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Authors: Jaime Rubio Hancock

Tags: #FA

El problema de la bala (15 page)

BOOK: El problema de la bala
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—¡Pero rápido! ¡Que nos van a ver! ¡Agita tú también tus alas!

Pero no le obedecí. Preferí quedarme sentado. Qué ridículo, ahora que lo pienso: un esqueleto con un uniforme naranja de condenado a muerte y una mano saliendo del bolsillo de la camisa, con dos alas de cera atadas a la espalda, dándome una envergadura total de más de tres metros.

Lorca ensombreció el semblante y aterrizó de nuevo.

—Ya veo lo que ocurre. Hasta ahora sólo era hablar por hablar, pero una vez te has enfrentado a la posibilidad real de hacer algo, te has dado cuenta de que en realidad no quieres luchar. Abandonaste hace mucho, pero ni siquiera lo sabías. ¿Qué ha sido de nuestros sueños? ¿Ya no nos espera Brasil? ¿No será por Marcos?

No contesté.

—Ya veo —dijo, quitándose las alas y sentándose a mi lado—. Simplemente no quieres hacer nada. No creo entenderte. No sé por qué haces esto, por qué tienes tan pocas ganas vivir. Has renunciado. Pero te lo he dicho antes y me ratifico: soy tu amigo y no te pienso abandonar. Queda sólo un puñado de días para tu... Para que te... No me atrevo ni a decirlo. Mi plan puede esperar hasta... En fin... Hasta esa mañana en la que... Y hasta entonces, si cambias de opinión, las alas y Brasil nos estarán esperando.

Sin decir una sola palabra más, volvió a esconder las alas, me llevó a mi celda y me dejó en mi silla. Me puso la mano sobre el hombro, probablemente con la intención de darme ánimos y posiblemente pensando en añadir alguna que otra palabra amable, pero sólo consiguió descoyuntarme el brazo que aún tenía entero. Lo reató con un cordel que fue a buscar al economato y entre disculpas aprovechó para asegurar alguna que otra articulación que también flojeaba.

En cambio, Roca no fue tan comprensivo. Supongo que era normal, ya que él era alcaide y jefe, y no compañero y amigo. Entraba a verme cada día mientras trabajaba y me preguntaba cuándo iba a poner en práctica el plan de huida que había diseñado para mí.

—El otro día entré en tu celda y ni has tocado el uniforme que hay detrás del póster. Hoy es tu última oportunidad. He dejado la puerta abierta. Vas a bajar al patio con el pase y el uniforme bajo la camisa. Te vas a cambiar y vas a poner el plan en marcha tal y como hemos repasado decenas de veces. No vas a dejarme tirado, ahora no, y menos después de todo lo que he hecho por ti.

Fue hacia el póster, lo rasgó y sacó el fardo con la ropa y el documento, para arrojarlo todo sobre mi regazo.

—Ya sabes lo que te toca. Haz tu parte. O atente a las consecuencias. Ten claro que el verdugo te ejecutará del todo y no sólo un poco, como habíamos hablado. No pienso hacerle favores a un traidor.

Me dejó a solas en la celda, dispuesto a atenerme a las consecuencias, pero a los dos minutos volvió a entrar corriendo y con los ojos llorosos.

