Read EL SEÑOR DEL TIEMPO: El Proscrito - TOMO II Online

Authors: Louise Cooper

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil

EL SEÑOR DEL TIEMPO: El Proscrito - TOMO II (8 page)

Tarod sonrió.

—La memoria no me falla todavía. Y tú… tú me reconociste. Eso me halagó.

Ella se sonrojó, percibiendo la ironía y no queriendo adivinar su motivo.

—Perdóname.

—¿Perdonarte? ¿Por qué?

—Por entrometernos en algo que no es de nuestra incumbencia. Me doy cuenta de que no somos bien venidos aquí, de que nuestra llegada ha sido… inoportuna. No queremos molestarte más tiempo de lo necesario.

—Tu amigo Drachea no sería tan cortés.

Ella le miró rápidamente, casi con enojo.

—No es mi amigo.

—El hijo de un Margrave no se relaciona por gusto con una conductora de ganado, ¿verdad? —Vio que la cara de ella se nublaba y comprendió, con cierta sorpresa que se había sentido herida por sus palabras. El había querido dirigir su pulla contra Drachea, y para quitar hierro a su observación, añadió—. Entonces debe de ser aún más tonto de lo que parece.

Esto mitigó la ofensa, pero Cyllan se mantuvo todavía a la defensiva.

—Nos iremos en cuanto podamos —dijo—. Cuando hayamos descansado.

—¡Ah! En cuanto a eso… —Tarod suspiró—. No puedo explicártelo del todo, Cyllan; no aquí y ahora. —Torció brevemente la boca, como si sus propias palabras le hubiesen recordado alguna broma particular y no demasiado agradable—. Pero hay un hecho que mi conciencia me obliga a revelarte. —¿Mi conciencia? Casi había olvidado lo que era la conciencia…—. Ahora que habéis venido aquí —siguió diciendo—, no podéis marcharos.

Ella le miró fijamente, sin comprender.

—¿No podemos? Pero…

—Quiero decir que no es posible. En realidad, estáis atrapados aquí, y ni siquiera yo tengo poder para cambiar las cosas. Lo siento.

Las últimas palabras habían sido escalofriantes, y Cyllan sintió el frío en su interior, como si el presentimiento animal que había tenido antes renaciera una vez más. Algo malo…, tan terriblemente malo que escapaba a su comprensión…

Haciendo acopio de valor, habló con lenta deliberación.

—Tarod, si lo que dices es verdad, tiene que haber ocurrido aquí algo terrible. —La intuición hizo que sintiese un hormigueo en la nuca, y supo que, como le había ocurrido en raras ocasiones, su instinto la estaba guiando con seguridad—. Y algo te ha ocurrido a ti —declaró.

Tarod comprendió que quería decir mucho más de lo que estaba diciendo. Por un instante, hubo tal veneno en su mirada que ella retrocedió. Después se dominó y sacudió la cabeza.

—No te conviene ser tan perspicaz, muchacha. Pero si eres prudente, no harás más presunciones. Sean cuales fueren las respuestas que creas haber encontrado, ¡son mucho menos que la verdad!

Se volvió bruscamente y, con ese movimiento, una barrera invisible pero tangible pareció levantarse entre ellos.

—Encontrarás ropa en un estante al final de la galería —dijo fríamente—. Ponte lo que te parezca.

Ella trató de llamar a Tarod, que se alejaba, pero las palabras murieron en su boca. Las pisadas de él resonaron en el techo del sótano, y lo último que vio fue una sombra negra que más tarde se confundió con la oscuridad de la escalera.

No comprendía nada. Por unos breves instantes, la máscara impasible se había relajado un poco; después él se había retirado deliberada y casi despectivamente, apartándose de Cyllan como si fuese indigna de que reparase en ella.

Tal vez lo era… Poco a poco, Cyllan se despojó de la camisa y del pantalón que la sal había endurecido y se sentó en el borde de la galería dejando que sus piernas oscilasen en el agua. Esta era sorprendentemente caliente, produciendo un fuerte escozor en sus contusos y lastimados pies, y se dejó caer suavemente en el tranquilo estanque hasta quedar sumergida hasta los hombros. Su propia cara, contraída y pálida, la miró desde la superficie que parecía un espejo, y ni una sola onda se formó para romper la calma.

