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Authors: Nicholas Sparks

Fantasmas del pasado (35 page)

BOOK: Fantasmas del pasado
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Cuando terminó, Lexie simplemente se lo quedó mirando, intentando encontrar el sentido a lo que él le acababa de contar.

—¿Tu esposa te abandonó porque descubristeis que no podías tener hijos?

—No en ese mismo instante, pero más tarde sí.

—¿Y los doctores no pudieron hacer nada?

—No. — Jeremy parecía avergonzado—. Tampoco es que dijeran que era totalmente imposible que yo engendrara un hijo, pero nos dejaron claro que había poquísimas posibilidades de que eso sucediera; vaya, que lo más probable era que nunca sucediera. Y eso fue la gota que colmó el vaso.

—¿Y no os planteasteis adoptar a un niño, o encontrar un donante, o…?

Jeremy sacudió la cabeza.

—Sé que es fácil pensar que ella actuó de una forma desconsiderada, pero no fue así. Tendrías que conocerla para comprenderlo. Ella creció con el sueño de convertirse en madre. Sus hermanas estaban embarazadas, y ella también lo habría estado, tarde o temprano, de no ser por mí. — Clavó la mirada en el techo—. Durante mucho tiempo, me negué a aceptarlo. No podía creer que fuera estéril, pero lo era. Y sé que suena ridículo, pero después de esa experiencia, me sentí como si le faltara algo a mi masculinidad, como si no fuera digno de estar con una mujer.

Jeremy se encogió de hombros. Su voz iba adoptando un tono más amargo a medida que proseguía con su declaración.

—Es cierto; podríamos haber adoptado a un niño, o podríamos haber encontrado un donante. Le sugerí todas las posibilidades. Pero a ella no le atraía la idea. Deseaba quedarse embarazada, deseaba experimentar el maravilloso momento de ver nacer a su hijo, un hijo de ella y de su esposo. Después de eso, nuestra relación empezó a hacer aguas. Aunque no sólo fue por ella. Yo también cambié. Empecé a acusar cambios bruscos de humor… Empecé a viajar más a causa del trabajo… No lo sé… Quizá la alejé de mí inconscientemente.

Lexie lo observó durante un largo momento.

—¿Por qué me cuentas esas intimidades?

Jeremy tomó un sorbo de su cerveza y volvió a juguetear con la etiqueta de la botella.

—Quizá sea porque quiero que sepas con quién te metes, saliendo con un tipo como yo.

Tras esas palabras, Lexie sintió cómo se sonrojaba irremediablemente. Entonces sacudió la cabeza y desvió la vista.

—No digas cosas que no sientes.

—¿Qué te hace pensar que no lo siento?

En el exterior de la cabaña, el viento empezaba a arreciar con intensidad, y ella escuchó los tonos apagados de las campanitas del móvil de metal que colgaba en la puerta de la entrada.

—Porque no es así. Porque no puedes. Porque no se trata de quién eres, ni tampoco de por qué me lo has contado. Tú y yo… no somos iguales, por más que quieras creer que lo somos. Tú estás allí; yo estoy aquí. Tú tienes una gran familia a la que ves con frecuencia; yo sólo tengo a Doris, y ella me necesita aquí, especialmente ahora, por su delicado estado de salud. A ti te gustan las ciudades; a mí los pueblos pequeños. Te encanta tu trabajo, y yo…, bueno, tengo lo de la biblioteca, y también me encanta. Si uno de los dos se viera forzado a abandonar lo que tiene, lo que hemos elegido hacer con nuestras vidas… —Entornó los ojos—. Sé que algunas personas lo consiguen, pero resulta difícil cuando se trata de consolidar una relación. Me has dicho que la razón por la que te enamoraste de María era que compartíais los mismos valores. Pero en nuestro caso, uno de los dos tendría que sacrificarse. Y yo no quiero sacrificarme, ni tampoco creo que sea justo esperar que tú te sacrifiques.

