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Authors: Lian Hearn

Tags: #Aventura, Fantastico

El lamento de la Garza (31 page)

La joven entró sigilosamente en la habitación y se tumbó junto a la gemela. Simulando estar dormida, la niña se giró y se apretó contra ella e inhaló su olor mezclado con el de Taku, aún en su interior. No podía decidir a quién de los dos quería más. Deseaba abrazarles a ambos. En ese momento, sintió que pertenecería a Taku y a Sada durante el resto de su vida.

* * *

Al día siguiente Sada la despertó temprano y le cortó la larga cabellera hasta la altura de los hombros. Luego le recogió un moño en lo alto de la cabeza y le afeitó la frente al estilo de los muchachos que aún no habían alcanzado la mayoría de edad.

—No eres una chica guapa —comentó entre risas—; pero como hombre resultas muy atractivo. Frunce el ceño un poco más y no separes los labios. ¡No te conviene parecer demasiado guapo! Algún guerrero se enfurecería y acabaría contigo de un sablazo.

Maya trató de adaptar sus facciones para darles un aspecto más masculino, pero la emoción que la embargaba, el tacto inhabitual del cabello y la vestimenta, así como las palabras varoniles que salían de su boca, hacían brillar sus ojos y le sonrojaban las mejillas.

—Cálmate —la amonestó Sada—. No debes atraer la atención. Eres uno de los criados del señor Taku; uno de los más humildes, además.

—¿Qué tendré que hacer?

—Supongo que casi nada. Aprende a soportar el aburrimiento.

—Como Taku —añadió Maya sin pensar.

Sada la agarró del brazo.

—¿Le oíste decir eso? ¿Qué más escuchaste?

Maya le sostuvo la mirada. Por un momento permaneció en silencio. Luego, respondió:

—Me enteré de todo.

Sada no pudo evitar que los labios se le curvaran en una sonrisa.

—No se lo cuentes a nadie —murmuró con tono de complicidad. Acercó a la niña hacia sí y la abrazó. Al devolverle el abrazo, Maya notó el calor del cuerpo de Sada y deseó haber sido Taku.

24

Algunos hombres les fascina el amor, pero Muto Taku no podía contarse entre ellos. Nunca había sido alcanzado por esa clase de pasión que conduce a consagrarse únicamente a la persona amada. Encontraba curiosas, incluso desagradables, tales emociones extremas y siempre se había reído de quienes las sentían, desdeñando abiertamente la debilidad de carácter que denotaban. Cuando las jóvenes le profesaban su amor, como a menudo ocurría, se apartaba de ellas, aunque le gustaban las mujeres y los placeres del cuerpo que le proporcionaban. Sentía afecto por su esposa y le agradaba la manera en la que ésta dirigía la casa, criaba a sus hijos y le demostraba su lealtad; pero la idea de serle fiel jamás se le pasó a Taku por la cabeza. Por ello, la persistencia en su memoria del encuentro repentino e inesperado con Sada le preocupaba. Jamás había experimentado nada igual, desconocía un deseo tan intenso, un placer tan completo y penetrante. El cuerpo de Sada, alto y fuerte como el suyo propio, era casi el de un hombre y, sin embargo, se trataba de una mujer. La muchacha, embargada por un impetuoso deseo, se había doblegado a él; pero al mismo tiempo le había dominado. Taku apenas lograba conciliar el sueño. Lo único que anhelaba era tenerla junto a sí y ahora, mientras conversaba con Sugita Hiroshi en el jardín del castillo de Maruyama, le costaba concentrarse en lo que su viejo amigo le decía. "Nos hemos criado juntos. No tiene importancia", había dicho ella, y eso había hecho la experiencia más emocionante. La que antes fuera una amiga, casi una hermana, se había convertido en amante. Sin llegar a ser plenamente consciente del significado de sus propias palabras, él había respondido: "Nada que ocurra entre nosotros puede carecer de importancia".

