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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción

Fundación y Tierra (46 page)

BOOK: Fundación y Tierra
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El entusiasmo de Pelorat se hizo más intenso.

—Esto es exactamente lo que debíamos esperar, Golan. El planeta portador de vida está allí, pero el intento de ocultar ese hecho oscurece los datos concernientes a él y hace que los que realizaron el mapa que el ordenador emplea se muestren inseguros.

—No, y me preocupa —dijo Trevize—. No debíamos esperar eso. Había que esperar mucho más. Considerando la eficacia con que han sido borrados los datos concernientes a la Tierra, los que confeccionaron el mapa hubiesen debido ignorar que existe vida en el sistema, y más vida humana. Ni siquiera hubiesen debido saber que existe el sol de la Tierra. Los mundos Espaciales no se hallan en el mapa. ¿Por qué había de estar el sol de la Tierra precisamente?

—Bueno, la cuestión es que se encuentra allí. ¿Para qué vamos a discutir sobre ello? ¿Y qué otra información nos da sobre la estrella?

—Un nombre.

—¡Oh! ¿Cuál es?

—Alfa.

Hubo una breve pausa y Pelorat dijo ansiosamente:

—Claro, viejo. Es la prueba que nos faltaba. Considera el significado.

—¿Tiene un significado? —preguntó Trevize—. Para mí no es más que un nombre, y extraño por cierto. No parece galáctico.

—No es galáctico. Corresponde a una lengua prehistórica de la Tierra, la misma que nos dio Gaia como nombre del planeta de Bliss.

—¿Y qué significa?

—Alfa es la primera letra del alfabeto de aquella lengua antigua. Y una de las cosas que con mayor certidumbre sabemos de ella. En los tiempos antiguos, «alfa» era a veces empleada para significar lo primero de algo. Llamar «Alfa» a un sol, implica que es el primero. ¿Y no sería el primer sol aquél alrededor del cual girase el primer planeta donde hubiese vida humana…, la Tierra?

—¿Estás seguro?

—Por completo —dijo Pelorat.

—¿Hay algo en las leyendas primitivas (tú debes saberlo, ya que eres mitólogo) que dé al sol de la Tierra algún atributo desacostumbrado?

—No, ¿por qué habría de tenerlo? Por definición, ha de ser normal, y las características que nos ha dado el ordenador son, supongo, absolutamente normales. ¿Verdad?

—Presumo que el sol de la Tierra es una sola estrella, ¿no?

—¡Por supuesto! —exclamó Pelorat—. Que yo sepa, todos los mundos habitados giran alrededor de una sola estrella.

—Lo que yo suponía —dijo Trevize—. Resulta que la estrella que aparece en el centro de la pantalla no es una estrella individual, sino una binaria. La más grande de las dos que componen la binaria aparece normal, y a ella se refieren los datos que el ordenador nos dio. Sin embargo, otra estrella de una masa equivalente a cuatro quintos de la más brillante gira alrededor de ésta, en un tiempo aproximado de ochenta años. No podemos ver las dos estrellas separadas a simple vista, pero, si ampliásemos la imagen, estoy seguro de que sería posible contemplarlas.

—¿De verdad estás seguro, Golan? —preguntó, estupefacto, Pelorat.

—Es lo que el ordenador me dice. Y si hemos estado mirando una estrella binaria, no se trata del sol de la Tierra. No puede serlo.

Trevize rompió el contacto con el ordenador y se encendieron las luces.

Por lo visto, fue la señal para que Bliss volviese, seguida de Fallom.

—Bueno, ¿qué resultados hay? —preguntó.

—Bastante desalentadores —respondió Trevize, con voz apagada—. Donde esperaba encontrar el sol de la Tierra, ha aparecido una estrella binaria. El sol de la Tierra es una sola estrella; por consiguiente, no lo hemos encontrado..

—¿Y ahora qué, Golan? —dijo Pelorat.

Trevize se encogió de hombros.

