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Authors: Lian Hearn

Tags: #Aventura, Fantastico

El lamento de la Garza (65 page)

Kitayama llegó con arañazos y magulladuras, pero ileso, ofreciendo profusas disculpas por su tardanza.

—Al menos sabemos que Saga no puede venir de ninguna otra manera —comentó Takeo—. No tiene más remedio que atravesar el puerto de montaña.

—Enviaremos hombres de inmediato para defenderlo —propuso Kahei.

—No, lo dejaremos abierto. Nos interesa que piense que estamos huyendo, confundidos y desmoralizados. Y Saga debe aparecer como el agresor. Nosotros estamos defendiendo los Tres Países, y no desafiándoles a él o al Emperador. No podemos quedarnos aquí para detenerle indefinidamente. Debemos derrotarle con decisión y llevar el ejército de regreso al Oeste, para enfrentarnos a Zenko. ¿Te has enterado de la muerte de Taku?

—He oído rumores, pero no hemos tenido correspondencia oficial de Hagi.

—¿No sabes nada de mi esposa?

—Desde el tercer mes, no; y no mencionaba tan triste pérdida. Quizá era demasiado pronto para que ella tuviera conocimiento.

La respuesta de Kahei deprimió a Takeo en mayor medida, pues había albergado la esperanza de recibir noticias de ella, con información sobre el Oeste y el País Medio, además de sobre la salud de Kaede y la del hijo de ambos.

—Yo tampoco sé nada de mi mujer; nos han llegado mensajes de Inuyama, pero no del País Medio.

Ambos hombres permanecieron callados unos segundos, pensando en sus lejanos hogares y en sus hijos.

—Las malas noticias viajan a mayor velocidad que las buenas —afirmó Kahei, quien resolvió apartar a un lado sus preocupaciones a su manera habitual: pasando a la acción—. ¡Déjame que te enseñe nuestro ejército!

Kahei ya había dispuesto sus tropas en formación de batalla. Las fuerzas principales estaban colocadas en el lado septentrional de la llanura, cuyo flanco norte se hallaba protegido por una pequeña prominencia de tierra. Allí había situado a los soldados que portaban armas de fuego así como a un contingente auxiliar de arqueros.

—Nos enfrentamos al mal tiempo —explicó—. Si hubiera demasiada humedad para utilizar las armas de fuego, perderíamos nuestra principal ventaja.

Takeo salió con Kahei para inspeccionar las posiciones bajo la luz del atardecer del avanzado verano; les acompañaban guardias que portaban antorchas realizadas con hierbas que ardían a fuego lento. La luna blanca se acercaba a su fase plena, pero nubes oscuras se desplazaban en jirones y los relámpagos centelleaban en el oeste del cielo. Gemba se encontraba sentado bajo un pequeño ciprés, cerca del remanso que surtía de agua al ejército. Tenía los ojos cerrados y aparentemente se hallaba muy alejado del bullicio que le rodeaba.

—Puede que tu hermano logre seguir deteniendo la lluvia —conjeturó Takeo, con objeto de animar a Kahei y a él mismo.

—Llueva o no, debemos estar preparados para un ataque en cualquier momento —respondió Kahei—. Hoy ya has librado una batalla: yo montaré guardia mientras tú y tus compañeros de viaje dormís.

