Todos gruñeron.
—No quiero nada de eso —dijo Dan, observando cada una de sus caras. Al llegar a Aden, se sorprendió, como si no se hubiera dado cuenta de que estaba allí—. Vamos a dar un paseo —le dijo, y sin esperar a que respondiera, salió del barracón dando un portazo.
—Si le dices dónde está mi hierba —le amenazó Ozzie—, te corto el pescuezo.
—Inténtalo —dijo Aden, y se dio la vuelta.
«¿Tenías que enfrentarte a él?», le preguntó Eve con frustración.
—Sí.
Aden no reaccionaba bien ante las amenazas.
Fuera, inhaló profundamente el aire puro. Había atardecido, y el ambiente estaba sombrío, cosa que contrastaba con el súbito optimismo que sentía. Quizá por primera vez, Aden tenía la esperanza de que su vida cambiara a mejor. Dan caminaba por delante hacia la pradera norte, y Aden se apresuró para alcanzarlo. Aunque Aden medía más de un metro ochenta, Dan le sacaba varios centímetros.
Varias veces, durante aquella semana, cuando Aden pensaba que nadie de los de su cabeza le prestaba atención, había pensado que Dan era su padre. Se parecían; podían tener parentesco. Ambos tenían el pelo muy rubio, cuando Aden no se lo teñía para evitar las bromas sobre los rubios, los labios carnosos y la mandíbula cuadrada. Sin embargo, al darse cuenta de lo que estaba haciendo, se obligaba a parar. Y sorprendentemente, dejar de pensar aquello le deprimía.
¿Cómo sería de verdad su padre? Aden no tenía fotografías. No lo recordaba. Lo único que sabía de él era que le había abandonado. Lo cual significaba que también lo consideraba un monstruo. Por lo menos, Dan no lo trataba como si fuera un desequilibrado que necesitaba que lo encerraran.
—Vamos directamente al grano, ¿de acuerdo? —dijo Dan cuando Aden lo alcanzó—. ¿Qué has estado haciendo hoy?
Aden tragó saliva. Esperaba la pregunta, e incluso había pensado una respuesta, pero lo único que pudo decir fue:
—Nada.
Odiaba mentirle a Dan, pero no podía evitarlo. ¿Quién iba a creer que había estado luchando contra unos muertos vivientes?
—Nada, ¿eh? —preguntó Dan, arqueando una ceja con incredulidad—. ¿Por eso tienes la cara llena de porquería y marcas de mordiscos en el cuello? ¿Por eso has estado fuera todo el día? Sabes que espero que me mantengas informado.
—Te dejé una nota diciéndote que me iba a explorar el pueblo —dijo. La verdad. Había explorado. No era culpa suya el haberse topado con los muertos vivientes—. No he hecho nada ilegal, ni le he hecho daño a nadie —añadió. Aquello también era cierto. No había nada ilegal en matar a gente que ya estaba muerta, y no se le podía hacer daño a un cadáver—. Te doy mi palabra.
Dan se sacó un palillo de la camisa del bolsillo y se lo puso entre los dientes.
—No tiene nada de malo que te vayas a dar una vuelta en tu día libre, incluso es aconsejable, siempre y cuando te hayas ganado mi permiso. No lo has hecho. Te habría dado mi teléfono móvil para poder localizarte si era necesario.
Pero no me has dado esa oportunidad. Me dejaste una nota en la cocina y te marchaste. Podría llamar a tu asistente social y hacer que te recogieran por esto.
Su asistente social, la señora Killerman, era el motivo por el que Aden estaba allí. Era muy vieja; seguramente tenía más de treinta años, como Dan, y a Aden le parecía fría. Se la habían asignado cuando estaba en la última clínica mental. Él ya tenía un tutor, por supuesto, pero no podía salir de la institución.
Se había quejado. Cuando Killerman le había hablado del Rancho D. y M. y había pedido que lo admitieran allí, Aden se había quedado asombrado. Y cuando por fin había quedado una plaza libre, se había sentido eufórico. Y pensar que podía perder aquella plaza, incluso sin que Dan hubiera visto el cementerio…
—Aden, ¿me estás escuchando? —le preguntó Dan—. Te he dicho que puedo llamar a tu asistente social por esto.
—Lo sé —dijo él, y miró a Dan, cuyo semblante estaba oculto en las sombras—. ¿Vas a hacerlo?
Hubo un silencio. Un horrible silencio.
Entonces, Dan le revolvió el pelo.
—Esta vez no, pero no siempre voy a ser pan comido, ¿entiendes? Creo en ti, Aden. Quiero cosas buenas para ti. Pero tienes que obedecer mis reglas.
Aquel gesto fue inesperado, y las palabras, increíbles. «Creo en ti». A Aden comenzaron a arderle los ojos. Se negó a pensar que fueran lágrimas, incluso cuando comenzó a temblarle la barbilla. Tal vez hubiera una chica en su cabeza, pero él no era un pelele.