Volvió la atención hacia su compañero. Eran de la misma edad. Con la llegada del nuevo año cumplirían los veintisiete; pero mientras Taku tenía la constitución alta y delgada de los Muto y el rostro anodino y variable que caracterizaba a la familia, Sugita Hiroshi era considerado como un hombre atractivo. Con media cabeza más de estatura que Taku y de espaldas más anchas, tenía el cutis pálido y las facciones refinadas de la casta de los guerreros. De adolescentes habían discutido y competido entre sí por la atención del señor Takeo, y también fueron amantes durante un eufórico verano, el año que entre los dos domaron a los potros. Desde entonces, les unían los lazos de una profunda amistad.

Eran las primeras horas de lo que prometía ser un hermoso día de otoño. El cielo mostraba el pálido color blanco azulado de un huevo de pájaro y en los arrozales el sol comenzaba a retirar la bruma de los rastrojos dorados. Se trataba de la primera oportunidad que los dos hombres habían tenido para conversar en privado desde la llegada de Taku con el señor Kono. Comentaban la próxima reunión entre el señor Otori y Arai Zenko, que iba a celebrarse en Maruyama en las próximas semanas.

—Takeo y la señora Shigeko estarán aquí para la luna llena del mes que viene —indicó Hiroshi—; su llegada se ha retrasado porque antes han ido a visitar la tumba de Matsuda Shingen, en Terayama.

—Para Takeo debe de resultar triste perder a sus dos grandes maestros en el mismo año. Apenas se había repuesto de la muerte de Kenji —comentó Taku.

—El fallecimiento de Matsuda no fue tan repentino ni tan traumático como el de Kenji. Nuestro abad pasaba de los ochenta años, una expectativa de vida fuera de lo corriente. Y tiene dignos sucesores, como a tu tío le ocurre contigo. Llegarás a ser para el señor Takeo lo que Kenji siempre fue.

—Añoro la sabiduría y la intuición de mi tío —confesó Taku—. La situación se vuelve más compleja cada semana que pasa. Las intrigas de mi hermano, que no acabo de averiguar del todo; el señor Kono y las demandas del Emperador; la negativa de los Kikuta a negociar...

—Durante la temporada que pasé en Hagi, Takeo parecía más preocupado que de costumbre —señaló Hiroshi con cautela.

—Imagino que aparte de su situación de duelo y los asuntos de Estado, tendrá otras preocupaciones —respondió Taku—. El embarazo de la señora Otori, los problemas con sus hijas...

—¿Le ocurre algo a la señora Shigeko? —interrumpió Hiroshi—. Estaba perfectamente cuando la vi hace poco.

—Que yo sepa, no le ocurre nada. Se trata de las gemelas. Maya está aquí, conmigo; debo advertírtelo por si la reconoces.

—¿Aquí, contigo? —repitió Hiroshi, sorprendido.

—Va disfrazada de chico. Lo más probable es que ni la distingas. La cuida una mujer joven, también vestida de hombre, una pariente lejana mía. Se llama Sada.

No hacía falta pronunciar su nombre, pero Taku no lo pudo remediar. "Estoy obsesionado", reflexionó.

—Zenko y Hana van a venir —recordó Hiroshi—. Seguro que la reconocen.

—Hana se daría cuenta, sí. No se le escapa casi nada.

—Es verdad —convino Hiroshi.

Se quedaron en silencio unos instantes y luego se echaron a reír a la vez.

—¿Sabes una cosa? —dijo Taku—. La gente comenta que sigues enamorado de ella, y que por eso no te has casado.

Nunca habían hablado del asunto, pero la nueva obsesión de Taku le había avivado la curiosidad.