—Lo siento, lo siento, no quería hablarte así. En serio, te necesito, el proyecto está yendo de maravilla y no podemos dejarlo ahora. Mira lo que dice
Emprendedores
, la revista de los emprendedores. ¿Dónde tengo el recorte? Sí, aquí: “Roca ha demostrado que es posible sacar adelante un proyecto de calidad que esté atento a la reactividad propia del mercado 2.0, dejando sus líneas de trabajo y de productos en lo que algunos llaman indefinición y que no es más que la siempre necesaria flexibilidad”. Mira lo que estamos consiguiendo. Si aguantamos un poco más venderemos por miles de millones y no sólo por millones. Y luego sacaremos adelante otro proyecto, y otro, y otro... Te vas a quedar conmigo para siempre, no te preocupes por eso, ¿te preocupaba eso? ¿Quedarte en paro? Jamás. Yo valoro la lealtad por encima de todo. Incluso estoy dispuesto a hacerte contratos trimestrales consecutivos, con toda la flexibilidad por tu parte que tanto halagan las revistas de emprendedores. Te necesito, por favor, si no lo haces por ti, hazlo por mí, y si no lo haces por mí, hazlo por mi cuenta corriente. Tengo un hijo enfermo. Bueno, todavía no, pero igual un día de estos tengo un hijo y enfermará y no se podrá curar por tu culpa.

Y tiraba de mi brazo, el recién atado por Lorca y cogió el fardo con la ropa y me decía, va, póntelo, va, venga, vamos al patio, venga, aún estamos a tiempo, y así durante más de media hora, tirando de mí, intentando ponerme en pie, arrastrándome por el pasillo, con cuidado de que ni funcionarios ni presos despistados nos vieran juntos, abrazados, y me llevó detrás de las gradas y me pidió que me cambiara e incluso lo intentó hacer él, aunque sólo consiguió que se me cayera una pierna mientras me intentaba quitar los pantalones y cuando sonó el timbre para indicar a los presos que volvieran, se fue corriendo, sudando, sin poder reprimir las lágrimas de rabia.

De allí me recogió un guarda, que me vio tirado en el suelo y me llevó a mi celda e incluso me ató la pierna con un trozo cordel que había sobrado. Sin quejarse. Porque ya sabía que aquel era el domingo previo a mi ejecución y al pobre no dejaba de saberle mal.

—EHM... VENIMOS A... EN FIN...

—EHM... VENIMOS A... EN FIN...

—Venimos a recogerte. Para llevarte a tu última celda.

—Lo sentimos mucho, pero...

—Es lo que hay.

—Es nuestro trabajo.

—Alguien tiene que hacerlo. Si no lo hiciéramos nosotros, lo harían otras personas.

—Y no nos gusta molestar, así que ya lo hacemos nosotros.

—Venga, levántate y coge tu cepillo de dientes.

—Va, arriba.

—Venga, por favor.

—No nos lo hagas más difícil. Que ya lo pasamos bastante mal.

—Ah bueno, que igual quieres que te llevemos, como de costumbre.

—Bueno, pues nada.

—Que no se diga.

—Por una vez más, tampoco vamos a ponernos a llorar.

—A ver... Mpf...

—Vamos para allá.

—Está un poco lejos.

—Bah, no tanto.

—¿Has cogido el cepillo de dientes?

—No, no lo ha cogido. Los nervios, supongo.

—Espera, ya voy yo. ¿Puedes?

—Sí, pero no tardes.

—Un momento, espera... Aquí estoy.

—En fin.

—Lo sentimos mucho.

—A ver, seguro que es justo y merecido, pero no por eso deja de sabernos mal.

—Ni siquiera das problemas. Y además, eres de poco comer. Te podrían haber dado la perpetua y ya está.

—El otro día comentábamos justo eso, que con la perpetua ya valía.

—Pero en fin, nuestro trabajo no es juzgar a nadie.

—No, nuestro trabajo es vigilar.

—Y acarrear.

—En realidad, acarrear no es nuestro trabajo, pero oye, si hay que hacerlo, se hace.

—Estamos además en tiempos de... Espera, aquí a la derecha... Estamos en tiempos de crisis y no nos podemos poner a escoger.

—Ya tenemos bastante suerte con tener un trabajo.

—Y más siendo funcionarios, que no nos pueden despedir.

—Hagamos lo que hagamos.

—Una vez despidieron a un funcionario de correos que robaba sellos y se produjo un error fatal en el espacio continuo-tiempo, pasando a crearse lo que hoy en día se conocen como agujeros negros.

