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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #ciencia ficción

Espacio revelación (54 page)

BOOK: Espacio revelación
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Cuando alcanzaron los veinte kilómetros de altitud, los trajes utilizaron sus propulsores para descender a velocidades supersónicas y, con el objetivo de adaptarse a la densidad de la atmósfera, se transformaron en aviones de tamaño humano: en sus espaldas brotaron aletas estabilizadoras y la cara frontal del casco recuperó la transparencia. Acomodada en el abrazo del traje, Khouri apenas percibía estos cambios; lo único que sentía era una ligera presión del material que la rodeaba y empujaba sus extremidades en una posición u otra.

A quince kilómetros, el sexto traje rompió la formación y, a una velocidad hipersónica, adoptó una forma aerodinámicamente óptima a la que no podría haberse amoldado ningún humano sin someterse a una drástica cirugía. En cuestión de segundos desapareció en el horizonte, probablemente desplazándose con mayor rapidez que cualquier objeto artificial que hubiera entrado jamás en la atmósfera de Resurgam y ejerciendo una propulsión descendente para evitar salir despedido del planeta. Khouri sabía que ese traje se disponía a recoger a Sajaki: ahora que el trabajo del Triunviro en Resurgam había terminado, se reuniría con él cerca del punto designado cuando se comunicó con la nave por última vez.

Todos guardaban un completo silencio, a pesar de que los vínculos de comunicación láser de los trajes eran completamente seguros.

A diez kilómetros encontraron las primeras señales de la tormenta-cuchilla que había provocado Volyova. Desde el espacio parecía negra e impenetrable, como una meseta de ceniza, pero en su interior había más luz de la que Khouri había esperado. Era una luz sepia y arenosa, como una mala tarde en Ciudad Abismo. El sol estaba rodeado por un arco iris fangoso que también se desvaneció cuando se internaron en la tormenta. La luz ya no descendía sobre ellas, sino que tropezaba de forma aleatoria, navegando entre las diversas capas de polvo como un borracho bajando escaleras. El aire-gel anulaba la sensación de peso, de modo que Khouri ignoraba dónde estaba arriba y dónde abajo, pero confiaba en que los materiales inertes del traje lo supieran. A pesar de que los propulsores intentaban suavizar los movimientos, sentía sacudidas frecuentes cada vez que el traje golpeaba una célula de presión. A medida que la velocidad del conjunto se fue reduciendo hasta quedar por debajo de la del sonido, los trajes se volvieron a reconfigurar, haciéndose más esculturales. El suelo aún se encontraba a algunos kilómetros y los picos más altos del sistema de mesetas descansaban a unos cientos de metros de ellas, aunque seguían siendo invisibles. Cada vez era más difícil distinguir a los otros cuatro trajes de la formación, puesto que el polvo los ocultaba.

Khouri empezó a preocuparse. Nunca había utilizado un traje en condiciones similares a aquéllas.

—Traje —dijo—. ¿Estás seguro de poder manejar esta situación? No me gustaría que te estrellaras conmigo dentro.

—Portadora —respondió, intentando parecer molesto—. Le informaré al instante si el polvo se convierte en un problema.

—De acuerdo. Sólo preguntaba.

Apenas se veía nada. Era como nadar entre barro. En la tormenta había claros ocasionales que permitían atisbar el elevado cañón y las paredes de la meseta pero, por lo general, sólo se veía polvo.

—No veo nada —protestó.

—¿Esto mejora las cosas?

De repente, la tormenta había desaparecido y Khouri podía ver a decenas de kilómetros a la redonda, e incluso hasta el horizonte, allí donde se lo permitían las elevadas paredes de roca. Era como volar durante un día deslumbradoramente claro, con la única diferencia de que veía el conjunto de la escena en enfermizas variaciones de verde pálido.

—Es un montaje construido a partir de la luz infrarroja ambiental, interpolando imágenes y pulsos aleatorios de sonar y datos gravimétricos —explicó el traje.

—Muy amable, pero no seas presuntuoso. Cuando me exaspera una máquina, por muy sofisticada que sea, tengo la fea costumbre de tratarla mal.

—Tomo nota —dicho esto, el traje guardó silencio.

Khouri abrió una imagen superpuesta que le permitía hacerse una idea más concreta de dónde se encontraba. Basándose en las coordenadas que Sylveste le había dado, el traje sabía exactamente adónde ir, pero Khouri consideraba más profesional interesarse activamente por las cosas. Habían transcurrido tres horas y cuarto desde que había hablado con Volyova, de modo que, asumiendo que se desplazara a pie, no podría haberse alejado demasiado del punto de encuentro. Si por alguna razón había intentado escapar, los sensores de los trajes no tardarían en localizarlo, a no ser que se hubiera internado en una cueva lo bastante profunda. En ese caso, los sistemas de detección intentarían rastrearlo, centrándose en las huellas térmicas y bioquímicas que, inevitablemente, habría dejado atrás.

