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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Ciencia-ficción, novela

En caída libre (29 page)

Y estaba seguro de que le desatarían las manos, tarde o temprano. Había alcanzado a percibir el horror que Apmad le tenía a los cuadrúmanos. Cuando las noticias de estos acontecimientos le llegaran por fin a su escritorio, le harían saltar tres metros en el aire, con rehenes o sin rehenes. Van Atta cerró los ojos.

—¡Hey! —de repente tuvo una idea—. No estamos tan indefensos como creen. Este juego se puede jugar de a dos. Yo también tengo un rehén.

—¿Ah, sí? —dijo la doctora Yei, sorprendida. Se llevó una mano a la garganta.

—Sí. ¿Cómo no me he acordado antes? Ese maldito cuadrúmano de Tony está aquí abajo.

Era el alumno favorito de Graf y el pene preferido de la vagina de Claire. Y seguro que ella era una de las organizadoras. Van Atta giró sobre sus talones.

—¡Vamos, Yei! Esos malditos sí que van a responder ahora a nuestras llamadas.

Los pilotos de Salto podían jurar que sus naves eran hermosas, pero, en realidad, cuando Leo vio aparecer la D-620, pensó que una nave de Salto no era más que un calamar mutante mecánico. La parte delantera contenía una sala de control y la cabina de la tripulación. Estaba protegida de los peligros materiales que pudieran aparecer durante la aceleración por una pantalla laminada plana y de los peligros de la radiación por un cono magnético invisible. Hacia atrás se extendían cuatro brazos extremadamente largos, unidos entre sí. Dos de ellos sostenían los propulsores espaciales normales, los otros dos sostenían el corazón del objetivo de la nave: las varillas del generador de campo Necklin que trasladaba la nave por el espacio del agujero del gusano durante el Salto. Entre los cuatro brazos había un enorme espacio vacío, normalmente ocupado por los compartimentos de carga. La curiosa nave se vería mejor cuando ese espacio estuviera ocupado por los módulos del Hábitat, pensó Leo. En ese momento, incluso podría ser más compasivo y decir que era hermosa.

Con un movimiento de mentón, Leo pidió una visión de la energía y los niveles de suministro de su traje de trabajo, expuestos en la parte interna de su placa de recubrimiento. Tendría el tiempo suficiente para ver cómo se propulsaba el primer módulo en el espacio y luego hacer una pausa para recargar su traje. No porque no hubiera tenido tiempo de hacer una interrupción unas horas antes. Pestañeó. Le picaban los ojos. No veía la hora de poder frotárselos y tomar un trago de café caliente de su tubo de bebida. También quería café fresco. Lo que bebía en ese momento había estado afuera tanto tiempo como él y se estaba volviendo químicamente repugnante, opaco y verdoso.

La D-620 se colocó cerca del Hábitat. Hizo el cambio de velocidades con precisión y apagó los motores. Las luces de vuelo se apagaron y sólo siguieron brillando las luces de parada, como señal de que estaba a salvo. Las luces de los proyectores iluminaron la gran nave espacial, como si dijeran
Bienvenidos a bordo
.

Leo dirigió su mirada a la sección de la tripulación, pequeña en comparación al tamaño de los brazos. Con el rabillo del ojo pudo ver un compartimento de personal que se separaba del lado de estribor de la nave de Salto y se dirigía hacia los módulos del Hábitat. Alguien volvía a casa. ¿Silver? ¿Ti? Tenía que hablar con Ti lo antes posible. De pronto, Leo descubrió que tenía un nudo en el estómago.
Silver había regresado sana y salva
. Luego se corrigió.
Todos
habían regresado, pero no estaban a salvo todavía. Activó los propulsores de su traje y alcanzó a la tripulación de cuadrúmanos.

Treinta minutos más tarde el corazón de Leo se tranquilizó cuando el primer módulo se situaba lentamente en el brazo de la D-620. Como una pesadilla que no desaparecía después de revisar y volver a verificar sus números, Leo siempre pensó que algo no encajaría y que habría demoras interminables para corregir algún posible error. El hecho de que todavía no hubieran tenido noticias de los de abajo, pese a los intentos repetidos de entablar comunicación, no lo hacía sentir mucho mejor. Los directivos de GalaTech en Rodeo tenían que responder a la larga y no había nada que él pudiera hacer para contrarrestar esa respuesta hasta que desapareciera. La parálisis aparente de Rodeo no podía durar mucho tiempo.

Mientras tanto, ya había transcurrido la mitad del descanso. Tal vez podría persuadir al doctor Minchenko para que le diera algo para la cabeza y así reemplazar las ocho horas de sueño que no iba a tener. Leo pulsó el canal de los jefes del grupo de trabajo del intercomunicador de su traje.

—Bobbi, hazte cargo como capataz. Me voy dentro. Pramod, trae a tu equipo tan pronto como ajustéis esa última sujeción. Bobbi, asegúrate que el segundo módulo esté atado en forma sólida antes de ajustar y cerrar todas las esclusas. ¿Correcto?

—Sí, Leo. Estoy trabajando en eso. —Bobbi hizo señales de que comprendía la orden desde el extremo opuesto del módulo moviendo un brazo inferior.

