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Authors: Mats Strandberg,Sara B. Elfgren

Tags: #Intriga, #Infantil y juvenil

El círculo (13 page)

—Ponte lo que quieras —dice Linnéa antes de salir.

El teléfono empieza a sonar en el salón. Se oyen cuatro tonos. Linnéa no responde.

Las perchas hacen ruido al chocar unas con otras mientras Vanessa busca entre las prendas. Al final se decide por lo más neutral que encuentra: una falda negra, una camiseta blanca y un jersey negro de algún tipo de lana esponjosa. Se viste, se seca el pelo, se limpia la pintura delante del espejo y se quita los restos de bosque de la melena. Ya está más o menos bien.

—Te devolveré la ropa mañana en el instituto. Bueno, hoy —dice Vanessa cuando vuelve al salón con la manta en la mano.

Linnéa está tumbada en el sofá. Tiene los pies colgando por uno de los brazos.

—Hoy me voy a quedar en casa, pero no hay problema, me la das otro día —dice soñolienta.

Otro día, piensa Vanessa. Sí, claro, ahora tenemos que vernos.

Ella y Linnéa y Minoo, y Anna-Karin, Rebecka e Ida. Si la salvación del mundo depende de que consigan colaborar, la verdad es que la cosa está difícil.
Sorry
por todos los miles de millones de habitantes: Ida Holmström se interpone entre vosotros y el fin del mundo.

—Joder, cómo la odio —murmura Linnéa.

Vanessa la mira.

—¿A quién?

—A Ida. Si el mal nos persigue, espero que la coja primero a ella —dice Linnéa.

Una sonrisa le asoma a la comisura de los labios. Vanessa se sorprende devolviéndosela. Se miran unos segundos.

—Es Wille el que no para de llamarte, ¿verdad? —pregunta Vanessa al final.

—Sí.

—¿Habéis… habéis empezado a salir otra vez?

—No.

—Y entonces, ¿qué quiere?

Linnéa aparta la mirada.

—Dímelo —la anima Vanessa, con la voz tan afilada y dura como puede, para ocultar el miedo.

¿Estará Wille enfadado con ella porque desapareció así, sin más? ¿Será por eso por lo que está llamando a Linnéa? ¿Será eso lo que hace cada vez que se pelean?

Si Wille aún está enamorado de Linnéa me muero, piensa.

—Está enfadado conmigo —dice Linnéa.

Vanessa se queda mirándola.

—¿Qué?

—Es difícil de explicar. Cuando estábamos juntos, nos peleábamos un montón. A veces le da por pensar que todavía tenemos cosas que aclarar. O sea, por ejemplo, ¿por qué dije no sé qué aquella vez, hace mil años? Cosas absurdas.

No es propio de Wille obsesionarse por cosas del pasado. Ni siquiera piensa mucho en el presente.

—Discutíamos a todas horas. Y eso puede crear adicción. Uno quiere quedar por encima.

Vanessa no sabe qué decir. Si Evelina o Michelle tratan de mentirle, se da cuenta enseguida. Pero con Linnéa se siente insegura. Y no conseguirá averiguar la verdad por Wille. No puede contárselo. Porque nadie puede saber que ella y Linnéa se hablan.

Si pudiera pensar con claridad. Lleva tantas horas despierta que la borrachera ya ha pasado a ser resaca sin que haya podido dormir siquiera.

Se dirigen a la puerta. Vanessa se lleva también un par de zapatos viejos, y siente como si tardara cien años en atárselos mientras la mirada de Linnéa le quema en la nuca.

La cerradura se resiste. Vanessa tironea del picaporte mientras prueba a un lado y a otro. Linnéa alarga la mano y abre la puerta. Vanessa vuela, literalmente, escaleras abajo.

12

Rebecka aún está despierta cuando oye el ruido de la llave en la cerradura. Oye que su madre se quita la chaqueta y los zapatos.

