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Authors: George Pelecanos

Tags: #Policíaco

El jardinero nocturno (19 page)

BOOK: El jardinero nocturno
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—Pues que, un mes después del tercer asesinato, Reginald Wilson toqueteó a un chaval de trece años que había entrado en el almacén donde trabajaba, cerca de un edificio de apartamentos donde vivía el chico. Y lo detuvieron. Y mientras cumplía condena en la cárcel, un tipo le llamó maricón o algo así, y Wilson se lo cargó. Lo mató a puñetazo limpio. Ni siquiera pudo alegar defensa propia, así. que le cayeron un montón de años. En la prisión federal lo identificaron como pederasta y acabó cargándose a otro preso que le amenazó con una cuchilla. Y le echaron encima todavía más años.

—Los asesinatos cesaron cuando entró en la cárcel.

—Exacto. Durante diecinueve años y pico. Y ahora sólo lleva fuera unos meses, y han empezado otra vez.

—Es posible que sea él —convino Holiday—. Pero lo único que tiene es que Wilson es violento y le atraen sexualmente los niños. La pedofilia no es lo mismo que el asesinato.

—Es un tipo de asesinato.

—Yo eso no lo discuto. Pero el caso es que no hay pruebas de nada. Nos costaría obtener una orden de registro. Vamos, eso si todavía fuéramos policías.

—Ya lo sé.

—¿Tiene trabajo?

—Tiene la condicional, así que no le queda más remedio. Es cajero en una gasolinera con supermercado que está abierta toda la noche, en Central Avenue. Hace distintos turnos, incluyendo el último. Lo sé porque le he seguido más de una vez.

—Podríamos hablar con su agente de la condicional, que nos diga su horario, hablar con su jefe. A ver si estaba trabajando la noche que mataron a Johnson.

—Pues sí-dijo Cook sin mucho entusiasmo.

—Esto no es un palacio —comentó Holiday, mirando la casa—, pero es un barrio bastante bueno para un tío como él, y más cuando acaba de salir de la cárcel.

—Es la casa de sus padres. Murieron mientras estaba en el trullo, y como era hijo único la heredó él. La casa está libre de cargas, así que lo único que tiene que hacer es pagar los impuestos. El Buick tampoco es suyo.

—Ya me imagino. Tenía que ser de su padre. Sólo los viejos llevan Buicks. —Holiday dio un respingo—. No quería decir…

—Ahí está —dijo Cook, que no se había sentido ofendido y no había apartado la vista de la casa.

Se había abierto una cortina del ventanal y detrás apareció un instante un hombre de mediana edad. Fue como una sombra. Desapareció enseguida.

—¿Nos habrá visto? —preguntó Holiday.

—No sé si nos ha visto. ¿Y sabes qué? Que me importa tres cojones. Porque al final acabará cometiendo un error.

—Necesitamos más información sobre la muerte de Johnson.

—Tú viste el cuerpo.

—También estuve en la escena del crimen al día siguiente.

—Joder, chico, ¿has hablado con alguien?

—Todavía no. Pero conozco al detective de Homicidios que lleva el caso. Se llama Gus Ramone.

—¿Estará dispuesto a hablar contigo?

—No lo sé. Entre él y yo hubo movida.

—¿Qué hiciste, follarte a su mujer?

—Peor. Ramone estaba a cargo de una investigación de Asuntos Internos, que pretendía acabar conmigo. Y yo no le dejé acabar el trabajo.

—Cojonudo.

—Es de los que siguen las normas al pie de la letra.

—De todas formas estaría bien que pudieras hablar con él.

—Si se baja de su pedestal, igual sí.

19

Después de un par de sándwiches de bonefish con salsa picante y tártara de un puesto de Benning Road, Ramone y Rhonda Willis acudieron a la Academia de Policía Metropolitana, en Blue Plains Drive, en una extensión de terreno entre la autopista de Anacostia y la calle South Capitol, en Southeast. Pasaron por la unidad de entrenamiento K–9 y los barracones donde habían vivido ambos en su momento, hasta llegar a un aparcamiento casi lleno de coches y autobuses.

La academia tenía el aspecto de cualquier instituto, con aulas de tamaño estándar en las plantas superiores, y un gimnasio, piscina y extensas instalaciones de entrenamiento en la planta baja. Los policías veteranos, incluido Ramone, utilizaban la sala de pesas y la piscina para mantenerse en forma. La vanidad de Rhonda había menguado con el nacimiento de sus hijos y llevaba muchos años sin hacer ejercicio. Si conseguía contar con media hora libre, consideraba más valiosos para su salud física y mental un buen baño caliente y una copa de vino, antes que una visita al gimnasio.

Al entrar al edificio advirtieron que habían pintado los marcos de un color púrpura brillante, casi fosforescente.

—Un tono muy relajante —comentó Rhonda—. No sé a qué genio se le habrá ocurrido elegir ese color.

—Supongo que en Sherwin-Williams ya no les quedaba rosa.

