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Authors: Arthur Conan Doyle

Tags: #Policíaca

El valle del Terror. Sherlock Holmes (8 page)

Un instante después había llegado al final de la barrera y mis ojos divisaron a Mrs. Douglas y al hombre Barker sin que se dieran cuenta de mi presencia. Su apariencia me provocó asombro. En el comedor había sido modesta y discreta. Ahora toda presencia de dolor se había alejado de ella. Sus ojos brillaban con la alegría de vivir, y su cara se estremecía con gozo a las palabras de su compañero. Él se había sentado hacia delante, con sus manos apretadas y sus antebrazos en sus rodillas, con una demostrativa sonrisa en su audaz y atractivo rostro. En un instante, pero fue uno que llegó demasiado tarde, volvieron a ponerse sus solemnes máscaras a la vez que mi figura entraba en su vista. Una palabra apurada o dos se pasaron entre sí, y tras ello Barker se levantó y vino hacia mí.

—¿Excúseme, señor —refirió—, pero me estoy dirigiendo al Dr. Watson?

Le hice una reverencia con una frialdad que mostraba, puedo decirlo, muy claramente la impresión que se había producido en mi mente.

—Pensamos que tal vez era probablemente usted, pues su amistad con Mr. Sherlock Holmes es muy conocida. ¿Le importaría venir y hablar con Mrs. Douglas un instante?

Lo seguí con una rigurosa cara. Muy limpiamente en mi mente podía ver a esa figura destrozada en el piso. Y aquí pocas horas después de la tragedia estaban su esposa y su amigo más cercano riéndose detrás de un arbusto en el jardín que había sido suyo. Saludé a la señora con reserva. Me había apenado con su desdicha en el comedor. Ahora veía a su atenta mirada con un ojo divagante.

—Me temo que me crea usted una persona insensible y de corazón de piedra —manifestó.

Me encogí de hombros.

—No es mi asunto —alegué.

—Quizás algún día me haga justicia. Si sólo supiera...

—No hay necesidad de que el Dr. Watson sepa nada —interrumpió Barker rápidamente—. Como él mismo dijo, éste no es un posible asunto suyo.

—Exacto —repliqué— y siendo así les pediría que me permitan proseguir con mi caminata.

—Un momento, Dr. Watson —gritó la mujer en una voz suplicante—. Hay una pregunta que me puede contestar con más autoridad que nadie en el mundo, y podría hacer una gran diferencia para mí. Conoce a Mr. Holmes y sus relaciones con la policía mejor que nadie. Suponiendo que un suceso fuese llevado confidencialmente a su conocimiento, ¿es absolutamente necesario que se lo pase a los detectives?

—Sí, eso es —añadió Barker ansiosamente—. ¿Está por sí mismo o está completamente con ellos?

—Realmente no sé si pueda ser justificado al discutir sobre ese punto.

—¡Le ruego, le imploro que lo haga, Dr. Watson! Le aseguro que nos estará ayudando, me estará ayudando de gran manera si nos guía en ese punto.

Hubo un tono tal de sinceridad en la voz de la mujer que por un instante me olvidé todo acerca de su levedad y me vi movido a cumplir su deseo.

—Mr. Holmes es un investigador independiente —contesté—. Es su propio superior, y actuaría de acuerdo a como su propio juicio se lo indique. Al mismo tiempo, naturalmente siente lealtad hacia los oficiales que están trabajando en el mismo caso, y no les ocultaría nada que les pueda ayudar en entregar al criminal a la justicia. No puedo decir nada más allá de esto, y les podría llevar a donde el mismo Mr. Holmes si desean una información más completa.

Diciendo esto cogí mi sombrero y regresé a mi camino, dejándolos detrás de esa barrera ocultadora. Miré hacia atrás mientras rodeaba el final de ésta y vi que aún hablaban muy encarecidamente, y, como me estaban observando, era obvio que era nuestra entrevista el objeto de su debate.

—No deseo ninguna de sus confidencias —explicó Holmes, cuando le reporté lo que había ocurrido. Había pasado toda la tarde en Manor House en consulta con sus dos colegas, y regresado alrededor de las cinco con un voraz apetito por un té cargado que le había ordenado—. Sin confidencias, Watson; porque son poderosamente embarazosas si llegamos a un arresto por conspiración y asesinato.

—¿Cree que se llegará a eso?

Estaba en su más jovial y vivo humor.

—Mi querido Watson, cuando haya exterminado a esta cuarta postura deberé estar listo para ponerlo al corriente de toda la situación. No digo que la hayamos desentrañado, estamos lejos de ello, pero cuando hayamos rastreado la pesa de gimnasia perdida...

—¡La pesa!

—¿Cielos, Watson, es posible que no haya penetrado el hecho de que el caso depende de la pesa perdida? Bueno, bueno, no debe deprimirse; entre nosotros, no creo que ni el inspector Mac ni el excelente profesional local hayan divisado la gigantesca importancia de este incidente. ¡Una pesa, Watson! ¡Considere un atleta con una pesa! Imagínese el desarrollo unilateral, el inminente peligro de una curvatura espinal. ¡Impactante, Watson, impactante!

