tus propios placeres y alegrías, y tu cerebro está adaptado a esto. No te dejes llevar por un nuevo y desacostumbrado vicio. Eso acaba pagándose; si no inmediatamente, sí en definitiva.

Other books

In Honor by Jessi Kirby
Dear Emily by Julie Ann Levin
Amy Winehouse by Chas Newkey-Burden
The Mage in the Iron Mask by Brian Thomsen
Some Possible Solutions by Helen Phillips
Sisters in Sanity by Gayle Forman
Death Angel by Linda Fairstein
Second Chances by Kathy Ivan
The Devil's Diadem by Sara Douglass


readsbookonline.com Copyright 2016 - 2024