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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción

Fundación y Tierra (22 page)

BOOK: Fundación y Tierra
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—¿Cuánto tiempo se necesita para todo esto? —preguntó Pelorat.

—No mucho. El ordenador realiza el trabajo difícil. Yo sólo le digo lo que debe hacer. Lo que sí requiere tiempo es que tengo que estudiar los resultados para asegurarme de que parecen ser los correctos y de que en mis instrucciones no ha habido ningún fallo. Si yo fuese uno de esos hombres temerarios que confían plenamente en ellos mismos y en el ordenador, todo podría llevarse a cabo en pocos minutos.

—Es realmente asombroso —dijo Pelorat—. ¡Pensar en lo mucho que el ordenador hace por nosotros!

—Yo lo pienso continuamente.

—¿Qué podrías hacer sin él?

—¿Y qué podría hacer sin una nave gravítica? ¿Qué podría hacer sin mi adiestramiento astronáutico? ¿Qué podría hacer sin veinte mil años de tecnología hiperespacial detrás de mí? El hecho es que yo soy yo, aquí, ahora. Imaginemos que podremos proyectamos otros veinte mil años en el futuro. ¿Qué maravillas tecnológicas nos esperaran? ¿O no podría ser que, dentro de veinte mil años, la Humanidad no existiera ya?

—No lo creo —dijo Pelorat—. No creo que hubiese dejado de existir.

Aunque no nos convirtiésemos en parte de Galaxia, tendríamos la psicohistoria para guiamos.

Trevize se volvió en su sillón, retirando las manos del tablero.

—Calculemos las distancias —dijo —y comprobemos los resultados varias veces. No tenemos prisa. —Después, miró a Pelorat con curiosidad y dijo—: ¡La psicohistoria! Mira, Janov, este tema salió a relucir dos veces en Comporellon, y, en ambos, fue calificado de superstición.

Yo lo dije la primera vez, y, después, Deniador lo repitió también. A fin de cuentas, ¿cómo puedes definir la psicohistoria sino como una superstición de la Fundación? ¿No es una creencia sin pruebas o evidencia? ¿Qué opinas tú, Janov? Esto corresponde más a tu campo que al mío.

—¿Por qué dices que no hay pruebas, Golan? —preguntó Pelorat—. El simulacro de Hari Seldon ha aparecido muchas veces en la Bóveda del Tiempo y presentó hechos que se cumplieron después. Él no podía saber, en su tiempo, que esos acontecimientos iban a transcurrir si no hubiese podido predecirlo por medio de la psicohistoria.

Trevize asintió con la cabeza.

—Eso suena imponente. Se equivocó en lo del Mulo, pero aun así, resulta imponente. Sin embargo, huele desagradablemente a magia. Cualquier prestidigitador puede hacer trucos.

—Ningún prestidigitador es capaz de predecir cosas que sucederán al cabo de varios siglos, en el futuro.

—Ningún prestidigitador podría realizar, de verdad, lo que simula.

—Vamos, Golan. Soy incapaz de imaginar algún truco que me permita predecir lo que sucederá dentro de cinco siglos.

—Ni se te ocurre ninguno que le sirva a un prestidigitador para leer el contenido de un mensaje oculto en un satélite no tripulado en órbita. Y, sin embargo, yo he visto hacerlo a un prestidigitador. ¿Se te ha ocurrido pensar alguna vez que la Cápsula del Tiempo, junto con el simulacro de Hari Seldon, puede haber sido montada por el Gobierno?

Pelorat pareció indignarse ante tal idea.

—Nunca harían una cosa así.

Trevize lanzó un gruñido burlón.

—Y serían descubiertos si lo intentasen —dijo Pelorat.

—No estoy tan seguro de esto. Pero la cuestión es que no sabemos en absoluto cómo funciona la psicohistoria.

—Yo desconozco cómo funciona este ordenador, pero sí sé que funciona.

