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Authors: Adolfo Losada Garcia

Tags: #Intriga, #Aventuras, #Ciencia Ficción

El simbolo (17 page)

BOOK: El simbolo
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Natalie giró el cuadro que había sostenido durante toda la explicación y le dijo:

—Quizás esto te dé alguna pista.

Thomas, al verlo, abrió los ojos de par en par, pues lo que le estaba mostrando era el papiro al que había hecho referencia en sus mensajes, un papiro que estaba repleto de aquellos signos. Parecía ser un texto, un texto entero y muy bien conservado, un texto que después de miles de años podría ser traducido, dejando ver su significado oculto y, quizás, despejara alguna de sus incógnitas.

—¡Sí! —exclamó Thomas.

Rápidamente buscó entre los papeles de la mesa el diccionario que había confeccionado con aquellos signos. Cuando lo encontró, sacó de su mochila una hoja en blanco y un bolígrafo.

Natalie observaba con atención cómo Thomas traducía los signos del cuadro y escribía el resultado en el papel en blanco.

Tras cinco minutos de espera, Thomas exclamó:

—¡Ya está! ¡Acabé! Pero… —quedó pensativo.

—¿Qué pasa, Thomas?

—Es muy raro este texto, no le encuentro sentido alguno —le dijo mientras repasaba la traducción.

—¿Pero qué pone? Dime algo de una vez —le dijo nerviosa.

—No sé qué quiere decir. Léelo tú y dime si consigues darle sentido.

Natalie cogió la hoja y comenzó a leer en voz alta:

—Desde sus tronos de piedra, el hombre dios se encuentra sentado junto a los dioses, contemplando la eternidad.

»En la capital de su ciudad, el gran guerrero, con su mirada y su mente, vigila lo que nadie debe encontrar.

»Lo que fue uno, se convirtió en dos, y nadie debe volver a unirlo.

Al acabar de leer tan extraño texto, se miraron los dos a los ojos y, encogiendo los hombros, Natalie le dijo a Thomas:

—No tengo ni idea de lo que puede significar, no le encuentro ni pies ni cabeza.

—Exactamente, creo que para eso fue escrito, es como un acertijo o algo así. ¿Pero para qué fue creado?

Natalie volvió a repasarlo una y otra vez, mientras Thomas deambulaba por el salón.

—Quizás simplemente sea un poema o algo así —le dijo no muy convencida.

—No, no, no puede ser. Me niego a pensar que simplemente sea un escrito sin más. Debe significar algo. ¿Pero qué? —se preguntaba en voz alta mientras se ponía la mano en la barbilla.

—No sé, Thomas, sinceramente esto me supera. Quizás tengas razón, pero veo muy difícil encontrarle una solución.

Tras decir esto, soltó el papel en la mesita, se levantó y dirigiéndose hacia su habitación dijo:

—Creo que por hoy ya he tenido bastantes emociones. Tal vez mañana, con la mente más despejada, vea las cosas de otra forma.

—¡Pero qué dices! —exclamó Thomas—. Vas a poder dormir teniendo este enigma sin resolver.

—No sé si podré dormir, pero creo que los dos lo necesitamos. Ya verás como mañana lo veremos diferente.

—No, tú haz lo que quieras, yo voy a continuar intentando sacarle el significado a este texto.

Natalie se despidió de Thomas y se fue a su habitación. Tras meterse en su cama, apagó la luz de una bonita lamparita de mesa adornada con letras orientales, e intentó conciliar el sueño, pero le era imposible, pues su cabeza, al igual que la de Thomas, no dejaba de darle vueltas a lo que habían hallado y, además, Thomas no paraba de hacer ruido en el salón.

Sin parar ni un momento, continuaba deambulando con el papel en la mano, leyéndolo una y otra vez, buscando el mínimo indicio que pudiera darle una solución a tal enigma.