Kahei llevaba en el campamento desde el quinto mes, por lo que ya se había instalado con cierto grado de comodidad. Takeo se lavó con agua fría, comió frugalmente y luego se tumbó bajo los pliegues de seda de la tienda. Se quedó dormido al instante, y soñó con su mujer: se encontraban en la posada de Tsuwano; discurría la noche de la ceremonia de compromiso entre Kaede y Shigeru. Takeo la vio tal como ella era a los quince años: el cutis terso, el cuello libre de cicatrices, su sedosa mata negra de cabello. La luz de la lámpara fluctuaba entre ellos mientras la joven se miraba sus propias manos y luego levantaba los ojos al rostro de Takeo. En el sueño, Kaede era la prometida de Shigeru y la esposa de Takeo a la vez; éste le había entregado los regalos de compromiso matrimonial y en ese mismo momento alargó los brazos hacia ella y la atrajo hacia sí. Mientras notaba el anhelado cuerpo de Kaede entre sus brazos, escuchó el crepitar del fuego y se dio cuenta de que, en su precipitación, había volcado la lámpara de aceite. La habitación se había convertido en pasto de las llamas; el fuego envolvía a Shigeru, a Naomi, a Kenji...

Takeo se despertó con el olor a quemado en la nariz. La lluvia atravesaba la tienda de campaña; los relámpagos iluminaban el campamento con su brillo repentino, espectral; los truenos crepitaban en el cielo.

45

Una vez que Takeo hubo cortado el cordón de seda, la hembra de
kirin
continuó corriendo ciegamente a través del valle. Pero sus patas no eran adecuadas para el terreno rocoso; pronto aminoró el paso y siguió la marcha con paso cojeante. El ruido que bramaba a sus espaldas la asustaba, pero por delante percibía olores y formas de hombres y caballos desconocidos. El animal sabía que las personas y el caballo que tan familiares le eran se encontraban aún detrás, de modo que se detuvo y aguardó con su habitual paciencia y docilidad.

Shigeko y Gemba la encontraron y la llevaron al campamento. Shigeko se mostraba silenciosa; no pronunció palabra mientras ella misma desensillaba a
Ashige,
ataba las bridas a la línea de los caballos y luego se disponía a atender al
kirin,
a la vez que Gemba iba a buscar hierba seca y agua.

Les rodeaban los soldados del campamento, ansiosos de información, formulando incesantes preguntas sobre la escaramuza, sobre Saga Hideki y sus tropas, y sobre si pronto se produciría una batalla; pero Gemba les esquivó, alegando que el general Kahei debía ser informado en primer lugar y que el señor Otori venía de camino.

Shigeko vio a su padre llegar al campamento con la muchacha de los Muto a la grupa de su caballo. Hiroshi cabalgaba junto a él. Por un momento, ambos le parecieron desconocidos: manchados de sangre, feroces, con el rostro aún marcado por la expresión furiosa de la batalla. Mai mostraba la misma expresión, que aportaba a sus rasgos un aire masculino. Hiroshi desmontó en primer lugar y alargó los brazos para bajar a la muchacha de lomos de
Tenba.
Una vez que Takeo hubo descendido y mientras saludaba a Kahei, Hiroshi cogió las riendas de ambos caballos y se quedó hablando con Mai.

Shigeko lamentó no tener más agudeza de oído para poder escuchar la conversación que mantenían, y luego se recriminó a sí misma por lo que sospechaba que podían ser celos. Había permitido que tal sentimiento empañara el alivio que la embargaba por el hecho de que su padre e Hiroshi estuvieran sanos y salvos.

Tenba
percibió el olor del
kirin
hembra y relinchó con estruendo. Hiroshi miró en dirección a Shigeko y ésta se percató de la expresión iluminada de su rostro, que le transformó instantáneamente en el hombre que ella conocía tan bien.

"Le amo. No me casaré con nadie salvo con él", pensó.

Hiroshi se despidió de Mai, llevó los caballos a las líneas y ató a
Keri
junto a
Ashige
y
Tenba,
al lado del
kirin.

—Ahora todos están satisfechos —comentó Shigeko mientras los animales se alimentaban y bebían—. Tienen comida, están junto a sus amigos, han olvidado los horrores del día... Y no saben lo que les espera mañana.

Gemba les dejó, diciendo que necesitaba pasar un tiempo solo.