—¿Sigues tomando la medicación? —le preguntó Dan.
—Sí, por supuesto.
Una mentira. Ni la verdad, ni una media verdad, ni siquiera una omisión podrían funcionar en aquella ocasión. Para Dan, admitir que había tirado las pastillas por el váter sería peor que escaparse a la ciudad. Además, él no necesitaba las pastillas. Lo debilitaban, lo dejaban cansado, y le embarullaban la mente. Aunque se dio cuenta de que ya estaba sintiendo todo aquello. Se mareó. Maldito veneno de cadáver. De todos modos, con el mareo llegó cierta urgencia.
—En realidad, fui a buscarte cuando llegué. Yo… yo… Quiero ir al instituto público. Al Crossroads High.
Ya estaba. Hecho. Ya no podía retirar aquellas palabras.
Dan frunció el ceño.
—¿Al instituto? ¿Por qué?
Sólo había una explicación que pudiera sonar creíble.
—Nunca he estado con chicos de mi edad, normales, y creo que sería bueno para mí. Podría verlos, interactuar con ellos, aprender de ellos. Por favor. No he perdido ni una sola sesión de terapia desde que llegué aquí. Dos veces por semana. La doctora Quine piensa que voy bien —dijo.
La doctora Quine era la última que estaba intentando recomponerlo. A Aden le caía bien. Parecía que se preocupaba de verdad por él.
—Lo sé. Me mantiene informado.
Motivo por el que Aden cuidaba mucho lo que decía delante de la doctora. Sintió otra oleada de mareo, y se frotó las sienes.
—Si llamas a la señora Killerman, ella puede firmar los documentos necesarios, y yo podría ir a clase la semana que viene. Sólo habré perdido el primer mes, y sería el inicio de mi nueva vida. Una vida normal. La vida que has dicho que quieres para mí.
Dan ni siquiera se tomó un momento para pensarlo.
—Está bien en teoría, pero… Diga lo que diga la doctora Quine, tú sigues teniendo conversaciones contigo mismo. No lo niegues, porque te he oído esta mañana. Te quedas mirando al vacío durante horas, desapareces, y aunque acabo de encontrarte con los otros chicos, estabas rígido y enfadado, así que sé que no te has hecho amigo suyo. Lo siento, chico, pero la respuesta es no.
—Pero…
—No. Mi palabra final. Tal vez, con el tiempo.
—No he hecho amigos aquí porque no le intereso a nadie.
—Puede que no lo estés intentando.
Aden apretó los puños con furia. Tal vez no lo estuviera intentando, pero… ¿importaría eso? Él no quería hacerse amigo de Ozzie y de sus subalternos.
—Sé que te has enfadado, pero es lo mejor. Si le hicieras daño a alguno de los alumnos, te meterían en la cárcel, y no tendrías más oportunidades. Y como ya te he dicho, no quiero eso para ti. Eres un buen chico con mucho potencial. Debes tener la oportunidad de alcanzar todo ese potencial, y brillar, ¿de acuerdo?
La ira de Aden se mitigó ante la bondad de Dan. Sin embargo, su determinación se fortaleció. Tenía que ir a aquel instituto, tenía que pasar más tiempo con Mary Ann. Sí, podría encontrársela casualmente en la ciudad, ¿pero cuándo? ¿Y con cuánta frecuencia? Las clases del instituto eran cinco días a la semana, durante siete horas al día. Allí tendría muchas oportunidades de conocerla y saber cómo podría salir con ella.
Y, durante aquellas benditas horas estaría en paz. Por eso estaba dispuesto a hacer cualquier cosa. Incluso… Tragó saliva, porque no le gustaba dónde acababa aquel pensamiento.
—¿Estás seguro? —le preguntó, dándole a Dan una última oportunidad.
—Muy seguro.
—Bueno.
Entonces, Aden miró a su alrededor, y hacia detrás, para asegurarse de que nadie podía ver lo que iba a suceder desde la casa y desde el barracón.
«Sé lo que estás planeando, Ad, y no es buena idea». Si Caleb hubiera poseído un cuerpo propio, estaría zarandeando a Aden por los hombros. «En realidad, es una idea malísima. No tengo que ser vidente para saberlo».
La última vez que había hecho algo parecido se había pasado una semana en cama, temblando de frío, con miedo de todos los sonidos, y agonizando cada vez que algo le rozaba la piel. Y con la toxina en el organismo, aquellas consecuencias podían ser mil veces peor.
«Aden», dijo Eve. Por su tono, era evidente que se avecinaba un sermón.
—Lo siento, Dan —dijo Aden… justo antes de entrar en su cuerpo.
Gritó a causa del dolor que le causaba pasar de una masa sólida a una neblina, y Dan gritó también. Ambos cayeron de rodillas aturdidos. Los colores se fundían unos con otros, el verde de la hierba con el marrón de las vacas, el rojo del tractor con el amarillo del trigo. Aden estaba jadeando, sudando, con el estómago a punto de estallar.
