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Authors: Mats Strandberg,Sara B. Elfgren

Tags: #Intriga, #Infantil y juvenil

El círculo (30 page)

—Seis signos —dice la directora—. Seis símbolos ordenados en constelaciones mágicas. Solo podéis descubrir su significado por vosotras mismas, estudiándolos ampliamente y con ayuda de este instrumento —explica mostrando la lupa otra vez—. El localizador de paradigmas.

—¿Qué contiene el libro exactamente? —pregunta Anna-Karin.

—Depende del ojo del que mira —responde la directora—. No hay dos brujas que vean lo mismo. El
Libro de los paradigmas
es emisor y receptor al mismo tiempo. Cada bruja debe saber muy bien lo que busca en él, y el
Libro
le mostrará lo que necesita. Es como sintonizar la frecuencia en una radio antigua.

—¿Y se ajusta con… ese chisme? —dice Ida.

—Sí. Pero si vuestros sentidos no están orientados a la búsqueda, no sirve para nada. —Adriana López tiene una mirada soñadora—. Por lo general, el
Libro
sabe mejor que nosotras lo que necesitamos. Es como si nos viera el alma.

—Ummm… Mmmuy confuso —dice Vanessa, como cantándolo.

La directora se vuelve con rapidez hacia ella y le dirige una mirada cortante.

—Al contrario —dice—. Este libro contiene todo el conocimiento que una bruja necesita. Lo que veáis dependerá por un lado del grado de desarrollo de vuestro poder, y por otro del signo al que pertenezcáis. El
Libro
contiene fórmulas mágicas y rituales. Profecías y relatos del pasado.

—¿Quieres decir que nuestra profecía tiene
este aspecto?
—pregunta Linnéa señalando un fragmento donde los signos aparecen revueltos como si un ciclón hubiera arrollado el interior del libro.

Adriana López asiente.

—Por eso no me resulta tan fácil
leeros
la profecía. Cuando llegue el momento, podréis leerla vosotras mismas, pero no todas del mismo modo.

—Entonces, ¿cómo sabéis
vosotros
lo que dice? —pregunta Minoo—. O sea, si cada cual ve una cosa distinta.

—Las brujas han escrito la profecía generación tras generación, y han dejado testimonio de lo que cada una ha visto. Los escritos se repiten en varios pasajes. O sea, que es cuestión de pura estadística.

—Vamos, que la mayoría siempre tiene razón, ¿no? —interviene Linnéa.

—Parece que tú eres la filósofa del grupo, ¿no? —contesta la directora, mordaz.

Minoo observa la mirada sombría de Linnéa y comprende que debe pararla.

—¿Qué habías dicho antes de los signos?

Adriana sostiene el libro abierto.

—En estas páginas encontramos seis símbolos diferentes, ordenados en diversas constelaciones. En cierto modo, se parecen a algunos caracteres asiáticos en la medida en que no solo tienen
un
significado. Pueden significar muchas cosas diferentes y cada signo representa un concepto. Pero, por simplificar, podemos decir que representan los seis elementos.

—Cuatro —la interrumpe Ida, que no para de darle vueltas a la gargantilla que lleva al cuello—. Los elementos son cuatro.

La directora suspira irritada, y Minoo se alegra de no haberlo dicho ella primero.

—Como os decía al principio, debéis olvidar todo lo que creéis saber. La teoría de los cuatro elementos la transmitió el filósofo presocrático Empédocles. En China y en Japón se habla de cinco elementos. Pero la cifra correcta es seis. Y cada bruja tiene una relación más estrecha con uno de los seis en concreto.

Seis elementos, pero siete Elegidos. ¿Qué querrá decir eso? ¿Que dos pertenecen al mismo elemento? ¿O quizá que alguno de ellos sobra? Minoo siente que la invade la desazón.

—¿Y tú sabes cuál es el nuestro? —pregunta.