Cuando Leo se dio la vuelta, una de las naves remolcadoras que iba dirigida por un solo hombre, había llevado el módulo a su lugar, se separaba y giraba, mientras se preparaba para alejarse y traer la próxima carga que ya estaba alineándose al otro lado de la nave de Salto. Uno de los chorros de control de posición hizo una explosión y, cuando Leo miró, emitió una llama de color azul intenso. Su rotación tomaba velocidad.

¡Está fuera de control!
, pensó Leo, con los ojos desorbitados. En el segundo que le llevó activar el canal adecuado en el intercomunicador de su traje, la rotación se convirtió en un giro vertiginoso. La nave remolcadora salió despedida y no se estrelló contra un cuadrúmano, por apenas un metro. Mientras Leo miraba horrorizado, la nave rebotaba en una barquilla sobre uno de los brazos Necklin de la gran nave de Salto y caía en el espacio posterior.

El canal de comunicación de la nave impulsora emitió un grito. Leo golpeó los canales.

—¡Vatel! —llamó al cuadrúmano que dirigía la nave remolcadora más cercana—. ¡Ve tras él!

La segunda nave giró y pasó a toda velocidad junto a él. Pudo ver cómo Vatel le hacía señales con una mano, dándole a entender que había comprendido la orden. Leo tuvo que contener la necesidad que sentía de salir tras ellos. Era tan poco lo que podía hacer en un traje de trabajo sin energía. Todo quedaba en manos de Vatel.

¿Había sido un error humano —o cuadrúmano— o un defecto mecánico lo que había causado el accidente? Bueno, podría determinarlo rápidamente una vez que recuperaran la nave remolcadora.
Si alguna vez se recuperaba
… Se sacó esa idea de la cabeza y se lanzó hacia la barquilla Necklin.

La cobertura de la barquilla estaba profundamente abollada en el lugar donde el remolcador la había tocado. Intentó calmarse.
Es sólo la cobertura. Está ahí justamente para proteger la nave de accidentes de este tipo. ¿No es así?
Desesperado, se apartó para iluminar con la luz de su traje de trabajo la abertura oscura en el extremo de la cubierta.

Oh, Dios.

El espejo vórtice estaba rajado. Con unos tres metros de ancho en su borde elíptico, y fruto de un diseño matemático y una precisión a nivel de ángstroms, era una superficie de control integral del sistema de Salto, que reflejaba o ampliaba el campo Necklin generado por las varillas principales a voluntad del piloto. No estaba sólo rajado. Estaba destrozado por una explosión. El titanio frío estaba deformado más allá del límite. Leo soltó un gemido.

Una segunda luz brilló junto a él. Se dio la vuelta y vio a Pramod.

—¿Es tan serio como parece? —dijo la voz de Pramod por su intercomunicador.

—Sí —suspiró Leo.

—No podemos… hacer una reparación de soldadura ahí, ¿verdad? —la voz de Pramod subía—. ¿Qué vamos a hacer?

Fatiga y miedo, la peor combinación posible. Leo dijo con un tono de voz cansado:

—La lectura del nivel de energía de mi traje dice que tenemos que ir adentro y hacer una interrupción de inmediato. Después de eso, veremos.

Para alivio de Leo, en el momento en que se había sacado el traje, Vatel había capturado la nave errante y la había traído de vuelta a su embarcadero en el módulo del Hábitat. Bajaron a un piloto cuadrúmano, asustado y contusionado.

—Se bloqueó. No pude liberarle —dijo la muchacha—. ¿Qué fue lo que toqué? ¿Golpeé a alguien? No quise descargar el combustible, pero fue lo único que se me ocurrió para detener el jet. Lamento haberlo desperdiciado. No pude evitarlo…

La muchacha tendría, pensó Leo, unos trece años.

—¿Cuánto tiempo hace que estás en el turno de trabajo? —le preguntó Leo.

—Desde que comenzamos —replicó. Estaba temblando. Le temblaban las cuatro manos, mientras estaba suspendida en el aire junto a él. Tuvo que contener sus ganas de enderezarla.

—Cielo santo, querida, eso es más de veintiséis horas seguidas. Ve a descansar. Come algo y duerme unas horas.

La muchacha le miró con sorpresa.

—Pero separamos las unidades de los dormitorios y las unimos a las guarderías. No puedo llegar desde aquí.

—¿Es por eso que…? Mira, las tres cuartas partes del Hábitat son inaccesibles en este momento. Ocupa un rincón del módulo del vestuario o cualquier otra parte que encuentres.

Leo contempló las lágrimas en sus ojos durante un instante y luego agregó:

—Está
permitido
.

Era obvio que la muchacha quería su propio saco de dormir, pero Leo no estaba en condiciones de proporcionárselo.

—¿Yo sola? —dijo en un tono de voz débil.

Probablemente nunca había dormido con menos de siete chicos en la misma habitación en toda su vida, reflexionó Leo. Respiró profundamente para calmarse. No podía empezar a gritarle, a pesar de lo bien que le vendría para liberar sus propios sentimientos. ¿Cómo se había visto absorbido por esta cruzada infantil? En ese momento, no podía recordarlo.

