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Authors: Adolfo Losada Garcia

Tags: #Intriga, #Aventuras, #Ciencia Ficción

El simbolo (15 page)

BOOK: El simbolo
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Thomas estaba asombrado, se regocijaba de alegría, pues había obtenido respuesta de aquella misteriosa persona. Al fin podría hablar, posiblemente, de su descubrimiento con alguien sin que se riera o dudara de él.

Al anochecer, Thomas había preparado todos sus apuntes en la mesa donde tenía el ordenador. Nervioso, no dejaba de mirar el chat por si
Nefertari
aparecía. Después de dos horas de larga espera se dispuso a apagar el ordenador y a probar la próxima noche, cuando vio cómo aparecía el nombre de
Nefertari
en la pantalla. Sin perder tiempo, le mandó un privado para poder hablar con más tranquilidad, sin que nadie les molestara ni les interrumpiera.

Pasaban ya cinco minutos, la incertidumbre de no saber si le iba a responder comenzó a desesperarle, los nervios comenzaron a aflorar, haciendo que se moviera en la silla de un lado a otro, cuando…

—Hola, perdón por la espera —le contestó
Nefertari
.

Thomas se acercó a la pantalla del ordenador echándose las manos a la cabeza y dando un grito de alegría, sin perder tiempo le contestó:

—No, tranquila, no pasa nada.


Ja, ja, ja
, espero no haberte hecho esperar mucho, pero he estado un poco liada.

—Llevo sólo un rato esperando, pero al ver que no entrabas estaba pensando en irme ya.

—Pues al final he aparecido, ¿eh?
¡Ja, ja, ja
!

—Sí, ya lo veo.

Tras un rato de continuos mensajes sin mucho sentido para Thomas,
Nefertari
preguntó:

—Perdona, ¿por qué te interesa tanto mi avatar?

Thomas se retiró del ordenador, se levantó de la silla y comenzó a caminar en círculos, pensando si debía explicarle la increíble historia de su hallazgo, o dar tiempo para conocerse un poco más, ya que no sabía cómo reaccionaría al contársela. Quizás pensaría que era un loco y perdería la gran oportunidad que se le había presentado.

Tras enviarle
Nefertari
un seguido de zumbidos para que le contestara a su pregunta, Thomas se sentó nuevamente y escribió:

—Antes de todo, me gustaría saber de dónde lo has sacado.


Ja, ja, ja
. Te tiene intrigado, ¿eh? Muy bien, te lo contaré. Hace dos años, en una de mis continuas visitas a Egipto, fui a pasear por uno de sus mercados con la intención de comprar alguna cosa que me llamara la atención, pero aquel día no me gustaba nada de lo que veía. De repente, un hombre, que más bien parecía un mendigo, me cogió del brazo y me metió en un callejón. Asustada, porque no sabía cuáles eran sus intenciones, le di un empujón, apartándolo de mí y haciendo que se golpeara con una de las paredes. «Tranquilícese», me dijo. Le pregunté qué quería de mí y entonces sacó de debajo de su andrajosa ropa un pergamino enrollado, que abrió y me dejó ver. Tras observarlo, comprobé que no era un pergamino egipcio, pues su contenido, multitud de extraños signos, no era conocido para mí.

Thomas, sorprendido por lo que le estaba contando, le interrumpió y le preguntó:

—¿Conocidos para ti? ¿Es que entiendes de eso?


Ja, ja, ja
, claro que entiendo. Trabajo en el museo de Londres y todos los artículos que nos llegan de Egipto pasan por mis manos, pues soy la supervisora en los trabajos de conservación de todos ellos. Además, mi padre ha pasado muchos años llevando a cabo excavaciones allí y desde pequeñita he estado en contacto con esa civilización.

—Ahora lo entiendo todo —pensó en voz alta al saber que no hablaba con una persona inexperta y sin conocimientos de esos temas.

—Bueno, ahora continúo con mi explicación, porque aún no he acabado. Como te decía, esos signos no los había visto en ningún otro lado. Tras mirarlo con más detenimiento, comprobé que el pergamino era antiguo, pues estaba muy deteriorado y tenía indicios de haber estado guardado durante muchos años. Aquel hombre me lo arrebató de las manos y me preguntó si lo quería comprar. Yo le pregunté que dónde lo había sacado y qué significaban esos dibujos. El misterioso hombre miró a un lado y a otro y me respondió que estaba trabajando en una excavación. Al levantar una roca halló una vasija en perfecto estado. Sin avisar a su capataz, introdujo la mano en ella y sacó este papiro. Rápidamente se lo metió bajo la ropa para intentar sacar dinero de él, ya que les pagan una miseria de sueldo. Tras hacerlo, avisó a su capataz y le enseñó la vasija. Al contarme la historia, quedé sorprendida y no sabía si creérmela, aunque en ese lugar son muy frecuentes los robos en las excavaciones por parte de los trabajadores. Sin pensármelo dos veces, accedí a comprárselo, sabiendo que quizás el pergamino sí que era antiguo, pero los signos que estaban en él dibujados no eran verdaderos. Seguramente los dibujaría él mismo u otra persona, ya que hasta la fecha no he logrado saber nada de ellos. Ya en mi casa de Londres, lo enmarqué y lo colgué de la pared junto a otras copias de otros papiros. Una noche, encontré esta página, y al registrarme no me gustó ningún avatar de los que me proponía, así que saqué el pergamino de su marco, lo escaneé, elegí uno de esos signos y me lo puse de avatar.

