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Authors: John Katzenbach

El Profesor (16 page)

BOOK: El Profesor
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Soy la Número 4. Han hecho esto antes. Deseaba haber sabido más sobre las prisiones y cómo conseguía la gente aguantar dentro de ellas. Sabía que algunas personas habían sobrevivido a secuestros durante meses, incluso años, antes de escapar. Algunas personas se perdían en la selva, quedaban abandonadas en las cumbres de las montañas, naufragaban en el mar. Algunas personas pueden sobrevivir, se repetía. Lo sé. Es verdad. Es posible. Este pensamiento le permitió calmar el deseo casi abrumador de hacerse un ovillo sobre la cama y esperar cualquier cosa terrible que fuera a suceder.

Entonces se dijo a sí misma: Te encontrabas en una prisión y por eso estabas escapando. Pudiste hacer eso. Así que... tú sabes más de lo que crees saber.

Se movió en el borde de la cama. El inodoro. Si simplemente fueran a matarme ahora mismo, no habrían traído el inodoro. Jennifer sonrió. Pensó que debía medir constantemente todo lo que realmente pudiera tocar, escuchar u oler. El inodoro estaba a seis pasos de la cama. Cuando se sentó en él, la cadena alrededor de su cuello se tensó, de modo que ése era un límite. Todavía no había buscado en la otra dirección, pero sabía que tendría que hacerlo. Imaginó que la cama era el centro de la habitación. Como el compás de un dibujante, podía recorrer una distancia fija en un semicírculo.

Prestó gran atención a todo, levantando un poco la cabeza como un animal en el bosque que encuentra un olor, un ruido que avisa a los instintos más profundos que estén alerta. Contuvo la respiración para que cualquier sonido fuera claro.

Nada.

—¿Hola? —llamó en voz alta. La capucha amortiguó su voz, pero de todos modos se proyectó lo suficiente como para que cualquiera que hubiera entrado pudiera escucharla—. ¿Hay alguien ahí?

Nada. Exhaló un poco y se puso de pie. Como antes, extendió las manos hacia delante, pero esta vez concentró en contar los pasos que daba. Desde los talones hasta los dedos del pie, pensó, ¿cuántos pasos de Jennifer son cada distancia?

Con las manos apretadas contra la pared, se dirigió hacia el inodoro. Uno. Dos. Tres... Contó quince pasos de Jennifer antes de tocar el asiento con la rodilla, e hizo un cálculo rápido: entre dos metros y dos metros y medio. Se agachó y pasó los dedos sobre la superficie. Como esperaba, sintió que la cadena se tensaba al inclinarse hacia delante. Muy bien, siguió pensando. Ahora muévete lentamente.

Jennifer dio un paso y de pronto sintió miedo. Había una cierta seguridad cuando sentía la pared debajo de las palmas de sus manos, como si eso la ayudara a mantener el equilibrio. El hecho de apartarse la ponía en un vacío, ciega, atada solamente por la cadena alrededor de su cuello. Inspiró y se obligó a apartarse de la solidez de la pared y la nueva confianza que le daba el inodoro. Esto parecía importante. Era lo que cualquiera debería hacer. Y concentrarse en las distancias le daba la sensación de que estaba tratando de ayudarse. Suponía que iba a tener que hacer más después. Pero por lo menos esto era un principio.

* * *

Michael y Linda estaban tumbados desnudos en la cama de arriba, todavía sudorosos después de haber copulado, brillantes de excitación. Había un ordenador portátil sobre la colcha delante de ellos y observaban atentamente la pequeña pantalla. El ordenador era un Mac de última generación. Tenía una conexión inalámbrica al estudio principal, que estaba en una habitación adyacente.

Su habitación tenía una cama de matrimonio con las sábanas manchadas y enroscadas por la pasión. Un par de maletas robustas y algunos bolsos de lona desparramados sobre el suelo, que estaban llenos de ropa. Una simple bombilla desnuda colgada de sus cabezas iluminaba la habitación, que, al estilo monástico, estaba vacía de muebles salvo por una sola mesa de madera pulida en un rincón. Sobre ella había gran variedad de armas de mano: dos revólveres Magnum 357 y tres armas semiautomáticas de nueve milímetros. Junto a ellas había una escopeta del calibre 12 y se distinguía la conocida forma de una AK-47. Se veían cajas de balas y cargadores con municiones de repuesto desparramadas por ahí. Había suficiente armamento como para equipar a media docena de personas.

—Envíales a todos una señal sonora de advertencia —pidió Linda. Se inclinó sobre la pantalla, estudiando la imagen mientras Jennifer se alejaba tambaleándose de la pared junto al inodoro portátil—. Esto es realmente magnífico —añadió Linda con admiración.

Michael no estaba mirando a Jennifer. Se concentraba, en cambio, en la curva de la espalda de Linda. Pasó un dedo a lo largo de la columna, desde el trasero hasta la parte superior de la espina dorsal, para luego rodear los hombros, echándole el pelo a un lado y besándole la nuca. Linda casi ronroneó cuando le recordó:

—No te olvides de los clientes, que pagan...