De repente, la habitación quedó en silencio. Natalie, que aún no había podido dormirse, se extrañó, pues hacía breves instantes que había escuchado a Thomas hablar en voz alta.

—¡Thomas! ¡Thomas! ¿Estás ahí? —preguntó preocupada mientras se levantaba muy sigilosamente.

Al llegar a la puerta de su habitación, acercó su oreja a ella y comprobó que el salón se había quedado en completo silencio, ni un solo ruido se escuchaba. Temiendo que aquellos hombres los hubieran encontrado, cogió un pequeño taburete que tenía junto al armario y, armada con él, abrió la puerta muy despacio, pudiendo comprobar que no los habían descubierto, sino que Thomas se había quedado dormido en el sofá con el papel en la mano.

Natalie volvió a su habitación, sacó de su armario una pequeña manta y una almohada, regresó al salón y comenzó a recoger los papeles que Thomas había esparcido sobre la mesa y el que tenía fuertemente agarrado en su mano. Después, lo estiró con mucha delicadeza sobre el sofá, levantó su cabeza, metió la almohada bajo ella, lo arropó con la manta y se dirigió a su habitación.

Al amanecer, el piso estaba completamente a oscuras, inmerso en el silencio, cuando de repente, un ruido que provenía del final del pasillo hizo que Thomas se despertara exaltado.

—¡Natalie, Natalie! Ha entrado alguien —susurró dirigiéndose a la puerta de la habitación de Natalie mientras se levantaba.

Sin hacer ruido alguno y apoyado en la pared, recorrió todo el pasillo hasta llegar a la puerta de la cocina. De repente, otro ruido lo alarmó; parecía como si estuvieran buscando algo en su interior. «¿Serán aquellos hombres?», se preguntó asustado. Poco a poco, fue acercando su mano al pomo de la puerta, mientras aguantaba la respiración. De repente la puerta se abrió y un grito de terror recorrió todos los rincones del piso y, tras el grito, el silencio, y tras el silencio, las risas.

—¿Qué haces en el suelo, Thomas? Me has dado un susto de muerte —preguntó Natalie mientras reía.


Ja, ja, ja
, pues anda que tú a mí. De poco no lo cuento —le respondió Thomas mientras se levantaba.

—Anda, deja de reír y levanta, que he preparado el desayuno —le decía sin cesar de reír.

Thomas se levantó del suelo y entró en la cocina, donde Natalie estaba ya sentada frente a una pequeña mesa plegable de madera. Encima, unos platos con huevos, beicon, y tortitas recién hechas lo esperaban.


Mmmm
, qué buena pinta tiene todo, hacía mucho tiempo que no desayunaba tan bien. Si es que lo tienes todo: eres lista, guapa, cocinas muy bien… —decía Thomas mientras se sentaba.

—Anda, calla y siéntate, que me vas a sonrojar.

Se acababan de conocer, pero como dos amigos de toda la vida, comían, hablaban y se reían de lo sucedido con total confianza. Al acabar de desayunar, Natalie volvió a sacar el tema del texto que habían traducido en la noche anterior.

—¿Qué querrá decir? ¿Qué significado tiene? —dijo Natalie mientras se levantaba de la mesa con su plato en la mano.

—No lo sé, me tiene desconcertado. Es muy raro todo, este texto, los símbolos, los extraños hombres que intentan salvaguardar este misterio, el yacimiento donde comenzó todo, aquella losa y… —Thomas quedó pensativo.

—¿Qué pasa? Te has callado de golpe. ¿Has conseguido averiguar algo?

—¡Pues claro! —exclamó—. El colgante, cómo no había caído antes.

—¿El colgante? ¿Qué pasa con él? —le preguntó mientras se volvía a sentar.

—¿No te acuerdas que te conté anoche que la momia llevaba un colgante con la mitad de un símbolo? El mismo símbolo que estaba en la entrada de la sala y el mismo símbolo que llevaba el hombre que intentó matarme.

—Puede ser —dijo emocionada—. ¿Pero qué tiene que ver con todo esto?

