Read El que habla con los muertos Online
Authors: Brian Lumley
Ella lo cogió muy fuerte del brazo, y se apretó más contra él mientras caminaban.
—No tienes que decirme nada. Pero me entristecería tanto que lo nuestro se terminara…
—¿Y por qué habría de terminar?
—No lo sé, pero me preocupa. Me parece que lo nuestro no va a ninguna parte. Mis padres también están preocupados…
—Ya —asintió él, taciturno—. Te refieres al matrimonio, ¿verdad?
—No, no exactamente —suspiró Brenda—. Ya sé lo que piensas de eso, que es muy pronto, y somos demasiado jóvenes. Estoy de acuerdo contigo. Y creo que mi padre y mi madre piensan como nosotros. Sé que a ti te gusta mucho estar solo; y es verdad que somos muy jóvenes.
—Siempre dices eso, pero acabamos dándole vueltas al mismo tema.
Brenda parecía abatida.
—Es… es por tu forma de ser; nunca sé qué piensas. Si tan sólo me dijeras qué es lo que te preocupa tanto. Sé que hay algo, pero tú no me dices nada.
Pareció como si Harry fuera a hablar, pero luego cambió de idea. Brenda contuvo el aliento, y luego dejó escapar el aire cuando fue evidente que él se había arrepentido. La joven probó otra táctica.
—Sé que no es a causa de la escritura, porque eras así mucho antes de que empezaras a escribir. En realidad, eres así desde que te conozco. Si tan sólo…
—¡Brenda! —la interrumpió él, y luego la abrazó y la obligó a detener la marcha.
Harry estaba sin aliento, parecía incapaz de hablar, de decir lo que quería expresar. Brenda se asustó.
—¿Qué pasa, Harry?
Él tragó saliva, respiró hondo y comenzó a caminar de nuevo. Ella lo alcanzó y lo cogió de la mano.
—¿Harry?
El se dirigió a ella sin mirarla.
—Brenda…, quiero… quiero hablar contigo.
—¡Pero si yo también quiero que lo hagas!
Harry volvió a detenerse, abrazó a la chica, y miró hacia el mar por encima de su hombro.
—Se trata de un asunto raro…
Ella tomó la iniciativa; se soltó del brazo, y cogiéndolo otra vez de la mano, lo condujo por la playa.
—Muy bien. Caminemos, tú hablas y yo escucho. ¿Que es un asunto raro? Pues no me importa. Y yo ya he dicho todo lo que tenía que decir. Ahora te toca a ti.
Él hizo un gesto afirmativo con la cabeza, la miró de reojo, tosió para aclararse la garganta y dijo:
—Brenda, ¿te has preguntado alguna vez qué piensan las personas cuando están muertas? ¿Cuáles son sus pensamientos, mientras yacen en sus tumbas?
La joven sintió que se le ponía la piel de gallina. A pesar del calor del sol, se sintió helada hasta la médula ante la voz completamente desprovista de emoción de Harry, y lo que acababa de decir.
—¿Que si alguna vez me he preguntado…?
—Ya te he dicho que era un asunto raro —le recordó él.
Brenda no supo qué decirle, qué contestarle. Se estremeció involuntariamente. ¡No era posible que Harry hablara en serio! O acaso esto era algo que pensaba escribir. Seguro que era eso, un cuento que estaba escribiendo.
Brenda se sintió decepcionada. ¡Nada más que un cuento! Por otro lado, quizá se había equivocado al no pensar que la literatura era el origen de su melancolía. Puede que Harry fuera así porque no tenía a nadie con quien hablar. Todo el mundo sabía que era un muchacho precoz; escribía con brillantez, y su obra era propia de un escritor maduro. ¿Era por eso, pues? ¿Simplemente porque el chico tenía demasiadas cosas dentro de sí, y no encontraba la manera de desahogarse?
—Harry —habló Brenda—, deberías haberme dicho que tus cambios de humor obedecían a tu trabajo literario.