Lexie bajó la vista, y en la quietud reinante, él pudo oír el monótono ruido del reloj que coronaba la repisa de la chimenea. La hermosa cara de Lexie estaba ahora surcada de arrugas de tristeza, y de repente a Jeremy le asaltó la terrible sospecha de que estaba a punto de perder toda oportunidad de estar con ella. Se incorporó hacia delante y puso el dedo índice en la mejilla de Lexie, obligándola a girar la cara y a mirarlo.

—¿Y qué pasa si yo no lo interpreto como un sacrificio? — dijo él—. ¿Y si te digo que preferiría quedarme contigo en lugar de volver a mi vida de siempre?

El contacto del dedo de Jeremy le provocó a Lexie una sensación eléctrica. Intentando ignorar la impresión, contestó procurando que no se le quebrara la voz.

—Entonces te respondería que he pasado dos días maravillosos contigo, que conocerte ha sido algo increíble. Y que sí, que me encantaría creer que lo nuestro puede funcionar, que me siento agasajada.

—Pero no quieres arriesgarte a ver si funciona o no.

Lexie sacudió la cabeza lentamente.

—Jeremy…, yo…

—No pasa nada. Lo comprendo.

—No —sentenció ella—. No lo comprendes. Has oído lo que te he dicho, pero no me has escuchado. Lo que quería decir era que me encantaría que lo nuestro saliera bien. Eres inteligente y encantador… —Resopló, abatida—. Muy bien, puede que a veces seas demasiado directo…

A pesar de la tensión, Jeremy no pudo evitar echarse a reír.

Ella continuó, eligiendo cada una de sus palabras con cautela.

—Estos dos últimos días han sido maravillosos; sin embargo, no puedo evitar pensar en ciertas cosas que me pasaron hace años y que me dejaron unas profundas heridas.

Sin perder la calma pero con gran rapidez, Lexie le refirió la historia del señor sabelotodo. Cuando terminó, su cara reflejaba el sentido de culpabilidad que la ahogaba.

—Quizá por eso estoy intentando ser lo más práctica posible en esta ocasión. No digo que vayas a desaparecer igual que hizo él, pero ¿eres capaz de asegurarme, con toda franqueza, que seguiremos sintiendo lo mismo el uno por el otro si tenemos que viajar para poder estar juntos?

—Sí —afirmó él con voz solemne—. Te lo aseguro.

Ella pareció entristecerse ante su respuesta.

—Es fácil decirlo ahora, pero ¿qué pasará mañana? ¿Y qué pasará de aquí a un mes?

Fuera de la cabaña, el viento silbaba con fuerza. La arena chocaba contra los cristales, y las cortinas se movían ligeramente mientras el viento intentaba colarse por los resquicios de las viejas ventanas.

Jeremy miraba a Lexie fijamente, reafirmándose una vez más en sus sentimientos hacia ella: sí, la amaba.

—Lexie —empezó a murmurar, sintiendo una terrible sequedad en la boca—. Yo…

Como adivinando lo que él le iba a decir, Lexie alzó las manos para detenerlo.

—No sigas, por favor. Todavía no estoy lista, ¿de acuerdo? ¿Qué tal si nos dedicamos a saborear la cena? ¿Crees que podemos hacerlo? — Dudó antes de poner con cuidado la botella de cerveza en la mesa—. Será mejor que vaya a echar un vistazo a la salsa.

Con un sentimiento de absoluto abatimiento, Jeremy la observó mientras ella se levantaba del sofá. Cuando llegó a la puerta de la cocina, Lexie se volvió y lo miró a los ojos.

—Y sólo para que lo sepas, creo que tu ex mujer actuó de una forma abominable y que no hace falta que la intentes excusar por su comportamiento injustificable. Uno no abandona a su pareja por una cuestión como ésa, y el que todavía seas capaz de hablar bien de ella confirma que fue ella la que cometió el error. Créeme; sé lo que es ser un buen padre. Tener hijos significa cuidar de ellos, educarlos, quererlos y apoyarlos, y ninguna de esas cosas está vinculada con quién los engendra una noche en una habitación o con la experiencia de estar embarazada.

