Exilio: Diario de una invasión zombie (5 page)

Entonces he notado que alguien agarraba las palancas de mando y tiraba hacia atrás. He oído la voz de Dean por el sistema de comunicación interna, que me decía: «Lo conseguiremos.» No podía creérmelo. La ascensión ha sido más empinada que aquella otra vez en la que John y yo tuvimos que despegar de una pista de tierra antes de que las nucleares borraran San Antonio del mapa. No han sido los motores los que me han estrujado contra el asiento. Ha sido la gravedad. Habíamos despegado unos trescientos metros antes de lo que debíamos para no estrellarnos contra el cadáver. No me ha quedado más remedio que hacer acopio de coraje y reconocer que Dean era mejor que yo con la avioneta.

En cuanto hemos dejado atrás el camión, el cráter y el paso a desnivel que se había venido abajo, hemos divisado de nuevo el aeródromo. Por pura curiosidad le he pedido a Dean que sobrevolara las pistas. Mientras las sobrevolábamos, los he visto apiñados en torno al cocherito eléctrico, al otro extremo de las instalaciones. Se había estrellado contra la valla y me imagino que aún debía de emitir señales sonoras, porque los cadáveres estaban muy interesados en él y trataban de hacerlo pedazos. Quizá por el olor, quizá por el sonido, tal vez por ambas cosas.

Dean me ha preguntado adonde nos dirigíamos. Le he pedido que nos llevara hasta su camión cisterna. Lo ha hecho.

Como sentía curiosidad por saber cómo habían llegado a lo alto de la torre de agua, he aprovechado que nos hallábamos a salvo en el aire y le he hecho unas cuantas preguntas. Habían aterrizado en el lago Charles la noche del 14 de mayo. No ha entrado en detalles, pero sus manos, que aún sujetaban los controles, han empezado a temblar cuando me ha contado que tuvo que dejar la avioneta en marcha y correr con Danny hasta la torre para evitar que los devorasen. Tuvieron que subirá la torre de agua con todo lo que pudieron llevar en un único viaje. Le he preguntado por qué no huyeron en el avión. Ha contestado a mi pregunta con otra pregunta, porque me ha dicho: ¿Es que al despegar no te has fijado en todos los cadáveres que estaban tumbados en torno a la avioneta, cerca de la hélice?» Me he dado cuenta de que no le gustaba hablar de ese asunto.

Me ha explicado que utilizó la manta para conseguir agua para los dos. En el sexto día, uno después de que se les acabara la que llevaban, había trepado desde la pasarela hasta lo más alto de la torre. Había conseguido abrir el conducto por el que se tomaban muestras del agua potable para hacer pruebas. Había logrado meter hasta quince centímetros de manta bajo el agua. Dean y Danny habían vivido de «agua de manta recién exprimida de Luisiana» durante casi un mes mientras escuchaban los inacabables gemidos de los muertos. Mientras me lo contaba, ha vuelto a llorar.

A la altura de Hobby se nos acababa ya el combustible. Quizá habríamos podido llegar hasta el Hotel 23 con lo que nos quedaba, pero he pensado que no merecía la pena correr el riesgo. Yo sabía que el camión cisterna aún funcionaba, ya que lo había empleado hada poco, y estaba seguro de que contenía una gran cantidad de combustible. Cuando el sol descendía hacia poniente, hemos sobrevolado Hobby para echar una ojeada. Había muertos vivientes en el tejado adyacente a la ventana destrozada de la terminal, y también he visto a unos pocos en el suelo, al pie del edificio. Algunos habían quedado de tal manera que no podían levantarse. Qué mala puta es la cinética.

He aterrizado la avioneta y la he acercado peligrosamente al camión cisterna. Le he dicho a Dean que se quedara dentro. No le ha gustado la idea y ha querido ayudar, pero he visto en sus ojos que la mujer sabía que yo tenía razón. Después de pasarse un mes en lo alto de la cisterna, víctima del hambre, del calor y del frío, no estaba al ciento por ciento. Es por eso por lo que durante todo el vuelo he mantenido las manos cerca de los mandos, por muchas horas de vuelo que haya acumulado Dean. Es probable que pilote mejor que yo, pero estaba muy fatigada.

De acuerdo con mi procedimiento estándar para situaciones como ésa, he dejado el motor en marcha y me he acercado al camión cisterna. No he tardado demasiado en llenar los depósitos y he conducido la avioneta hasta la pista para despegar de nuevo. Una vez en la línea de salida, me he dado cuenta de que llevaba casi diez horas sin contactar con el Hotel 23, y que los auriculares tampoco estaban sintonizados con la radio VHF. Dean y yo habíamos ido hablando de camino hacia Hobby y, de todos modos, estábamos fuera del alcance del Hotel 23, por lo que había desconectado el VHF antes de despegar en la Interestatal para evitar la estática. Dean ha empleado los mandos del copiloto para despegar, igual que en el despegue anterior los había empleado para esquivar el cadáver. He mantenido las manos sobre mis propios mandos por si tenía que ayudarla.