—Porque otros saben cómo funciona. ¿Qué pasaría si nadie lo supiese? Pues que si, por algún motivo, dejase de funcionar, nada podríamos hacer para repararlo. Y si a la psicohistoria le ocurriese eso…

—Los de la Segunda Fundación conocen el funcionamiento de la psicohistoria.

—¿Cómo lo sabes, Janov?

—Es lo que se dice.

—Se puede decir cualquier cosa… ¡Ah! Ya tenemos la distancia de la estrella del Mundo Prohibido y, espero, con mucha exactitud. Estudiemos las cifras.

Las contempló fijamente durante un buen rato, moviendo los labios de vez en cuando, como si estuviese haciendo algún cálculo mental.

—¿Qué está haciendo Bliss? —preguntó por último sin levantar la vista.

—Está durmiendo, viejo amigo —respondió Pelorat. Y después, como defendiéndola—: Necesita dormir, Golan. Para mantenerse como parte de Gaia en el hiperespacio tiene que consumir energía.

—Supongo que sí —dijo Trevize, y volvió a su ordenador. Colocó las manos sobre el tablero—. Daremos varios Saltos y comprobaremos las cifras cada vez. —Entonces, murmuró, retiró las manos de nuevo—: Hablo en serio, Janov. ¿Qué sabes tú acerca de la psicohistoria?

Pelorat pareció sorprendido.

—Nada. Ser historiador, como yo lo soy, en cierta manera, es muy diferente de ser psicohistoriador. Desde luego, conozco las dos premisas fundamentales de la psicohistoria, pero eso lo sabe todo el mundo.

—Incluso yo. La primera es que el número de seres humanos involucrados debe ser lo bastante grande para dar validez al tratamiento estadístico. Pero, ¿qué es «lo bastante grande»?

—El último cálculo de la población galáctica —dijo Pelorat —está cifrada en diez mil billones aproximadamente, y es probable que peque por defecto. Desde luego, se trata de una cifra bastante grande.

—¿Cómo lo sabes?

—Porque la psicohistoria funciona, Golan. Por mucho que apeles a la lógica, funciona.

—Y la segunda —continuó enumerando Trevize —es que los seres humanos ignoren la psicohistoria, para que el conocimiento de la misma no altere sus reacciones. Pero ellos están enterados de la psicohistoria.

—De su mera existencia nada más, viejo. Y eso no es lo que cuenta. La segunda premisa indica que los seres humanos no deben conocer las predicciones de la psicohistoria, y así es…, salvo que los de la Segunda Fundación las conociesen; pero éstos son casos especiales.

—¿Y se ha desarrollado la ciencia de la psicohistoria sólo a base de estas dos exigencias? Resulta difícil de creer.

—No sólo a base de ellas —dijo Pelorat—. Hay que contar también con las matemáticas avanzadas y los métodos estadísticos perfeccionados. Se dice, sí quieres conocer la tradición, que Hari Seldon inventó la psicohistoria tomando como modelo la teoría cinética de los gases.

Cada átomo o molécula de un gas se mueve al azar, de manera que no podemos saber la posición ni la velocidad de ninguno de ellos. Sin embargo, empleando la estadística, podemos deducir, con gran precisión, las reglas que rigen su comportamiento conjunto. De la misma manera, Seldon pretendió deducir el comportamiento conjunto de las sociedades humanas, aunque sus deducciones no podrían aplicarse al comportamiento de los seres humanos individuales.

—Quizá, pero los seres humanos no son átomos.

—Cierto —dijo Pelorat—. El ser humano tiene conciencia y su comportamiento es lo bastante complicado como para hacer que parezca dotado de libre albedrío. En cuanto a la forma en que Seldon desarrolló todo esto, no tengo la menor idea, y estoy seguro de que no lo comprendería si alguien que lo supiese tratase de explicármelo… Pero lo hizo.

—Así, todo depende de tratar con personas que sean tan numerosas como ignorantes —dijo Trevize—. ¿No te parecen unos cimientos muy poco seguros para edificar una enorme estructura matemática sobre ellos? Si aquellas exigencias no se cumplen en realidad, todo se derrumba.

