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Authors: Frank Schätzing

Tags: #ciencia ficción

El quinto día (104 page)

BOOK: El quinto día
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Y si éstos considerarían necesario responder.

Sentada en la penumbra del CIC sobre el borde de su sillón, Crowe sintió un extraño entusiasmo al pensar que muy pronto establecería el contacto con que había soñado durante décadas; al mismo tiempo le daba miedo. Sentía que sobre ella y sobre los miembros de la expedición pesaba una responsabilidad abrumadora. Aquello no era una aventura como Arecibo y SETI, sino que intentaban detener una catástrofe y salvar a la humanidad.

Su sueño académico se había convertido en una pesadilla.

Amigos

Anawak subió a la isla desde el interior del barco, cruzó los angostos pasillos y salió a la cubierta de aterrizaje.

En el transcurso del viaje, el techo se había convertido en una especie de avenida. Quien tenía tiempo para estirar las piernas, paseaba por allí sumido en sus pensamientos o conversando con otros. Por paradójico que pareciera, justamente la pista de despegue y aterrizaje del mayor portahelicópteros del mundo se había convertido en un lugar de recogimiento en el que se intercambiaban ideas. Los seis Super Stallion y los dos helicópteros de combate Super Cobra parecían perdidos en la inmensa superficie asfaltada.

Greywolf seguía llevando su exótica existencia a bordo del
Independence
, aunque Delaware era cada vez más importante en su vida. Ambos se compenetraban de un modo poco espectacular. Delaware, inteligente, lo dejaba en paz, lo cual provocaba que él buscara su compañía. Para los demás eran sólo amigos. Pero a Anawak no se le escapaba que la confianza aumentaba por ambos lados. Resultaba evidente. Delaware le prestaba cada vez menos ayuda, ya que cuidaba de los delfines junto con Greywolf.

Anawak encontró a Greywolf al final de la proa, sentado con las piernas en cruz, la mirada dirigida al mar. Se sentó a su lado y vio que Greywolf estaba tallando algo.

—¿Qué es eso?

Greywolf se lo pasó. Era un trozo de madera de cedro bastante grande que el indio había trabajado con mucho arte. Prácticamente estaba terminado. En un extremo tenía un mango, y en el resto, una serie de figuras entrelazadas. Anawak vio dos animales con grandes dientes, un pájaro y un ser humano que al parecer se había convertido en juguete de las criaturas. Anawak pasó los dedos por la madera.

—Me gusta —dijo.

—Es una copia. —Greywolf sonrió—. Yo sólo hago copias. Para los originales me falta la sangre.

—La sangre pura de los indios. —Anawak sonrió—. Ya entiendo.

—Como siempre, no entiendes nada.

—Vale. ¿Qué representa?

—Lo que ves.

—No seas tan condenadamente arrogante. Explícamelo o dejemos el asunto.

—Es un bastón ceremonial. De los tla-o-qui-aht. El original, hecho con hueso de ballena, se encuentra en una colección privada de finales del siglo XIX. En él se representa una antigua leyenda. Cierto día un hombre encontró una enigmática jaula llena de todo tipo de criaturas y se la llevó a su pueblo. Poco después enfermó. Tenía una fiebre muy fuerte que nadie podía combatir. No sabían qué podía haberle provocado semejante dolencia; hasta que una noche el hombre soñó con la causa de su enfermedad. Vio que era culpa de las criaturas de la jaula. En su sueño lo atacaban porque no eran simples animales sino seres sobrenaturales. —Greywolf señaló una criatura robusta que era mitad mamífero, mitad ballena—. Éste es un lobo-orca. En el sueño se abalanzó sobre el hombre y lo agarró de la cabeza. Luego llegó un pájaro del trueno que intentó salvar al hombre. Aquí puedes ver cómo clava las garras en el lobo-orca; pero mientras luchaban apareció un oso-orca que logró atrapar por los pies al enfermo. Cuando el hombre despertó le contó a su hijo lo que había soñado. Poco después murió. El hijo talló este bastón y con él mató a seis mil de esos seres para vengar la muerte de su padre.

—¿Y cuál es su sentido más profundo?

—¿Es que en todo ha de haber un sentido más profundo?

—En este caso sí. Es la lucha eterna, ¿verdad? La batalla entre las fuerzas del bien y del mal.

—No. —Greywolf se apartó el pelo de la frente—. Esta leyenda habla de la vida y de la muerte, eso es todo. Algún día moriremos, y hasta entonces todo es un ir y venir. Tú eres impotente. Puedes vivir tu vida bien o mal, pero lo que sucede después lo determinan fuerzas superiores. Si vives en armonía con la naturaleza, te salvarán; en caso contrario, te destruirán. Pero lo importante es saber que no eres tú quien domina a la naturaleza, sino ella a ti.

—Al parecer, el hijo de ese hombre no compartía tu opinión —dijo Anawak—. Si no, ¿por qué quiso vengar la muerte de su padre?

—La leyenda no dice que haya actuado bien.

Anawak le devolvió a Greywolf el bastón, metió la mano en su anorak y sacó la escultura del espíritu del ave.