La directora se vuelve hacia ella con una mirada inescrutable.

—Sí. Esta mañana me llegó el resultado de los análisis. Por eso he llegado tarde. Para empezar, os diré que los poderes que tenéis son los típicos de vuestros elementos respectivos, pero eso no significa que no haya poderes que se den en varios elementos. Por ejemplo, tanto las brujas de aire como las de agua pueden aprender a controlar las tormentas. Las de metal y las de fuego pueden provocar rayos, pero no la lluvia. Es toda una ciencia aparte.

—Deja que adivine —dice Vanessa—. Soy aire, ¿verdad?

—Exacto —responde la directora.

—¿Quiere eso decir que puedo aprender a volar?

—Depende de cómo se desarrollen tus poderes —responde la directora un tanto impaciente.

Quedan cinco elementos, piensa Minoo.

—Perdona, ¿te importa que ahora adivine
yo?
—pregunta Ida—. Anna-Karin es tierra, ¿no?

—Eso es.

Ida suelta una risita burlona, que cesa de repente cuando ve la mirada de reprobación de la directora.

Cuatro, quedan cuatro, piensa Minoo, concentrándose en anotar.

—La tierra se asocia a un fuerte vínculo con la naturaleza y con los seres vivos —continúa la directora mirando a Anna-Karin—. Y con la fuerza. Tanto mental como física. Tú, Ida, eres metal.

Quedan tres.

—El vínculo de Ida con ese elemento la convierte en una médium perfecta, como pudisteis comprobar la noche que os despertaron. La adivinación y las visiones también le son afines.

Por un instante delicioso, la directora desliza la mirada hacia Minoo, antes de volverse a Linnéa.

—Tú, Linnéa, eres agua. Deberías aprender a controlar tu elemento de diversas formas…

—¿Qué era Elías? —la interrumpe Linnéa.

—Madera —responde la directora—. Una cualidad típica de ese elemento es la capacidad de gobernar y dar forma a la materia viva. Y Rebecka era fuego, igual que yo —concluye.

Minoo sueña a menudo que va al colegio y de pronto se da cuenta de que está desnuda. Y así se siente, ni más ni menos, cuando comprueba que todas las miradas se dirigen hacia ella. Es la única que falta.

—Y yo, ¿soy lo mismo? —pregunta—. O sea, si soy lo mismo que alguna de las demás.

Adriana la mira durante lo que a ella le parece una eternidad, antes de responder:

—No. Sintiéndolo mucho, no veo tu vinculación con ninguno de los elementos. Técnicamente, no deberías estar aquí.

Es peor que todos los sueños de desnudez que haya tenido en la vida. Dirige la vista al cielo, como si algo allá arriba pudiera salvarla. Lo único que ve es el aire vibrante que se amolda como una cúpula al techo de la pista de baile. Más magia. Magia que ella nunca llegará a dominar.

—Eso es mentira —oye que protesta Linnéa—. Minoo soñó lo mismo que nosotras. Y vino aquí la misma noche.

—Minoo —la llama la directora.

Ella baja la cabeza a regañadientes y contempla a la hermosa mujer de melena negra que tiene delante, tan incuestionable con toda su sabiduría y su poder.

—No puedo explicarlo. Como no puedo explicar que seáis siete y no una sola, ni tampoco el papel de Nicolaus en todo esto. Pero estoy segura de que averiguaremos más.

Nicolaus, piensa Minoo. Somos Nicolaus y yo. Los fracasados. Aquellos para los que no hay un lugar en ninguna parte.

Y Minoo hace algo insólito en ella. Recoge sus cosas y se va en plena clase. No hace caso de las demás, que la llaman para que vuelva, y no deja de caminar hasta haber llegado a casa.

Minoo se pasó toda secundaria esperando que alguien la desenmascarase.

Y mira por dónde, ahora acababa de ocurrir. Minoo Falk Karimi es una impostora
.
No es nada. Y ya está confirmado de una vez por todas.

