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Authors: Najat El Hachmi

Tags: #Drama

El último patriarca (28 page)

BOOK: El último patriarca
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Fui a llevar la matrícula, aterrada por tantos pasillos y tantas aulas y si no sé ni encontrar las oficinas, cómo lo haré para encontrar mi clase.

El primer día nos hicieron ir a la sala de actos y allí dijeron las listas de cada grupo. Todo el mundo se rió cuando dijeron mi nombre, que pronunciaron tan diferente que ni yo supe que era yo. Claro, en aquel lugar no estaban acostumbrados a gente como yo. Era la única de la clase que hacía bachillerato, tan sola sin ni tan siquiera el chico de los ojos crema que tenía que estar conmigo para siempre, sin el espacio que dominaba ni la gente que había visto durante tantos años. A los tontos les tocaría ir a hacer formación profesional. Allí es donde tendría que haber ido a parar, como el resto de los míos, de los que eran como yo, y yo había roto leyes no escritas y había decidido que no quería ser ni auxiliar de enfermería ni administrativa de primer grado ni mecánico ni electricista.

Pesaban bastantes espadas de Damocles encima de mí: que si yo a tu edad ya estaba casada, que si en tu cultura ya se sabe que no vale la pena, que os acaban casando tarde o temprano, que si éste es el último curso o lo que fuera que tuviese padre en la cabeza, como eso de que las mujeres nunca traicionan a sus padres pero acaban traicionando a los hombres.

Todo eso llevaba yo en mi mochila, pero nadie se dio cuenta. Al principio el instituto fue un espacio de angustia, todo funcionaba tan diferente, un profesor cada hora, parciales y finales de trimestre, trabajos, redacciones y tantas actividades que yo nunca sabía si debía hacer como hasta entonces o no.

Las conocí a las dos y no se sabe por qué nos hicimos amigas. Una porque se sentaba a mi lado, pues su apellido iba detrás del mío. La otra ya no me acuerdo, era amiga de otra amiga. Había muchas cosas que nos unían, aunque al principio dicen que les di como repelús, que sabían tanto de las moras, mejor dicho, de los moros, que les dio mal rollo tenerme tan cerca. Pero nos convertimos en imprescindibles las unas para las otras, el triángulo perfecto.

Éramos las únicas que no podíamos entregar los trabajos a ordenador, ni siquiera con aquellas letras fantásticas que bailaban en la portada. Nosotras todavía utilizábamos una máquina de escribir eléctrica y dibujábamos la primera página con el título de diferentes colores. Aún era así. Ninguna de las tres tenía padres con grandes coches que nos esperasen en la puerta de entrada, de donde baJar a primera hora de la mañana. No teníamos carnet de moto ni una Vespino de última generación y aún menos una moto de ésas donde tanto cuesta aguantar el equilibrio. Ninguna de las tres tenía unos padres que nos ayudasen a hacer los trabajos y era por razones diversas, pero era así.

Pero por encima de lo que no teníamos, nos unía lo que sí teníamos. Las tres habíamos presenciado fenómenos extraordinarios como platos o vasos voladores, historias que si se las cuentas a cualquiera que nunca las haya vivido no te creería, te miraría con sorna y diría venga, va, no me fastidies. Sí que fastidio, sí, que en mi casa pasa lo mismo que en la vuestra, aunque lo supimos mucho antes de verbalizado. En mi casa porque éramos inmigrantes, en casa de la amiga uno porque eran pobres y en casa de la amiga dos todavía no se sabe, no eran ni lo uno ni lo otro e incluso tenían un piano negro que brillaba muchísimo y en el que la amiga dos tocaba un
Para Elisa
que me hacía llorar.

Y así fue cómo el instituto se empezó a convertir en un refugio donde los chicos fumaban en los lavabos de las chicas y las chicas fumaban en los lavabos de las chicas, donde en los pasillos te miraban directamente a los ojos o no te veía nadie, donde se percibía ese olor a naftalina sublimada en los laboratorios y tú te enamorabas de vez en cuando. Sabiendo que todo era un juego y que de fondo sonaba la canción de «éste es el último curso», se ha acabado. Ya no leías demasiado el diccionario, no te hacía tanta falta, ahora que estabas a punto de terminarlo.
Wagneritz
, relativo al músico.
Wagnerisme
, una corriente dramaticomusical.
Wagnerita
, un fluofosfato de magnesio.