Lexie se dio la vuelta en dirección a la cocina y desapareció, Jeremy podía oír a Billie Holiday cantando
I’lll Be Seeing You
en la radio. Con un nudo en la garganta, se levantó para seguirla, consciente de que si no aprovechaba ese momento, quizá nunca más se le presentaría la misma oportunidad. De repente había comprendido que Lexie era la razón por la que había ido hasta Boone Creek; Lexie era la respuesta que había estado buscando durante tanto tiempo.

Se apoyó en la puerta de la cocina y observó cómo ella colocaba otro cazo en el fuego.

—Gracias por tu sinceridad —musitó él.

—No hay de qué —respondió ella, evitando mirarlo a los ojos

Jeremy sabía que, en el fondo, aunque intentaba ser fuerte, Lexie estaba experimentando las mismas emociones que él, y admiró tanto su pasión como sus reservas. Entonces se decidió a dar un paso hacia ella. Sabía que tenía que correr ese riesgo.

—¿Te puedo pedir un favor? — preguntó Jeremy—. Ya que quizá no pueda hacerlo mañana —dijo, al tiempo que levantaba la mano—, ¿quieres bailar conmigo ahora?

—¿Aquí? — Ella lo miró perpleja, sintiendo cómo se le aceleraba el corazón—. ¿Ahora?

Sin mediar otra palabra, Jeremy se le acercó y le cogió la mano, sonriendo, luego se la llevó a la boca y le besó los dedos antes de dejarla en la posición correcta. Después, sin apartar la vista de sus ojos, deslizó el otro brazo alrededor de su espalda y la acercó hacia él con ternura. Mientras Jeremy empezaba a acariciarle la parte inferior de la espalda con el dedo pulgar y a susurrar su nombre, Lexie se dejó llevar, siguiendo el ritmo que él marcaba.

Los dos empezaron a moverse en círculos al son de la lenta melodía, y a pesar de que al principio ella se sintió incómoda, finalmente se relajó y se apoyó en él, perdida en el distintivo aroma que emanaba de su cuerpo. Lexie notaba el cálido aliento de Jeremy en su cuello, y mientras él le recorría lentamente la espalda con su mano, ella entornó los ojos y se apoyó más en él, reclinando la cabeza sobre su hombro y sintiendo cómo se acababan de desvanecer sus últimos intentos de resistencia. Se dio cuenta de que eso era precisamente lo que había deseado desde el principio, y en la diminuta cocina, los dos continuaron moviéndose al son de la música, cada uno perdido en las sensaciones que le provocaba el otro.

Tras las ventanas, las olas continuaban su danza airada, anegando la tierra hasta las dunas. El gélido viento soplaba alrededor de la cabaña, confundiéndose con la noche totalmente oscura. Mientras tanto, la cena se cocía lentamente en el fuego.

Cuando Lexie finalmente levantó la cara para mirarlo a los ojos, él la abrazó con dulzura y se inclinó hacia ella para rozar sus labios con los suyos, una vez, y después otra, antes de atreverse a besarla. Se separó un poco de ella para asegurarse de que Lexie estaba bien, y acto seguido volvió a besarla. Ella también lo besó y sintió cómo se derretía entre sus brazos. Saboreó su lengua, jugueteando con la suya, su excitante humedad, y le acarició el rostro con la mano, siguiendo el perfil de su mejilla. Jeremy respondió a la caricia besándola en la mejilla y en el cuello, mordisqueándola con su boca sensual.

Se besaron en la cocina durante un largo rato, saboreándose mutuamente sin prisa ni premura, hasta que Lexie finalmente se echó hacia atrás. Apagó el fuego que había detrás de ella y, a continuación, tomó a Jeremy de la mano y lo condujo hasta su habitación.