—Escuchadme —dijo Volyova, usando el intercomunicador del traje por primera vez desde que habían entrado en la atmósfera—. En dos minutos llegaremos al punto de recogida. Acabo de recibir una señal de la órbita. El traje ha localizado y ha recogido con éxito al Triunviro Sajaki. En estos momentos se encuentra de camino hacia aquí, pero como no puede desplazarse a tanta velocidad como antes, aún tardará en llegar diez minutos más.

—¿Va a reunirse con nosotras? —preguntó Khouri—. ¿Por qué no regresa a la nave? ¿Acaso cree que no seremos capaces de realizar nuestro trabajo sin su supervisión?

—¿Bromeas? —respondió Sudjic—. Sajaki lleva años, décadas, esperando este momento. No se lo perdería por nada del mundo.

—Sylveste no ofrecerá resistencia, ¿verdad?

—No, a no ser que crea que la suerte está de su parte —respondió Volyova—. Sin embargo, no debes dar nada por sentado. He tratado antes con ese cabrón, pero vosotras no.

Khouri sintió que su traje adoptaba una configuración muy similar a la que había tenido a bordo de la nave. La membrana del ala se había desvanecido por completo y sus extremidades estaban adecuadamente definidas y articuladas, en vez de ser simples apéndices aplastados en forma de ala. Los extremos de los brazos se habían bifurcado en garras de mitón, pero podrían formar manos más desarrolladas si tenía que efectuar manipulaciones delicadas. Khouri estaba inclinándose hacia atrás para adoptar una postura prácticamente vertical, mientras seguía avanzando hacia delante. El traje utilizaba los propulsores para mantener la altitud, ignorando por completo el polvo.

—Un minuto —anunció Volyova—. Altitud, doscientos metros. La imagen visual de Sylveste puede aparecer en cualquier momento. Y recordad que también estamos buscando a su mujer. Dudo que estén muy lejos el uno del otro.

Cansada de la falsa imagen en tonos verdes, Khouri activó la visión normal. Apenas podía distinguir los otros trajes. Sabía que se encontraban a bastante distancia de las fisuras o accidentes más importantes, de modo que el terreno que se extendía ante ellas era completamente llano durante miles de metros, excepto por algún peñasco o barranco ocasional. Sin embargo, ahora sólo tenía unos metros de visibilidad, incluso cuando se abrían ventrículos de calma entre el caos de la tormenta; además, el suelo giraba sin parar en remolinos de polvo. El conjunto de la escena tenía un peligroso aire de irrealidad, debido a que dentro del traje todo era confortable y silencioso. Si lo hubiera deseado, podría haber pedido oír el ruido ambiental, pero no le habría aportado nada nuevo, puesto que era evidente que soplaba un viento infernal.

Recuperó la falsa visión verde pálido.

—Ilia —dijo—. Sigo sin armas. Empiezo a sentirme un poco molesta.

—Dale algo para que juegue —espetó Sudjic—. No pasará nada. Puede alejarse un poco y disparar a las rocas mientras nosotras nos ocupamos de Sylveste.

—Que te jodan.

—Relájate, Khouri. ¿No se te ha ocurrido pensar que podía estar intentando hacerte un favor? ¿O crees que podrás persuadir a Ilia tú solita?

—De acuerdo, Khouri —dijo Volyova—. Estoy activando tus protocolos de defensa de mínima voluntad. ¿Te parece bien?

No exactamente. Aunque el traje de Khouri acababa de recibir privilegios autónomos para defenderse contra las amenazas externas (y, en cierta medida, para actuar activamente contra un objetivo), Khouri seguía sin tener los dedos en el gatillo, y eso era un problema si pretendía acabar con Sylveste… una idea que aún no había desechado por completo.

—Sí, gracias —respondió—. Disculpa si no doy saltos de alegría.

—Ha sido un placer…

Un segundo después aterrizaron con la misma suavidad que cinco plumas. Khouri sintió un temblor mientras su traje desactivaba los propulsores y realizaba una serie de pequeños ajustes en su anatomía. Las lecturas de posición habían pasado de modo de vuelo a modo ambulatorio, de modo que si lo deseaba podía caminar con normalidad. También podía desembarazarse del traje, pero como era consciente de que sin equipo de protección no duraría demasiado bajo la tormenta-cuchilla, prefirió permanecer en el silencio de su interior.

—Nos dividiremos —dijo Volyova—. Khouri, te asigno el control de los dos trajes vacíos; te cubrirán cuando te muevas. Nos alejaremos cien pasos. Iniciad un barrido de sensores activo en todas las bandas electromagnéticas y auxiliares. Si Sylveste se encuentra en las proximidades, lo encontraremos.

Los dos trajes vacíos ya se habían acercado a Khouri, enganchándose a ella como perros callejeros. Khouri era consciente de que Volyova le permitía cuidar de las unidades vacías como premio de consolación por no ir mejor armada. Pero no le serviría de nada quejarse. El único motivo razonable para ir correctamente armada era utilizar esas defensas para matar a Sylveste, un argumento que no sería eficaz con Volyova. Entonces recordó que los trajes podían ser letales incluso sin armamento. Durante su instrucción en Borde del Firmamento le habían enseñado que alguien que llevara un traje podía infligir daños en un enemigo recurriendo simplemente a la fuerza bruta, rompiéndolo literalmente en pedazos.

