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Authors: Jorge Luis Borges

Tags: #Poesía

Fervor de Buenos Aires (2 page)

Sala vacía

Los muebles de caoba perpetúan

entre la indecisión del brocado

su tertulia de siempre.

Los daguerrotipos

mienten su falsa cercanía

de tiempo detenido en un espejo

y ante nuestro examen se pierden

como fechas inútiles

de borrosos aniversarios.

Desde hace largo tiempo

sus angustiadas voces nos buscan

y ahora apenas están

en las mañanas iniciales de nuestra infancia.

La luz del día de hoy

exalta los cristales de la ventana

desde la calle de clamor y de vértigo

y arrincona y apaga la voz lacia

de los antepasados.

Rosas
[3]

En la sala tranquila

cuyo reloj austero derrama

un tiempo ya sin aventuras ni asombro

sobre la decente blancura

que amortaja la pasión roja de la caoba,

alguien, como reproche cariñoso,

pronunció el nombre familiar y temido.

La imagen del tirano

abarrotó el instante,

no clara como un mármol en la tarde,

sino grande y umbría

como la sombra de una montaña remota

y conjeturas y memorias

sucedieron a la mención eventual

como un eco insondable.

Famosamente infame

su nombre fue desolación en las casas,

idolátrico amor en el gauchaje

y horror del tajo en la garganta.

Hoy el olvido borra su censo de muertes,

porque son venales las muertes

si las pensamos como parte del Tiempo,

esa inmortalidad infatigable

que anonada con silenciosa culpa las razas

y en cuya herida siempre abierta

que el último dios habrá de restañar el último día,

cabe toda la sangre derramada.

No sé si Rosas

fue sólo un ávido puñal como los abuelos decían;

creo que fue como tú y yo

un hecho entre los hechos

que vivió en la zozobra cotidiana

y dirigió para exaltaciones y penas

la incertidumbre de otros.

Ahora el mar es una larga separación

entre la ceniza y la patria.

Ya toda vida, por humilde que sea,

puede pisar su nada y su noche.

Ya Dios lo habrá olvidado

y es menos una injuria que una piedad

demorar su infinita disolución

con limosnas de odio.

Final de año

Ni el pormenor simbólico

de reemplazar un tres por un dos

ni esa metáfora baldía

que convoca un lapso que muere y otro que surge

ni el cumplimiento de un proceso astronómico

aturden y socavan

la altiplanicie de esta noche

y nos obligan a esperar

las doce irreparables campanadas.

La causa verdadera

es la sospecha general y borrosa

del enigma del Tiempo;

es el asombro ante el milagro

de que a despecho de infinitos azares,

de que a despecho de que somos

las gotas del río de Heráclito,

perdure algo en nosotros:

inmóvil,

[algo que no encontró lo que buscaba.]
[*]

Carnicería

Más vil que un lupanar,

la carnicería rubrica como una afrenta [infama]
[*]
la calle.

Sobre el dintel

una ciega cabeza de vaca

preside el aquelarre

de carne charra y mármoles finales

con la crueldad de un ídolo.

Arrabal

A Guillermo de Torre

El arrabal es el reflejo de nuestro tedio.

Mis pasos claudicaron

cuando iban a pisar el horizonte

y quedé entre las casas,

cuadriculadas en manzanas

diferentes e iguales

como si fueran todas ellas

monótonos recuerdos repetidos

de una sola manzana.

El pastito precario,

desesperadamente esperanzado,

salpicaba las piedras de la calle

y divisé en la hondura

los naipes de colores del poniente

y sentí Buenos Aires.

Esta ciudad que yo creí mi pasado

es mi porvenir, mi presente;

los años que he vivido en Europa son ilusorios,

yo estaba siempre (y estaré) en Buenos Aires.

Remordimiento por cualquier muerte

LIBRE de la memoria y de la esperanza,

ilimitado, abstracto, casi futuro,

el muerto no es un muerto: es la muerte.

Como el Dios de los místicos,

de Quien deben negarse todos los predicados,

el muerto ubicuamente ajeno

no es sino la perdición y ausencia del mundo.