Luego abre la puerta del dormitorio de sus hermanos. Después, la de sus hermanas.

Rebecka ya ha estado echándoles un ojo. Hasta que no se despidió de Minoo, no se dio cuenta de que habían estado solos toda la noche. ¿Y si hubiera ocurrido algo? ¿Si se hubiera declarado un incendio? ¿O si alguno se hubiera despertado buscando a Rebecka o a su madre? ¿Si hubiera salido al balcón, se hubiera caído, se hubiera estrellado contra el suelo…?

Echó a correr tan rápido como se lo permitieron sus piernas cansadas pero, cuando llegó, todo estaba en calma y en silencio, como siempre.

Los pasos de su madre se aproximan por el pasillo y Rebecka se obliga a respirar con normalidad. Pero su madre no abre la puerta, sino que la oye continuar hasta la cocina.

Rebecka se queda en la cama, con una extraña mezcla de alivio y melancolía. Es tan obvio que su madre ya no la ve como a una niña. Ya cuando tenía cinco o seis años se encargaba de que Anton y Oskar no se pelearan y se portaran bien.

Lo mismo sucedió con Alma y Moa. Rebecka era la mejor minicanguro del mundo, eso le decían siempre.

Se incorpora en la cama y piensa en su nueva familia, a la que conoció anoche. También ellos esperan que desempeñe el mismo papel, que sea la guía, la mediadora, la que mantenga unido al grupo. ¿Lo conseguirá? ¿Tendrá fuerzas para lograrlo?

Va a la cocina y ve a su madre preparando el desayuno.

—Beckis, ¿ya te has levantado? —pregunta su madre, y le da un abrazo.

Rebecka se siente enseguida un poco más animada. Su madre y ella no tienen muchas ocasiones de estar solas.

Mientras ponen la mesa, le habla de lo dramática que ha sido la noche en urgencias. Se había organizado una trifulca terrible en el Götvändaren, el único hotel de la ciudad, que terminó con un herido al que tuvieron que dar siete puntos. Otro hombre atacó a su mujer con una sartén ardiendo, porque se le había quemado un poco el solomillo de cerdo. Una mujer mayor que trabajaba en el turno de noche de la serrería había sufrido un accidente en el que se cortó la mano izquierda entera. Y un niño se había despertado con tal miedo a la oscuridad que llegó a urgencias en un estado casi psicótico. Estaba convencido de que había monstruos deambulando por la calle, debajo de la ventana de su casa.

—Vamos, que se nota que es luna llena —dice su madre mientras pone en la mesa los cuencos de leche agria.

La madre de Rebecka tiene una teoría según la cual la gente se comporta de un modo distinto cuando hay luna llena. Puesto que la luna influye en las mareas, seguro que también afecta a las personas, ya que estas se componen principalmente de agua. Todo, desde más partos de lo normal hasta el número de delitos violentos y las dificultades para conciliar el sueño pueden explicarse, según su madre, con un «Tiene que ser por la luna llena».

—Y puede que la cosa se complique aún más cuando la luna, además de llena, está roja —sugiere Rebecka.

Su madre la mira extrañada.

—¿Qué quieres decir?

Rebecka vacila un instante.

—Pues eso, que estaba muy roja. Color rojo sangre.

—Qué raro, ahora que lo dices —responde su madre—. Algunos de los pacientes dijeron lo mismo, pero cuando los compañeros y yo nos asomamos a mirar, comprobamos que tenía exactamente el mismo color de siempre.

La madre se sirve un café.

Rebecka mira por la ventana. En el claro cielo matinal aún remolonea una luna transparente. Sigue estando roja. La madre sigue la mirada de Rebecka sin reaccionar. Es obvio que ella no ve en la luna nada extraño.

—He debido de soñarlo —dice Rebecka en voz baja.

Reflexiona un instante.

—Mamá… ¿tú has oído contar que pasara algo raro en Kärrgruvan?