—En realidad, no esperaba ver centrado el sol de la Tierra. Ni siquiera las Espaciales habrían colonizado mundos que formasen una esfera perfecta. Además, Aurora, que es el mundo Espacial más viejo, pudo enviar colonizadores por su cuenta y, de este modo, deformar la esfera. También es posible que el sol de la Tierra no se haya movido exactamente a la velocidad media de los mundo Espaciales.

—Así, ¿quieres significar que la Tierra puede estar en cualquier parte? —dijo Pelorat..

—No. No precisamente en «cualquier parte». Todas aquellas posibles causas de error no tienen por qué significar gran cosa. El sol de la Tierra puede estar cerca de las coordenadas. La estrella que encontramos casi en las coordenadas exactas debe ser una vecina del sol de la Tierra. Es sorprendente que haya una vecina que se parezca tanto al sol de la Tierra, aparte de ser binaria, mas éste tiene que ser el caso.

—Pero, entonces, deberíamos ver el sol de la Tierra en el mapa, ¿no? Quiero decir, cerca de Alfa.

—No, pues estoy seguro de que el sol de la Tierra no figura en absoluto en el mapa. Eso fue lo que me hizo desconfiar cuando observamos Alfa. Por mucho que ésta se parezca al sol de la Tierra, el mero hecho de que estuviese en el mapa me hizo sospechar que no era la verdadera.

—En ese caso —dijo Bliss—, ¿por qué no te concentras en las mismas coordenadas en el espacio real? Si hubiese una estrella brillante cerca del centro, una estrella inexistente en el mapa del ordenador, de características parecidas a las de Alfa, pero sin ser binaria, ¿no podría tratarse del sol de la Tierra?

Trevize suspiró.

—Si fuese así, apostaría la mitad de mi fortuna a que el planeta Tierra estaría dando vueltas alrededor de la estrella de que hablas. Pero, una vez más, vacilo en hacer la prueba.

—¿Porque puedes fracasar?

Trevize asintió con la cabeza.

—Sin embargo —dijo—, dame un momento para que recobre el aliento, y me esforzaré en hacerlo.

Mientras los tres adultos se miraban, Fallom se acercó al ordenador y, con curiosidad, miró las marcas de manos que había sobre el tablero. Alargó una de las suyas hacia aquéllas, pero Trevize atajó su movimiento alargando un brazo rápidamente.

—No debes tocar eso, Fallom —dijo con aspereza.

La joven solariana pareció sobresaltarse y se refugió en los brazos acogedores de Bliss.

—Debemos enfrentarnos con la situación, Golan —dijo Pelorat—. ¿Qué pasará si no encuentras nada en el espacio real?

—Entonces tendré que volver al plan primitivo —respondió Trevize —e ir visitando, sucesivamente, cada uno de los cuarenta y siete mundos Espaciales.

—¿Y si tampoco da resultado, Golan?

Trevize sacudió la cabeza con enojo, como para evitar que aquella idea arraigase demasiado en su mente. Fijando la mirada en sus rodillas, dijo bruscamente:

—Pensaré en otra cosa.

—Pero, ¿y si no existe el mundo de los ascendientes?

Trevize levantó la cabeza y elevó el tono de su voz.

—¿Quién ha dicho eso? —preguntó.

Era una pregunta inútil. Pasado el momento de incredulidad, supo muy bien quién era el interpelante.

—He sido yo —dijo Fallom.

Trevize la miró frunciendo el entrecejo ligeramente.

—¿Has comprendido la conversación?

—Estáis buscando el mundo de los ascendientes —respondió Fallom—, pero todavía no lo habéis encontrado. Tal vez tal mundo no existe.

—Ese mundo —dijo Bliss en tono suave.

—No, Fallom —repuso Trevize seriamente—. Se han hecho grandes esfuerzos para ocultarlo. Y esforzarse tanto en ocultar algo quiere decir que ese algo existe. ¿Entiendes lo que estoy diciendo?