—¿Puedes contarme algo acerca de esto?

Greywolf observó la pieza. La cogió y la hizo girar en sus manos.

—No es de la costa oeste —dijo.

—No.

—Mármol... Esta pieza procede de otro lugar. ¿De tu tierra quizá?

—De Cabo Dorset. —Anawak vaciló—. Me la dio un chamán.

—¿Y tú aceptas un regalo de un chamán?

—Es mi tío.

—¿Y qué te contó él acerca de esto?

—Poco. Dijo que el espíritu del ave llevaría mis pensamientos en la dirección correcta cuando llegara el momento. Y que probablemente necesitaré que alguien me muestre el camino.

Greywolf se quedó un rato callado.

—Todas las culturas tienen espíritus de aves —dijo—. El pájaro del trueno es un antiguo mito indio que simboliza varias cosas. Por un lado, forma parte de la creación, es un espíritu de la naturaleza, un ser superior, pero además representa la identidad de un clan. Conozco a una familia que remonta su nombre a un pájaro del trueno que sus antepasados vieron alguna vez en la cima de una montaña en las cercanías de Ucluelet. Pero los espíritus de aves también pueden tener otros significados.

—Siempre aparecen vinculados a cabezas, ¿no?

—Sí. Asombroso, ¿verdad? En las pinturas del antiguo Egipto puede verse un adorno para la cabeza que tiene forma de pájaro. En este caso el espíritu del ave representa a la conciencia y está atrapado en el cráneo como en una jaula. Cuando el cráneo se abre (en sentido figurado) puede salir, pero tú puedes atraerlo nuevamente al cráneo. Entonces tienes otra vez conciencia, estás despierto.

—Es decir, cuando duermo mi conciencia se va de viaje.

—Sueñas, pero tus sueños no son fantasías. Te muestran lo que tu conciencia ve en los mundos superiores que normalmente permanecen ocultos. ¿Has visto alguna vez la corona de plumas que lleva un jefe cherokee?

—Para serte sincero, sólo en las películas.

—No importa. Con esa corona quiere demostrar que su espíritu invisible dibuja figuras en su cabeza, pluma a pluma. Dicho de un modo más sencillo: su cabeza tuvo una serie de buenas ocurrencias, y por eso él es el jefe.

—Los pensamientos alados.

—Sí, por las plumas. En otras tribus es suficiente con una sola pluma, cumple la misma función. El espíritu del ave representa la conciencia. Y de ahí que los indios no pudieran perder la cabellera o las plumas que llevaban en la cabeza, pues con ellas perdían también su conciencia; en el peor de los casos para siempre. —Greywolf frunció las cejas—. El chamán que te ha dado esta escultura te ha mostrado tu conciencia, la fuerza de tus ideas. Debes usarla, pero para ello tienes que abrir tu espíritu. Tu espíritu tiene que irse de viaje, y eso significa que tiene que reunirse con lo inconsciente.

—Y ¿por qué tú no llevas plumas en la cabellera?

Greywolf hizo una mueca.

—Porque, como muy bien has dicho, yo no soy un auténtico indio.

Anawak calló.

—En Nunavut tuve un sueño —dijo poco después.

Greywolf no respondió.

—Digamos que mi espíritu salió de viaje. Yo me hundía con el hielo en las negras aguas. Luego el mar se convertía en cielo y yo subía por un iceberg hasta que vi que éste flotaba en el mar azul. No había más que agua a mi alrededor. Viajaba con el hielo por ese mar pensando que el iceberg se derretiría. Lo raro es que no sentía miedo, sólo curiosidad. Sabía que, llegado el momento, me hundiría, pero no tenía miedo de ahogarme. Más bien creía que iba a sumergirme en algo nuevo, desconocido.

—Y ¿qué esperabas encontrar allí abajo?

Anawak pensó.

—Vida —dijo.

—¿Qué tipo de vida?

—No lo sé. Vida, simplemente.

Greywolf contempló la pequeña escultura de mármol color verde que representaba al espíritu del ave.

—Sinceramente, ¿por qué estamos aquí Licia y yo? —preguntó de pronto.

Anawak miró hacia el mar.

—Porque os necesitan.

—No es cierto, León. A mí tal vez, porque trabajo bien con los delfines, pero también podrían haber contratado a cualquier otro entrenador de la marina. Y Licia no cumple ninguna función.

—Es una ayudante magnífica.

—¿Es tu ayudante? ¿Realmente la necesitas?

—No. —Anawak suspiró. Echó atrás la cabeza y miró al cielo. Si lo miraba el tiempo suficiente y se imaginaba que el mundo estaba al revés, es decir, que en realidad él estaba arriba y las nubes constituían un paisaje que estaba muy abajo, y que no contemplaba montañas de bruma sino colinas, valles, ríos y lagos, al cabo de cierto tiempo acababa creyendo que era cierto. Y lo creía hasta tal punto que debía agarrarse para no precipitarse en el cielo suspendido por encima de su cabeza—. No, estáis aquí porque yo lo propuse.

—¿Y por qué lo hiciste?

—Porque sois mis amigos.