Enseñaron la placa a un oficial a la entrada y subieron a la segunda planta. A esas primeras horas de la tarde, muchos policías, en camiseta y pantalón corto, hacían pesas o corrían en las cintas antes de que comenzara su turno de cuatro a doce de la noche. Ramone y Rhonda estaban en un rellano desde el que se veía el gimnasio.

—Ahí está la persona que busco —dijo Ramone—. Les está enseñando algo que aprendió en Jhoon Rhee.

En la zona de canasta de la pista de baloncesto, un oficial de uniforme demostraba a un gran grupo de novatos la posición y el movimiento apropiado para dar un directo. Alzó la mano izquierda para protegerse la cara al tiempo que lanzaba la derecha, poniendo en el golpe la fuerza de las caderas y girando el pie trasero. El grupo a continuación intentó imitarlo.

—Así estábamos nosotros no hace mucho tiempo —recordó Rhonda.

—Ahora hay muchas más exigencias. Hacen falta dos años de carrera sólo para ingresar en la academia.

—Pues yo así no habría podido entrar. Y, mira, se habría perdido una buena policía.

—Pero así impiden que entren subnormales en el cuerpo.

—Gus, algún día vas a tener que aprender el vocabulario correcto de este nuevo siglo que vivimos.

—Vale, los deficientes mentales.

—¿Ves a aquellas chicas blancas ahí abajo? —Rhonda señaló con la cabeza a las numerosas reclutas de la pista—. En cuanto salgan, la mayoría acabarán fracasando o trabajando detrás de una mesa en unas dos semanas.

—Venga ya, ¿por qué dices eso?

—¿Sabes la teniente esa rubia, la chica que sale siempre en la tele? Nunca tuvo que jugársela en la calle patrullando por los barrios problemáticos. Se hizo un nombre protegiendo a los burguesitos blancos de los negros que contaminaban las aceras en Shaw. Y en la policía no hacen más que promocionarla porque su piel de porcelana y su pelo rubio quedan muy bien en la pantalla.

—Rhonda.

—Yo sólo lo digo.

—Mi madre es blanca.

—Es italiana. Y sabes muy bien que tengo razón.

—Espera, que tengo que hablar con ése —dijo Ramone, al ver que el instructor despedía al grupo de novatos.

—Nos vemos abajo.

Ramone bajó por las escaleras, en dirección a la piscina cubierta. Como pasaba siempre que andaba por allí, su mente rebobinó hasta su primer año en el cuerpo. En aquella misma puerta había visto por primera vez a Regina, con su bañador azul al borde de la piscina, mirando el agua, lista para zambullirse. Al verla, musculosa pero femenina, con las nalgas bien formadas y sus bonitos y tersos pechos, se quedó literalmente petrificado. A él no se le daban nada bien las chicas, ni era especialmente atractivo para compensar su falta de desparpajo, pero no tuvo miedo y entró directamente en la zona de la piscina, se presentó y le tendió la mano. «Por favor, que sea tan simpática como guapa», rogó, mientras estrechaba su mano suave. Ella bajó un poco sus ojazos castaños al sonreír. Y en ese momento, Ramone supo que era la que buscaba.

Regina no duró mucho en la policía. Seis meses de entrenamiento, otro mes con un compañero de más experiencia, luego un año de patrulla, como novata, y con eso tuvo suficiente. Decía que se dio cuenta la primera semana en la calle de que aquello no era para ella. Quería ayudar a la gente de alguna manera, no encerrarla. Volvió a la universidad, se sacó su licenciatura y dio clases unos cuantos años en la escuela elemental Drew, en Far Northeast. Cuando nació Diego, dejó el trabajo para dedicarse a la maternidad a jornada completa y al voluntariado a tiempo parcial en el colegio. En sus oraciones en la iglesia, Ramone a veces daba gracias por la mala decisión de Regina de unirse a la policía. Sabía que si aquel día no hubiera bajado por aquellas escaleras, si no hubiera atravesado aquella puerta, y si ella no hubiera estado pensándose la zambullida, él no tendría lo que tenía ahora. Y para él, lo que tenía lo era todo. Aunque también era capaz de joderlo todo.

Lo más curioso es que ni siquiera tenía pensado casarse o formar una familia, pero ambas cosas le llegaron, y estuvo bien. Y todo por el camino que había tomado una tarde, y por una mujer que había vacilado antes de tirarse al agua. Como la mayoría de la gente, Ramone no estaba del todo seguro de que existiera un poder superior, pero desde luego sí creía en el destino.

Ahora atravesó el gimnasio, cruzó la mirada con el instructor, John Ramirez, y esperó hasta que el último novato se hubo marchado hacia los taquilleros. Ramirez, con pecho y brazos de culturista, le estrechó la mano con poca fuerza y ojos fríos.

—Johnny.

—Vaya, Gus. ¿Qué, disfrutando del nuevo trabajo?

—Ya llevo un tiempo con él.

—Debe de ser más satisfactorio encerrar a delincuentes que a compañeros, ¿eh?

—Para mí todo es lo mismo. Si hacen mal, hacen mal, ¿me comprendes?