—Si —dijo Fallom—. Tú no me dejas tocar las manos del tablero. Y eso quiere decir que sería interesante tocarlas.

—Pero no para ti, Fallom. Bliss, estás creando un monstruo que nos destruirá a todos. No la dejes entrar aquí si yo no estoy. E incluso entonces, piénsalo dos veces, ¿quieres?

Sin embargo, aquella pequeña distracción pareció sacarle de sus vacilaciones.

—Desde luego, será mejor que ponga manos a la obra. Si sigo sentado aquí, sin saber lo que he de hacer, ese pequeño espantajo se apoderará de la nave.

Las luces menguaron y Bliss murmuró en voz baja:

—Lo prometiste, Trevíze. No le llames monstruo o espantajo cuando ella Pueda oírlo.

—Entonces, no la pierdas de vista y enséñale buenos modales. Dile que los niños no deben oír nada, ni ver nada.

Bliss frunció el ceño.

—Tu actitud para con los niños es sencillamente espantosa, Trevize.

—Tal vez, pero ahora no es el momento adecuado para discutir ese tema.

—Ahí está Alfa de nuevo, en el espacio real —dijo en un tono que revelase tanto satisfacción como alivio—. Y a su izquierda, un poco hacia arriba, hay otra estrella casi tan brillante como ella y que no figura en el mapa galáctico del ordenador. Ése es el sol de la Tierra. Me apuesto toda mi fortuna.

—Bueno —dijo Bliss—, no te quitaremos tu fortuna si pierdes. Entonces, ¿por qué no resolvemos el asunto de una vez? Visitemos la estrella en cuanto puedas dar el Salto.

Trevize sacudió la cabeza.

—No. Y ahora no se trata de vacilación o de miedo, sino de ser prudentes. Hemos visitado tres veces otros tantos mundos desconocidos, y en cada una de ellas nos hemos encontrado con algo inesperado y peligroso. Y además, las tres veces tuvimos que huir a toda prisa Ahora, el asunto es crucial, y no jugaré mis cartas a ciegas, o al menos las jugaré lo menos a ciegas posible. Hasta ahora, sólo hemos oídos vagas historias sobre radiactividad, y no es suficiente. Por alguna rara circunstancia que nadie podía prever, hay un planeta con vida humana a casi un pársec de la Tierra.

—¿Sabes realmente que hay vida humana en el planeta Alfa? —preguntó Pelorat—. Habías dicho que el ordenador ponía un interrogante detrás de todo esto.

—Aun así vale la pena probarlo —dijo Trevize—. ¿Por qué no echarle un vistazo? Si hay seres humanos en Alfa, tal vez sepan decirnos algo acerca de la Tierra. A fin de cuentas, la Tierra no es un remoto planeta legendario para ellos; hablamos de un mundo vecino, brillante y destacado en su cielo.

—No es mala idea —reflexionó Bliss—. Pienso que si Alfa está habitado y sus moradores no son Aislados típicos como vosotros, tal vez se muestren amistosos y podamos comer algo sabroso para cambiar.

—Y conocer a algunas personas agradables —añadió Trevíze—, no lo olvides. ¿Te parece bien, Janov?

—Tú decides, viejo amigo —dijo Pelorat—. Donde quiera que vayas, allá iré yo también.

—¿Encontraremos a Jemby? —preguntó Fallom de pronto.

—Lo buscaremos, Fallom —se apresuró a decir Bliss, antes de que Trevize pudiese responder.

—Caso resuelto —dijo Trevize entonces—. Iremos a Alfa.

—Dos estrellas grandes —indicó Fallom, señalando la pantalla.

—Es verdad —dijo Trevize—. Dos de ellas. Y ahora, Bliss, no la pierdas de vista. No quiero que juegue con esto.

—Le fascina la maquinaria —adujo Bliss.

—Sí, ya lo sé —repuso Trevize—, pero a mí no me fascina su fascinación. Si he de decirte la verdad, yo me siento tan fascinado como ella al ver juntas dos estrellas tan brillantes en la pantalla.