Mientras despegábamos y sintonizaba las radios para contactar con el Hotel 23, he visto por el rabillo del ojo un cadáver que se asomaba por la ventana de la cabina de pilotaje del Boeing en el que John, Will y yo mismo habíamos tratado de entrar varias semanas antes. Había quedado atrapado por la cintura y he visto que agitaba los brazos en un fútil intento por dejarse caer sobre el hormigón. Toda la actividad que había tenido lugar recientemente en el aeropuerto debía de haber puesto nerviosos a los muertos vivientes encerrados en aquel gigantesco sarcófago de varios millones de dólares.

He hablado al micrófono:

—H23,
Navy One
al habla, cambio.

Se ha oído la voz de John. Estaba frenético. Me ha respondido de acuerdo con los procedimientos estándar en las comunicaciones por radio para no revelar nombres ni ubicaciones.


Navy One
, H23 al habla. Hace horas que tratamos de contactar contigo. En este momento el H23 no es seguro.

Le he preguntado qué sucedía. Al instante he tenido miedo de que nos atacase de nuevo el único enemigo aún más peligroso que los muertos.

Me ha respondido diciéndome que había tenido lugar una concentración reciente de muertos vivientes en el área de aterrizaje y en el entorno de la valla posterior, y que aterrizar allí sería peligroso, porque debía de haber un centenar en el mismo lugar en el que trataría de posarme. Le he preguntado si tenía alguna manera de despejarlo, porque regresaba con «un alma más otras dos a bordo». Me ha respondido que dentro de veinte minutos estaría demasiado oscuro como para poder hacer nada. Le he dado la razón. Sería un suicidio ir allí de noche y tratar de echarlos, y, en cualquier caso, no tenían ninguna garantía de conseguirlo. Y que bastaría con que la avioneta golpeara a una de esas criaturas a ochenta nudos para provocar daños en la estructura y en el motor del aparato, y una muerte rápida a todos sus ocupantes. Teníamos que encontrar en seguida un sitio donde pasar la noche.

Por razones obvias, no podíamos contar con el aeródromo del lago Eagle. No podía exponerme a correr riesgos y aterrizar con la avioneta en terreno desconocido. Tendría que encontrar otro aeródromo. He empezado a buscar candidatos en el mapa. He descubierto uno muy pequeño, llamado Stoval, a unos veintidós kilómetros al suroeste del H23. Tendría que bastarnos. El sol se habría puesto cuando llegáramos, por lo que deberíamos intentar otro aterrizaje con gafas de visión nocturna.

En esta ocasión no pensaba apagar los motores, porque no tendríamos dónde refugiarnos si la cosa nos salía mal. Habría que correr el riesgo con el estruendo de los motores. Como no sabía de qué manera reaccionaría Dean, le he pedido a Danny que buscase en mi mochila y sacara la caja verde de plástico reforzado. Lo ha hecho. Dean llevaba los mandos. He empezado a explicarle a ella lo que tendríamos que hacer y le he dicho que no tenemos otra opción. Le he ordenado que apagase las luces de colisión exteriores y se preparase para pasarme el control en cuanto estuviese demasiado oscuro para ver nada en tierra. Le he indicado el aeródromo al que nos dirigíamos. Ha alterado levemente el rumbo y nos hemos dirigido hacia allí.

He sacado las gafas de la caja y me las he puesto. Quería que mis ojos tuvieran todo el tiempo necesario para acostumbrarse, simplemente para ir más seguro. He rebajado tanto su intensidad que parecía que las gafas fueran una venda en vez de un instrumento para ver de noche. Estaba ya muy oscuro. Al mismo tiempo que ajustaba los intensificadores de las galas, le he pedido a Dean que me pasara los controles. El paisaje ha cobrado vida en el color verde que me resultaba ya tan familiar.

He empezado a buscar el aeródromo, pero no estaba allí. He seguido buscando y buscando, siempre con el mapa en la mano. He tardado veinte minutos en darme cuenta de que lo habíamos sobrevolado ya varias veces. El aeródromo estaba abandonado y no tenía torre de control. Los hierbajos habían invadido la pista hasta el punto de que casi podríamos cortarlos con la hélice cuando aterrizáramos. De todos modos, no me era imposible distinguir el hormigón y los contornos de la pista. No había nada en la zona, salvo un único hangar. Me he acercado para ver si tenía alguna puerta abierta. Me ha parecido que estaba cerrado. He virado con la avioneta para el aterrizaje. Al haberme acostumbrado al problema de percepción de profundidad que padecía con las gafas, esta vez he aterrizado mejor. He dejado la avioneta en posición para el despegue de mañana, he apagado el motor y me he quedado en vela.

Ahora mismo duermen. Hemos aterrizado hacia las 21.00 horas. He contactado con John y le he informado de nuestras coordenadas. Me ha dicho que mañana saldrá con Will en el Land Rover para acabar con ellos y que no me preocupe. Se ha reído y me ha dicho que me acordase de encender la radio por la mañana, y que estaría pendiente de la suya durante toda la noche. Le he preguntado cómo se encontraba Tara. John me ha dicho que estaba sentada a su lado y que decía que me echa de menos.

