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Authors: Francis Fukuyama
Sólo a partir de esta percepción estratégica del peligro japonés cabe individualizar a Japón como una cultura individual entre las ocho grandes civilizaciones del mundo.
Pero lo realmente importante es otra cosa. Es la respuesta a la pregunta: ¿Qué quiere justificar Huntington con su teoría? No hace falta ser un genio para intuirlo. La hegemonía norteamericana a nivel planetario no va a dejar de ser contestada en múltiples rincones del mundo. Aunque los europeos occidentales se hayan conformado con convertirse en un apéndice transatlántico del american way of life y se encuentren sumamente a gusto en su papel de "compañeros de viaje" de Washington, no parece creíble que el resto del mundo vaya a seguir esa senda. Por mucho que el rock se escuche en Beijing y en Maputo, por mucho que el sueño de un niño de Rabat o de Yakarta sea ir a Disneyworld, no dejan de existir las contradicciones más sangrantes en el orden político y económico mundial. Un orden diseñado y mantenido para beneficiar a los EE.UU. y sus protegidos de Europa Occidental.
Conflictos van a surgir y eso es inevitable. ¿Cómo justificar la continua intervención del poderío político, económico y militar de los Estados Unidos para mantener el statu quo? El Imperio del Mal con sede moscovita se ha hundido y ya no cabe atribuir al oro de Moscú las "amenazas" que surgían en Nicaragua, en Somalia o en Indonesia. Hay que ofrecer una nueva explicación que tenga el suficiente empaque ideológico para el mantenimiento de las mayores Fuerzas Armadas del mundo, alimentadas por una industria de estructura totalmente belicista, sobre las que se basa todo el tejido social norteamericano. Y no hay explicación mejor que la de Huntington. Las civilizaciones están ahí, van a chocar inevitablemente, y debemos estar preparados para ello, sostiene Huntington. Podemos lamentarlo —argüirán Huntington y sus secuaces— pero ello no evitará que las grandes culturas estén condenadas a enfrentarse. Y en todo enfrentamiento debe haber un vencedor. Nos podemos imaginar cual desearía Huntington que fuese.
Uno se pregunta porqué extraña razón el pensamiento estratégico norteamericano no había caído hasta ahora en la cuenta de la existencia de grandes conjuntos culturales, de grandes civilizaciones, en la vida de la Humanidad. La existencia del sandinismo o el conflicto árabe-israelita podrían haber sido explicados de manera satisfactoria con este paradigma desde hace varios decenios. Pero entonces hubiera sido poco conveniente. Si en el fedayin palestino sólo se hubiera visto a un enemigo de los sionistas, el público norteamericano podría haberse dado por no concernido; era mucho más rentable políticamente presentarlo como un pelele de Moscú. Lo mismo cabe decir del guerrillero sandinista o del iraní Dr. Mossadegh.
Pero Moscú ya no sirve de excusa. El comunismo ya no es creíble como amenaza porque salvo cuatro nostálgicos irreconvertibles nadie con dos dedos de frente se atrevería a reivindicar el comunismo soviético. Debe dibujarse una nueva amenaza, un nuevo peligro, en este caso la inevitabilidad de un choque a nivel planetario entre grandes civilizaciones, en el que Occidente (el Occidente del Monoteísmo del Mercado) debe vencer, porque de lo contrario será aplastado.
El nuevo paradigma de Huntington, en resumen, cumple un papel fácilmente identificable en la estrategia norteamericana por mantenerse en la situación hegemónica mundial de la que disfruta.
Bajo este paradigma sempiterno de la política exterior norteamericana: mantener la hegemonía económica de los EE.UU. Veamos un ejemplo: en una de las últimas entrevistas concedidas por Huntington a la prensa española, el titular, muy elocuente, decía: "La amenaza viene de China". Este es un fragmento:
"—¿Cuál es la principal amenaza del siglo XXI?
—El mayor peligro de desestabilización se encuentra en Asia. La amenaza viene de China, que es cada vez más agresiva. Su política causa gran preocupación entre las naciones vecinas. No hay que perder de vista sus movimientos militares en el mar del Sur de la China.
—¿De dónde le viene esa agresividad?
—China es el país más poblado del mundo y, en volumen económico, se sitúa en el tercer puesto, pero en el año 2000 su economía habrá avanzado al segundo lugar del mundo. Históricamente ha tenido una enorme influencia en el sureste asiático pero, desde mediados del siglo pasado, se ha visto humillada por Occidente. Es natural que ahora trate de recuperar el poderío y la influencia que tuvo durante milenios"
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.