—Pero si el Plan no se ha derrumbado…

—O si las exigencias no son exactamente falsas o inadecuadas, sino simplemente más flojas de lo que debieran ser, la psicohistoria podría funcionar bien durante siglos, y, entonces, al producirse alguna crisis particular, se derrumbaría, como le ocurrió temporalmente en los tiempos del Mulo. ¿Y si hubiese una tercera premisa?

—¿Cuál? —preguntó Pelorat, frunciendo ligeramente el ceño.

—No lo sé —dijo Trevize—. Un argumento puede parecer completamente lógico y elegante y contener, sin embargo, suposiciones no expresadas. Tal vez la tercera premisa es una suposición tan dada por sabida que a nadie se le ha ocurrido mencionarla nunca.

—Una suposición tan dada por sabida resulta, por lo general, bastante válida, o no seria considerada como tal.

—Si conocieses la Historia científica tan bien como la tradicional, Janov —gruñó Trevize—, sabrías lo equivocado que estás en esto. Pero veo que ahora nos hallamos en las cercanías del sol del Mundo Prohibido.

Y era cierto. Centrado en la pantalla, se veía una estrella brillante, tan brillante que su luz inundó la pantalla de tal forma que todas las demás estrellas desaparecieron.

Los artículos para el aseo y la higiene personales eran sólidos a bordo de la
Far Star
, y el empleo del agua se reducía siempre al mínimo razonable para no recargar las operaciones de reciclaje. Trevize se lo había recordado seriamente a Pelorat y a Bliss.

Aun así, Bliss presentaba un aspecto pulcro en todo instante, con sus negros y largos cabellos siempre lustrosos, y sus uñas, brillantes.

—¡conque estáis aquí! —dijo cuando entraba en la cabina-piloto.

Trevize levantó la cabeza.

—No debes sorprenderte —dijo—. Difícilmente habríamos podido abandonar la nave, y con treinta segundos de búsqueda habrías tenido bastante para descubrirnos dentro, aunque no pudieses detectar nuestra presencia con tu mente.

—La frase fue una forma de saludo como otra cualquiera —dijo Bliss —que, como sabéis, no debía tomarse al pie de la letra. ¿Dónde estamos? Y no me digáis «En la cabina-piloto»,

—Querida Bliss —repuso Pelorat extendiendo un brazo—, nos encontramos en las regiones exteriores del sistema planetario del más próximo de los tres Mundos Prohibidos.

Ella se colocó a su lado y apoyó ligeramente una mano en su hombro, mientras él le rodeaba la cintura con un brazo. Bliss dijo:

—No puede ser muy Prohibido. Nada nos ha detenido.

—Sólo es Prohibido porque Comporellon y los otros mundos de la segunda ola de colonización rompieron, de forma voluntaria, todo lazo con los mundos de la primera ola, los Espaciales —dijo Trevize—. Si nosotros no nos sentimos ligados por aquel acuerdo voluntario, ¿qué puede detenernos?

—Los Espaciales, si es que queda alguno, pudieron romper, también voluntariamente, los lazos que los unían con los mundos de la segunda ola. El hecho de que a nosotros no nos importe introducirnos entre ellos no significa que a ellos tampoco les importe.

—Cierto —dijo Trevize—, si es que existen. Pero, hasta ahora, no sabemos si hay algún planeta en el que puedan vivir. Lo único que vemos son los acostumbrados gigantes gaseosos. Dos de ellos, y no particularmente grandes.

—Esto no quiere decir que no exista el mundo Espacial. Cualquier planeta habitable estaría mucho más cerca del sol y sería mucho más pequeño y difícil de detectar a esta distancia entre el resplandor solar. Tendremos que hacer un microsalto hacia el interior para detectar ese planeta.

Parecía bastante satisfecho de hablar como un curtido viajero del espacio.

—Si es así —dijo Bliss—, ¿por qué no nos acercamos más?