«Lasaña: ¡cualquier día es fiesta!», dice en el papel que Vanessa tiene en la mano.

—¡Joder! Aquí pone que hay que añadir 125 gramos de hígado de pollo a la carne picada —dice.

Evelina finge que se mete los dedos en la garganta y hace un sonido como si fuera a vomitar. En condiciones normales, Vanessa se habría reído, pero ahora está demasiado estresada. Tiene tantos

asuntos que atender… Su repertorio normal de platos consiste en

macarrones con kétchup o huevos fritos.

—Tiene que ser posible saltárselo sin que pase nada, ¿no? —pregunta, necesitando desesperadamente el consentimiento de sus amigas—. ¿O habrá que poner entonces más carne picada?

—Pues no lo sé —contesta Michelle tranquilamente, sentada en el suelo mientras le acaricia la barriga a
Frasse.

Vaya, pues sí que ayuda, piensa Vanessa irritada bajando el fuego para que no se le pegue la bechamel.

—Perdona —dice Evelina—, pero ¿estás enfadada porque no compramos hígado de pollo? Es que no lo habías anotado en la

lista.

—Ya, ya lo sé —responde Vanessa, esforzándose al máximo por no estallar ante la tiquismiquis de Evelina—. Pero el apio sí estaba.

—Joder, si es que no sé
qué es
el apio.

Vanessa tampoco lo sabe, pero no piensa reconocerlo. La cebolla chisporrotea cuando la pone en la sartén.

—Da lo mismo —dice—. Tiene que salir bien sin el apio.

—Pero a ver, ¿dónde has encontrado la receta? —pregunta Evelina—. ¿En la Edad Media?

—¿Y por qué no me ayudas, mejor?

Evelina abre los ojos como platos.

—Perdona, pero nosotras hemos ido a hacerte la compra mientras tú limpiabas. ¿Lo has olvidado?

—Pero por Dios, ¡deja ya de hacer el idiota! —estalla Vanessa. Al ver la cara de enojo de Evelina, añade—: Perdona. Os agradezco muchísimo que me ayudéis, pero es que estoy tan nerviosa…

Evelina adopta enseguida una expresión compasiva y Michelle se levanta del suelo y se les acerca.

—Dime, qué hago.

—Va a salir muy bien —dice Evelina.

Vanessa siente un cariño inmenso por sus amigas, sus
verdaderas
amigas, a las que apenas tiene tiempo de ver últimamente, antes de que el estrés se apodere de ella una vez más y coja la receta.

—Michelle, ¿puedes «pelar las zanahorias y el apio»? Bueno, el apio no. Evelina, ¿tú puedes «picarlo todo muy fino»?

Como soldados obedientes, las dos chicas se sitúan junto al fregadero y cogen los utensilios y las zanahorias.

—¿Y cómo crees tú que saldrá? —pregunta Michelle.

Va pelando las zanahorias tan despacio como habla, una pasada con el pelador tras otra. Vanessa querría arrancarle la zanahoria de la mano de un tirón, pero se concentra en mover la salsa lenta y cui

dadosamente, y trata de respirar al mismo ritmo.

—Nicke odia a Wille. Piensa que es un mangante de lo peor —dice—. Y mi madre cree todo lo que dice Nicke. Y, además, no soporta que nos hayamos prometido.

Es obvio que su madre ha tolerado a Wille hasta el momento porque pensaba que la cosa no duraría. Pero desde el compromiso está aterrorizada y se ha vuelto totalmente anti-Wille. Anda siempre mareando con que Vanessa es demasiado joven para tomar ninguna decisión determinante para su vida, como si ella misma no hubiese tomado una decisión más determinante aún cuando tuvo un hijo con el primer borracho con el que se acostó.

