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Authors: Frank Schätzing

Tags: #ciencia ficción

El quinto día (99 page)

BOOK: El quinto día
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En segundo lugar, sospechaba que los conos volcánicos, cuyo extremo eran las islas que descollaban en el mar, hacía mucho que no eran tan escarpados como se solía suponer. Sin duda eran escarpados, pero no lisos y verticales como las paredes de una casa. Frost había investigado lo suficiente sobre el surgimiento y evolución de los volcanes como para saber que hasta el cono más empinado tenía grietas y terrazas. Estaba firmemente convencido de que alrededor de las islas había una gran cantidad de metano, pero hasta el momento no había sido detectado. El hidrato no aparecería allí en grandes bloques, sino que atravesaría la piedra como una red de vetas finas. Seguramente se había depositado en las grietas cubiertas de sedimento.

Dado que él era vulcanólogo y no experto en hidratos, había consultado en el Château con Gerhard Bohrmann y habían acordado ir al fondo del asunto. Luego, Frost había elaborado la lista de islas que creía amenazadas. Además de La Palma, figuraban Hawai, Cabo Verde, Tristan de Cunha más al sur, y Reunión en el océano índico. Cada una de ellas era potencialmente una bomba de relojería, pero sin duda La Palma era la más peligrosa. Si Frost estaba en lo cierto y si esos seres desconocidos que vivían en el mar eran tan sagaces como pensaba el profesor noruego, la dorsal de Cumbre Vieja, situada en La Palma, pendía sobre millones de seres humanos como una espada de Damocles de dos mil metros de altura.

Gracias a los esfuerzos de Bohrmann, Frost y su equipo recibieron el famoso
Polarstern
para llevar adelante su expedición. Al igual que el
Sonne
, el barco de investigación alemán tenía un
Victor 6.000
a bordo. El
Polarstern
era lo suficientemente grande como para no verse amenazado por las ballenas, y además habían incorporado cámaras submarinas para poder detectar a tiempo ataques de moluscos, medusas u otros organismos. Frost no sabía si volvería a ver a
Victor
una vez que lo hubiera bajado, pues allí abajo desaparecían todo tipo de aparatos. Era un intento desesperado, pero nadie se opuso.

Victor
se sumergió en la costa occidental de La Palma. Cuando bajó el robot podía verse el
Polarstern
desde tierra.
Victor
revisó sistemáticamente la escarpada ladera del cono volcánico, hasta que al llegar a los cuatrocientos metros de profundidad topó con una serie de terrazas en saliente, que salían como balcones de la pared y tenían amplias capas de sedimento.

Allí encontró los yacimientos de metano que había vaticinado Frost.

Estaban cubiertos por un hervidero de cuerpos color rosa y blanco provistos de mandíbulas con forma de tenaza.

8 de junio. La Palma, islas Canarias,

frente a África occidental

—¿Por qué trabajan esos gusanos con tanto esmero en los cimientos de una isla turística cuando podrían causar mucho más daño frente a Japón o frente a nuestras propias costas? —Dijo Frost—. Quiero decir, el Báltico era una zona de aglomeración. La costa este americana y Honshu también lo son, pero las poblaciones de gusanos que hemos detectado no podrían ocasionar un gran desastre. Y ahora los descubrimos aquí, frente a una isla turística de la costa oeste africana. ¿Qué significa todo esto? ¿Es que los gusanos están de vacaciones?

Vestido con su acostumbrada gorra de béisbol y su mono de trabajador petrolero, Frost se hallaba en la ladera oeste de la cadena montañosa que recorría toda la isla. Mientras que en el norte las montañas rodeaban el famoso cráter de erosión de la Caldera de Taburiente, la cordillera continuaba hasta el extremo sur con incontables volcanes.

Frost estaba acompañado por Bohrmann y por dos representantes del grupo empresarial De Beers: una gerente y un coordinador técnico llamado Jan Van Maarten. El helicóptero estaba estacionado a pocos metros de la pista de arena en que estaban parados. Desde allí contemplaban un paisaje verde surcado de cráteres de impactante belleza, uno al lado del otro. Los campos de lava negra descendían hasta la costa salpicados por las primeras hierbas. Los volcanes de La Palma no arrojaban lava con regularidad, pero la próxima erupción podía producirse en cualquier momento. En términos geológicos, las islas eran un territorio joven. En 1971 había surgido en el extremo sur un nuevo volcán, el Teneguía, que había agregado algunas hectáreas a la isla. En realidad, la dorsal era un enorme volcán con muchas salidas, y por ello cuando entraba en erupción se hablaba simplemente de la Cumbre Vieja.

—La cuestión —dijo Bohrmann— es dónde hay que empezar para causar los mayores daños.

—¿Cree verdaderamente que alguien ha planeado algo así? —preguntó la gerente frunciendo el ceño.