25

DEL DESEO

Aquel lugar comportaba un cierto riesgo, como todos los demás, pero era evidente que el riesgo crecería conmigo. Padre debía de saber que cuanto mayor me hacía más podía ser que me diera por vencida y que acabara deshonrando a toda la familia.

Aun así, a mí me hacía ilusión volver a aquel paraje tan lejano que ya no era «mi casa», pero que tenía aromas de infancia. Y el abuelo hablaría con padre, le insistiría en que yo acabaría siendo una gran doctora.

La bienvenida siempre igual, un montón de gente afanándose en hacértelo todo tan agradable como sabían y tú que no sabías qué hacer. Después de la llorera, de los cuánto tiempo, o cuánto tiempo sin veros, y de darte cuenta de que los habías echado tanto de menos que ni lo sabías, después del sentaos, hijos míos, sentaos, y ¿qué es eso que llevas en los dientes?, este año vienes toda llena de plata, qué gracia, y de los ¿es que no os dan de comer, allá en el extranjero? Después del venga, coge el muslo de pollo que ya sé que es lo que más te gusta y os he guardado esos higos tan buenos que recordaréis el resto del año. Después de todo, venía aquella especie de nudo en la garganta justo antes de ir a dormir, con el vaivén del barco todavía meciéndote y una leve certeza de que ése no era tu destino pero que tampoco sabías cuál debía de ser y eras como Zaida de
Nulle Parte
.

Todo tenía que ser diferente esta vez. Padre había tenido un sueño y dijo que le tocaba hacer las paces con su hermano. Quién sabe si nos moriremos mañana y con las deudas pendientes, y yo sé que madre no soportaría dejar este mundo sabiendo que sus dos hijos no se han visto durante tantos años. Había sido un gran gesto por su parte, sí, señor, todos lo dijeron. Un hombre engañado por su mujer y por su propio hermano tenía un corazón tan grande que había podido continuar teniéndola a ella por esposa y al final incluso se decidía a perdonar al otro culpable. Ésta fue la versión que padre escuchó y la que quiso creerse. La que corría por el pueblo, y que me contaron primas y tías, decía que la gente jamás se había creído esa historia, que la actitud de madre siempre había sido impecable y que era imposible que hubiera hecho algo así, y que todo un profesor de educación islámica de un instituto de la ciudad no podía haber hecho algo tan grave. Nadie le contó nunca esa versión a padre, que le habría hecho enfurecer como nunca.

Así fue como conocí al tío que ya conocía desde hacía muchos años atrás, cuando venía de vacaciones de la universidad y se planchaba las camisas encima del banco del patio cubierto por una toalla, cuando se lavaba los dientes con un cepillo y pasta y recortaba aquellas cartulinas con esquemas y resúmenes que vete tú a saber qué decían, y al que yo me quedaba mirando todo el rato.

Cogí anginas al día siguiente de reconocerlo, cuando al parecer lo abracé tan fuerte tan fuerte y padre aún no lo había visto entrar en casa. Era él y no lo era, tenía barriga y un bigote muy negro, diferente del de padre. Yo hago como la abuela, me pongo enferma cuando hay grandes emociones por medio, pero no me baja la tensión, sólo tengo anginas. O eso o es que no me acostumbraba a los virus y bacterias que pululaban por el pueblo.

Él tenía un no sé qué en los ojos, un recuerdo de mí, y era el primero de la familia con quien no sentía que yo había nacido en el lugar equivocado. Preguntaba por las cosas que me interesaban, decía me han contado que te gusta estudiar, y yo, que le tendría que haber dicho que lo que me gustaba era ir al instituto para no quedarme en casa, dije sí y quiero hacer como tú e ir a la universidad. Y me volvía a mirar muy al fondo y yo no podía ni rehuirlo.