—¿El qué?

—No sé, si alguien te ha contado que haya ocurrido allí algo turbio.

Su madre la mira extrañada.

—No sé a qué te refieres.

—¡Al teatro al aire libre!

—¿A qué teatro?

—¡A Kärrgruvan!

Su madre frunce el ceño.

—Me suena, la verdad. ¿Dónde está?

—Aquí, en Engelsfors.

Su madre solía ir a Kärrgruvan cuando era joven, asistía a conciertos o iba a bailar. Se lo ha contado en alguna ocasión con muchísima nostalgia. Pero ahora se echa a reír.

—Desde luego, has debido de tener unos sueños muy raros esta noche —le dice.

—Sí, será eso —responde Rebecka con un susurro.

Resulta extraño estar desayunando en la cocina como si nada hubiera sucedido, se dice Vanessa. Masticar, tragar, masticar, tragar, beber un poco de zumo y vuelta a empezar. Como si todo siguiera como siempre.

Su madre sale del dormitorio y la rodea con el brazo. Vanessa cierra los ojos. Le gusta la sensación.

Pero su madre la suelta casi enseguida. Últimamente solo se dan abrazos breves. Sobre todo, por culpa de Vanessa, que tantas veces ha protestado suspirando ante los intentos de acercamiento de su madre. ¿Cómo iba a saber que lo que Vanessa necesita ahora es, precisamente, un abrazo como los de antes?

—Han abierto una tienda nueva en el centro comercial. «Kristallgrottan» —dice su madre.

—Y es una tienda de… ¿objetos de cristal?

Su madre no advierte el sarcasmo.

—Sí, y aceites aromáticos y un poco de todo. Al parecer, hasta te leen la mano. La dueña es una mujer que se llama Mona Månstråle.

—¿Mona Månstråle?
[2]
Desde luego, no suena para nada a nombre inventado, ¿no?

Su madre se ríe y llena de agua la cafetera que está en la encimera.

Cuando oye el chisporroteo del café, que ya empieza a salir, se estira y bosteza.

—Mientras estabas en la ducha ha llamado Nicke. Parece que esta noche ha habido movimiento —dice, y empieza a cortar rebanadas de pan.

—Define
movimiento
aquí, en Engelsfors.

—Una pelea brutal en Götvändaren y un montón de altercados de borrachos por todas partes. Dice Nicke que nunca ha visto nada semejante. Estaba a punto de salir del trabajo cuando avisaron de que una mujer se había ahorcado colgándose de una viga en una casa de Riddarhyttan, al lado de la escuela infantil. Me ha dicho que se dirigía allí ahora mismo y que, seguramente, tardaría varias horas en llegar a casa.

—¡Oh, Dios, qué pena que no venga Nicke! ¡Acabas de arruinarme el día! —exclama Vanessa.

Al ver la expresión dolida de su madre, se arrepiente de sus palabras.

—Por favor, Vanessa. ¿Cuánto tiempo piensas seguir así? Nicke es el padre de Melvin. Tienes que aceptarlo.

—Yo lo aceptaré a él cuando él me acepte a mí.

—¿Cuándo piensas crecer?

Los remordimientos de hacía un instante desaparecen de un plumazo y tiene que morderse la lengua para no ponerse a gritar.

Su madre solo llevaba saliendo con Nicke unos meses cuando se quedó preñada y, un buen día, llegó anunciando triunfal que Vanessa iba a tener un hermanito. Vanessa confiaba secretamente en que Nicke se largara huyendo de la responsabilidad.

Pero qué va, resultó que quería ser padre, así que empezaron a vivir juntos poco antes del parto.

A Melvin lo quiere, eso no puede evitarlo, aunque al principio le gustaba solo a medias tener en casa a un bebé que se pasaba las noches llorando, pero a Nicke lo odia desde el primer momento. No se esfuerza lo más mínimo por ser amable, siempre es ella la que tiene que adaptarse. Y su madre eso no lo ve. Para los defectos de Nicke está ciega, y lo deja que haga y deshaga a su antojo.