—A consecuencia de ese despido, el tejido del universo se está quebrando poco a poco.

—Los agujeros negros se irán multiplicando.

—Cada vez habrá más.

—Hasta que todo se convertirá en un inmenso agujero negro que absorberá la nada hacia la nada.

—Todo porque despidieron a un funcionario.

—Y por eso ya no se hace.

—Ahora hay que bajar. Cuidado.

—Espera, me pongo aquí.

—Mejor. Sujeta bien. Ya está.

—Si te sirve de consuelo, te espera una buena última cena.

—Eso es verdad.

—Con helado de postre.

—Ah, y tu última voluntad.

—Jejeje...

—Jijiji...

—Lo que es una putada es lo de que te ejecuten, pero lo de antes está bien.

—Todo pagado por la Consejería de Interior.

—Sí, antes pasaban factura a los presos, pero con la excusa de que estaban muertos, muchos no pagaban.

—Y se decidió que de todas formas no era mala idea tener un último detalle con ellos. O sea, nosotros.

—Sobre todo dado que a partir del día siguiente y sin contar el gasto en luz de la silla, ya no iban a costar un duro más.

—Como mucho, el entierro de algunos que no lo tuvieran contratado.

—Sí, eso también.

—¿Tú tienes seguro de entierro?

—Es aquí, ¿no?

—Sí, espera que abro.

—Pedazo de celda, ¿eh?

—Es que si no fuera porque mañana te matan, estaría muy bien.

—Mira qué cama, con su dosel. Y una tele de estas planas y todo.

—¿Quieres que pongamos música?

—¿Te apetece algo del mueble-bar?

—En la mesa tienes papel y pluma de ganso para escribir tus últimas voluntades.

—Y un termo con café colombiano. El termo es colombiano, el café no. El café es del súper.

—En ese armario hay vibradores, bolas chinas, preservativos...

—... Trajes de cuero, revistas y cedés pornográficos, disfraces...

—... el
Cossío
, un par de látigos, esposas, una muñeca hinchable...

—... chocolate líquido, un reloj digital, tres manzanas...

—... piruletas, vestidos de colegiala y velas.

—En fin.

—Sí...

—Te tenemos que dejar.

—Ya ves...

—Pásalo bien.

—Dentro de lo que cabe.

—Y suerte para mañana.

—Aunque más que suerte lo que necesitas es un plan de fuga. ¿Eh? ¿Lo pillas? ¿Un plan de fuga? ¿No?

—Ehm... No le ha hecho gracia. Creo.

—Perdona, sólo queríamos quitarle hierro al asunto.

—Cosa que es buena: el hierro es conductor de la electricidad. ¿Eh? ¿Lo pillas? ¿Hierro, electricidad? ¿No? ¿La silla? ¿Hierro? ¿Electricidad?

—Pues el tuyo tampoco le ha hecho gracia.

—No.

—Qué público más malo.

—Yo no creo que sea el público. Tendremos que seguir ensayando antes de pensar en lo de Brasil.

—Supongo que tienes razón.

—En fin. Nos vamos.

—Ánimo.

—Estaremos al final del pasillo. Dentro de poco vendrá una funcionaria a arreglar el tema de la cena y la última voluntad.

—Pero si necesitas algo de nosotros, puedes darle a ese botón.

—Este de aquí.

—Bueno.

—Hasta luego.

—Nos veremos, todavía.

—Sí, nos toca llevarte a las siete y todo.

—Que vaya... Bueno... Bien...

—O al menos lo mejor posible, dadas las circunstancias.

—Eso.

Al cabo de algo más de media hora se presentó en la celda una mujer de unos treinta y cinco años, vestida con chaqueta y falda por encima de la rodilla y con un bloc de notas en la mano. Tenía el cabello teñido de rubio y estaba moderadamente maquillada.