—Es cierto que hubo un tiempo en el que mi mayor deseo era casarme con Hana. Creía que la adoraba, y deseaba con todas mis fuerzas llegar a formar parte de su familia. Como sabes, mi padre murió en la guerra y mi tío y sus hijos se quitaron la vida para no rendirse ante Arai Daiichi. Yo estaba solo en el mundo y cuando Maruyama se rehabilitó después del terremoto, me instalé en casa de los Otori. Las tierras de mi familia revirtieron al dominio. Me enviaron a Terayama a instruirme en la Senda del
houou.
Como cualquier joven, yo era necio y vanidoso y creí que Takeo me adoptaría finalmente, sobre todo porque no tenía hijos varones —esbozó una sonrisa burlona, si bien carente de amargura—. No me mal interpretes. No me supuso un disgusto, ni siquiera una decepción. Ahora me doy cuenta de que mi vocación consiste en ser útil; me satisface ejercer de encargado de Maruyama y mantener el dominio en nombre de la señora Shigeko. El mes que viene las tierras pasarán a su propiedad y yo regresaré a Terayama, a menos que ella necesite mi presencia aquí.

—Seguro que te necesitará, por lo menos durante un año o dos. No hace falta que te entierres en Terayama como un ermitaño. Deberías casarte y tener hijos. Con respecto a las tierras, Takeo o la propia Shigeko te darían todo cuanto les pidieses.

—No todo —rebatió Hiroshi en voz baja, hablando casi para sí.

—De modo que, en efecto, aún sientes nostalgia de Hana.

—No, en seguida se me pasó aquel enamoramiento. Es una mujer muy hermosa, pero me alegro de que su marido sea tu hermano, y no yo.

—Para Takeo, mejor sería que fueras tú —repuso Taku, preguntándose con extrañeza qué otra cosa podía impedir que Hiroshi se casara.

—Zenko y Hana son tal para cual —convino Hiroshi, y con habilidad cambió de tema—. Aún no me has explicado el motivo de la llegada de Maya.

—Hay que mantenerla alejada de sus primos, que ahora están en Hagi, y de su hermana gemela. Y alguien tiene que vigilarla constantemente, por eso Sada la acompaña. Yo también tendré que dedicarle algún tiempo. No puedo explicarte los motivos. Cuento contigo para que durante mi ausencia entretengas al señor Kono y, de paso, le convenzas de la absoluta lealtad del clan de los Seishuu hacia los Otori.

—¿Corre la niña algún peligro?

—Ella misma es el peligro —respondió Taku.

—¿Por qué no se presenta abiertamente como hija del señor Otori y se aloja en el castillo, como tantas otras veces?

Al ver que Taku no respondía inmediatamente, Hiroshi comentó:

—La intriga te encanta, ¡admítelo!

—Nos resultará más útil si no la reconocen —dijo Taku por fin—. En todo caso, es una niña de la Tribu. Si hace el papel de la señora Otori Maya, no dará más de sí. En la Tribu, en cambio, puede adoptar muchos roles diferentes.

—Imagino que sabe hacer todos esos trucos que tú utilizabas para gastarme bromas —comentó a continuación Hiroshi con una sonrisa.

—Esos trucos, como tú los llamas, me han salvado la vida más de una vez. Además soy de la opinión de que la Senda del
houou
tiene sus propios trucos.

—Los maestros como Miyoshi Gemba y el propio Makoto cuentan con muchas destrezas que parecen sobrenaturales, pero no son más que el resultado de muchos años de entrenamiento y de dominio de sí mismos.

—Pues en la Tribu ocurre más o menos igual. Podemos heredar nuestros poderes, pero sin el entrenamiento no son nada. Por cierto, tus maestros han recomendado a Takeo que no vaya a la guerra, que no entre en combate con el Este ni con el Oeste, ¿no es así? —preguntó Taku.

—Sí, es verdad. Cuando llegue a Maruyama, Takeo informará al señor Kono de que nuestros emisarios se encuentran de camino a Miyako para preparar la visita que realizará el año próximo.

—¿Crees que tal visita es acertada? ¿No se estará colocando Takeo bajo el poder de ese nuevo general, el Cazador de Perros?