Hicieron el amor lentamente. Mientras se movía encima de ella, él susurraba lo mucho que la quería y repetía su nombre como una plegaria. Sus manos no dejaban de moverse, como si quisieran asegurarse de que ella era real. Estuvieron en la cama durante horas, haciendo el amor y riendo silenciosamente, saboreando las caricias con que se colmaban mutuamente.

Varias horas más tarde, Lexie se levantó de la cama y se envolvió en un albornoz. Jeremy se calzó sus vaqueros y fue detrás de ella hasta la cocina, donde terminaron de preparar la cena. Después de que Lexie encendiera una vela, él la observó fijamente por encima de la pequeña llama, maravillándose del ligero rubor de sus mejillas, mientras él devoraba la cena más deliciosa que jamás había probado. Comer juntos en la cocina, él sin camisa y ella con nada más que ese delgado albornoz, le parecía incluso más íntimo que cualquier otra cosa que había sucedido esa noche.

Después regresaron otra vez a la cama, y Jeremy la abrazó con fuerza, satisfecho por el simple hecho de sentir el calor que desprendía su cuerpo. Cuando finalmente Lexie se quedó dormida, él la observó dormir. De vez en cuando le apartaba el pelo de los ojos, rememorando la noche, recordando cada detalle, y sabiendo que había encontrado a la mujer con la que quería pasar el resto de su vida.

Jeremy se despertó justo antes del amanecer y vio que Lexie no estaba a su lado. Se sentó en la cama, palpó el edredón como para asegurarse de que estaba solo, y a continuación se incorporó de un salto y se puso los vaqueros. La ropa de Lexie continuaba esparcida por el suelo, pero el albornoz que llevaba puesto durante la cena no estaba a la vista. Se alisó los vaqueros con las manos, se estremeció ligeramente al notar el aire fresco y cruzó los brazos mientras se dirigía hacia el pasillo.

La encontró en la butaca que había cerca de la chimenea, con un vaso de leche a su lado, encima de una mesita. Tenía la libreta de Doris en la falda, abierta prácticamente por el principio, pero no la estaba ojeando. En lugar de eso, su mirada estaba perdida en un punto de la oscuridad.

Jeremy se acercó a ella; al hacerlo, el suelo crujió con sus pasos, y el ruido sacó a Lexie de su ensimismamiento. Cuando vio a Jeremy, sonrió.

—Ah, hola —lo saludó.

Bajo la tenue luz, Jeremy adivinó que algo no iba bien. Se sentó en el reposabrazos de la misma butaca que ocupaba Lexie y la rodeó con su brazo.

—¿Estás bien? — murmuró.

—Sí, no te preocupes.

—¿Qué estás haciendo? Todavía es de noche.

—No podía dormir —se excusó Lexie—. Y además, tenemos que estar de pie temprano para no perder el transbordador.

Jeremy asintió, a pesar de que no estaba absolutamente satisfecho con la respuesta.

—¿Estás enfadada conmigo?

—No.

—¿Te arrepientes de lo que ha sucedido?

—No, no es eso.

No añadió nada más, y Jeremy la abrazó con más fuerza, deseando creerla. Entonces clavó la vista en la libreta de Doris.

—Es una obra interesante —comentó él, sin querer presionarla más—. Tengo ganas de leerla con detenimiento.

Lexie sonrió.

—Hacía tiempo que no la ojeaba. Me trae recuerdos de la infancia.

—¿Y cómo es eso?

Ella dudó unos instantes, luego señaló la página abierta sobre su regazo.

—¿Antes llegaste a esta entrada?

—No —contestó él.

—Léela —le pidió ella.

Jeremy leyó la entrada rápidamente. En muchos aspectos parecía idéntica a las demás: los nombres de pila de los padres, la edad, de cuántos meses estaba embarazada la mujer, y la confirmación de que el bebé que esperaba sería una niña. Cuando terminó, levantó la cabeza y la miró.

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