Vanessa espera que esta noche sea el principio de algo nuevo. Piensa preparar la puta lasaña, estará buenísima y todos quedarán impresionados al ver que es mucho más madura de lo que creían.

Y Wille se ganará la simpatía de su madre, ha prometido que se esforzará.

—Bueno, pero es que Wille
es
camello —observa Michelle—. Si Nicke lo arrestó y todo.

—Pero no fue por camello. Fue cuando lo pillaron fumando en el Storvallsparken —objeta Evelina.

—Mi madre está convencida de que si fumas una vez, te tiras a la calle a prostituirte para conseguir crack al día siguiente —dice Michelle—. Cree que yo me meto algo. O sea, si un día, por ejemplo, estoy cansada: «¿Tomas drogas?». O si estoy enfadada o demasiado alegre: «¿Tomas drogas?». En cuanto no me comporto como ellos

piensan que es normal que lo haga.

—Ya, pues mis padres son iguales —confirma Evelina.

—Habrán salido de la misma fábrica que mi madre —dice Vanessa.

Michelle sonríe. Empieza a hablar del peinado que está pensando hacerse, y ella y Evelina hacen un estudio profundo de las ventajas y los inconvenientes de llevar flequillo. Vanessa tiene que

esforzarse para no gritarles que no le interesa.

En condiciones normales, el pelo de Michelle era un tema habitual de conversación. No muy emocionante, pero pasable. Ahora le cuesta tanto trabajo implicarse en serio, con lo que tiene en su lista de tareas pendientes. Tiene que: 1) salvar la cebolla que está pegándose en la sartén; 2) salvar su futuro con Wille preparando una lasaña perfecta, y 3) salvar al mundo.

Esto último es, seguramente, en lo que más debería pensar, pero, en comparación con lo otro, no le parece tan importante en esos momentos.

32

Cuando suena el timbre,
Frasse
ladra mientras corre hacia el recibidor y agita la cola entre las piernas de Vanessa mientras esta abre la puerta. Allí está Wille, con un ramo de flores en la mano. Lleva el pelo peinado hacia atrás y vaqueros y camiseta negros. Tiene un aspecto adulto y formal. Y va muy arreglado. Vanessa está emocionada. Verdaderamente, se ha esforzado mucho por ella.

—¿Has comprado flores?

—Son para tu madre —dice mientras
Frasse
le lame la mano.

Vanessa está feliz, le da un beso en la boca.

—Eres el mejor —le susurra, y casi tropieza con el perro de camino a la cocina.

Su madre y Nicke aguardan sentados a la mesa. Tienen en la cara una expresión de disgusto que no cambia cuando Wille entra en la habitación. Melvin, que está entretenido con el juego de construcción, es el único que sonríe.

—Hola, pequeñajo —le dice Wille alborotándole el pelo.

Luego le da las flores a su madre.

—Hola, gracias por la invitación.

—La invitación es de Vanessa. Muchas gracias —añade la madre con voz monótona, y retira el papel, que cruje ruidosamente.

Wille le estrecha la mano a Nicke, que se echa hacia atrás en la silla y le sonríe con superioridad. Vanessa odia esa sonrisa, pero no dice nada. Aquella cena demostrará que es una adulta, da igual lo que crean Nicke y su madre.

Su madre trajina en los armarios hasta dar con un jarrón adecuado. Luego lo llena de agua y pone las flores. Son gerberas, las favoritas de Vanessa. Se parecen a las de los dibujos animados.

—Muy bonitas —dice la madre y coloca el jarrón en la mesa que Vanessa ya ha puesto.

—Me alegro —responde Wille.

Se hace un silencio total y Vanessa se alegra de tener algo que hacer. Se pone un par de manoplas de cocina. El aire ardiente del horno le da en la cara cuando abre la puerta. La fuente de la lasaña está tan caliente que se quema a través de las manoplas. Se muerde la lengua para no soltar una retahíla de improperios y la deja encima de los fogones de golpe.

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