—Vamos. —La llevó de la mano hacia el compartimento del vestuario. Encontró una bolsa de lavandería que enganchó en la pared y la ayudó a meterse en el interior, junto con un sándwich empaquetado. La muchacha asomó la cara por la abertura. Por un momento le hizo sentirse como un hombre a punto de ahogar una bolsa de gatos.

—Muy bien. —Leo hizo una sonrisa forzada—. ¿Estás mejor?

—Gracias, Leo —le dijo—. Lamento lo del remolcador. Y lo del combustible.

—Nosotros nos ocuparemos de eso. —Leo le guiñó el ojo—. Duerme un poco. Todavía hay mucho trabajo por hacer cuando te despiertes. No vas a perderte nada. Buenas noches…

—Buenas noches…

Una vez en el corredor, se frotó la cara con las manos.

¿Las tres cuartas partes del Hábitat inaccesibles? en este momento era casi la totalidad. Y todas las cargas de los módulos estaban utilizando energía de emergencia, a la espera de ser adosadas al suministro principal de energía a medida que se cargaban a la gran nave de Salto. Era vital para la seguridad y la comodidad de aquellos que estaban a bordo de algunas unidades que el Hábitat fuera remodelado y que fuera operacional lo antes posible.

Sin mencionar el hecho que todos tendrían que comenzar a aprender los nuevos recorridos en este laberinto. Múltiples compromisos habían influido en el diseño. Las unidades de la guardería, por ejemplo, podían ir en un compartimento interior; los desembarcaderos y las esclusas habían sido situados de cara al espacio; algunas salidas de residuos se habían tenido que aislar inevitablemente; las unidades de nutrición, que ahora servían tres mil comidas por día, requerían un acceso a los almacenes… La tarea de reajustar las rutinas de todos iba a ser complicada, aun suponiendo que todos los módulos hubieran sido cargados y ajustados correctamente sin la supervisión personal de Leo, o incluso con ella. Tenía el rostro entumecido.

Y ahora la pregunta clave. ¿Tendrían que seguir cargando todo en una nave de Salto que, posiblemente, estaba fatalmente deteriorada? El espejo vórtice, Dios. ¿Por qué no habría tocado uno de los brazos del propulsor espacial? ¿Por qué no se habría llevado a Leo por delante?

—¡Leo! —gritó una voz masculina familiar. Flotando por el pasillo, con una actitud furiosa, pareció el piloto de Salto, Ti Gulik. Silver nadaba pomo una estrella de mar, de un pasamanos a otro, detrás de ti, seguida por Pramod. Gulik se aferró a pasamanos y se detuvo junto a Leo. La mirada de te se cruzó con la de Silver en un breve y silencioso hola, antes de que el piloto de Salto le arrinconara contra la pared.

—¿Qué le han hecho tus malditos cuadrúmanos a mis varillas Necklin? —dijo Ti con brusquedad—. Pasamos por todos esos problemas para conseguir esta nave, traerla aquí y prácticamente lo primero que haces es comenzar a destruirla. ¡Nada más detenerla! Por favor… dime que ese pequeño imitante —señaló a Pramod— está equivocado…

Leo carraspeó.

—Aparentemente, uno de los chorros de control de posición del remolcador se bloqueó e hizo que la nave entrara en una rotación vertiginosa, incontrolable. El término «accidente imprevisible» no está en mi vocabulario, pero de hecho no fue culpa del cuadrúmano.

—Ah, no —dijo Ti—. Bueno, por lo menos no intentas echarle la culpa al piloto… Pero, ¿cuál es el daño en realidad?

—La varilla en sí no está afectada…

Ti suspiró con cierto alivio.

—…pero se ha quebrado el espejo vórtice de titanio.

—¡Es igual de terrible!

—¡Cálmate! Tal vez no sea tan serio. Tengo una o dos ideas. Cuando tomamos el Hábitat, había una lanzadera de carga en el embarcadero.

Ti lo miró con actitud sospechosa.

—¡Qué afortunado! ¿Entonces?

—Planificación, no suerte. Algo que Silver no sabe todavía es que… —Leo la miró; la muchacha se preparaba para recibir una mala noticia—, no pudimos traer a Tony antes de tomar el Hábitat. Aún está en el hospital en Rodeo.

—Oh, no —murmuró Silver—. ¿Hay alguna manera de…?

Leo se frotó la frente.

—Tal vez. No estoy seguro de si es una buena estrategia militar —el precedente tuvo que ver con ovejas, creo—, pero no creo que pueda vivir con mi conciencia si no intentamos, por lo menos, traerlo de vuelta. El doctor Minchenko también me prometió ir con nosotros si podemos recoger a la señora Minchenko. También está abajo.

—¿El doctor Minchenko se ha quedado? —Silver juntó las manos, verdaderamente emocionada—. ¡Qué bien!

—Solamente si recuperamos a la señora Minchenko —Leo la previno—. De manera que existen dos razones para intentar una incursión. Tenemos una nave, tenemos un piloto…

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