—Va a reforzarse en la Senda del
houou —
afirmó Shigeko—. Yo debería hacer lo mismo. Tengo la sensación de haber traicionado todo lo que mis maestros me han enseñado —se dio la vuelta; los ojos se le habían cuajado de lágrimas—. Desconozco si he matado a alguien hoy —prosiguió con un hilo de voz—; mis flechas alcanzaron a muchos hombres. Conseguí mi objetivo: ni una sola de ellas falló el blanco. En el torneo no quería herir a los perros, sin embargo hoy sí deseaba disparar a esos hombres. Me alegraba cuando veía brotar su sangre. ¿Cuántos de ellos estarán muertos ahora?

—Yo también he matado hoy —repuso Hiroshi—. Durante toda mi infancia me entrenaron para esto, por lo que no me ha costado luchar; aunque ahora, después de la batalla, siento lástima y arrepentimiento. No sé de qué otra forma podría haberme mantenido fiel a tu padre y a los Tres Países, o como podría haber actuado mejor para protegeros a él y a ti. —Tras una pausa, añadió:— Mañana será peor. Esta escaramuza no ha sido nada en comparación con la batalla que está por venir. No deberías tomar parte en ella. Yo no puedo abandonar a tu padre, pero creo que harías bien en marcharte acompañada de Gemba y llevarte al
kirin
contigo. Regresa a Inuyama, acude junto a tu tía.

—Yo tampoco quiero abandonar a mi padre... —respondió Shigeko. Sin poder evitarlo, añadió:— Ni al señor Hiroshi. —Notó que las mejillas le ardían y, sin apenas darse cuenta, preguntó:— ¿Qué le estabas diciendo a esa muchacha?

—¿A la chica de los Muto? Le daba las gracias por habernos ayudado otra vez. Le estoy muy agradecido por que nos trajera la noticia de la muerte de Taku y que hoy luchara a nuestro lado.

—¡Ah, claro! —Shigeko giró la cabeza hacia el
kirin
para ocultar sus confusos sentimientos.

Anhelaba que Hiroshi la tomara entre sus brazos. Temía que ambos murieran sin haber llegado a confesarse su amor y, sin embargo, ¿cómo podía ella hacerlo ahora, rodeada de soldados, mozos de cuadra y caballos? ¿Ahora, cuando le asaltaba el remordimiento de haber matado y cuando el futuro de ambos era tan incierto?

Los caballos ya estaban atendidos y no había razón para seguir allí, de pie.

—Caminemos un rato —propuso ella—. Deberíamos observar el terreno y luego, buscar a mi padre.

Aún era de día. A lo lejos, en el oeste, los últimos rayos de sol se desperdigaban por detrás de las masas de nubes, y entre las grises ciudadelas el cielo se mostraba del color de la ceniza. La luna se elevaba por el este y lentamente iba adquiriendo un tono plateado.

A Shigeko no se le ocurría nada que decir. Por fin, Hiroshi rompió el silencio:

—Señora Shigeko, mi única preocupación es tu seguridad —también él parecía luchar por encontrar las palabras—. Tienes que conservar la vida, por el bien de todo el país.

—Has sido como un hermano para mí durante toda mi vida. No existe nadie que me importe más que tú —afirmó ella.

—Mis sentimientos por ti son muy diferentes a los de un hermano. Nunca te mencionaría esto de no ser por el hecho de que uno de nosotros podría morir mañana. Eres la mujer más maravillosa que jamás he conocido. Sé que tu rango y posición te colocan muy por encima de mí, pero nunca podré amar a otra persona, y tampoco me casaré con nadie que no seas tú.

Shigeko no pudo evitar una sonrisa. Las palabras de Hiroshi ahuyentaron la tristeza que hasta ahora sentía, la llenaron de alegría y le otorgaron una repentina osadía.

