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Authors: Montesquieu

Tags: #Clásico, #Filosofía, #Política

El espíritu de las leyes (54 page)

Los teólogos tuvieron necesidad de moderar sus principios; y el comercio, después de haberlo hecho inseparable de la mala fe, volvió a ser compatible con la probidad.

Debemos, pues, a las especulaciones de los escolásticos todas las desgracias
[113]
que acompañaron a la destrucción del comercio; como se debió a la avaricia de los príncipes el establecimiento de un recurso que, en cierto modo, está fuera de su poder.

Desde entonces los príncipes se han visto obligados a conducirse con más prudencia de la que hubieran querido; como que la práctica de la arbitrariedad ha producido resultados tan funestos, que se ha adquirido la experiencia de que solamente la bondad del gobierno puede ser origen de la prosperidad.

Los príncipes han empezado a curarse del maquiavelismo, tomando nueva senda por la que proseguirán. Hay ya más moderación en los consejos: los que se llamaban antes golpes de Estado, hoy no serían más que imprudencias, aun prescindiendo del horror que causan.

Y es una buena suerte que los hombres hayan llegado a una situación en la que, si sus pasiones les inspiran el pensamiento de ser malos, su interés está en no serlo.

CAPÍTULO XXI
Descubrimiento de dos nuevos mundos; estado de Europa con tal motivo

La brújula abrió el universo, digámoslo así. Por ella se conocieron Africa y Asia, de las cuales no se conocían más que algunas costas, y América, desconocida totalmente.

Los Portugueses, navegando por el Océano Atlántico, descubrieron la punta más meridional de Africa y vieron un vasto mar que los llevó a las Indias orientales. Sus peligros en aquella empresa y el descubrimiento de Mozambique, Melinda y Calicut, fueron cantados por Camoens, cuyo poema tiene algo del encanto de la Odisea y de la magnificencia de la Eneida.

Los Venecianos habían hecho hasta entonces el comercio de la India por los países turcos, prosiguiéndolo entre humillaciones e insultos. Con el descubrimiento del cabo de Buena Esperanza y los que luego se hicieron, Italia dejó de ser el centro del comercio, quedándose en un rincón del mundo. Hasta el comercio de Levante depende hoy del que tienen las grandes naciones con las dos Indias, de manera que el de Italia es accesorio.

Los Portugueses traficaron en las Indias orientales como conquistadores. Las leyes opresivas que los Holandeses imponen actualmente a los príncipes indios en materia comercial, las habían establecido ante los descubridores portugueses
[114]
.

La fortuna de la casa de Austria fue maravillosa. Carlos V heredó las coronas de Castilla, Aragón y Borgoña; fue emperador de Alemania; y como si todo esto fuera poco, se ensanchó el universo para que le obedeciera un nuevo mundo.

Cristóbal Colón descubrió América; y aunque España no envió más fuerzas que las que hubiese podido enviar cualquier principillo de Europa, sometió dos grandes imperios y otros Estados de extenso territorio.

Mientras los Españoles descubrían y conquistaban en Occidente, los Portugueses continuaban en Oriente sus descubrimientos y conquistas. Avanzando unos y otros llegaron a encontrarse; entonces recurrieron al
Papa
Alejandro VI, quien trazó la línea de demarcación que decidió aquel gran litigio.

Por la célebre sentencia, España y Portugal eran señores del mundo; pero los demás Estados europeos no los dejaron gozar en paz de aquel reparto. Los Holandeses arrojaron a los Portugueses de casi todas las Indias orientales, y en las occidentales fundaron colonias otros pueblos además de los descubridores.

Los Españoles consideraron al principio las tierras descubiertas como objeto de conquista; naciones más refinadas las juzgaron objeto de comercio y a este fin encaminaron sus planes. Algunas han tenido el acierto de desentenderse de todo lo que fuera dominación política, dando el imperio del comercio a compañías de negociantes que, sin perjuicio del Estado, sino todo lo contrario, han gobernado por el tráfico en los países nuevos creando en ellos una potencia accesoria
[115]
.

Las colonias que se han ido formando en los países nuevos disfrutan de una especie de independencia de que hay pocos ejemplos en las colonias antiguas, lo mismo las que dependen en cierta manera de un Estado que las establecidas por alguna compañía particular.

El objeto de esas colonias es comerciar con ellas en lugar de hacerlo con los indígenas de la comarca. Se ha establecido que únicamente la colonia pueda comerciar en las regiones vecinas, y únicamente la metrópoli con la colonia. Exclusivismo bien justificado, pues lo que se persigue es extender el comercio sin fundar un nuevo imperio ni crear una ciudad.