—Todavía no —repuso Trevize—. Estoy haciendo que el ordenador compruebe a la mayor distancia posible si hay alguna señal de estructura artificial. Avanzaremos por etapas, una docena si es necesario, y haremos una comprobación en cada una de ellas. No quiero ser atrapado esta vez como lo fuimos la primera que nos acercamos a Gaia. ¿Te acuerdas, Janov?

—No seria malo para nosotros caer en trampas como aquélla todos los días. La de Gaia me trajo a Bliss —dijo Pelorat, mirándola con cariño.

—¿Esperas, Janov, que te tratan cada día una nueva Bliss? —rió Trevize.

Pelorat pareció dolido.

—Mi buen amigo, o como quiera que Pel te llame —dijo Bliss, con un deje de irritación—, podrías avanzar con más rapidez. Mientras yo esté contigo, no te atraparán.

—¿El poder de Gaia?

—Por supuesto, para detectar la presencia de otras mentes.

—¿Estás segura de que eres lo bastante fuerte, Bliss? Tengo entendido que debes dormir bastante para recobrar la energía que gastas manteniendo el contacto con el cuerpo principal de Gaia. ¿Hasta dónde puedo confiar en tu capacidad acaso limitada, a esta distancia de la fuente de origen?

Bliss enrojeció.

—La fuerza de la conexión es grande.

—No te ofendas —pidió Trevize—. Sólo te he preguntado. ¿No consideras un inconveniente el ser Gaia? Yo no soy Gaia. Soy un individuo cabal e independiente. Esto significa que puedo alejarme cuanto quiera de mi mundo y de mi gente, y seguir siendo Golan Trevize. Sigo teniendo mis poderes, tal como son, y seguiré con ellos dondequiera que vaya.

Aunque me encontrase solo tú el espacio, a pársecs de distancia de cualquier ser humano, y, por no importa qué razón, fuese incapaz de comunicar con alguien de alguna forma, o incluso de ver el brillo de una sola estrella en el cielo, sería y seguiría siendo Golan Trevize. Tal vez no pudiese sobrevivir, tal vez tuviese que morir, pero moriría siendo Golan Trevize.

—Solo en el espacio y lejos de todos —dijo Bliss—, no podrías pedir ayuda a tus compañeros, ni ampararte en su talento y sus diversos conocimientos. Solo, como individuo aislado, serías mucho más incapaz que formando parte de una sociedad integrada. Lo sabes muy bien.

—Sin embargo —repuso Trevize—, mi incapacidad sería distinta de la tuya Entre tú y Gaia existe un lazo mucho más fuerte que el que hay entre mi sociedad y yo, y ese lazo tuyo se estira a través del hiperespacio y requiere energía para su mantenimiento, de manera que puedes jadear mentalmente con el esfuerzo y sentir más que yo la disminución de tu entidad.

El semblante de Bliss se endureció y, por un momento, no pareció joven o, mejor, pareció no tener edad, ser más Gaia que Bliss, como para refutar el argumento de Trevize.

—Aunque todo fuese como tú dices, Golan Trevize (que es, fue y será, que tal vez no puede ser menos, pero que, ciertamente, no puede ser más), aunque todo fuese como tú dices, repito, ¿crees que no hay que pagar un precio por lo que has ganado? ¿No es mejor ser una criatura de sangre caliente, como tú, que una criatura de sangre fría, como un pez o algo por el estilo?

—Las tortugas son de sangre fría —dijo Pelorat—. En Términus no las hay, pero en otros mundos, sí. Son unas criaturas acorazadas, de movimientos muy lentos pero de gran longevidad.

—Entonces, ¿no es mejor ser una persona que una tortuga; moverse más deprisa, sea cual fuere la temperatura? ¿No es mejor tener actividades altamente energéticas, músculos rápidamente contráctiles, activas fibras nerviosas, mentalidad intensa y persistente, que tener que arrastrarse con lentitud, percibir poco a poco y poseer una conciencia confusa del medio circundante inmediato? ¿No lo es?

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