—¿A mi trabajo literario? —preguntó con expresión de desconcierto.
—Eso que me has contado es un cuento que estás escribiendo —dijo ella—. ¿No es así?
Él comenzó a hacer un gesto negativo con la cabeza, pero lo cambió enseguida por uno de afirmación. Y luego, con una sonrisa, dijo:
—Sí, lo has adivinado. Es un cuento muy extraño, y no consigo terminar de escribirlo. Si pudiera hablar de él…
—Puedes hablar conmigo.
—Muy bien, hablemos entonces. Puede que eso me dé nuevas ideas, o me permita ver al menos qué no funciona en las que tengo.
Siguieron caminando cogidos de la mano.
—Bueno —dijo ella, y tras pensar con la frente ceñuda durante unos instantes, prosiguió—: Pensamientos felices.
—¿Cómo?
—Creo que los muertos en sus tumbas tienen pensamientos felices. Eso sería el equivalente del paraíso.
—La gente que en vida fue desdichada no piensa nada —dijo él como si hablara de un hecho cotidiano—. En general, se alegran de haberse librado de todo lo que los atormentaba.
—¡Ah! Quieres decir que vas a establecer diferentes categorías de difuntos; no todos van a ser iguales, o a tener los mismos pensamientos.
Harry asintió.
—Exacto. ¿Por qué tendrían que pensar lo mismo? No lo hacían cuando estaban vivos, ¿no? Algunos son felices, y no tienen nada de qué quejarse, pero hay otros que yacen enfermos de odio, porque saben que los que los mataron siguen viviendo, y no han sido castigados.
—¡Harry, qué idea más horrible! ¿Qué clase de cuento estás escribiendo, una historia de fantasmas?
Él se humedeció los labios y volvió a afirmar con la cabeza.
—Sí, algo por el estilo. Es sobre un hombre que desde la tumba puede hablar con la gente. Puede oírlos en su cabeza, y sabe lo que piensan. Sí, y puede hablar con ellos.
—Sigo pensando que es horrible —dijo Brenda—. Pero es una buena idea. ¿Y los muertos realmente hablan con él? ¿Y por qué?
—Porque están muy solos. Mira, no hay nadie como este hombre. Al parecer, y por lo que él ha podido averiguar, es el único que puede hacer eso. Ellos no tienen a nadie más con quien hablar.
—¿Y él no se vuelve loco? Quiero decir, con todas esas voces martilleando en su cabeza al mismo tiempo, intentando llamar la atención.
Harry sonrió con ironía.
—No, no sucede de esa manera —dijo—. Normalmente ellos están en su tumba, y piensan. El cuerpo se pudre, ya sabes, y con el tiempo se convierte en polvo. Pero la mente permanece. No me preguntes cómo; es algo que no intentaré explicar. Sucede simplemente que la mente es el centro rector consciente y subconsciente de una persona, y cuando ésta muere la mente continúa, pero sólo en el nivel subconsciente. Es como si la persona estuviera durmiendo, y en cierto sentido lo está. Sólo que nunca volverá a despertar. De modo que el nigroscopio sólo habla con aquellos con quienes desea hacerlo.
—¿El nigroscopio?
—Es el nombre que le he dado; es un hombre que ve en la mente de los muertos…
—Ya veo —dijo Brenda, con una expresión muy seria—. Sí, me parece que ahora lo entiendo. La gente que fue feliz yace en la tumba recordando los buenos tiempos, y sus pensamientos son felices. Y la gente desdichada, simplemente se apaga.
—Sí, algo por el estilo. La gente maliciosa piensa cosas malas, y los asesinos tiene pensamientos criminales, y así sucede con todos: cada uno tiene su propio infierno particular, si quieres decirlo así. Pero esto sucede con la gente ordinaria, con pensamientos ordinarios. Sus pensamientos tienen un nivel bajo. Digamos que en vida eran muy mundanos. No lo digo despectivamente; no eran muy inteligentes, eso es todo. Pero también hay gente extraordinaria: personas creativas, grandes pensadores, arquitectos, matemáticos, escritores, verdaderos intelectuales. ¿Y qué supones que hacen?