No era cierto. Ramone siempre había conocido las consecuencias de perseguir a policías que abusaban de su poder o cometían delitos menores. Pero no pensaba dejar que un tipo como Johnny Ramirez, un exaltado que había pasado de patrullero con problemas de inseguridad a monitor de gimnasio con placa, le echara en cara su trabajo en Asuntos Internos. Ramone había aprendido allí a investigar casos, había realizado su trabajo competentemente pero no con espíritu vengativo, y había utilizado la experiencia como puente para llegar a Homicidios.

—Pues la verdad es que no, no te comprendo.

Por lo general Ramone no había tenido problemas con sus compañeros durante su estancia en Asuntos Internos. La mayoría de los policías no querían andar cerca de otros agentes corruptos porque podían quedar manchados sólo por asociación. Jamás le habían mirado mal, jamás había oído a nadie mascullar «chivato» y jamás se había levantado nadie de la barra del bar cuando Ramone se acercaba. Asuntos Internos era un elemento necesario en el cuerpo, y la mayoría de los policías lo aceptaban. Ramírez solía beber copas con Holiday, y sencillamente le caía mal Ramone por lo que le había pasado a su amigo.

—Oye, no te quiero entretener mucho tiempo. Sólo quería saber si has visto a Dan Holiday últimamente, si seguís siendo amigos…

—Sí, le he visto. ¿Por qué?

—No, es que quería hablar con él, por un asunto privado.

—Ah, es privado. Tiene un servicio de limusinas, igual eso te ayuda.

—Ya lo había oído.

—Pero no tengo su número ni nada. De todas maneras no debería costarte mucho encontrarlo.

—Vale, Johnny. Gracias.

—¿Quieres que le diga que le andas buscando, si lo veo?

—No, no le digas nada. Quiero darle una sorpresa.

Ramone sabía por supuesto que Ramirez llamaría de inmediato a Holiday, y precisamente por esta razón había hablado con él. Quería que Holiday tuviera tiempo para pensar antes de enfrentarse a él. Así eliminaría de la conversación la mitad de las chorradas.

—Nos vemos, Ramirez.

Ramone encontró a Rhonda en las escaleras, mirando la pared cubierta de fotografías de agentes muertos en el cumplimiento del deber. En ese momento estaba delante de la foto de un genial y joven policía que Rhonda había conocido muy bien cuando ambos iban de uniforme. Le habían matado de un disparo durante un control rutinario. Rhonda tenía los ojos cerrados, y Ramone supo que estaba elevando una oración por su amigo. Esperó hasta que ella se volvió, sorprendida al verlo allí.

—¿Ya has terminado con Ramirez?

—El oficial Ramírez acaba de decirme lo mucho que admiraba mi trabajo en Asuntos Internos.

—Ya veo que no me vas a contar nada.

—Bueno, vale. Es que le he pedido una cita. Salir a tomarnos un refresco con dos pajitas o algo así.

—Ya, bueno. Tengo que volver a la oficina a echar un vistazo a la ficha de nuestro amigo Dominique.

—Te acompaño.

Por su proximidad con la mayoría de los cadáveres encontrados en la ciudad, la brigada de Delitos Violentos estaba localizada en Southeast, pero las oficinas de la mayoría de las otras unidades especializadas, como Delitos Sexuales y Violencia Doméstica, estaban en el edificio de la sede central de la policía, en el número 300 de Indiana Avenue, en Northwest. Ramone llegó poco después de dejar a Rhonda en la VCB y fue directo a las oficinas de la unidad de Casos Abiertos.

Los homicidios sin resolver pasaban de la VCB a Casos Abiertos al cabo de tres años. Algunos polis menospreciaban el trabajo de los detectives de esta unidad, puesto que la mayoría de los asesinatos antiguos que resultaban «resueltos» tenía poco que ver con la capacidad de investigación o la ciencia forense y más con criminales que de pronto ofrecían información inesperada a cambio de una reducción en sus condenas. Pero esos mismos detectives olvidaban convenientemente que también de esa manera se cerraban muchos casos más recientes.

Ramone no albergaba esos prejuicios. Los miembros de la unidad de Casos Abiertos no eran los agentes atractivos, los chulos con gafas de sol, cuerpos trabajados en el gimnasio y guapitos de cara que salían en la tele, sino más bien hombres y mujeres de mediana edad con barriga, familias y deudas, que se dedicaban a hacer su trabajo, como todos. A lo largo de los años él mismo había trabajado con algunos de ellos en otros destinos.

Encontró al detective James Dalton en su mesa. Ramone le había hecho muchos favores en otras ocasiones y esperaba ahora que éste actuara en consecuencia. Dalton era delgado, de pelo cano, blanco pero con ojos de chino. Se había criado en el norte de Montana y llegó a Washington D.C. en los años setenta con la intención de realizar labores sociales, pero acabó en la policía. Solía decir que al mudarse a Washington había pasado de un pueblo a otro. «Más gente, pero la misma actitud», sostenía.

—Muchas gracias —dijo Ramone.

—El expediente ya estaba fuera —dijo Dalton—. Estábamos esperando el informe de la autopsia antes de decidir si teníamos que involucrarnos o no. No has sido el único en advertir los puntos en común.

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