—Buenas tardes —me saludó, ajustándose las gafas—. Me llamo Noelia y vengo a tomar nota de sus últimas voluntades. Todo corre a cuenta de la casa, claro, o sea que no se corte.

No dije nada. Seguí tumbado en la cama con los ojos fijos en el dosel.

—Bien, para cenar disponemos de ochenta y cinco platos diferentes. ¿Quiere leer la carta o tiene ya algo pensado? —Hizo una pausa, pero retomó el discurso ante mi silencio—. ¿Los quiere todos? Lo podemos hacer. Ehm... ¿Le puedo recomendar el faisán y los veinte litros de helado? Ningún reo ha quedado insatisfecho con este menú. Pero ya veo que no le interesa... ¿Y el cochinillo asado? Lo sirven con una manzana en la boca y todo... Y dígame, para después de la cena, ¿desea algo en particular? Lo más habitual es una orgía, pero estamos abiertos a otras posibilidades. Si lo que le gusta es mirar, por ejemplo, podemos organizar un pequeño espectáculo en vivo. Ya sabe, dúos lésbicos, enanos, gordas, miembros exageradamente grandes, lo que usted prefiera. Y claro, puede unirse a la fiesta en cualquier momento. Vamos, no sea tímido. Ya le digo que aquí estamos abiertos a cualquier cosa. El año pasado, por ejemplo, incluso el alcalde
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se prestó a participar en una de estas fiestas de despedida, llamémoslas así. Claro que yo tampoco me haría muchas ilusiones con políticos porque el año pasado había elecciones y éste, no tocan, así que nadie toca nada. Eso sí, le aviso de que a donde no podemos llegar es a la familia real. Siglos de endogamia han dado como resultado las más rastreras simas de la depravación y la mayoría de cosas que hacen en la cama son ilegales para nosotros los mortales. Aparte de lo meramente sexual, podemos organizarle una protesta en contra de la pena de muerte a las puertas de la prisión. Con velitas y pancartas.

No le mostré ningún entusiasmo. Por nada. Por primera vez esta señorita veía su trabajo obstaculizado. Nunca había tenido problemas de este tipo. Lo peor que le había pasado fue que un preso se encaprichó de ella. Tuvo que acceder, claro, a saber si podría encontrar otro trabajo en caso de que la despidieran.

—Bueno... Ehm... Podría ayudarme un poco. Mire, sin su colaboración, mi trabajo no tiene ningún sentido. Dígame, pues, qué prefiere: una mujer, dos mujeres, una orgía, un caballo... ¿Es usted heterosexual, homosexual, bisexual o hemofílico? No sabe, no contesta, ¿eh? Está bien, vamos a hacer una cosa: yo le monto una cena y una fiesta por todo lo grande, con un poco de todo, y usted ya decidirá si quiere unirse o limitarse a contemplarlo. Si quiere cancelarlo, basta con que avise a los guardias que están de ídem, ¿de acuerdo? Y si lo que tiene son reparos, no se preocupe, que el material es sano y de primerísima calidad. Yo misma he probado gran parte a lo largo de mis cuatro años en este puesto.
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Vendrán a medianoche. Dispone usted de tiempo para descansar y redactar su testamento y algunas cartas a sus seres queridos. Si lo necesita, le podemos proporcionar un notario. Y a las cinco de la mañana vendrán a despertarle y a traerle el desayuno. También le visitará el sacerdote por si quiere confesarse.

La empleada del servicio público, que no funcionaria, se marchó, dejándome solo. Dos horas más tarde, los guardias me trajeron la cena, con una manzana en la boca tal y como me habían prometido. Sí, los guardias llevaban la manzana en la boca. No toqué ni uno solo de los cuarenta y dos platos que me trajeron en doce viajes cada uno, cosa que les hizo resoplar de fastidio cuando se los tuvieron que llevar otra vez de vuelta sin que el peso se hubiera reducido ni siquiera un poco.

—Igual podríamos comer algo, ¿no?

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