—Hiroshi: casémonos. Convenceré a mis padres. No me siento obligada a convertirme en la esposa de Saga, ahora que ha traicionado su palabra. Toda mi vida he intentado obedecer a mis mayores y actuar de la manera correcta; pero en estos momentos me doy cuenta de que, cuando uno se enfrenta a la muerte, existen cosas que adquieren una nueva importancia. Mis padres colocaron el amor que se profesaban por encima de su deber ante sus superiores, ¿por qué no puedo yo hacer lo mismo?

—Me resulta imposible actuar en contra de los deseos de tu padre —respondió Hiroshi, embargado por la emoción—; pero el hecho de saber lo que sientes por mí satisface todos mis anhelos.

"¡No todos, espero!", se atrevió a pensar Shigeko mientras se separaban.

Deseaba acudir cuanto antes ante su padre, pero frenó sus impulsos. Una vez que la joven se hubo lavado y hubo comido algo, le comunicaron que Takeo estaba durmiendo. Se había levantado para Shigeko una tienda independiente y permaneció sentada a solas en su interior mucho tiempo, tratando de ordenar sus pensamientos y de volver a encender en su interior la llama tranquila y poderosa de la Senda del
houou.
Pero por mucho que se esforzaba los recuerdos que la asaltaban se lo impedían: los gritos de la batalla, el olor de la sangre, el silbido de las flechas... Y el rostro y la voz de Hiroshi.

Durmió con sueño ligero y se despertó con el rugido de los truenos y el golpeteo de la lluvia, que caía a raudales. Escuchó una erupción de actividad en el campamento. Se puso en pie de un salto y se enfundó a toda prisa las ropas de montar que había llevado el día anterior. Todo se estaba mojando, y notaba los dedos resbalosos.

—¡Señora Maruyama! —llamó desde fuera la voz de una mujer, y Mai entró en la tienda trayendo consigo un recipiente para que Shigeko orinara en él.

Se lo llevó y regresó al cabo de unos momentos con té y arroz frío. Mientras Shigeko comía a toda velocidad, Mai desapareció de nuevo. Cuando volvió portaba una pequeña coraza fabricada de hierro y de cuero, así como un yelmo.

—Vuestro padre os envía esto. Tenéis que prepararos inmediatamente, recoger vuestro caballo y acudir a su presencia. Dejadme que os ayude.

Shigeko notó el peso desconocido de la armadura. El cabello se le enredaba en las cintas.

—Recógemelo hacia atrás —le pidió a Mai.

Entonces cogió su espada y se la sujetó al cinturón. Mai le colocó el yelmo en la cabeza y le ató las correas.

La lluvia caía en abundancia mientras el cielo iba palideciendo; se acercaba el amanecer. Sin perder un segundo, se dirigió a las líneas de los caballos bajo una tromba de agua similar a una cortina de acero. Takeo ya estaba armado con su coraza y con
Jato
a un costado, esperando que Hiroshi y los mozos de cuadra terminasen de ensillar los caballos.

—Shigeko —saludó Takeo con rostro serio—: Hiroshi me ha suplicado que te envíe lejos de aquí, pero la verdad es que necesito a todas las personas con las que cuento; entre ellas, tú. Por culpa de la lluvia no podemos utilizar las armas de fuego, y Saga lo sabe. Atacará antes de que escampe. Os necesito a Gemba y a ti, ya que ambos sois arqueros.

—Me alegro. No quería abandonarte; mi deseo es luchar a tu lado.

—No te alejes de Gemba —indicó su padre—. Si la derrota pareciera inevitable él te llevará a un lugar seguro.

—Antes, me quitaré la vida —replicó ella.

—No, hija mía; tú tienes que vivir. Si perdemos debes casarte con Saga y, en calidad de su esposa, proteger a nuestro país y sus gentes.

—¿Y si ganamos?

—Entonces, te casarás con quien tú elijas —respondió Takeo, contrayendo los ojos mientras miraba a Hiroshi.

—Te tomo la palabra, Padre —repuso ella con tono animado mientras ambos se subían a los caballos.

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