—Crece tú —dice Vanessa entre dientes, y se dirige a la entrada.

—A mí no me hables así —replica su madre siguiéndola.

Vanessa le cierra la puerta en las narices.

—¿Has oído a las vacas esta noche? —pregunta el abuelo al entrar en la cocina con la madre de Anna-Karin después de ordeñar a los animales.

—¿Por qué? —pregunta con la boca llena de pan y queso.

—Se han pasado la noche mugiendo como locas en el cobertizo —responde su madre, y suena como un grajo. Ha recuperado la voz, pero todavía suena rara—. Por su culpa no he podido pegar ojo. Aparte de que no duermo nunca, con este dolor de espalda.

—Pues yo he debido de dormir como un tronco —susurra Anna-Karin.

—¿Ah, sí? —pregunta el abuelo—. Pues parece que no hubieras descansado.

—Espero que no te resfríes tú también —dice la madre, y enciende un cigarrillo.

El abuelo se acerca a la mesa y le pone la mano en la frente a su nieta.

—Fiebre no tienes, por lo menos.

La antigua Anna-Karin habría fingido estar enferma. Habría preferido quedarse en el territorio seguro de su habitación. Ahora todo es diferente. Por primera vez en su vida, tiene ganas de ir al instituto.

—Estoy bien —responde.

El abuelo le da una palmadita en el hombro, una palmadita muy enérgica: es el equivalente a un abrazo.

—Ha sido la luna sangrienta lo que ha mantenido despiertas a las vacas. A lo mejor también te ha impedido dormir a ti.

—¿La luna sangrienta? —se burla su madre—. Tú y tus ideas y tus abracadabras. Yo no he visto ninguna luna sangrienta.

Anna-Karin mira de reojo al abuelo. Le duelen las ganas de contarle todas las cosas fantásticas que están ocurriendo, cómo está cambiando su vida. Pero no puede olvidar la advertencia.

No confiéis en nadie.

Cuando entra en su habitación, se dirige al espejo.

Sabe que no es una belleza, pero tiene los ojos muy bonitos. Grandes y de un color verde nada común. Y tiene la boca bien formada, sobre todo cuando sonríe. Prueba delante del espejo. Tiene los dientes blancos y regulares. Algo es algo.

Se pone un sujetador normal, en lugar de uno de esos que le reducen el pecho. La mayoría de las chicas quiere tener el pecho grande, se dice. Pero cuando se abrocha los vaqueros, vuelve a fallarle la confianza en sí misma.

Debe de tener los michelines más asquerosos de todo el instituto. Elige una camiseta de varias tallas de más y se enfunda en la sudadera del chándal. Ahora vuelve a sentirse segura.

Anna-Karin prueba de nuevo y sonríe ante el espejo. A partir de ahora, piensa sonreír más a menudo.

Minoo se acerca al instituto al mismo tiempo que uno de los autobuses escolares se detiene con un silbido delante de la verja. Entre los alumnos que se bajan ve a Anna-Karin a lo lejos. Sus miradas se cruzan un instante. Anna-Karin le dirige una sonrisa tan fugaz que Minoo piensa que podrían ser figuraciones suyas, y luego vuelve a mirar al suelo. El velo de la melena le tapa la cara.

—¡Minoo! —grita Rebecka acercándosele.

Resulta increíble pensar que se despidieron hace tan solo unas horas. Y en qué circunstancias…

—Íbamos a disimular con eso de que nos conocemos —dice Minoo en voz baja cuando se cruzan.

—Pero si estamos en la misma clase.

—Ya, pero no por eso tenemos que ser amigas, ¿verdad?

Rebecka la mira extrañada y Minoo se da cuenta de que se está comportando como una idiota.

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