Brenda lo miró, intentando adivinar sus pensamientos. Luego se detuvo para recoger un guijarro pulido por el mar. Y después dijo:
—Supongo que continúan con lo que hacían. Si eran grandes pensadores cuando estaban vivos, pues deben seguir con sus ideas.
—¡En efecto! —dijo Harry con énfasis—. Eso es precisamente lo que hacen. Los ingenieros continúan construyendo sus puentes… en sus cabezas. Hermosas, aéreas construcciones que cruzan el océano. Los músicos componen bellas canciones y melodías. Los matemáticos desarrollan teorías abstractas y las perfeccionan hasta que son tan claras que un niño podría comprenderlas, pero tan sorprendentes que contienen los secretos del universo. Ellos mejoran lo que hacían cuando estaban vivos. Llevan sus ideas a los límites de la perfección, completan todas las teorías y obras inconclusas que no alcanzaron a pensar en vida. Y no hay nada que los distraiga, no hay interferencias del exterior, nada que los moleste, los confunda o los preocupe.
—Tal como lo cuentas, suena muy bien. ¿Pero crees realmente que las cosas suceden así?
—Claro que sí —respondió él muy seguro, y enseguida intentó rectificar lo que había dicho—: Bueno, al menos en mi cuento. Yo nunca podría saberlo si en la realidad también fueran de esa manera.
—Es verdad, soy una tonta —dijo ella—. La realidad no es así, claro. Pero no entiendo por qué esos muertos van a querer hablar con tu… con ese nigroscopio. ¿No crees que él representa una distracción, que los molesta, que interrumpe sus grandes pensamientos y teorías?
—No —dijo Harry con un gesto negativo—. Al contrario. Es a causa de la naturaleza humana, ¿sabes? ¿De qué sirve hacer algo maravilloso si no puedes contárselo a nadie, o mostrar lo que has hecho? Por eso los muertos disfrutan hablando con el nigroscopio. Él puede apreciar su genio. ¡Es el único que puede hacerlo! Además, simpatiza con ellos, quiere saber acerca de sus maravillosos descubrimientos; de sus fantásticos inventos, que no serán inventados en el mundo real hasta dentro de cientos de años.
Brenda, de repente, vio algo en lo que Harry había dicho.
—¡Pero es una idea maravillosa, Harry! Y no es nada retorcida, o morbosa, como he creído al principio. El nigroscopio podría inventar en la realidad lo que han pensado los muertos en sus tumbas. Podría construir sus puentes, componer su música, escribir sus obras maestras. ¿Y sucederá así? En tu cuento, quiero decir…
Él dio vuelta la cara y miró hacia el mar. Después dijo:
—Sí, creo que sí. Aún no lo tengo bien pensado…
Caminaron un rato en silencio, y poco después llegaron a Crimdon, donde se detuvieron a tomar un café en una pequeña cafetería junto a la playa.
Harry dormía en su cama, desnudo por completo, las sábanas a un lado. La tarde era muy calurosa y el sol, que ya se ponía, aún derramaba su fuego dorado a través de las ventanas del pequeño apartamento. Cuando Brenda advirtió la película de sudor que humedecía la frente de Harry, corrió las cortinas para que no entrara el sol. Cuando su cara quedó en la sombra, él murmuró algo en sueños, pero Brenda no alcanzó a entenderlo. Mientras se vestía en silencio, la joven rememoró los acontecimientos del día, y recordó también otras épocas de su vida. Su memoria, desbocada, recorrió los años que habían transcurrido desde que conociera a Harry…
Hoy había sido un buen día; Harry al menos había hablado con ella sobre… bueno, sobre cosas que le concernían. Se había abierto un poco, se había desahogado. Y después de la larga charla acerca del cuento dio la impresión de sentirse más cómodo consigo mismo, casi feliz. A Brenda le_ resultaba imposible imaginar qué podría hacerlo feliz del todo. Él decía que era porque «tenía muchas cosas en la cabeza». ¿Qué cosas? ¿Su oficio de escritor? Quizá. Pero ella nunca lo había visto realmente feliz. O si lo fue, nunca lo había demostrado…
Pero se estaba desviando del asunto principal. Brenda volvió a los acontecimientos del día.