Se sentó con su boca llena de tostada y sus ojos centelleando con malicia, observando mi embrollo intelectual. La simple vista de excelente apetito era una certeza de su acierto; porque tenía muy claras memorias de días y noches sin una pizca de comida, cuando su frustrada mente se irritaba ante un problema mientras sus delgados y ansiosos rasgos se atenuaban más con el ascetismo de completa concentración mental. Finalmente encendió su pipa, y sentado junto al hogar de la vieja posada del pueblo habló despacio y al azar sobre su caso, más bien como alguien que piensa en voz alta que como alguien que hace una considerada declaración.

—¡Una mentira, Watson, una grande, gruesa, sorpresiva, sin compromisos y aislada mentira, eso es lo que nos espera en la entrada! Ése es nuestro punto de partida. La completa historia referida por Barker es una mentira. Pero la historia de Barker está corroborada por Mrs. Douglas. Por lo tanto también está mintiendo. Ambos están mintiendo, y en conspiración. Ahora tenemos el problema claro. ¿Por qué están mintiendo, y cuál es la verdad que están intentando tan arduamente esconder? Tratemos, Watson, usted y yo, si podemos pasar por encima de la mentira y reconstruir la verdad.

¿Cómo sé que están mintiendo? Porque es una torpe fabricación que simplemente no puede ser verdad. ¡Considere! De acuerdo a la historia que nos ha sido contada, el asesino tuvo menos de un minuto luego de haber sido cometido el crimen para sacar el anillo, que estaba bajo otro aro, del dedo del muerto, volver a poner el otro anillo, algo que seguramente nunca habría hecho, y colocar esa singular tarjeta al lado de la víctima. Digo que todo esto es obviamente imposible.

Puede argüir, pero tengo mucho respeto de su juicio, Watson, para creer que lo haga, que el anillo haya sido tomado antes de que el hombre fuera asesinado. El hecho de que la vela haya sido prendida por poco tiempo demuestra que no hubo una entrevista de mucho tiempo. ¿Era este Douglas, por lo que hemos escuchado de su carácter temerario, un hombre que daría su anillo de bodas sin mayores objeciones, o podríamos concebir que lo haya dado después de todo? No, no, Watson, el asesino estuvo solo con el difunto por algo de tiempo con la lámpara encendida. De eso no tengo duda alguna.

Pero el tiro fue aparentemente la causa de la muerte. Por consiguiente éste debió ser disparado un poco antes de lo que nos dijeron. No debe haber error en ello. Estamos en presencia, así, de una deliberada conspiración de parte de las dos personas que oyeron la explosión, del hombre Barker y de la mujer Douglas. Cuando encima de todo esto puedo demostrar que la marca de sangre en el umbral de la ventana fue puesta a propósito por Barker para dar una falsa pista a la policía, admitirá que el caso se vuelve más siniestro para él.

Ahora nos preguntamos a qué hora el asesinato realmente ocurrió. A la diez y media los sirvientes se movían por toda la casa; ciertamente no fue antes de ese tiempo. A un cuarto para las once todos se habían ido a sus cuartos con la excepción de Ames, quien estaba en la despensa. He estado haciendo algunos experimentos después de que nos dejó esta tarde, y me di cuenta de que ningún sonido que MacDonald haya hecho en el estudio pudo penetrar hacia mí hasta la despensa con todas las puertas cerradas.

Es distinto, no obstante, desde la habitación del ama de llaves. No está muy lejos del corredor, y desde ahí pude vagamente oír un ruido cuando era lo suficientemente fuerte. El sonido de una escopeta es un poco amortiguado cuando la descarga es a corta distancia, como indudablemente es en este suceso. No era muy fuerte, pero en el silencio de la noche pudo fácilmente haber penetrado a la alcoba de Mrs. Allen. Ella es, como nos ha dicho, algo sorda; pero sin embargo ella mencionó en su testimonio que sí oyó algo como un portazo media hora antes que se diera la alarma. Media hora antes que sonase la alarma sería un cuarto para las once. No tengo duda de que lo que escuchó fue el ruido del arma, y que fue el verdadero momento del homicidio.

Si es así, debemos determinar ahora qué es lo que Mr. Barker y Mrs. Douglas, asumiendo que no son los verdaderos asesinos, podían haber estado haciendo desde un cuarto para las once, cuando el sonido del disparo los llevó abajo, hasta las once y cuarto, cuando dieron un campanillazo para convocar a los sirvientes. ¿Qué estaban haciendo y por qué no dieron instantáneamente la alarma? Ésa es la pregunta con la que nos confrontamos, y que cuando sea respondida seguramente habremos apartado algo de peso del problema.

—Estoy convencido —afirmé— de que hay un entendimiento entre ambas personas. Debe ser una criatura sin corazón para sentarse a reír con una broma a pocas horas del crimen de su marido.