En este fragmento queda bien de manifiesto que no se trata de que la cultura china amenace a la occidental (ni a la islámica, ni a la latinoamericana...), sino que el interés de China por ocupar un lugar en el escenario internacional acorde a su peso demográfico, a su pasado histórico y a su potencial económico constituye una amenaza a los intereses "culturalista" se esconde, apenas agazapado, el objetivo económico-estratégicos de los EE.UU. No hay un choque de civilizaciones, sino un choque de intereses. Pero desde que el mundo es mundo los choques de intereses suelen ser camuflados bajo hermosos discursos ideológicos. Y desde que el mundo de la Ilustración empezó a formular una serie de Leyes universales que regían los distintos aspectos de la vida y de la historia, estas leyes se han convertido en poderosos argumentos justificatorios. La pobreza y la miseria de las masas no eran fruto de injusticias económicas corregibles, ya que la economía se regía por Leyes Económicas objetivas y de no ser observadas éstas, el mundo económico iría hacia el Caos. Tratar de subvertir el capitalismo era ir contra las leyes económicas fundamentales.
De la misma manera, las leyes biológicas de Darwin fueron utilizadas para justificar y sancionar con el prestigio de "lo científico" la victoria de ciertas clases sociales o ciertos grupos étnicos, ya que en la "lucha por la vida", sólo podían vencer "los más aptos" y esto no sólo era inevitable, sino bueno, ya que contribuía al progreso de las especies. Se podía lamentar, sí, pero eso no impedía que fueran leyes inexorables. El nuevo paradigma de Huntington se coloca en esa misma perspectiva. La lucha entre civilizaciones es un hecho insoslayable. Debemos prepararnos para él y combatir esa guerra, para ganarla. Con la división de civilizaciones adoptada por Huntington, Europa Occidental debe agregar su poder al de los Estados Unidos. No olvidemos que —pese a ser la potencia hegemónica mundial— el poder relativo de los EE.UU. en el escenario internacional no deja de decrecer, conforme otras regiones del mundo se modernizan económica y tecnológicamente. Hoy los EE.UU. sólo pueden imponerse a nivel mundial recurriendo al concurso de los europeo-occidentales. Por esa razón, Huntington, que ha individualizado como una de las grandes culturas del mundo a la de un diminuto país (Japón), se niega a introducir ninguna distinción entre la cultura norteamericana y la europea-occidental: desea embarcarnos en su misma nave, nave cuyo puente de mando se situará indudablemente en Washington.
CARLOS CABALLERO
Pero el paradigma de Huntington tiene otra lectura, aún más inquietante. Las grandes civilizaciones han existido, desde siempre, en la Historia. Y su relación ha sido a menudo de enfrentamiento y lucha. En otras ocasiones, sin embargo, ha existido la colaboración, la intercomunicación, el mutuo enriquecimiento gracias al intercambio de ideas, conocimientos y productos. Recordemos, por ejemplo, lo que para el ámbito euro-asiático supuso la fascinante historia de la Ruta de la Seda. A través de ella llegó el budismo desde la India hasta China; y el papel, la seda, la pólvora y los spaghetis, viajaron desde China hasta Occidente, y así sucesivamente. En la Historia las grandes culturas han existido desde siempre, pero su relación no ha sido siempre de enfrentamiento frontal, sino todo lo contrario.
La teoría de Huntington, sin embargo, prima las relaciones de conflicto entre culturas. Y no es casual. Uno de los rasgos más definitorios de la Modernidad es el odio a la diversidad cultural. Para la Modernidad sólo puede existir una Cultura, la suya propia. La Modernidad es etnocida por definición y sustancia. El primer país europeo en acceder a la modernidad ideológica, la Francia de la Revolución, tuvo como primer objetivo político extirpar todas las diferencias culturales que existían en el antiguo Reino de Francia. La persistencia de una identidad étnica diferenciada en bretones, saboyanos, alsacianos, provenzales o flamencos era un insulto a Las Luces y no es casualidad que el grupo más "avanzado" de los revolucionarios, los jacobinos, fueran los impulsores de una brutal política de centralización y uniformización.
Hoy vivimos en la "aldea global". El mundo se ha empequeñecido hasta extremos increíbles por obra y gracia del progreso tecnológico y económico. Se ha hecho demasiado pequeño para que en el subsistan distintas culturas diferenciadas. Y de la misma manera que la Francia Jacobina ejecutó el etnocidio sistemático de las distintas culturas étnicas diferenciadas de la específicamente francesa que habían existido en el Reino de Francia, hoy los Estados Unidos se están lanzando a una lucha titánica para laminar y destruir las grandes culturas que aún subsisten en nuestro planeta. Como nuevos jacobinos a escala planetaria, su objetivo —ya formalmente declarado y asumido— no es otro que el de extirpar de la superficie del planeta todo vestigio de diversidad cultural. Este es el aspecto más siniestro de las tesis de Huntington. De la misma manera que las Leyes del Mercado justificaban la pobreza o las Leyes Biológicas de Darwin fueron utilizadas para justificar el Imperialismo, el nuevo paradigma de Huntington sobre el "choque de civilizaciones" no es sino la legitimación y justificación del Etnocidio a escala universal.■
[1]
La obra más conocida de Kojève es su
Introduction a la Lecture de Hegel
(París: Ediciones Gallimard, 1947), que contiene las conferencias dictadas en la
Ecole Practique
en los años 30. Este libro está disponible en inglés con el título
Introduction lo the Reading of Hegel;
compilado por Raymond Queneau, editado por Alian Bloom, y traducido por James Nichols (New York: Basic Books, 1989).