Por eso es todavía ley fundamental de Europa que todo comercio con una colonia extranjera se tenga por mero monopolio, punible por las leyes del país; y no se debe juzgar de esto por los ejemplos y leyes de los pueblos antiguos, que apenas son aplicables
[116]
.

También es cosa admitida que el comercio establecido o pactado entre las metrópolis no lleva consigo la licencia de extender el tráfico a las colonias, donde se ha de entender que continúa prohibido.

La desventaja para las colonias de perder la libertad de comercio, queda compensada con la protección de la metrópoli, obligada a defenderla con las armas y a mantenerla con sus leyes
[117]
.

De aquí se sigue una tercera ley de Europa: que al prohibirse el comercio extranjero en la colonia, queda igualmente prohibida la navegación en los mares circundantes, salvo en los casos previstos en tratados y conciertos.

Las naciones, que son con relación al universo lo que las personas respecto del Estado, se gobiernan como las personas por el derecho natural y las leyes que ellas han establecido. Un pueblo puede cederle el mar a otro, así como la tierra. Los Cartagineses exigieron de los Romanos que no navegaran más allá de ciertos límites
[118]
, así como los Griegos habían exigido del soberano de Persia que no se acercara nunca a las costas a una distancia menor que la carrera de un caballo
[119]
.

La gran distancia a que están nuestras colonias no es un obstáculo para su seguridad; porque si la metrópoli está lejos para defenderlas, no están menos distantes las naciones rivales para conquistarlas.

Además, ese mismo alejamiento de nuestras colonias hace que los que van a establecerse en ellas no puedan acostumbrarse a la manera de vivir en un clima tan diferente, por lo cual han de llevar de su propio país las cosas necesarias para su comodidad. Los Cartagineses, para tener más sumisos a los Sardos y a los Corsos, les prohibieron so pena de la vida sembrar y plantar lo que ellos producían y les mandaban los víveres de África
[120]
. Nosotros hemos llegado a lo mismo, sin dictar leyes tan duras. Nuestras colonias de las islas Antillas son admirables; tienen artículos que en Francia no tenemos ni podemos tener, y al mismo tiempo carecen de las cosas en que comerciamos.

El descubrimiento de América se dejó sentir en Europa, Asia y Africa. América suministró a Europa la materia de su comercio con la gran parte de Asia que llamamos
Indias orientales
. La plata, ese metal tan útil para el tráfico, fue objeto del mayor comercio del mundo; lo que antes era un signo fue una mercancía. La navegación de Africa se hizo necesaria, porque de sus costas se sacaban hombres para el trabajo de las minas y de los campos de América.

Europa ha alcanzado tan alto grado de poder, que no hay nada en la historia con qué compararlo si se considera la inmensidad de los gastos, la magnitud de los empeños, el número de tropas y la continuidad de su sostenimiento, aunque sean completamente inútiles y se tengan por pura ostentación.

El P. Duhalde
[121]
ha dicho que el comercio interior de China es más grande que el de toda Europa. Así sería si nuestro comercio exterior no aumentara el interior. Europa hace el comercio y la navegación de las otras tres partes del mundo, como Francia, Inglaterra y Holanda hacen casi toda la navegación y casi todo el comercio de Europa.

CAPÍTULO XXII
De las riquezas que España sacó de

[122]

Si Europa ha obtenido tantas ventajas del comercio de América, parecería natural que a España le hubieran tocado los mayores beneficios. Ella sacó del Nuevo Mundo una cantidad tan prodigiosa de oro y plata, que no cabe compararla con toda la que antes se había poseído.

Pero (¡lo que no podía ni sospecharse!) a todas las empresas de España las malogró la pobreza. Felipe II, sucesor de Carlos V, se vió precisado a hacer la célebre bancarrota que no ignora nadie; no hubo príncipe que tuviera tantos sinsabores, no hubo ninguno que sufriera como él las murmuraciones incesantes, las insolencias continuas, la crónica insubordinación de sus tropas, siempre mal pagadas.

Entonces comenzó la decadencia, que parece irremediable, de la monarquía española, causada por un vicio interior y físico en la naturaleza de aquellas riquezas, vicio que las hacía vanas y que ha aumentado de día en día.

El oro y la plata son una riqueza de ficción, un signo; signo duradero y por su naturaleza poco destructible. Cuanto más se multiplican valen menos, porque representan menos cosas.