—Todo tiene sentido Natalie, ese colgante debe tener algo más. En su día no me di cuenta de su importancia, pero tras vérselo a ese hombre y recordando que estaba en la puerta de la sala… seguramente tenga algo que ver. Es lo único que pude llevarme de allí y lo único que quizás nos pueda dar alguna pista más. Pero…

—¿Pero qué? ¿Ahora qué pasa?

—Pues que yo no lo tengo, lo tiene el Sr. Arthur y, la verdad, no creo que tenga la intención de devolvérmelo.

—Tú no te preocupes por eso, tiene fácil solución.

Thomas, al escucharla tan convencida, le preguntó cómo lo harían, a lo que Natalie comenzó a explicarle su disparatado plan. Tras acabar se levantó de la mesa y le dijo:

—Venga Thomas, no podemos perder más el tiempo.

—No las tengo todas conmigo, me parece que es muy peligroso tu plan —le dijo preocupado.

—Tranquilo, todo saldrá bien. No te preocupes y confía en mí.

ARMAS DE MUJER

Casa de Thomas.

A
l día siguiente y tras viajar en avión, se encontraban en casa de Thomas, con la intención de ultimar los detalles del plan de Natalie y prepararse para realizarlo.

Thomas estaba sentado en su sofá con un vaso de agua en la mano, dándole vueltas al peligroso plan que Natalie había urdido, mientras esperaba que ella saliera de su habitación.

Tras unos cinco minutos de espera, la puerta se abrió lentamente, y Thomas pudo ver lo que había tras ella.

—¡Dios mío, está preciosa! —susurró mientas se le caía el vaso de la mano.

Aquella visión deslumbró a Thomas, pues Natalie estaba radiante, bellísima, fascinante. Llevaba un vestido largo hasta los tobillos, de seda y sin mangas, que se sujetaba por dos pequeñas tiras atadas al cuello. De color rojo pasión, más lo ceñido que le quedaba, dejaba entrever sus curvas y daba rienda suelta a la imaginación de cualquier ser vivo. La espalda la tenía completamente descubierta y tenía un escote que dejaba sin habla. Llevaba unos bonitos zapatos rojos de tacón, atados a su pierna con unas finas cintas que acababan en un gracioso lazo. El pelo, totalmente recogido, dejaba ver sus preciosos hombros y su tentador cuello. Sus labios, sugerentes por naturaleza, llevaban un pequeño toque de brillo, que aún aumentaba más el deseo por ellos y, para acabar, se había puesto unos sencillos pendientes que adornaban sus preciosas orejas.

—Bueno, ¿qué te parece? —preguntó Natalie.

Pero Thomas, que se hallaba como en trance, no podía responder, se había quedado sin habla ante tan maravillosa visión. Tras unos instantes y con gestos torpes, se agachó y comenzó a recoger el estropicio que había causado al dejar caer el vaso al suelo. Después volvió a levantar la mirada para verla nuevamente. Natalie, apoyada en el marco de la puerta, con los brazos cruzados y sin dejar de reír, le dijo:

—Por lo que he podido comprobar, le causaré una buena impresión al señor Arthur. Sólo espero que tenga la misma reacción que tú.

—¿Qué? ¿Cómo? No, no, si es que se me ha escurrido el vaso de la mano, no sé cómo me ha podido ocurrir, pero… estás muy guapa —le dijo nervioso y tartamudeando.

—Vale, vale. Anda va, acaba de recoger que se nos hace tarde.

Dicho esto y habiendo acabado de recoger los cristales del suelo, se montaron en un coche que habían alquilado en el aeropuerto para no despertar sospechas y se dirigieron a casa del Sr. Arthur. Por el trayecto, Thomas, que iba conduciendo, no dejaba de mirar de reojo a Natalie. Pensaba en lo preciosa que estaba y en el peligro al que se iba a exponer.