Tenía que olvidar, lo mejor que pudiese, la confusión y el miedo que estaban tratando de devorarla. Estaba demasiado cansada para pensar con coherencia; la rareza de Tarod y el misterio que envolvía el Castillo eran demasiado para su agotada mente. Ansiaba dormir, ansiaba la relativa cordura de un nuevo día. Entonces, y solamente entonces, podría empezar a comprender la situación en que se hallaba y tratar de encontrar respuesta a sus preguntas.

El agua fue como un bálsamo para sus doloridos músculos. Cyllan respiró hondo y se sumergió bajo la lisa superficie, dejando que el calor de la piscina se filtrase en su carne y en sus huesos para darle su propia forma de alivio.

Estaba yaciendo no en el duro suelo que le era familiar, sino en una cama. Tenía la cabeza hundida en las almohadas, de una suavidad que nunca había experimentado… Cyllan emergió de un sueño profundo, y al principio pensó que debía de haber estado entregada a uno de los dolorosos e imposibles sueños de una vida mejor que a menudo la asaltaban en su tienda. Después, gradualmente, fue recobrando la memoria…

Había encontrado el perchero donde estaban los albornoces al salir de la piscina, y se había reunido con Drachea, que la estaba esperando, envuelto en un albornoz parecido pero demasiado grande para él. Tenía una mirada atormentada y trató de lanzar un alud de preguntas, protestas y argumentos; pero la fatiga había podido más que ellos y habían guardado silencio.

Subir la escalera les había parecido más difícil que escalar el acantilado. Drachea había flaqueado en dos ocasiones y tal vez se habría derrumbado y quedado dormido donde estaba; pero Cyllan le había agarrado y apremiado para que siguiese adelante. También ella se sentía mareada y febril de agotamiento, y su percepción se hundía en un miasma de pesadilla, en una nublada conciencia. Ahora recordaba vagamente que había visto de nuevo a Tarod (tan confusa estaba que le parecía que había tomado el aspecto de un vago y agorero espíritu en vez del de un hombre viviente) y que le había pedido que la dejase dormir. Una mano había tocado su frente, no sabía si la de Tarod o la de Drachea, y recordaba confusamente más escaleras, un largo pasillo, una puerta que pareció abrirse sin que ninguna mano la tocara y una habitación de alto techo adornada con oscuros tapices. Había sentido que una superficie se hundía debajo de ella y, después, un dulce olvido sustituyó a su conciencia.

Pero ahora había desaparecido el cansancio y, cuando abrió sus ojos ambarinos, se puso instantáneamente alerta. La cama en la que yacía ocupaba un ángulo de la habitación, y la misteriosa luz del patio, filtrándose por la ventana abierta daba un brillo tenue, rojo de sangre, a los muebles sombríos. Aquella habitación triste y extraña puso a Cyllan en guardia a pesar de la comodidad física que sentía y, además, su instinto le dijo que no estaba sola…

Cautelosamente, volvió la cabeza; después, lanzó un suspiro de alivio al ver a Drachea medio oculto en la sombra, sentado en el antepecho de la ventana.

—¿Cyllan…? —Se levantó y se acercó a ella con paso vacilante, y ella vio que había cambiado el albornoz por una camisa, una chaqueta y un pantalón que no eran los suyos—. He estado esperando a que te despertases.

Ella se incorporó, sacudiendo los últimos restos del sueño, y miró rápidamente a su alrededor temerosa de que otras presencias estuviesen en silencio e invisibles en el dormitorio. Sus sentidos no descubrieron nada alarmante…

—Mira —dijo Drachea, dejando caer un bulto sobre la cama—. Encontré un arca con toda clase de prendas de vestir. Te he traído éstas.