9 de Junio

2:18 h.

Veo movimiento en la lejanía, en el perímetro exterior del aeródromo. No estoy seguro de lo que es. Las puertas de la cabina están cerradas y tengo sueño, pero me niego a dormirme. Dean está despierta. No le digo lo que veo.

3:54 h.

El movimiento que había divisado en la lejanía resulta ser una familia de ciervos. He visto en seguida que eran criaturas vivas por el reflejo que las gafas de visión nocturna me mostraban en sus ojos. Los muertos vivientes no comparten esta reconfortante característica.

6:22h.

Ha salido el sol y tenemos la radio encendida. He hablado con John y me ha dicho que dentro de una hora, como mucho, habrán despejado la pista. No se aprecia ningún movimiento en esta zona y la familia de ciervos se ha marchado. Dean y Danny se han comido buena parte de la comida que traje. No se lo voy a reprochar.

7:40 h.

Han llamado; John me dice que ya podemos ir. Despegaremos dentro de poco rato.

11 de Junio

9:40 h.

Llegamos al Hotel 23 por la mañana del día 9 sin ningún incidente. Jan se mantuvo en contacto con nosotros mediante las radios VHF y nos comunicó la posición de John y Will mientras estábamos en el aire y ellos alejaban a los muertos vivientes de nuestra pista de aterrizaje. Antes de descender hacia el H23, le dije a Dean que no esperara gran cosa de nuestro refugio y que íbamos a ser tan sólo nueve (
Annabelle
incluida). Danny viajaba en el asiento de atrás y se había puesto unos auriculares. Eran demasiado grandes para él y me hizo gracia que se le resbalaran de los oídos mientras nos preguntaba: «¿Quién es
Annabelle
?» Le he dicho a Danny que teníamos una cachorrilla en el Hotel 23, que se llamaba
Annabelle
y que le encantaban los niños. Danny se ha puesto a llorar de alegría al pensar que por fin podría estar con un animalito simpático y no tendría que ver «gente fea», como él los llamaba.

No le dije nada sobre Laura para que se llevara una sorpresa. A duras penas puedo imaginarme la alegría que se llevó al ver a una niña de su edad, con la que podría jugar, aunque fuese una niña. A pesar de que sólo me ocurra una vez cada varios años, sentí el destello de un recuerdo, el olor familiar de un baúl viejo de madera de cedro repleto de objetos que evocaban tiempos pasados... Aún recuerdo cómo era la vida a los doce años.

PETRÓLEO

14 de Junio

22:47 h.

Hoy hemos tenido una reunión. Hemos asistido los nueve, aunque Laura, Danny y
Annabelle
no han prestado atención. Se han quedado jugando en silencio en un rincón mientras hablábamos. El aspecto de Dean ha mejorado mucho. Le he explicado todo lo que nos ocurrió recientemente en el Hotel 23 con los bandidos y le he hecho un resumen de quiénes somos los que estamos aquí y cómo nos conocimos.

Ella también nos ha contado unas cuantas historias sobre lo que tuvo que hacer para sobrevivir durante los meses que pasaron hasta que quedó atrapada en la «Torre de Charles». Nos ha dicho que estaba con el pequeño Danny en Nueva Orleans y que había oído el aviso de que iban a tirar una bomba sobre la ciudad, y que trataron de llegar en su avioneta al área segura más cercana. Pero no lo consiguieron. Habían pasado varios meses de aeropuerto en aeropuerto, sacando comida, agua y combustible de donde pudieron, hasta que finalmente se agotó su suerte.

Dean ha asumido el cargo de abuela oficial, ya que cuida de los niños y nos da consejos. Llegó hasta el punto de venir a verme ayer en privado para decirme que se había dado cuenta de que Tara está enamorada de mí. Yo ya lo sabía desde hace tiempo, pero he estado demasiado preocupado por nuestra mera supervivencia como para hacer algo al respecto. Me preguntó para qué quería sobrevivir si no tenía a nadie a quien amar, ni que me amara a mí. No le contesté. No estaba de humor para emotividades. Aún nos encontramos en medio de graves problemas y no creo que me quede tiempo para amores y romances.

Le pregunté si se había encontrado con otros supervivientes mientras viajaban de aeropuerto en aeropuerto. Me contó otro horrible relato en el que ella y Danny trataron de rescatar a dos supervivientes que les habían hecho señas desde un aeropuerto. Centenares de muertos vivientes avanzaban hacia los dos supervivientes, pero éstos no alcanzaban a verlos, porque se interponía una colina. Dean había sobrevolado el área donde se hallaban los muertos vivientes en un intento por advertirles del peligro. Pero ya era demasiado tarde. En el momento en que los supervivientes se percataron de lo que ocurría, los muertos vivientes se encontraban ya en lo alto de la colina. Engulleron a los vivos como una marabunta.

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