Después de Crimdon caminaron un kilómetro y medio hasta una parte de la playa mucho menos concurrida, y se bañaron en ropa interior. Desde lejos no se notaba, y parecía que llevaban bañador. Jugaron un rato en el agua, y después llegó un vagabundo de los que recorren las playas en busca de objetos perdidos. Ya era hora de irse. Se vistieron antes de que el viejo estuviera muy cerca y emprendieron el último tramo de la caminata. En Hartlepool cogieron un autobús que los llevó desde el casco antiguo hasta la parte nueva de la ciudad, y los dejó prácticamente en la puerta de la casa victoriana de tres plantas donde Harry tenía un apartamento. Brenda preparó bocadillos, y después se ducharon e hicieron el amor. Había sido un rato delicioso, con sus cuerpos calientes por el sol de la playa y un leve regusto de sal. A Brenda le gustaba más Harry en verano, cuando no estaba tan blanco y su delgado cuerpo parecía más musculoso.
No es que fuera flaco o esmirriado; Harry era perfectamente capaz de cuidar de sí mismo, y no aceptaba que nadie lo humillara. Brenda lo había visto enfrentarse a matones dos veces, y en ambas ocasiones habían sido éstos quienes se habían retirado a curarse los morados. La muchacha se enorgullecía en secreto de que las dos veces se había peleado por ella. Harry no hacía caso de las pullas que le dirigían; las ignoraba, o las atribuía a la incultura de los gamberros. Pero no toleraba insultos o insinuaciones desuñados a Brenda, o a él cuando estaban juntos. En esas ocasiones parecía transformarse en otra persona, alguien mucho más duro, rápido y hábil. Brenda, con todo, estaba desconcertada por este dominio de la defensa personal; era una de las muchas cosas en las que Harry era un experto sin que nadie supiera cómo había adquirido los conocimientos necesarios.
Pues lo mismo sucedía con su experiencia en el amor, o su pericia como escritor.
Harry tenía dieciséis años cuando hicieron el amor por primera vez, pero había deseado hacerlo desde mucho tiempo antes. Y tal como ella había señalado en la playa, él se había convertido muy pronto en un experto. Brenda, que lo ignoraba todo sobre el tema, había creído que el amor se podía hacer de una sola manera, pero descubrió que el repertorio sexual de Harry parecía inagotable. Era cierto que la muchacha se había preguntado a menudo si alguien habría instruido a Harry. Por último había decidido que todo se debía a la precocidad del jovencito. Por alguna razón inexplicable, Harry sobresalía en determinadas actividades, para las que sin duda tenía un talento
natural
, y no necesitaba enseñanza previa.
Su literatura, por ejemplo.
Harry reconoció en una ocasión que su inglés solía ser muy malo; había estado a punto de no poder proseguir sus estudios en la Escuela de Artes y Oficios porque fracasó en el examen de inglés. No podía decirse, sin embargo, que ahora sucediera lo mismo. Tal vez Harry se había dedicado de manera especial a estudiar lengua, pero ¿cuándo lo había hecho? Brenda nunca lo había visto hacerlo; en verdad, daba la impresión de que el muchacho nunca estudiaba nada. No obstante, a los dieciocho años era un escritor tan prolífico que publicaba bajo cuatro seudónimos. Por el momento sólo había publicado cuentos —aunque tres por semana, como mínimo—, pero Brenda sabía que estaba trabajando en una novela.