—Gracias…

Asombrada de la despreocupación con que Drachea había cometido lo que, a fin de cuentas, podía ser un hurto, no por ello dejó de sacudir la ropa y palpar el material. Lana… y lana muy fina por cierto, muy distinta de las toscas telas a que estaba acostumbrada. Sin embargo eran prendas de hombre…

Rechazó una ligera y tonta impresión de ofensa y miró de nuevo a Drachea.

—¿Cuánto tiempo he estado durmiendo? —preguntó, sin saber de cierto por qué sentía la necesidad de hablar en voz baja.

Drachea frunció el entrecejo.

—Igual podrías preguntarlo al Alto Margrave. Apenas puedo recordar nada desde que salí de aquel maldito baño. Me desperté hace un rato y vine a buscarte. Como no te movías, esperé. —Miró por encima del hombro la ventana y las pesadas cortinas y se estremeció—. Y sólo los dioses saben el tiempo que llevo sentado ahí. Debemos haber dormido varias horas, pero…, ahora acabo de mirar al exterior y no se ve el menor destello de luz en el cielo. Igual que antes; ni señales de la aurora. Es como si todo el mundo presente se hubiese detenido.

Cyllan miró de nuevo hacia la ventana. Aquel peculiar e infernal resplandor carmesí seguía reluciendo detrás del cristal, pero no había el más pálido atisbo de luz diurna que viniese a sustituirlo.

Drachea tembló y tomó una de las mantas de la cama de Cyllan. La habitación no estaba fría, pero sentía la necesidad de remediar un frío interior que se estaba apoderando de él.

—Y en cuanto a nuestro anfitrión, o como quiera llamarse… —De pronto alzó la voz—. Tú le reconociste, ¿verdad? Y él sabía tu nombre. ¿Quién es?

Su tono era casi acusador y Cyllan se preguntó si Drachea, en algún oscuro rincón de su imaginación, sospechaba que estaba comprometida en alguna complicada intriga de la que él era la víctima.

—Se llama Tarod —dijo—. Es el Iniciado al que conocí… la otra vez que estuve aquí.

—Un Iniciado… ¿Cuál es su categoría?

—No lo sé; apenas le conozco, Drachea. Lo único que recuerdo es que es un alto Adepto; creo que de séptimo grado.

Drachea se quedó pasmado.

—¡Es el grado más alto! —Recordó, apenado, su intento de tratar desdeñosamente al Adepto, y el recuerdo le produjo un sudor frío. Si la mitad de lo que había oído decir del Círculo era verdad, aquel hombre habría podido destruirle con sólo una mirada—. Pero, ¿dónde está el resto del Círculo? —preguntó—. ¿Todos los otros habitantes del Castillo?

—¡Lo sé tanto como tú! Por los dioses, Drachea, lo único que sé, que siento, es que ocurre algo terrible. Lo sentí cuando llegamos; traté de decírtelo, pero estabas tan empeñado en entrar en el Castillo…

—¿Y qué habrías preferido hacer? ¿Quedarte sentada en el promontorio como una mendiga importuna, y esperar a que el viento te despellejase? Maldita seas, sí… —Y Drachea se contuvo, dándose cuenta de que se había abalanzado sobre ella como si fuese a pegarle, llevado de su frustración—. Perdona —dijo, haciendo un esfuerzo—. No debemos pelearnos. Esto sólo empeoraría las cosas. —Se sentó en el borde de la cama—. Además, las circunstancias no son como para alarmarnos. Estamos a salvo del mar, tenemos un buen cobijo y hemos descansado. Seguro que el hecho de que el Castillo haya sido abandonado tiene una explicación, y el pueblo más cercano no puede estar muy lejos. Desde allí, podremos enviar un mensajero a Shu-Nhadek… —La sonrisa que había aparecido en su semblante se extinguió de pronto al ver la expresión afligida de Cyllan—. ¿Qué te pasa? —preguntó—. ¿Qué sucede?

—Tarod me dijo…

No pudo terminar. La sospecha se pintó en los ojos de Drachea, que tuvo después una premonición.

—¿Qué te dijo?

No podía ocultarle la verdad. Si no se lo decía ahora, pronto se lo diría Tarod.

—No podemos salir del Castillo —dijo a media voz.

—¿Qué ?