—Tal vez puedan esperar unos segundos —replicó él. Luego le pasó la lengua por la oreja.

Linda dejó escapar una risita tonta y se movió para sentarse con las piernas cruzadas sobre la cama. Cogió el ordenador y con gesto teatral se lo puso entre las piernas, ocultando así su sexo. Luego se inclinó ligeramente sobre la tapa, haciendo bailar sus pechos descubiertos por encima de la pantalla.

—Aquí —dijo con una gran sonrisa—. Tal vez si hago esto... prestarás más atención a nuestro trabajo.

Michael asintió con la cabeza y se rió.

—De ninguna manera —replicó.

Tocó una serie de teclas, que enviaron un ligero ruido electrónico a todos los abonados de whatcomesnext.com. El aviso —había una selección de las canciones, sonidos y alertas que los abonados podían elegir descargarse— indicaba que la Número 4 estaba despierta y haciendo algo. Michael supuso que había una gran cantidad de conexiones a la Número 4; algunas personas estarían observando sin quitarle ojo, minuto a minuto. Otras podrían querer señales para saber cuándo debían prestar atención. Quería complacer a los interesados de todo tipo. Muchas personas habían aprovechado el servicio adicional que ofrecía, por el que la señal de advertencia era enviada a su número de teléfono móvil privado.

—Listo —aseguró con una gran sonrisa—. Ya lo saben todos. ¿Ahora recibo una recompensa?

—Luego —respondió Linda—. Tenemos que ver qué hace ella ahora. —Michael hizo un gesto como si estuviera a punto de empezar a llorar, y Linda se rió otra vez—. No tardará mucho —lo consoló.

Michael regresó a la pantalla y miró a Jennifer durante unos momentos.

—¿Crees que lo encontrará? —preguntó Michael.

—Lo he puesto donde pueda alcanzarlo, si sobrepasa el límite.

—Supongo que depende de qué clase de exploradora sea —comentó Michael, y Linda asintió con la cabeza.

—Detesto cuando simplemente se quedan sentadas —dijo Linda—. La Número 3 me sacaba de mis casillas todo el tiempo...

Michael no respondió a esto. Sabía muy bien cuánto se había enfadado Linda con algunos de los comportamientos de la Número 3, lo que había llevado a cambios inesperados en el desarrollo del espectáculo.

—Voy a girar la cámara de arriba para asegurarnos de que todos puedan ver que está ahí.

Linda asintió con la cabeza.

—Pero gira lentamente... porque no se darán cuenta al principio. Lo puse así para que no sea fácil darse cuenta de lo que ocurre a menos que uno se esfuerce mucho en verlo. Pero entonces, cuando lo descubran... —No necesitó terminar lo que estaba diciendo.

Michael se tumbó y suspiró.

—Debo ir a la otra habitación. A jugar con los ángulos de la cámara.

Linda dejó el ordenador portátil a un lado. Fue el turno de ella de estirar la mano y pasarle a él las uñas por el pecho. Luego se inclinó hacia delante y le besó el muslo.

—Trabaja primero, juega después —le recomendó.

—Eres insaciable —respondió él—. Lo cual me gusta.

Linda se puso las manos encima de su cabeza, y se echó provocativamente hacia atrás. Él se inclinó hacia delante y la besó.

—Tentador —confirmó él.

—Pero primero el trabajo —insistió ella, cerrando lentamente las piernas hasta juntarlas.

Se rió. Ambos se arrastraron fuera de la cama y se dirigieron descalzos escaleras abajo hacia el comedor, como niños en la mañana de Navidad. Allí era donde Michael había instalado el estudio principal. Al igual que en las otras habitaciones de la granja alquilada, había pocos muebles. Lo que dominaba aquel espacio era una mesa larga con tres grandes monitores de ordenador. Los cables serpenteaban por el suelo y desaparecían a través de agujeros perforados en las paredes. Había sistemas de altavoces y diversas palancas, junto con teclados, una consola de edición y una placa de sonido. Al otro lado de la ventana había una antena convexa portátil. La habitación tenía el aspecto de una operación militar o de un decorado de cine: mucho equipo costoso, cada cosa con su función específica, todas manejadas cómodamente desde un par de sillones de oficina negros ubicados delante del ordenador principal.

La habitación estaba fresca y Linda cogió del pasillo para cubrir su desnudez un par de abrigos L. L. Bean, iguales, de piel artificial. Se puso uno y echó el otro sobre los hombros de Michael mientras éste se inclinaba sobre la pantalla. Miró fuera, hacia la noche, más allá de la ventana. No se podía ver nada, salvo un oscuro aislamiento, que era, por lo menos en parte, la razón por la que habían alquilado esa granja en particular.

—¿Crees que la Número 4 sabe siquiera qué hora es? —preguntó ella.

—No. —Michael pensó, y luego añadió—: ¿Eso quiere decir que tenemos que asegurarnos de ayudarla? Tú sabes...