Media hora después, se encontraban ya en el camino que había antes de llegar a la mansión. Thomas detuvo el coche, bajó y le dijo a Natalie:

—Ten mucho cuidado, por favor, y si ves que la cosa se complica o que puede salir mal, vete.

—Tranquilo, no te preocupes más, todo saldrá tal y como lo hemos planeado, ya lo verás —le dijo mientras se sentaba para conducir.

Muy preocupado, Thomas se introdujo en el maletero y lo cerró, mientras Natalie reiniciaba la marcha y se miraba en el retrovisor para darse los últimos retoques.

Al llegar a la puerta metálica que daba paso a la mansión, se detuvo al lado del interfono y una voz preguntó:

—¿Qué desea?

—Hola, buenas noches, soy la señorita Ryna y estoy citada con el señor Arthur.

—Un momento, por favor.

Tras unos instantes, la voz volvió a decir:

—Señorita Ryna, no tengo constancia de que el señor Arthur la esté esperando.

—¿Cómo que no? Mírelo bien, mi agencia me ha dado esta dirección. Compruébelo otra vez, por favor.

—Le vuelvo a repetir que no hay constancia, le pido que se vaya.

—Por favor, espere, dígale que tengo una cosa muy importante que mostrarle y decirle —le dijo mientras sacaba medio cuerpo del coche para que pudiera verle por la cámara.

—Un momento, por favor.

Una voz procedente del maletero no cesaba de decirle: «No va a salir bien, Natalie». Harta de escucharlo y de su falta de confianza hacia ella y su plan, le susurró que se callara porque al final los descubrirían y que todo saldría bien. Y mientras le decía esto, la puerta metálica comenzó a abrirse. Al verlo, suspiró tranquila y dijo: «¿Ves?, no hay nada como una mujer persistente».

Mientras continuaba tranquilizándolo, arrancó el coche y se dirigió hacia la puerta principal.

El mayordomo que la esperaba observó cómo paraba el coche. Tras abrirse la puerta, unas interminables piernas salieron del vehículo. Serio e impasible en otras situaciones, el mayordomo no pudo contenerse de mirar, y al subir la vista quedó perdido en el abismo de escote.

—Hola guapo. Cuando despiertes, me llevas en presencia de tu jefe —le decía mientras le tocaba la cara con su mano.

—Sí, perdóneme. Pase, ahora mismo le anuncio su llegada.

El mayordomo le abrió la puerta de la mansión y la llevó a la biblioteca. El plan estaba funcionando a la perfección.

Ya allí se aseguró de que estaba sola y corrió hacia un sofá rinconero que había bajo una gran ventana que daba al jardín, con la intención de abrirla. Subida de rodillas a él y sin haber podido abrirla, escuchó cómo se abría la puerta y alguien le hablaba.

—Perdóneme señorita, ¿quién es usted y qué hace en esa postura tan indecorosa?

Era el Sr. Arthur, extrañado e impresionado a la vez ante tan majestuoso monumento.


¡Uy
! —exclamó Natalie—, perdóneme, se me había caído el pendiente detrás del sofá, pero ya lo he recogido, lo siento.

Natalie se puso de pie y comenzó a acercarse a él lentamente y con movimientos sensuales.

Mientras tanto, en el coche, Thomas abrió el maletero muy despacio para comprobar que nadie lo veía. Al asegurarse de que nadie lo hacía, salió y corrió agachado hasta la fachada de la mansión. Ya en ella, comenzó a buscar la ventana que daba a la biblioteca, pero le sería una tarea difícil, pues había muchísimas.

Se fue asomando a ellas sin resultado alguno, pues daban a pasillos y habitaciones. En una encontró al mayordomo hablando con uno de los guardias, y por lo que pudo deducir por sus gestos, hablaban de Natalie. Ante aquellos dos hombres hablando de aquella manera de su amiga, Thomas movió su cabeza de un lado a otro, se agachó, susurró que eran unos maleducados y continuó su búsqueda.

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