Thomas no salía de su asombro; lo que tenía colgado en su pared podría ser una de las piezas de su rompecabezas, un rayo de luz sobre el oscuro túnel en el que se encontraba inmerso y del cual no veía la salida. Pero lo que más le llamó la atención era que ella había encontrado, en el otro lado del mundo, esos símbolos.

—Perdona, ¿me los podrías enseñar?

—Claro que sí, pero yo ya te he contado mi historia, ahora te toca a ti.

—Creo que sería mejor que te lo contara personalmente. Además, me gustaría poder ver esos signos de cerca.

—¿Pero qué tienen de interesante para ti? Sólo es un vil engaño para turistas, pero bueno, si quieres verlos deberás venir a Londres, porque yo no me puedo desplazar hasta allí, ya que mi trabajo no me lo permite en estos momentos —le contestó cautamente.

Thomas quedó pensativo, se levantó rápidamente y se dirigió a la cocina para ver el calendario que tenía pegado en la nevera. Sorprendentemente dentro de dos días tenía una semana de fiesta en la universidad y sería la ideal para poder viajar hasta allí y ver in situ aquel papiro.

Corrió hasta el ordenador y le envió un mensaje citándose con ella delante del museo de Londres, dentro de dos días a las cinco de la tarde.

Nefertari
, tras unos minutos, aceptó su cita, le envió su número de móvil y se despidió de él.

Thomas apagó el ordenador sin poder creer lo que le había ocurrido. Era fantástico, un milagro se podría decir. No sólo había contactado con una persona a la que podía contarle la historia, sino que había encontrado una persona que tenía en su poder un escrito con aquellos símbolos. Quizás así podría encontrar una traducción y obtener algún indicio más sobre aquella misteriosa civilización.

AMARGO ENCUENTRO

Museo de Londres. Dos días después.

E
n la puerta del museo de Londres, como si de un turista más se tratase, se encontraba Thomas con su mochila en el suelo, apoyada en su pie, su chaleco y un papel en la mano donde llevaba dibujado el símbolo, el nombre de «Nefertari» y el número de su móvil. Miraba el reloj una y otra vez, deseando que pasaran los treinta minutos que quedaban para encontrarse con ella.

Cuando lo separaban del gran encuentro sólo dos minutos, comenzó a pensar si aquella persona no le habría engañado, pues no sabía nada de ella, ni siquiera sabía si en verdad vivía en Londres. Se había dejado llevar una vez más por su ímpetu, sin pensar en las consecuencias que tendría si todo era un mero engaño. Ansioso, sacó su móvil de uno de los bolsillos del chaleco con la intención de llamarla, cuando de repente alguien le dio un golpe por la espalda, provocando que el móvil cayera al suelo.

—Perdóneme señor —le dijo la joven que lo había golpeado.

—Mira lo que has hecho —le dijo Thomas agachándose para recoger su móvil destrozado—. Lo has roto… —al levantar la mirada y ver la persona que lo había golpeado, quedó mudo.

Aquella joven era preciosa, debía tener unos veinticinco o veintiséis años, de complexión delgada y estatura media, su pelo era oscuro y estaba recogido con un pequeño moño sujetado con un lápiz; sus ojos eran azules, de un azul que al mirarlos daba la sensación de estar contemplando el cielo. Su piel morena dejaba entrever unas graciosas pecas y sus labios —«Dios mío qué labios», no dejaba de pensar Thomas— eran perfectos, pequeños pero muy bien perfilados.

—Perdóname de verdad, no fue mi intención, si quieres te lo pago —le dijo muy arrepentida a Thomas, que seguía agachado y con la boca abierta admirándola.

Thomas, que se dio cuenta de que estaba ensimismado mirándola, hizo un rápido movimiento con su cabeza para despertar y comenzó a recoger los pedazos de su móvil. Al acabar se levantó y aceptó sus disculpas, diciéndole que no se preocupara y que no debía pagárselo, que todo había sido un accidente. Mientras continuaban con la conversación, frente a ellos, se detuvo un coche que hizo sonar el claxon.

—Me parece que te llaman —dijo Thomas.

—No, no, me parece que te llaman a ti —dijo ella.

—Eso es imposible, no soy de aquí. Además, he llegado hoy mismo. Al salir del aeropuerto me he dirigido directamente hacia aquí y nadie, que yo sepa, me conoce.

El ocupante del coche, al ver que ninguno de los dos se acercaba, bajó la ventanilla y una voz surgió del interior dirigiéndose a ellos:

—Por favor, señor, ¿podría acercarse un momento?