Khouri observó cómo Sudjic y Volyova se alejaban en sus respectivas direcciones, caminando con la lentitud engañosamente pesada de los trajes… engañosa porque, en modo ambulatorio, los trajes podían moverse tan rápido como gacelas si era necesario. Aunque no la sorprendió, cuando activó una vez más el modo de visión normal, Sudjic y Volyova ya no eran visibles y, aunque seguían abriéndose claros ocasionales en la tormenta, Khouri apenas era capaz de ver más allá de su brazo extendido.

Se sobresaltó al ver que algo se movía entre el polvo. Sólo fue un instante, de modo que ni siquiera podía considerar que fuera un atisbo. Justo cuando empezaba a racionalizar esta aparición como un remolino de polvo que durante unos instantes había adoptado forma humana, lo vio de nuevo.

Ahora la figura estaba mejor definida. Se demoró unos instantes, bromeando, antes de salir del remolino.

—Ha pasado mucho tiempo —dijo la Mademoiselle—. Pensé que te alegrarías de verme.

—¿Dónde diablos has estado?

—Portadora —dijo el traje—. No soy capaz de interpretar su última instrucción subvocalizada. ¿Le importaría repetir lo que ha dicho?

—Dile que te ignore —dijo el fantasma de polvo de la Mademoiselle—. No dispongo de demasiado tiempo.

Khouri le dijo al traje que ignorara lo que subvocalizara a partir de ese momento y hasta que dijera una palabra en clave. El traje accedió con una nota de aburrido disgusto, como si nunca le hubieran pedido que hiciera algo tan irregular y tuviera que considerar con seriedad los términos de su futura relación laboral.

—De acuerdo —dijo Khouri—. Estamos a solas, Mademoiselle. ¿Te importaría decirme dónde has estado?

—Enseguida —respondió la imagen proyectada de la mujer. Ahora se había estabilizado, pero aún carecía de la fidelidad que esperaba Khouri. Ahora parecía un crudo bosquejo de sí misma, o una fotografía borrosa, sujeta a las ondas de distorsión—. Pero antes preferiría hacer algo por ti para que no cometas una estupidez, como intentar embestir a Sylveste. Veamos: accediendo a los sistemas primarios del traje… esquivando los códigos de restricción de Volyova… es sorprendentemente simple. De hecho, me molesta que me lo haya puesto tan fácil, sobre todo teniendo en cuenta que ésta será posiblemente la última vez que…

—¿De qué estás hablando?

—Estoy hablando de darte armas, querida. —Mientras hablaba, las lecturas de posición se reconfiguraron, indicando que una serie de sistemas armamentísticos previamente bloqueados se habían activado. Khouri evaluó el imprevisto arsenal que tenía ahora en sus manos, siendo incapaz de creerse lo que acababa de presenciar—. Ahí las tienes, querida. Antes de que me vaya, ¿hay algo más que necesites?

—Supongo que debería darte las gracias…

—No te molestes, Khouri. Lo último que esperaría de ti sería gratitud.

—Por cierto, ahora no me queda más remedio que matar a ese cabrón. ¿Se supone que también debo agradecértelo?

—Has visto las… hum… pruebas, el motivo de su condena, si prefieres llamarlo así.

Khouri asintió, sintiendo que su cuero cabelludo rascaba contra la matriz interna del traje. Se suponía que no podían hacerse gestos dentro de un traje.

—Sí, todo eso de los Inhibidores. Pero sigo sin saber si hay algo de cierto en todo eso…

—En ese caso, míralo de esta forma: si te niegas a matar a Sylveste y resulta que lo que te he contado es cierto, imagina lo mal que te sentirás. —La aparición de polvo intentó esbozar una grotesca sonrisa—. Y más aún si Sylveste consigue lo que se propone.

—Pero tendría la conciencia tranquila, ¿no?

—Sin duda alguna. Y espero que eso fuera consuelo suficiente mientras toda tu especie fuera erradicada por los sistemas Inhibidores. Por supuesto, es muy probable que ni siquiera vivas lo suficiente para lamentar tu error. Los Inhibidores son bastante eficientes, pero supongo que ya lo descubrirás en su debido momento…

—Bueno, gracias por el consejo.

—Eso no es todo, Khouri. ¿No se te ha ocurrido pensar que mi ausencia se debe a una buena razón?

—¿Cuál?

—Me estoy muriendo. —La Mademoiselle dejó que estas palabras se demoraran en la tormenta de polvo—. Tras el incidente con el arma caché, Ladrón de Sol logró introducir otra parte de sí mismo en tu cabeza. Sé que eres conciente de ello. Lo sentiste entrar, ¿verdad? Recuerdo tus gritos. Fueron muy gráficos. ¡Debió de ser una sensación tan extraña, tan hostil!

—Pero no he vuelto a sentirlo desde entonces.

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