Durante un momento se hizo de nuevo el silencio. Anawak reconocía cada vez más detalles en las nubes. Detalles de un mundo que estaba a muchos kilómetros de distancia. Infinitamente más lejos que el mundo de los yrr.

—Creo que lo somos —asintió Greywolf.

Anawak sonrió.

—Mira, en realidad siempre me he llevado bien con la gente, pero jamás he tenido amigos. Me refiero a amigos verdaderos. Lo cierto es que nunca hubiera pensado que llamaría amiga a una estudiante molesta y pedante. O a un lunático alto como un árbol con el que casi me doy de puñetazos.

—La estudiante hizo lo que caracteriza a los amigos.

—¿El qué?

—Se interesó por tu estúpida vida.

—Cierto. Lo hizo.

—Y nosotros siempre hemos sido amigos. Sólo que probablemente... —Greywolf vaciló; luego sostuvo la escultura en alto y sonrió—. Probablemente nuestras cabezas han estado cerradas durante un tiempo.

—¿Por qué crees que he soñado algo así?

—¿Te refieres a tu sueño del iceberg?

—No hago más que darle vueltas. Ya sabes que soy cualquier cosa menos esotérico, odio toda esa mierda. Pero algo pasó en Nunavut, algo que no puedo explicar. Cuando estaba en el hielo me sucedió algo... Y entonces tuve ese sueño...

—¿Y tú qué opinas?

—Ese poder desconocido, esa amenaza que vive bajo el agua, en las profundidades marinas... Quizá la encuentre. Tal vez debo bajar y...

—¿Salvar al mundo?

—Olvídalo.

—¿Quieres saber lo que pienso, León?

Anawak asintió.

—Creo que estás completamente equivocado. Te has aislado durante años, cargando con tu estúpido trauma esquimal de un lado a otro e incordiando a todo el mundo, incluido tú mismo. No has entendido nada de la vida. El iceberg en el que ibas a la deriva eres tú mismo: un bloque de hielo, un tipo intratable. Pero tienes razón, algo te sucedió cuando estabas allí, y ahora ese bloque ha empezado a derretirse. El océano en que te hundirás no es el mar de los yrr. Es la vida de los seres humanos. Ése es tu lugar. Ésa es la aventura que te espera. Ya sabes: amistades y amor, pero también enemigos, odio y furia. Tu papel no es el de héroe. No tienes por qué demostrarle a nadie que eres valiente. En esta historia ya han repartido los papeles de héroes, y son para los muertos. Tu lugar es el mundo de los vivos.

Noche

Cada uno descansaba a su manera.

Crowe, pequeña y delgada, se había enrollado bien en su manta. Su pelo gris asomaba a medias. Casi desaparecía entre las sábanas, mientras que Weaver dormía boca abajo, desnuda y sin manta, la cabeza de lado y con el brazo como almohada. Sus bucles castaños se ensortijaban abundantes en todas direcciones, de modo que sólo se veía su boca semiabierta. Shankar era evidentemente de esas personas cuya cama tenía por la mañana el aspecto de haber sido depositaría de las pesadillas de varias noches. Era como un topo: mientras dormía desordenaba la ropa de cama, emitiendo a la vez esporádicos ronquidos y murmullos ahogados.

Rubin estaba casi todo el rato despierto.

Greywolf y Delaware también dormían poco, pues practicaban el sexo permanentemente, sobre todo en el suelo del camarote. La mayoría de las veces Greywolf yacía de espaldas, cobrizo y poderoso como un animal mítico, y cargaba con el cuerpo lechoso de Delaware. Dos camarotes más allá, Anawak, vestido con una camiseta, descansaba de lado. También Oliviera revelaba una conducta convencional para dormir. Ambos tenían una respiración tranquila, se daban la vuelta una o dos veces durante la noche, y eso era todo.

Johanson yacía de espaldas, los brazos bien estirados con las palmas hacia arriba. Sólo las camas del pabellón y la zona de oficiales permitían esa amplitud de costumbres. La postura del noruego era tan propia de él que una vez, hacía muchos años, una admiradora lo había despertado en plena noche sólo para decirle que dormía como un terrateniente. Una noche contó la historia en el Château, y lo cierto es que dormía así todas las noches, como un hombre que incluso con los ojos cerrados parecía querer abrazar la vida.

Todos ellos dormían o estaban despiertos en una hilera de pantallas que emitían un resplandor tenue. Cada uno de los monitores controlaba una cabina completa. Dos hombres uniformados sentados en la penumbra ante los monitores observaban a los científicos. Detrás de ellos, de pie, estaban Li y el subdirector de la CÍA.

—Qué angelitos —dijo Vanderbilt.

Sin mover un músculo de la cara, Li miró cómo Delaware llegaba al orgasmo. El sonido estaba bajo, pese a lo cual parte del concierto amoroso llegaba al ambiente frío del centro de control.

—Me alegra que le guste, Jack.

—Esa pequeña montaña de músculos sería más de mi agrado —dijo Vanderbilt señalando a Weaver—. Un culo notable, ¿no le parece?

—¿Enamorado?

—¡Por favor! —sonrió Vanderbilt.

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