Al hacer la conquista de Méjico y del Perú, los Españoles abandonaron las riquezas verdaderas por las de signo, que ellas mismas se deprecian. El oro y la plata eran muy raros en Europa; dueña España de una cantidad inmensa de estos metales, concibió esperanzas que nunca había tenido. Las riquezas encontradas en los países conquistados por los Españoles, no estaban en proporción con las de sus minas. Los Indios ocultaron una gran parte de ellas. Además, unos pueblos que sólo se servían del oro y de la plata para la magnificencia de los templos de sus dioses y de los palacios de sus reyes, no buscaban esos metales con la misma avaricia que nosotros. Por último, no conocían el secreto de extraer los metales de todas las minas, sino solamente de aquellas en que la separación se hace por medio del fuego, puesto que ignoraban el empleo del mercurio y quizá la existencia del mercurio mismo.

Sin embargo, bien pronto en Europa se duplicó el dinero, lo cual se conoció en que todas las cosas valieron doble que antes.

Los Españoles reconocieron las minas, minaron las montañas, inventaron máquinas para romper y separar los minerales, y como no les importaba nada la vida de los Indios, les obligaban a trabajar sin descanso. En Europa volvió a doblarse el dinero sin que España obtuviera el correspondiente beneficio, pues recibía cada año la misma cantidad de un metal que era cada año la mitad menos precioso.

En doble tiempo, el dinero se dobló otra vez; el provecho disminuyó en otra mitad.

Y aun más de la mitad: veáse cómo.

Para sacar el oro de las minas, darle las preparaciones necesarias y transportarlo a Europa, era preciso gastar algo. Supongamos que este gasto fuera como 1 es a 64; cuando el dinero se duplicó una vez y, por consecuencia, valió la mitad menos, el gasto fue como 2 es a 64. Así las flotas que traían a España la misma cantidad de oro, cada vez importaban una cosa que costaba la mitad más y valía la mitad menos.

Si seguimos doblando, encontraremos la progresión que explica la inutilidad de las riquezas de España.

Hace doscientos años, aproximadamente, que se explotan las minas de las Indias. Supongamos que la cantidad de dinero que hoy existe en el mundo comercial está en la proporción de 32 a 1 con la que había antes de descubrirse América, es decir, que se haya duplicado cinco veces: de aquí a otros doscientos años, la proporción será de 64 a 1, es decir, se habrá doblado otra vez. Ahora bien, al presente, cincuenta quintales de mineral de oro
[123]
dan cuatro, cinco o seis onzas de este metal; si no dan más que dos, el minero no saca más que los gastos. Dentro de doscientos años, aunque los mismos cincuenta quintales rindan cuatro onzas, el minero no hará más que cubrir gastos. Será, pues, bien poco benefecio el que se obtenga sacando oro. Puede aplicarse a la plata el mismo razonamiento, sin más diferencia que la de ser el laboreo de las minas de plata un poco más ventajoso que el de las minas de oro.

Si se descubren minas tan abundantes que dejen más beneficio, cuanto más abundantes sean tanto más pronto acabará el beneficio.

Los Portugueses han hallado tanto oro en el Brasil
[124]
que, forzosamente, la ganancia de los Españoles decrecerá muy pronto considerablemente; y lo mismo la de los Portugueses.

Muchas veces he oído deplorar la torpeza del Consejo de Francisco I, que rechazó a Cristóbal Colón cuando éste le propuso el descubrimiento de América
[125]
. Tal vez acertara; quizá evitó con su ceguedad o su torpeza que le sucediera a Francia lo que le sucede a España. Le está ocurriendo a España lo que a aquel rey insensato que pidió que todo lo que él tocara se convirtiese en oro, y luego tuvo que suplicar a los dioses que pusieran término a su miseria.

Las compañías y los bancos fundados en aquel tiempo en diferentes naciones acabaron de envilecer el oro y la plata en su calidad de signos, porque multiplicaron tantos los signos de cambio con nuevas ficciones, que el oro y la plata no fueron los únicos: de aquí su depreciación.

Así el crédito público llegó a ser para aquellas compañías y aquellos bancos la verdadera mina, con lo que disminuyó el provecho que sacaba España de la del Nuevo Mundo.

Es verdad que los Holandeses, por el gran comercio que hacían en las Indias Orientales, algo elevaron el precio de la mercancía española, porque teniendo que llevar dinero para trocarlo por los productos del país, descargaron a los Españoles, en Europa, de una parte de los metales que tenían de sobra.

Y aquel comercio, que parece no interesar a España sino indirectamente, le es tan útil como a las naciones que lo hacen.

Lo que acabamos de decir nos permite juzgar de las ordenanzas del Gobierno español, que prohiben gastar el oro y la plata en dorados y otras superfluidades: ordenanzas parecidas a las que dieron los Estados de Holanda prohibiendo el consumo de la canela
[126]
.

Mi razonamiento no se refiere a todas las minas: las de Hungría y Alemania, que producen poco más de los gastos, son útilísimas. No están en lejanas tierras dan ocupación a muchos millares de hombres y son realmente una manufactura del país.

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