[2]
En este respecto, Kojève mantiene una posición respecto de Hegel que contrasta claramente con la de los intérpretes alemanes contemporáneos, como Herbert Marcuse, quien, teniendo más simpatías por Marx, consideraba que Hegel era en definitiva un filósofo incompleto y limitado históricamente.
[3]
Kojève identificaba el fin de la historia alternativamente con el "Modo de Vida Americano" de la posguerra, pues creía que la Unión Soviética también se dirigía hacia esa forma de vida.
[4]
Esta noción se expresaba en el famoso aforismo del prefacio a la
Philosophy of History
para señalar que "todo lo que es racional es real, y todo lo que es real es racional".
[5]
Para Hegel, en verdad, la dicotomía misma entre el mundo ideal y el material era sólo aparente, y ésta sería finalmente superada por el sujeto auto-consciente; en su sistema, el mundo material, de por sí, no es más que un aspecto de la mente.
[6]
"En efecto, los economistas modernos, reconociendo que el hombre no siempre se comporta como un maximizador del lucro, postulan una función de la utilidad, la que puede ser el ingreso o algún otro bien que podría maximizarse: ocio, satisfacción sexual o el placer de filosofar. El que el lucro deba ser reemplazado por un valor como la utilidad indica cuán convincente es la perspectiva idealista.
[7]
Basta observar el desempeño reciente de los inmigrantes vietnamitas en el sistema escolar norteamericano, en comparación al de sus compañeros negros o hispánicos, para darse cuenta de que la cultura y la conciencia son absolutamente cruciales para explicar no sólo la conducta económica, sino también casi todo otro aspecto importante de la vida.
[8]
Entiendo que una cabal explicación de los orígenes de los movimientos de reforma en China y Rusia es algo bastante más complicado que lo que sugeriría esta simple fórmula. La reforma soviética, por ejemplo, fue motivada en gran medida por la sensación de "inseguridad" de Moscú en el campo tecnológico-militar. No obstante, ninguno de los países, en vísperas de las reformas, se encontraba en tal estado de crisis "material" que uno pudiese haber predecido los sorprendentes senderos de reforma finalmente emprendidos.
[9]
Aún no está claro si los soviéticos son tan "protestantes" como Gorbachov y si seguirán esa senda.
[10]
La política interna del Imperio Bizantino en la época de Justiniano giraba en torno al conflicto entre los así llamados monofisitas y los monoteístas, que creían que la unidad de la Sagrada Trinidad tenía, alternativamente, un carácter natural y voluntario. Este conflicto correspondía hasta cierto punto al que existía entre los partidarios de los distintos corredores del hipódromo de Bizancio, y llegó a un nivel no poco importante de violencia política. Los historiadores modernos tenderían a buscar las raíces de esos conflictos en los antagonismos entre clases sociales o en otra categoría económica moderna, rehusándose a creer que los hombres se matarían unos a otros por la naturaleza de la Trinidad.
[11]
No empleo aquí el término "fascista" en su sentido más estricto, plenamente consciente del frecuente mal uso de este término para denunciar a cualquiera a la derecha del que lo usa. La palabra "fascismo" denota aquí cualquier movimiento organizado ultranacionalista con pretensiones universalistas —universalistas no en lo que concierne a su nacionalismo, por supuesto, ya que este último es exclusivo por definición, sino respecto a la creencia en su derecho a dominar a otras personas—. Por lo tanto, el Japón Imperial se calificaría de fascista, pero no así el ex hombre fuerte de Paraguay, Stroessner, o Pinochet en Chile. Es obvio que la ideología fascista no puede ser universalista en el sentido que lo son el marxismo o el liberalismo, pero la estructura de la doctrina puede transferirse de país a país.
[12]
Utilizo el ejemplo de Japón con cierta cautela, ya que Kojève llegó posteriormente a la conclusión que Japón, con su cultura basada en disciplinas puramente formales, demostró que el Estado homogéneo universal aún no había logrado la victoria y que la historia tal vez no había concluido. Véase la extensa nota al final de la segunda edición de
Introduction à la Lecture de Hegel,
pp. 462-463.