Haz todo lo que quieras, pero no te la dejes meter por delante, me había dicho una prima mientras lavaba la ropa en el río. ¿Qué? Ya sabes qué quiero decirte. Debes llegar virgen al matrimonio y todo eso; pero ya no lo hace nadie, cómo quieres aguantar tanto tiempo, ahora que no hay trabajo, que hay sequía y que los chicos no se pueden casar hasta pasados los veinticinco. Si consigues novio, te dejas magrear y ya está, si quieres ir más allá puedes dejar que te la meta por otras partes, ya me entiendes, pero eso depende de ti. Es así de fácil, nadie sabrá nunca nada.

Fue así de fácil. El primo que siempre estaba por casa era más pequeño que yo y nadie sospechaba nada, padre nunca lo había echado porque ninguna chica de mi edad se fijaría en un mozalbete dos años más joven. O yo no me fijaría. Aún no sé si nos dijimos algo; sólo aquello de la higuera. Que nadie quería acompañarlo a coger higos y como padre estaba en la ciudad yo fui con él. Ya nos habíamos mirado de una forma que no se sabía qué iba a pasar, pero yo todavía pensaba que era demasiado pronto, y aún temblaba cuando lo vi encaramarse bien arriba. ¿Qué?, ¿es buena la vista desde ahí arriba? Sí, pero no tan buena como la que tenía a tu lado, dijo, y yo oooh, madre mía. Se me acercó mucho cuando bajó, y yo aparté el rostro. Me cogió de la mano sudada y recorrimos el camino hasta casa. Se oían grillos de esos de mediodía.

Aún hoy no recuerdo si el primer beso de verdad fue aquel que lo despertó. Fue la abuela la que me dijo ve a ver si los chicos se levantan y yo fui y allí mismo, con el gusto de recién levantado que él tenía, recibí mi primer beso, pastoso, que me pareció una delicia. Tenía algo familiar, y quizá fuera el hecho de que él era mi primo. Repetimos otros besos en la parte de atrás de la casa, en el huerto, en el río, y todos tenían ese gusto de padre. Ya no eran espesos, pero eran sin sal.

Era fiesta en casa, una casa nueva acabada de inaugurar, ya no blanca ni de barro, ni con patio, y yo eché de menos la otra. Con baldosas y fregaderos para lavar los platos, con un depósito de agua en la terraza y con bañeras.

Siempre me tocaba el culo a escondidas y quería verme los pechos, alguien nos había llegado a medio sorprender juntos y nos había mirado con malicia, pero no, no puede ser. Había morreos de campeonato que se daban la mano entre el umbral de uno y otro piso y frotamientos de cuerpos por encima de la ropa que tenían lugar en la terraza; es que estamos arreglando el entoldado para la fiesta de hoy.

Padre me había llevado a casa de la tía, en la ciudad, y yo subía a la segunda planta, encuentros furtivos para sentir su miembro duro contra mis muslos. Me sentía el calor en la cara y me hacía cruces de que nadie se diera cuenta de lo que pasaba. Padre, que se creía tan vigilante, me había llevado a verle; madre no lo habría dicho nunca, o era yo que estaba tan excitada que ya no veía peligros por ningún lado. Me sentía la protagonista de una poesía trovadoresca, aunque yo no era la esposa de ningún noble con el que me hubieran casado por conveniencia.

Padre se fue a comprar y se llevó a mi primo, que conocía mejor los puestos del mercado y sabía dónde encontrar la mejor carne, la mejor verdura. Cuando estaba delante de él, a mí evitaba mirarme. Fue entonces cuando entró el tío, que se sentó un rato a esperar a que volviese el marido de la tía, y me puse a hablar con él. Lo debía de mirar pensando qué habría pasado si él hubiera sido mi padre, pero no lo era, y yo era la única que lo sabía de verdad, además de madre.