Las dos estrellas tenían el suficiente brillo para que pareciesen a punto de mostrarse como un disco…, cada una de ellas. La pantalla había aumentado automáticamente la densidad de filtración con el fin de eliminar la fuerte radiación y amortiguar la luz de las estrellas brillantes para evitar las lesiones de retina. Como resultado de ello, pocas estrellas más tenían el brillo necesario para que pudiesen percibirse, y las dos que lo eran imperaban en un soberbio aislamiento.

—Lo cierto es que nunca había estado tan cerca de un sistema binario —dijo Trevize.

—¿No? ¿Cómo es posible? —preguntó.Pelorat, con voz de asombro.

Trevize se echó a reír.

—He rodado bastante, Janov p«o no soy el trotamundos galáctico que te imaginas.

—Yo nunca había estado en el espacio hasta que te conocí, Golan —dijo Pelorat—, pero siempre pensé que todos los que conseguían viajar por el espacio…

—…, irían a todas partes. Lo sé Es una idea bastante normal. Lo malo de la gente que permanece atada a un planeta es que, por mucho que su mente les diga P contrario, su imaginación es incapaz de captar la verdadera dimensión de la Galaxia. Podríamos pasarnos toda la vida viajando y dejar sin explorar la mayor parte de la Galaxia. Además, nadie va nunca a estrellas binarias

—¿Por qué? —preguntó Bliss, frunciendo el entrecejo—. En Gaia sabemos poco de astronomía en comparación con los Aislados viajeros de la Galaxia, pero tengo la impresión de que las binarias no son raras.

—Y no lo son —dijo Trevize—. En realidad, hay bastantes más binarias que estrellas solitarias. Sin embargo, la formación de dos estrellas en íntima relación trastorna el proceso ordinario de la formación planetaria. Las binarias tienen menos material planetario que las estrellas solitarias. Los planetas que se forman a su alrededor tienen muchas veces órbitas relativamente inestables y en muy raras ocasiones son de tipo lógicamente habitable.

»Me imagino que los Primitivos exploradores estudiaron muchas binarias de cerca, pero al cabo de un tiempo, sólo buscaron estrellas solitarias con fines de colonización, y, naturalmente, una vez la galaxia colonizada densamente todos los viajes tienen casi como único objetivo el comercio y las comunicaciones y, se realizan entre mundos habitados que giran alrededor de estrellas solitarias. Supongo que, en períodos de actividad militar, se establecerían, a veces, bases en mundos pequeños y deshabitados correspondientes aun sistema binario estratégicamente situado, pero, al perfeccionarse el viaje hiperespacial, tales bases se hicieron innecesarias.

—Es asombroso lo mucho que sabes —dijo Pelorat con humildad.

Trevize sonrió.

—No te dejes impresionar por mí, Janov. Cuando yo estaba en la Armada, escuchamos un número increíble de conferencias sobre tácticas militares anticuadas que nadie usaba ni pretendía usar, y de las que sólo se hablaba por inercia. Ahora, no he hecho más que recordar un poco de alguna de ellas. Considera todo lo que sabes tú sobre mitología, folklore y lenguas arcaicas que yo ignoro y que sólo tú y unos pocos conocéis.

—Sí, pero estas dos estrellas constituyen un sistema binario y una de ellas tiene un planeta habitado girando a su alrededor —dijo Bliss.

—Eso espero, Bliss —repuso Trevize—. Todo tiene sus excepciones. Y este caso es todavía más intrigante por el signo oficial de interrogación que lo acompaña. No, Fallom, estos botones no son para jugar.

Bliss, si no le pones unas esposas, llévatela de aquí.

—No estropeará nada —protestó Bliss, defendiéndola, pero atrajo a la criatura solariana junto a ella—. Si estás tan interesado en ese planeta habitable, ¿por qué no nos encontramos ya en él?

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