Temerosa de que esta vez no pudiese dominar él su genio, Cyllan prosiguió rápidamente:

—Por favor, Drachea, no me pidas que te lo explique, porque no puedo hacerlo. Sólo sé lo que me dijo Tarod, que es imposible que salgamos de aquí. Dijo… que estamos atrapados.

El silencio pendió en la habitación como un cuchillo afilado, hasta que Drachea estalló:

—¡Maldito sea! —Se puso en pie de un salto y paseó de un lado a otro como un gato enjaulado—. ¡Esto es insensato! El Castillo de la Estrella, la fortaleza del Círculo, Vacío; un Adepto que dice que estamos prisioneros aquí… ¡Es insensato!

Cyllan estaba a punto de llorar; un estado que había sido muy raro en el transcurso de su dura vida. Podía comprender el furor de Drachea, pero el instinto que la había guiado hasta ahora con tanta claridad le decía que no había fuerza capaz de alterar su destino. Y aunque no comprendía en absoluto la verdad que se ocultaba detrás de la fría revelación de Tarod, no había dudado un solo instante de que ésta era cierta.

Drachea se detuvo al fin y apretó las manos contra la puerta. Respiraba con fuerza, tratando de dominar su cólera.

—¿Dónde está él? —dijo, apretando los dientes—. Adepto o no, tiene que aclararme esto, ¡ahora mismo! No puede tratar de esta manera al heredero de un Margrave. Deben de estar buscándome, ¡y mis padres estarán locos de angustia! ¡El no puede hacer esto!

Golpeó desesperadamente la maciza puerta con los puños y, habiendo desfogado un poco su ira, se volvió y miró duramente a Cyllan.

—Puedes venir conmigo o quedarte, ¡pero voy a buscar a tu amigo Iniciado y a recordarle su responsabilidad!

Cyllan sintió un profundo desaliento. Drachea reaccionaba como un niño frustrado, y ella se estremeció al pensar en el conflicto que podía provocar en su actual estado de ánimo. Pero, al recordar la frialdad distante de Tarod, se dijo que, a pesar de su petulancia, el hijo del Margrave era su único aliado seguro.

Saltó de la cama, tomó la ropa que le había traído Drachea y empezó a vestirse rápidamente.

Encontrar a Tarod resultó menos fácil de lo que había imaginado Drachea. Recorrió los vacíos y resonantes corredores del Castillo, abriendo puertas y gritando en su frustración; pero no oyó pasos que le respondiesen, ni vio movimiento alguno. Cyllan le alcanzó y le siguió, tratando de hacer caso omiso del enorme peso que sentía en el estómago. Su inquietud aumentaba por momentos, debatiéndose entre el deseo de que Tarod se presentara antes de que Drachea acabase de perder el poco dominio que tenía sobre sí mismo, y el temor por lo que podía ocurrir cuando los dos hombres se encontrasen cara a cara.

Y al fin se encontraron, delante de la puerta de doble hoja que daba a la ancha escalera que conducía al patio. Cyllan miró fijamente el muerto escenario que tenían delante, los imponentes muros negros teñidos por aquel tétrico e irreal resplandor carmesí que penetraba en todas partes…, y entonces un ligero movimiento en el borde de su campo visual la puso sobre aviso.

La figura de Tarod salió de una puerta situada al pie de la Torre Norte del Castillo. Cyllan, instintivamente, miró hacia la cima de la gigantesca torre que se elevaba en el cielo nocturno, e inmediatamente tuvo que combatir un súbito ataque de vértigo. Allí, en lo más alto de la torre, brillaba una luz débil en una pequeña ventana…

Other books

Until I'm Yours by Kennedy Ryan
Masks by Evangeline Anderson
Gideon's Trumpet by Anthony Lewis
Citadel: First Colony by Kevin Tumlinson
To Have and to Hold by Jane Green
Choices of Fate (Fate Series) by Chavous, S. Simone
The Mighty Quinns: Devin by Kate Hoffmann
Corpus Corpus by Harry Paul Jeffers


readsbookonline.com Copyright 2016 - 2024