Linda lo interrumpió:

—Dándole un desayuno por la mañana o algo que sea evidentemente la cena por la noche. Hay que mezclar las comidas todo el tiempo..., hay que darle tres tazones de cereales y después unas hamburguesas. Eso ayudará a mantenerla desorientada.

—Desorientada..., eso es bueno —confirmó Michael. Sonrió. Hablar de las maneras en que la Número 4 podía ser manipulada no era solamente una parte del juego que él disfrutaba, sino que también excitaba a Linda, lo que hacía que sus propias relaciones sexuales fueran más desenfrenadas y fogosas. El sexo era una de las maneras en que medían la duración de cada Serie. Cuando sus propias pasiones empezaban a apaciguarse, ése era el momento en que él sabía que había que terminar con todo.

Cogió una palanca marcada con una cinta blanca que decía: «Cámara 3» y la movió ligeramente. En la pantalla de uno de los monitores, el ángulo cambió, revelando un objeto colocado cerca de la cama, al otro lado del inodoro. Movió la palanca hacia delante, para verlo más de cerca.

Linda estaba a su lado, trabajando rápidamente en un teclado. Sus uñas hacían ruido. En el monitor principal, el que mostraba lo que estaban viendo los abonados, apareció lo que Linda escribía en letras rojas superpuestas a la imagen de Jennifer, que se movía cautelosamente, con las manos extendidas.

«Hay algo que la Número 4 debe encontrar. ¿Qué es?».

Michael dirigió la cámara 3 a un pequeño y deforme montoncito sobre el suelo de cemento. Estaba justo al borde de donde llegaba la cadena. Linda continuó en el teclado:

«¿Debe la Número 4 conservarlo?».

Michael se rió.

—Sigue, sigue —susurró.

«¿Debemos quitárselo?».

Linda escribía furiosamente en el teclado.

—Pregúntales ahora —sugirió Michael. Un cuadrado apareció en la pantalla cuando Linda golpeó ciertas teclas.

La palabra «Conservar» aparecía en un cuadrado donde se podía marcar una respuesta.

«No conservar» estaba acompañada por otro cuadrado igual.

Linda escribió una pregunta más: «¿Ayudará a la Número 4 o le hará daño?», luego se retiró a un lado.

Un contador electrónico estaba sumando números en una pantalla diferente.

—Parecen estar divididos —observó ella, mientras los números crecían en varias columnas y las respuestas llenaban la fila de comentarios—. No saben si la va a ayudar o a hacer daño. —Linda sonrió otra vez—. Sabía que era una buena idea —se congratuló—. Son muchos los que están votando. Supongo que están más que fascinados.

Observaban mientras Jennifer se dirigía lentamente hacia la cámara. Sus manos estaban extendidas delante de ella, los dedos estirados hacia delante, sin tocar nada salvo el aire. Su imagen se hizo cada vez más grande en la pantalla. Sus manos parecían estar a sólo unos pocos centímetros. Entonces se detuvo. Había llegado al límite de la cadena, con las puntas de los dedos casi tocando la cámara principal.

—Les encantará eso... —susurró Linda.

La cámara exploró el cuerpo de Jennifer, se quedó sobre sus pechos pequeños y luego la recorrió hacia abajo, enfocando a su entrepierna. Su ropa interior era provocadora. Linda imaginó que alrededor del mundo había espectadores estirando la mano hacia la Número 4, deseando tocarla a través de las pantallas de sus ordenadores. Michael supo instintivamente que eso era lo que estaba ocurriendo y manipuló las cámaras con mano experta para crear una danza con las imágenes. Fue majestuoso, como un vals.

Jennifer retrocedió y se movió un poco a la izquierda.

—Ah, ahí tiene alguna posibilidad... —comentó Linda. Echó un vistazo a los contadores, que aumentaban rápidamente—. Creo que lo alcanzará.

Michael negó con la cabeza.

—De ninguna manera. Está en el suelo. A menos que lo toque con el pie... No está pensando completamente de manera vertical. Tiene que subir y bajar, como si estuviera montada en el caballito de un tiovivo. Es la única forma en que puede realmente explorar el espacio.

—Eres demasiado científico —señaló Linda—. Lo alcanzará.

—¿Quieres apostar?

Linda se rió.

—¿Qué quieres apostar? —lo desafió.

Michael se alejó del monitor un momento. Sonrió, como podría hacerlo cualquier amante.

—Lo que quieras —respondió.

—Pensaré en algo —replicó Linda. Puso su mano en la palanca, sobre el dorso de la de él, acariciándole los dedos. Aquello fue algo así como una promesa y Michael se estremeció de placer. Luego volvieron a ver si la Número 4 tema éxito. O no.

* * *

Jennifer contaba cada paso en silencio. Se movía con cautela. La cama estaba detrás de ella, pero quería llegar hasta donde la cadena se lo permitiera, para de esa manera entender por lo menos los límites de su espacio. Conservaba las manos delante de ella, casi sin moverlas, pero no tocaba nada, salvo el espacio vacío.

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