Todo se lo robamos,

no le dejamos ni un color ni una sílaba:

aquí está el patio que ya no comparten sus ojos,

allí la acera donde acechó su esperanza.

Hasta lo que pensamos podrías estarlo pensando él también;

[Aun lo que pensamos podría estar pensándolo él;]
[*]

nos hemos repartido como ladrones

el caudal de las noches y de los días.

Jardín

ZANJONES,

sierras ásperas,

médanos,

sitiados por jadeantes singladuras

y por las leguas de temporal y de arena

que desde el fondo del desierto se agolpan.

En un declive está el jardín.

Cada arbolito es una selva de hojas.

Lo asedian vanamente

los estériles cerros silenciosos

que apresuran la noche con su sombra

y el triste mar de inútiles verdores.

Todo el jardín es una luz apacible

que ilumina la tarde.

El jardincito es como un día de fiesta

en la pobreza de la tierra.

Yacimientos del Chubut, 1922

Inscripción en cualquier sepulcro

No arriesgue el mármol temerario

gárrulas transgresiones al todopoder del olvido,

enumerando con prolijidad

el nombre, la opinión, los acontecimientos, la patria.

Tanto abalorio bien adjudicado está a la tiniebla

y el mármol no hable lo que callan los hombres.

Lo esencial de la vida fenecida

—la trémula esperanza,

el milagro implacable del dolor y el asombro del goce—

siempre perdurará.

Ciegamente reclama duración el alma arbitraria

cuando la tiene asegurada en vidas ajenas,

cuando tú mismo eres el espejo y la réplica

de quienes no alcanzaron tu tiempo

y otros serán (y son) tu inmortalidad en la tierra.

La vuelta

Al cabo de los años del destierro

volví a la casa de mi infancia

y todavía me es ajeno su ámbito.

Mis manos han tocado los árboles

como quien acaricia a alguien que duerme

y he repetido antiguos caminos

como si recobrara un verso olvidado

y vi al desparramarse la tarde

la frágil luna nueva

que se arrimó al amparo sombrío

de la palmera de hojas altas,

como a su nido el pájaro.

¡Qué caterva de cielos

abarcará entre sus paredes el patio,

cuándo heroico poniente

militará en la hondura de la calle

y cuánta quebradiza luna nueva

infundirá al jardín su ternura,

antes que me reconozca la casa

y de nuevo sea un hábito!

Afterglow

Siempre es conmovedor el ocaso

por indigente o charro que sea,

pero más conmovedor todavía

es aquel brillo desesperado y final

que herrumbra la llanura

cuando el sol último se ha hundido.

Nos duele sostener esa luz tirante y distinta,

esa alucinación que impone al espacio

el unánime miedo de la sombra

y que cesa de golpe

cuando notamos su falsía,

como cesan los sueños

cuando sabemos que soñamos.

Amanecer

En la honda noche universal

que apenas contradicen los faroles

una racha perdida

ha ofendido las calles taciturnas

como presentimiento tembloroso

del amanecer horrible que ronda

los arrabales desmantelados del mundo.

Curioso de la sombra

y acobardado por la amenaza del alba

reviví la tremenda conjetura

de Schopenhauer y de Berkeley

que declara que el mundo

es una aceividad de la mente,

un sueño de las almas,

sin base ni propósito ni volumen.

Y ya que las ideas

no son eternas como el mármol

sino inmortales como un bosque o un río,

la doctrina anterior

asumió otra forma en el alba

y la superstición de esa hora

cuando la luz como una enredadera

va a implicar las paredes de la sombra,

doblegó mi razón

y trazó el capricho siguiente:

Si están ajenas de sustancia las cosas

y si esta numerosa Buenes Aires

no es más que un sueño

que erigen en compartida magia las almas,

hay un instante

en que peligra desaforadamente su ser

y es el instante estremecido del alba,

cuando son pocos la que sueñan el mundo

y sólo algunos trasnochadores conservan,

cenicienta y apenas bosquejada,

la imagen de las calles

que definirán después con los otros.