Respiró profundamente varias veces. Minutos después, consiguió encontrar su centro de gravedad. El dolor disminuyó, pero sólo un poco.
«Tuviste que hacerlo», soltó Caleb.
—No se va a acordar —respondió Aden. Era extraño saber que era él quien hablaba, pero con una voz diferente—. Estaremos bien.
«Bueno, haz lo que quieras hacer y salgamos de aquí rápidamente», dijo Julian. «Dios santo, a veces no puedo creer las cosas que haces».
Elijah gimió.
«Si alguien supiera que eres capaz de hacer esto…».
—Nadie lo va a saber —dijo él. Eso esperaba.
Aden obligó a Dan a sacarse el teléfono móvil del bolsillo, como si aquél fuera su propio cuerpo. La mano temblaba, pero consiguió pasar los números hasta que llegó al de Tamera Killerman. Su número estaba entre los de marcación rápida.
Aden tragó saliva y llamó.
—¿Sí? —respondió su asistente social al tercer tono.
—Hola, señora Killerman —dijo él—. Soy… Dan Reeves.
Hubo una pausa. Una risita.
¿Una risita? ¿De Killerman, siempre tan calmada y tan formal? La conocía desde hacía un año, y apenas la había visto sonreír. Aden pestañeó de la sorpresa.
—¿Señora Killerman? —preguntó ella. Su voz era un susurro que hizo que a Aden se le encogiera el estómago—. Ayer me llamaste cariño.
—Yo… eh…
—Bueno, ¿qué tal estás, mi amor, y cuándo volveré a verte?
¿Mi amor? ¿Por qué…? Aden se dio cuenta de lo que estaba ocurriendo y frunció el ceño. Se sintió decepcionado, enfadado. Dan estaba casado, y sólo su esposa debería llamarlo «mi amor». A Aden le caía muy bien la mujer de Dan. Se llamaba Meg Reeves, cocinaba maravillosamente bien, siempre tenía una sonrisa para todo el mundo y nunca le había reprendido. Incluso canturreaba mientras limpiaba la casa.
Aden quiso entrar en los recuerdos de Dan. Quería saber por qué un hombre traicionaría a una mujer tan estupenda. Sin embargo, parecía que la única habilidad que no poseía era la de leer el pensamiento de los demás.
«No importa. Termina lo que has empezado antes de que te marees demasiado».
—Escuche, señora Killerman. Quisiera apuntar a Haden Stone en el instituto de la ciudad. Se llama Crossroads High.
—¿A Haden? —preguntó ella con asombro—. ¿Al esquizofrénico? ¿Por qué?
Él apretó los dientes con furia. «¡No soy esquizofrénico!».
—Creo que la interacción con los demás estudiantes será buena para él. Además, durante el tiempo que ha estado aquí ha mejorado mucho, tanto que ni siquiera sé por qué está aquí.
¿Se habría pasado?
—Me parece muy bien, pero… ¿estás seguro de que está preparado? Ayer, cuando hablamos, me dijiste que progresaba con lentitud.
—Ayer no estaba hablando de Aden. Estaba hablando de Ozzie Harmon. Aden está totalmente preparado.
—¿Totalmente? —ella volvió a reírse—. Dan, ¿estás bien? Parece que no eres tú mismo.
Él se tambaleó, pero volvió a erguirse.
—Estoy perfectamente. Sólo tengo un poco de cansancio. De todos modos, si comenzaras a arreglarlo todo, te lo agradecería mucho —dijo Aden, pensando que eso sería algo que también diría Dan—. ¿De acuerdo?
—De acuerdo. Supongo. Pero… ¿sigues queriendo que Shannon Ross vaya también a Crossroads?
¿Shannon? ¿Por qué Shannon? ¿Y por qué no se lo había dicho a nadie?
—Sí. Volveré a llamarte luego —añadió, antes de que ella pudiera hacerle más preguntas—. Cariño.
Clic.
Durante un largo instante, Aden miró fijamente el teléfono, luchando por mantener la respiración, temblando. Afortunadamente, la señora Killerman no volvió a llamar.
Más tarde, cuando Dan estuviera solo, recordaría aquella charla con Aden, pero pensaría que había hecho la llamada de teléfono por voluntad propia. Se preguntaría por qué, pero nunca recordaría que Aden había entrado en su cuerpo. Nadie se acordaba, tal vez porque sus mentes no podían procesar aquella noción. Tal vez porque Aden se llevaba el recuerdo.
De cualquier modo, se preguntó si Dan llamaría a Killerman otra vez para decirle que había cambiado de opinión. ¿Y cumpliría ella su promesa de ponerlo todo en marcha?
Sólo el tiempo lo diría.
Lo único que podía hacer Aden era esperar. Eso, y curarse, pensó, mientras Dan y él se agachaban y vomitaban. Estupendo. Su batalla con el veneno acababa de empezar.