—Se trata de hipótesis —dijo Frost—. Pero si suponemos que detrás de esto hay una mente inteligente, estratégicamente actúa con mucha habilidad. Después del desastre del mar del Norte, todos creíamos que la siguiente desgracia ocurriría en las proximidades de costas densamente pobladas y de zonas industriales. Y efectivamente hemos encontrado gusanos allí, pero en cantidades más bien pequeñas. De ahí podríamos deducir que el número de efectivos del enemigo, por así decirlo, ha disminuido. O que necesitan tiempo para crear más gusanos. Constantemente dirigen nuestra atención a los puntos incorrectos. A estas alturas, Gerhard y yo estamos convencidos de que esas leves invasiones de las costas de Estados Unidos y Japón son meras maniobras de distracción.

—¿Pero para qué iban a destruir los hidratos de La Palma? —Preguntó la mujer—. La verdad es que aquí no sucede gran cosa.

Frost y Bohrmann habían contactado con la compañía De Beers cuando empezaron a buscar un sistema con el que poder aspirar a los gusanos que devoraban el hielo. Frente a las costas de Namibia y Sudáfrica se rastreaba desde hacía varias décadas el fondo del mar en busca de diamantes. Varias empresas trabajaban en ello, y la más importante era De Beers, el gigante internacional de los diamantes que excavaba hasta profundidades de ciento ochenta metros desde barcos y plataformas con base marina. Unos años antes De Beers había empezado a desarrollar algunos modelos nuevos que llegaban a mayor profundidad: excavadoras submarinas dirigidas a distancia y equipadas con trompas aspiradoras que enviaban arena y piedras por medio de unos tubos hasta los buques de escolta. Uno de los adelantos más novedosos preveía un sistema flexible que prescindía de todo tipo de vehículo terrestre: una trompa aspiradora con control remoto que podía trabajar hasta en laderas empinadas. Teóricamente, este sistema estaba en condiciones de avanzar hasta profundidades de varios miles de metros, pero para ello había que construir una trompa de la misma longitud.

El comité había decidido informar al grupo que se ocupaba de ese proyecto en la compañía de diamantes. Hasta el momento, los dos representantes de De Beers sólo sabían que su sistema podría desempeñar un importante papel en el escenario de la catástrofe natural que afectaba al planeta entero y que se necesitaba con urgencia una trompa aspiradora de varios cientos de metros de longitud. Frost había propuesto que volaran al Cumbre porque quería transmitirles un cuadro lo más claro posible de lo que aguardaba a la humanidad si fracasaba su expedición.

—No se engañe —dijo—. Aquí pasan muchísimas cosas.

Los frescos vientos alisios agitaban su cabello, que salía ensortijado y desordenado por debajo de su gorra. El cielo se reflejaba en los cristales de color de sus gafas. Parado sobre la montaña, parecía una mezcla de Pedro Picapiedra y Terminator, y su voz tronaba en medio del silencio de la ladera y sus pinares como si fuera a proclamar los diez mandamientos.

—Hemos venido aquí porque hace dos millones de años las erupciones volcánicas dieron lugar a las islas Canarias. Aquí todo da una impresión muy idílica, pero engaña. Ahí abajo, en Tijarafe (por cierto, un pueblo muy bonito, con excelentes quesos de almendras), celebran el 8 de septiembre la fiesta del diablo. El diablo corre metiendo ruido y escupiendo fuego por la plaza del pueblo. ¿Y por qué hace eso? Porque los habitantes de la isla conocen al Cumbre. Porque el ruido y el fuego forman parte de su vida cotidiana. Y la inteligencia que ha creado a los gusanos también lo conoce. Sabe cómo surgió la isla. Y quien sabe esas cosas, generalmente conoce también los puntos flacos.

Frost se acercó al borde de la ladera. La piedra de lava que caía por la montaña crujió bajo sus botas Doc Martens. En la base rompían con fuerza las olas del Atlántico.

—En 1949, la dorsal Cumbre Vieja volvió a despertar de un modo espectacular a la vida; o mejor dicho, despertó uno de sus cráteres, el volcán de San Juan. No puede detectarse a simple vista, pero desde entonces una fisura de varios kilómetros recorre la ladera oeste bajo nuestros pies. Probablemente llega hasta la estructura inferior de La Palma. En aquel entonces, algunas partes de la Cumbre Vieja se desplazaron cerca de cuatro metros en dirección al mar. He medido varias veces la dorsal en los últimos años. Es muy probable que con la próxima erupción la ladera oeste se desprenda por completo, pues algunas capas de piedra contienen gran cantidad de agua. En cuanto suba otra vez magma caliente por la chimenea del volcán, el agua se expandirá y se evaporará. La presión resultante podría hacer volar sin dificultades las partes inestables, y además las laderas sur y este hacen presión. Como consecuencia se desprenderán cerca de quinientos kilómetros cúbicos de piedra y caerán al mar.

—He leído algo sobre el tema —dijo Van Maarten—. Los representantes oficiales de las Canarias consideran que se trata de una teoría cuestionable.