—Todo lo que evite la guerra es acertado —respondió Hiroshi.

—Perdóname, pero esas palabras suenan un tanto raras en la boca de un guerrero.

—Taku, tú y yo vimos morir a nuestros padres con nuestros propios ojos...

—Mi padre, al menos, merecía morir. Nunca olvidaré el momento en el que creí que Takeo tenía que matar a Zenko...

—Tu padre actuó correctamente, según sus creencias y su código de conducta —dijo Hiroshi con voz pausada.

—¡Traicionó a Takeo después de jurarle fidelidad! —exclamó Taku.

—Pero si no lo hubiera hecho, antes o después Takeo se habría vuelto contra él. Ésa es la naturaleza misma de nuestra sociedad. Luchamos hasta cansarnos de la guerra, y pasados unos años nos cansamos de la paz y volvemos a luchar. Enmascaramos nuestra sed de sangre y el deseo de venganza con un código de honor que rompemos siempre que nos conviene.

—¿Es cierto que nunca has matado a un hombre? —preguntó Taku de pronto.

—Me enseñaron muchas formas de matar y aprendí tácticas de batalla y estrategia bélica antes de cumplir los diez años, pero nunca he combatido en una guerra de verdad y no he matado a nadie. Confío en no tener que hacerlo jamás.

—Cuando te encuentres en medio de una batalla, cambiarás de opinión —aseguró Taku—. Te defenderás como cualquier hombre.

—Tal vez. Mientras tanto haré todo lo que esté en mi mano para evitar la guerra.

—Me temo que entre mi hermano y el Emperador te conducirán a ella. Sobre todo ahora, que cuentan con armas de fuego. Puedes estar seguro de que no descansarán hasta haber probado sus nuevas armas.

Se produjeron signos de movimiento en el extremo del jardín y un guardia llegó corriendo y se arrodilló ante Hiroshi.

—¡Señor Sugita! El señor Kono se acerca.

En presencia del noble, ambos cambiaron en cierta medida. Taku se mostró más precavido e Hiroshi, más abierto y cordial. Kono deseaba ver lo más posible de la ciudad y la campiña de los alrededores, por lo que solían hacer numerosas excursiones en las que el aristócrata era transportado en su palanquín de laca y adornos dorados, mientras que los dos jóvenes montaban sus caballos, ambos hijos de
Raku
y unidos por la amistad tanto como sus jinetes. El tiempo otoñal continuaba claro y despejado; con el paso de los días las hojas iban adquiriendo tonalidades más oscuras. Hiroshi y Taku aprovechaban cualquier oportunidad para informar a Kono sobre la riqueza del dominio, sus eficaces defensas y el número de soldados, el grado de satisfacción de la población y su absoluta lealtad hacia el señor Otori. El noble recibía tal información con su habitual e impasible cortesía, sin dar muestra alguna de sus auténticos sentimientos.

* * *

A veces, Maya les acompañaba en estas salidas. Cabalgaba a lomos del caballo de Sada y de vez en cuando se encontraba lo bastante cerca de Kono y sus consejeros para captar lo que murmuraban entre sí. Las conversaciones parecían triviales y carentes de interés, pero la gemela las memorizaba y cuando Taku acudía a la casa en la que ella y Sada se alojaban —como solía hacer cada dos o tres días—, se las repetía palabra por palabra. La niña y su acompañante optaron por dormir en una pequeña habitación situada en un extremo de la vivienda, porque a veces Taku se presentaba de noche y por muy tarde que fuera insistía en ver a Maya, aunque ésta ya estuviera dormida. De ella se esperaba que se despertara de inmediato, a la manera de la Tribu, cuyos miembros controlaban su falta de sueño de la misma forma que dominaban todos sus deseos y necesidades, y Maya tenía que acopiar energía y concentración para aquellas sesiones nocturnas con su maestro.

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