Thomas, extrañado al ver que se había dirigido a él directamente, se puso de espaldas al coche, miró fijamente a la chica y le dijo:

—No te conozco de nada, pero creo que eres una buena persona. Te pediría por favor que me guardaras esa mochila que está ahí en el suelo y este papel —le dijo entregándoselo a escondidas en la mano, y prosiguió—: Si me ocurriera algo, te pido por favor que llames al número que en él está escrito. El nombre de la persona con la que debes contactar está ahí escrito también. Ella ha quedado conmigo, dale estas cosas; sabrá qué hacer con ellas.

Tras acabar de hablar, se giró y se dirigió hacia el coche bajo la mirada atónita de aquella joven que no entendía nada.

Muy intrigada por tanto misterio, abrió el papel para ver lo que había escrito en él, y al leerlo levantó la mirada y comprobó asustada cómo Thomas era introducido en el coche a la fuerza.

En el interior de aquel coche, Thomas se resistía a sus captores e intentaba mirar como podía por la ventanilla para saber si la joven pedía auxilio, cuando sus ojos vieron que ella salía corriendo y se perdía entre la multitud. Entristecido y decepcionado ante la reacción de la muchacha, se giró para ver quién lo había raptado y en ese mismo instante recibió un fuerte golpe en la cabeza, que lo dejó inconsciente.

Al recuperar la conciencia, estaba atontado, había perdido la noción del tiempo y sufría un fuerte dolor de cabeza. Sin saber todavía qué estaba ocurriendo, se vio atado de pies y manos, sentado en aquel coche en el asiento del conductor y frente a la orilla de un río.

Comenzó a moverse con la intención de deshacerse de sus ataduras, cuando una voz procedente de la parte trasera del coche se dirigió a él. Thomas, que no podía girarse, miró por el retrovisor y vio aterrorizado que la persona que le estaba hablando era uno de los hombres que le persiguieron al llegar de Honduras.

—¿Quiénes sois? ¿Qué queréis de mí? —le repetía una y otra vez asustado.

—Te avisé hace tiempo, en aquel bar, pero tú no hiciste caso. ¿No te acuerdas?

Thomas, al escucharle, dejó de moverse. Recordó aquel día que salió de casa del Sr. Arthur y se dirigió hacia el bar donde siempre desayunaba. Pudo recordar aquella voz y sus palabras: «No se gire profesor y escuche atentamente lo que le voy a decir. No siga con esto y continúe su vida como hasta ahora o no lo podrá hacer jamás».

Aquellas palabras comenzaron a retumbar en su cabeza, no lograba entender por qué le estaba ocurriendo todo aquello.

—Pero… ¿por qué me perseguís? —le preguntó con la esperanza de obtener respuesta.

—Fuiste avisado y ahora ya es demasiado tarde, sabes demasiado —le respondió el misterioso hombre mientras le ponía la mano sobre su hombro.

—¿Pero de qué me hablas? ¿Qué es lo que sé?

El hombre, al que sólo se le veían los ojos de un azul claro y con mirada intensa y penetrante, soltó a Thomas del hombro y se apoyó en el respaldo de los asientos traseros. Después volvió a acercarse a él y le dijo:

—Creo que ya que vas a morir, podría contártelo. ¿Tú qué crees?

—¿Cómo que voy a morir? No por favor, ¡te lo suplico!… —gritaba desesperado.

—¡Calla! —le gritó—. Escucha atentamente lo que te voy a contar, porque son las últimas palabras que vas a escuchar.

Thomas, que veía que su vida se acababa sin remedio alguno, le volvió a suplicar. Le preguntaba una y otra vez qué era lo que les había hecho y por qué tenían tanto interés en él, si no sabía nada.

El hombre lo volvió a hacer callar y seguidamente comenzó a explicarle:

—Yo y muchos más como yo somos los guardianes de un secreto más antiguo que la vida misma. Mis antepasados y los antepasados de mis antepasados ya guardaban este secreto, al que te estás acercando peligrosamente. Como puedes apreciar por lo que te acabo de decir, mi sociedad es muy antigua y su nombre, como la identidad de cada uno de nosotros, ha permanecido en secreto todos estos años.

—¿Qué me estás contando? ¿Qué tiene eso que ver conmigo? —le dijo Thomas, que no comprendía nada.

—La sociedad a la cual pertenezco es la de los Itnicos. Para que comprendas mejor todo lo que te estoy contando, mira esto.

Introdujo su mano por una pequeña apertura de la oscura gabardina, sacó una medalla que llevaba y al mostrársela por el retrovisor, Thomas exclamó:

—¡Esa medalla…! ¡Claro! El símbolo que está grabado en ella es el mismo que encontramos en la excavación. Estaba grabado en el muro que daba paso a la sala y lo llevaba la momia colgado de su cuello, salvo que en el colgante estaba incompleto. Entonces… ¿todo lo que ocurrió en la excavación no fue una mera coincidencia?

—Sí Thomas, veo que empiezas a entender.

—Pero ¿qué secreto es ése? ¿Tan importante es? ¿Tanta importancia tiene para haber destruido una sala que debía tener miles de años? ¿Tanta importancia tiene para llegar a matar por él? —le preguntaba.

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