—Exacto. No destaca como una esposa incluso en su propio relato de lo que ocurrió. No soy un completo admirador del género femenino, como sabe, Watson, pero mi experiencia en la vida me ha enseñado que hay algunas mujeres que, sin tener consideración por su cónyuge, tendrían a cualquier palabra de hombre entre ellas y el cadáver de su pareja. Si me casara alguna vez, Watson, esperaría inspirar a mi esposa un sentimiento tal que le prevenga ser ganada por mi casero cuando mi cuerpo aún yazca a pocas yardas de ella. Está pésimamente dirigida su actuación; porque incluso los más novatos investigadores estarían sorprendidos por la ausencia del usual ululato femenino. Si no hubiera nada más, este solo incidente me sugeriría una conspiración premeditada.

—¿Piensa, definitivamente, que Barker y Mrs. Douglas son culpables del homicidio?

—Sus preguntas son amenazantes y directas, Watson —insinuó Holmes, meciendo su pipa frente a mí—. Vienen hacia mí como balas. Si dice que Mrs. Douglas y Barker conocen la verdad del crimen, y están conspirando para ocultarla, puedo darle una respuesta con toda mi intuición. Estoy seguro que lo hacen. Pero su proposición tortuosa no es muy lúcida. Por un momento consideremos las dificultades que hay en el camino.

Suponemos que esta pareja está unida por los lazos de un amor pecaminoso, y que han determinado deshacerse del hombre que se pone en medio. Es una peligrosa suposición; porque una discreta pesquisa entre los sirvientes y demás han fallado en corroborarla. Por el contrario, hay una gran evidencia de que los Douglas estaban muy unidos el uno del otro.

—Eso, estoy seguro, no puede ser verdad —interrumpí recordando la bella cara sonriente en el jardín.

—Bueno, por lo menos daban la impresión. Sin embargo, pensemos que son una pareja extraordinariamente astuta, que engañan a todos en ese punto, y conspiran para matar al marido. Él al parecer es un hombre del cual pende un peligro...

—Sólo tenemos su palabra para ello.

Holmes se veía reflexivo.

—Ya veo, Watson. Está formulando una teoría por la cual todo lo que dicen desde un inicio es falso. De acuerdo a su idea, nunca hubo una amenaza oculta, o sociedad secreta, o Valle del Terror, o jefe MacAlguien, o todo lo demás. Bueno, ésa es una arrolladora generalización. Veamos hasta dónde nos lleva. Inventaron esa teoría por culpa del crimen. Luego ellos continúan con la idea dejando una bicicleta en el parque como prueba de la existencia de un extraño. La mancha en el umbral se transmite a la misma idea. También lo hace la tarjeta sobre el cuerpo, que pudo haber sido preparada en la casa. Todo eso entra en su hipótesis, Watson. Ahora vamos a las feas, angulares y aisladas partes que no entran en sus lugares, ¿Por qué una escopeta cortada de entre todas las armas, y una americana encima de todo? ¿Cómo pueden haber estado tan seguros que el sonido no traería a alguien al sitio? Fue una simple casualidad que Mrs. Allen no haya comenzado a inquirir sobre el cierre de la puerta. ¿Por qué la pareja culpable hizo todo esto, Watson?

—Confieso que no lo puedo explicar.

—Luego nuevamente, si una mujer y su amante conspiran para matar al consorte, ¿van a anunciar su delito deliberadamente quitando el anillo de bodas de después de su muerte? ¿Eso le suena probable, Watson?

—No.

—Y de nuevo, si la idea de dejar una bicicleta escondida fuera se le hubiera ocurrido a usted, valdría la pena verdaderamente cuando el más torpe detective diría que es una obvia añagaza, porque la bicicleta sería la primera cosa que el fugitivo utilizaría para escapar.

—No puedo presumir ninguna explicación.

—Y aún así no hay combinación de eventos de los cuales el ingenio del hombre no pueda concebir una explicación. Simplemente como un ejercicio mental, sin ninguna afirmación de que sea verdad, permítame indicarle la posible línea de pensamiento. Es, como admito, solamente imaginación; ¿pero cuán frecuentemente es la imaginación la madre de la verdad?

Supondremos que hay un secreto delictivo, uno realmente vergonzoso en la vida de este hombre Douglas. Esto conduce a un asesinato por alguien que es, conjeturamos, un vengador, alguien de fuera. Este vengador, por alguna razón que confieso que aún no puedo explicar, tomó el aro de compromiso del muerto. La vendetta concebiblemente data hasta el primer matrimonio del hombre, y el anillo fue sustraído por esa razón.

Antes que el vengador se fuera, Barker y la esposa llegaron a la estancia. El asesino los convenció que cualquier intento llevaría a la publicación de algún escándalo horrible. Fueron absorbidos por esa idea, y prefirieron dejarlo ir. Para este propósito posiblemente descendieron el puente, lo que puede ser hecho sin ningún ruido, y luego vuelto a levantar. Hizo este escape, y por alguna razón creyó que podía hacerlo más a salvo a pie que en bicicleta. Por lo tanto, dejó esa máquina donde no pueda ser descubierta hasta que esté suficientemente seguro. Hasta ahí aún estamos en los límites de la posibilidad, ¿no es así?

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