A aquellas alturas yo aún no sabía demasiado bien qué era el deseo y si siempre se manifestaba de la misma manera, pero diría que había intuido una chispa de deseo en sus ojos si no fuera porque era mi tío. O puede que sólo fuera que él siempre miraba así, un poco de reojo, como tantas veces le había visto hacer a padre cuando le gustaba una mujer. Se levantó para hacer las abluciones y para rezar y me preguntó si ya rezaba, y yo que no, avergonzada. No le expliqué que todavía negociaba con Dios el incidente del pañuelo. Después de rezar se puso delante del espejo del pasillo para peinarse y yo lo miré fyamente durante rato, y él que sólo sonreía, con esa paz que siempre ha transmitido. Tienes que venir a verme, mi casa te gustaría y te lo pasarías mejor que en el campo. Nosotros somos diferentes, hacemos cosas que aquí no saben ni qué son, conocerás a mis amigos de la universidad, temas más interesantes que si fulanita se ha casado o menganito se ha comprado un coche nuevo. Yo dije sí, me gustaría, y me reí. Fue en ese instante cuando entró padre. Quizá me vio sonreírle, lo debió de ver a él que me sonreía. Vamos, dijo, y la tía ¿es que no te quedas a comer?, va, quédate a comer aunque sea un poco, al menos un tentempié, que no has comido nada en todo el día. Vamos, tenemos que volver pronto, que vienen mis suegros de visita.

Fue dentro del coche donde me dijo ándate con cuidado con ése, no te fíes ni un pelo, ya sabes lo que le hizo a tu madre, no le importaría hacerte lo mismo a ti.

Xa
, título propio de los soberanos de Irán.
Xabec
, embarcación de vela.
Xabia -ana
, natural de Jávea (Marina Alta).

26

LA PUERTA DEL COCHE

No me casaron, y pronto descubrí que lo que padre no deseaba era precisamente eso, darme en matrimonio a uno de los que sólo querían papeles. Trajeron sacos y más sacos de azúcar, tenía propuestas de matrimonio cada semana y las tías no paraban de decir que aquello no era normal, que tú no puedes retenerla contigo toda la vida. Está estudiando, había dicho. No puede casarse hasta que acabe. Esperaremos, decían, no importa, que acabe de estudiar, decían otros.

Padre dejó de querer casarme, si es que alguna vez había tenido intención de ello. Además, al primo, hijo de su hermana difunta, que Dios tenga en su gloria, tanto que la quería, lo cogieron y lo encarcelaron por no se sabe qué asunto de robos o drogas, de modo que sus nuevas circunstancias no le habrían permitido ser mi marido. Puede que con esos golpes de fortuna Dios quisiera hacer las paces conmigo.

Regresé a la ciudad capital de comarca con ganas ya de volver a dar el paseo de media tarde con la amiga número uno y la amiga número dos, a quienes había escrito todas las cosas que me habían ido pasando. Después de una larga introducción, a la amiga número dos le acababa contando, pues como te iba diciendo, no me había fijado mucho en ese primo mío hasta hace dos o tres días. Una buena mañana me dijo «¿quieres venir a buscar higos al huerto?». ¡¡¡Yo, te lo puedes creer, fui a coger higos!!! Me tiró unas cuantas, que yo cogí al vuelo, ya ves, tal como están las cosas una ya empieza a estar harta de chuparse el dedo. Te juro que nunca, nunca había sentido lo que ahora siento, y ya sé que siempre te digo lo mismo, pero es que saltaban chispas. Al principio nos cogíamos de la mano como buenos primos […] Ayer por la noche, hacia las once, todos estaban durmiendo excepto mi tío, que pintaba la escalera. Nosotros dos lo esperábamos abajo y mientras yo te escribía una carta que ya he roto, que no me gustaba demasiado, él miraba cómo la escribía y se acercaba mucho y muy despacio. Sólo se oía la respiración de los dos, casi a oscuras. ¿Sabes qué es sentir que los pelos de los brazos se acercaban unos a otros? Bueno, aquello era una hoguera, toda la casa quemaba. Tuvo que irse y me dio un beso en la mejilla. Esta mañana le he despertado y, como no había nadie, me ha clavado un beso, hala, así, sin avisar ni nada.

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