¡Hora en que el sueño pertinaz de la vida

corre peligro de quebranto,

hora en que le sería fácil a Dios

matar del todo Su obra!

Pero de nuevo el mundo se ha salvado.

La luz discurre inventando sucios colores

y con algún remordimiento

de mi complicidad en el resurgimiento del día

solicito mi casa,

atónita y glacial en la luz blanca,

mientras un pájaro detiene el silencio

y la noche gastada

se ha quedado en los ojos de los ciegos.

Benarés

Falsa y tupida

como un jardín calcado en un espejo,

la imaginada urbe

que no han visto nunca mis ojos

entreteje distancias

y repite sus casas inalcanzables.

El brusco sol,

desgerra la compleja oscuridad

de templos, muladares, cárceles, patios

y escalará los muros

y resplandecerá en un río sagrado.

Jadeante

la ciudad que oprimió un follaje de estrellas

desborda el horizonte

y en la mañana llena

de pasos y de sueño

la luz va abriendo como ramas las calles.

Juntamente amanece

en todas las persianas que miran al Oriente

Y la voz de un almuédano

apesadumbra desde su alta torre

el aire se este día

y anuncia a la ciudad de los muchos dioses

la soledad de Dios.

(Y pensar

que mientras juego con dudosas imágenes,

la ciudad que canto, persiste

en un lugar predestinado del mundo,

con su topografía precisa,

poblada como un sueño,

con hospitales y cuarteles

y lentas alamedas

y hombres de labios podridos

que sienten frío en los dientes.)

Ausencia

Habré de levantar la vasta vida

que aún ahora es tu espejo:

cada mañana habré de reconstruirla.

Desde que te alejaste,

cuántos lugares se han tornado vanos

y sin sentido, iguales

a luces en el día.

Tardes que fueron nicho de tu imagen,

músicas en que siempre me aguardabas,

palabras de aquel tiempo,

yo tendré que quebrarlas con mis manos.

¿En qué hondonada esconderé mi alma

para que no vea tu ausencia

que como un sol terrible, sin ocaso,

brilla definitiva y despiadada?

Tu ausencia me rodea

como la cuerda a la garganta,

el mar al que se hunde.

Llaneza

A Haydée Lange

Se abre la verja del jardín

con la docilidad de la página

que una frecuente devoción interroga

y adentro las miradas

no precisan fijarse en los objetos

que ya están cabalmente en la memoria.

Conozco las costumbres y las almas

y ese dialecto de alusiones

que toda agrupación humana va urdiendo.

No necesito hablar

ni mentir privilegios;

bien me conocen quienes aquí me rodean,

bien saben mis congojas y mi flaqueza.

Eso es alcanzar lo más alto,

lo que tal vez nos dará el Cielo:

no admiraciones ni victorias

sino sencillamente ser admitidos

como parte de una Realidad innegable,

como las piedras y los árboles.

Caminata

Olorosa como un mate curado

la noche acerca agrestes lejanías

y despeja las calles

que acompañan mi soledad,

hechas de vago miedo y de largas líneas.

La brisa trae corazonadas de campo

dulzura de las quintas, memorias de los álamos,

que harán temblar bajo rigideces de asfalto

la detenida tierra viva

que oprime el peso de las casas.

En vano la furtiva noche felina

inquieta los balcones cerrados

que en la tarde mostraron

la notoria esperanza de las niñas.

También está el silencio en los zaguanes.

En la cóncava sombra

vierten un tiempo vasto y generoso

los relojes de la medianoche magnífica,

un tiempo caudaloso

donde todo soñar halla cabida,

tiempo de anchura de alma, distinto

de los avaros términos que miden

las tareas del día.

Yo soy el único espectador de esta calle;

si dejara de verla se moriría.

(Advierto un largo paredón erizado

de una agresión de aristas

y un farol amarillo que aventura

su indecisión de luz.

También advierto estrellas vacilantes.)

Grandiosa y viva

como el plumaje oscuro de un Angel

cuyas alas tapan el día,

la noche pierde las mediocres calles.

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