—Cuestionable es que en todos sus comunicados oficiales eviten manifestar su opinión para no ahuyentar a los turistas —tronó Frost como las trompetas de Jericó—. La humanidad no se librará de la catástrofe. Ya ha habido un par de ejemplos menores. En 1741 explotó en Japón el Oshima-Oshima, cuya erupción generó olas de treinta metros de altura. De tamaño similar fueron las de 1888, cuando en Nueva Guinea se colapso la isla Ritter, y la roca que cayó en aquel entonces no era más que un uno por ciento de lo que esperamos aquí. En Hawai, el Kilauea es vigilado desde hace años por una red de estaciones GPS que registran los más ligeros movimientos, ¡y de hecho hay movimientos! Su ladera sudoriental se desliza al valle diez centímetros por año; ¡y ojalá no acelere la marcha! Nadie quiere imaginárselo siquiera. Casi todos los volcanes insulares tienden a ser cada vez más empinados conforme pasa el tiempo. Cuando se alzan en vertical, una parte de ellos se desprende. El gobierno de La Palma se hace el sordo y el ciego. La cuestión no es si va a suceder, la cuestión es cuándo sucederá. ¿Dentro de cien años? ¿De mil? Es lo único que no sabemos. Las erupciones volcánicas locales no suelen anunciarse.

—¿Qué sucedería si la mitad de la montaña se precipitara al mar? —preguntó la mujer.

—La masa de piedras desalojaría cantidades inmensas de agua —dijo Bohrmann—, que se apilarían cada vez más. Las olas impactarían a una velocidad de unos trescientos cincuenta kilómetros por hora. Las piedras se extenderían a lo largo de sesenta kilómetros hasta mar abierto y por tanto el agua no podría fluir sobre ellas. Luego se formaría una inmensa burbuja de aire que desalojaría mucha más agua que la roca que cayó antes. Sobre lo que sucedería a continuación, la verdad es que hay pocas discrepancias, aunque ninguna de las diversas teorías da motivos para ponerse de buen humor. En las proximidades de La Palma, el desprendimiento generaría una ola gigante cuya altura podría estar entre los seiscientos y los novecientos metros. Saldría disparada aproximadamente a mil kilómetros por hora. A diferencia de los terremotos, la caída de montañas y los desplazamientos de tierra son fenómenos ocasionales. Las olas se expandirían en forma radial por el Atlántico y distribuirían su energía. Cuanto más se alejasen del punto de partida, menor altura tendrían.

—Parece un consuelo —murmuró el coordinador técnico.

—Sólo en parte. Las islas Canarias desaparecerían en el acto. Una hora después del desprendimiento, un tsunami de cien metros de altura alcanzaría la costa africana del Sahara occidental. El que inundó el del norte de Europa alcanzó cuarenta metros en los fiordos, y ya conocemos el resultado. Entre seis y ocho horas después, una ola de cincuenta metros arrollaría el Caribe, devastaría las Antillas e inundaría la costa este de Estados Unidos entre Nueva York y Miami. Inmediatamente después chocaría con la misma violencia contra Brasil. Olas más pequeñas llegarían a España, Portugal y las islas Británicas. Y además tendría consecuencias devastadoras para la Europa central, pues su economía se colapsaría.

Los representantes de De Beers palidecieron. Frost les sonrió.

—¿Alguno de ustedes ha visto
Deep Impact
?

—¿La película? Pero esa ola era mucho más alta —dijo la gerente—. De varios cientos de metros.

—Para asolar Nueva York bastaría con cincuenta metros. El impacto de esa ola gigante liberaría tanta energía como la que consume todo Estados Unidos en un año. En su examen tiene que dejar de lado la altura de los edificios. Los tsunamis chocan contra los cimientos; el resto simplemente se desmorona, independientemente de la altura que tenga el edificio en cuestión. Y ninguno de nosotros es Bruce Willis, si me permiten decirlo. —Hizo una pausa y señaló la pendiente—. Para desestabilizar la ladera oeste se necesitaría una erupción de la Cumbre Vieja o un deslizamiento submarino. En eso trabajan los gusanos. Digamos que intentan reproducir en versión reducida el desastre que provocaron en el norte de Europa, pero podría ser suficiente para que se desprenda y se precipite al fondo una parte de la columna volcánica submarina. La consecuencia sería un pequeño terremoto que sacudiría la Cumbre Vieja. Es posible que ese terremoto desencadenara incluso una erupción; en cualquier caso, la ladera oeste perdería su sostén. De cualquier manera habría un desastre, se produciría una catástrofe. Frente a Noruega, los gusanos necesitaron un par de semanas; aquí podrían actuar con mayor rapidez.

—¿Cuánto tiempo nos queda?

—Prácticamente nada. Estos pequeños y refinados animales se han asentado en lugares a los que no se accede fácilmente. Aprovechan la capacidad de propagación de los frentes de ondas en mar abierto. En el mar del Norte dieron un golpe certero; pero si en el otro extremo del mundo colapsan una pequeña islita de aspecto inofensivo, a nuestra civilización le empezará a ir realmente mal.

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