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Authors: Lloyd Alexander

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y juvenil

El caldero mágico (17 page)

BOOK: El caldero mágico
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Los compañeros condujeron a Lluagor y Melynlas ante la silenciosa cabaña y sostuvieron el caldero con cuerdas entre los dos corceles. Gurgi y Eilonwy guiaban a las monturas con su pesada carga, mientras Taran y el bardo caminaban, uno delante y otro detrás, impidiendo que el Crochan se moviera demasiado.

Aunque anhelaba abandonar la cabaña de Orddu, Taran no se atrevió a cruzar nuevamente los pantanos de Morva y acabó decidiendo que los compañeros rodearían durante un trecho la ciénaga, manteniéndose en terreno firme y siguiendo un sendero que bordeaba las zonas fangosas hasta llegar a los páramos.

—Es más largo —dijo Taran—, pero los pantanos son demasiado traicioneros. La vez anterior me guió el broche de Adaon. Ahora —añadió con un suspiro— me temo que os conduciría al mismo destino que tuvieron los Cazadores.

—¡Ésa es una idea bastante buena! —exclamó el bardo—. No para nosotros, quiero decir —añadió a toda prisa—, sino para el Crochan. ¡Hundamos esa espantosa olla en las arenas movedizas!

—¡No, gracias! —contestó Eilonwy—. Cuando lográramos encontrar arenas movedizas ya nos estaríamos hundiendo con el Crochan. Si estás cansado podemos cambiar de sitio y tú guiarás a Melynlas.

—En absoluto, en absoluto —gruñó Fflewddur—. No pesa tanto. De hecho encuentro el ejercicio de lo más tonificante. ¡Un Fflam jamás flaquea!

Apenas lo hubo dicho se rompió una cuerda del arpa, pero el bardo no se enteró: estaba demasiado ocupado sosteniendo el caldero para que no se balanceara.

Taran avanzaba en silencio, abriendo la boca sólo para indicarles el camino a Eilonwy y Gurgi. Siguieron así durante todo el día, descansando brevemente de vez en cuando; no obstante, al llegar el ocaso Taran se dio cuenta de que habían cubierto muy poca distancia y de que aún les faltaba un trecho para llegar a los páramos. También percibía lo cansado que estaba: una fatiga pesada como el Crochan abrumaba su alma, algo que no había sentido mientras llevaba el broche de Adaon.

Acamparon en un brezal frío y desolado sobre el que colgaba como un sudario la neblina que se alzaba desde los pantanos de Morva. Una vez allí libraron del peso del Crochan a los cansados corceles mientras Gurgi sacaba comida de su alforja. Después de la cena, Fflewddur se animó un poco y, aunque temblaba a causa del frío y la humedad, se llevó el arpa al hombro e intentó alegrar a sus compañeros con una canción.

Taran, que normalmente acogía con placer cada ocasión de oír la música del bardo, se quedó sentado a cierta distancia, vigilando con expresión abatida el caldero. Unos instantes después, Eilonwy se acercó a él y le puso la mano en el hombro.

—Me doy cuenta de que no te consolará mucho —le dijo—, pero si lo miras bien…, en cierto modo, realmente no les diste nada a las brujas. Les entregaste el broche y todos los poderes que iban con él, pero debes darte cuenta de que todos procedían del broche. No estaban dentro de ti.

»Pienso que habría sido mucho peor darles un día de verano —añadió—, porque eso es parte de ti. Yo sé muy bien que no habría querido darles ni uno solo de mis días veraniegos…, ni siquiera uno de invierno, si a eso vamos. Por lo tanto, si lo piensas bien, Orddu no te quitó nada…, ¡después de todo, sigues siendo tú mismo, y eso no podrás negármelo!

—Sí —respondió Taran—, sigo siendo solamente un Aprendiz de Porquerizo. Debí saber muy bien que aquello era demasiado bello para que durase.

—Quizá estés en lo cierto —dijo Eilonwy—; sin embargo, en lo que respecta a ser Aprendiz de Porquerizo, pienso que como tal eres magnífico. Créeme, no tengo ni la menor duda de que eres el mejor Aprendiz de Porquerizo de toda Prydain. No tengo ni idea de cuántos habrá, pero eso no importa…, y dudo que ni uno solo de ellos hubiera hecho lo que tú.

—No podía obrar de otro modo —dijo Taran—, si queríamos conseguir el caldero. Orddu dijo que sólo les interesaban las cosas tal y como son —prosiguió—. Ahora creo que en realidad les preocupan las cosas tal y como deberían ser… Adaon sabía que su destino estaba ya decidido —prosiguió Taran, volviéndose hacia Eilonwy, con la voz más firme ahora—, y no intentó huir de él, aunque le iba a costar la vida. Pues bien —afirmó—, si hay un destino aguardándome, me enfrentaré a él. Mi única esperanza es que pueda hacerlo con tanta dignidad como Adaon.

—Pero no debes olvidar —dijo Eilonwy—, ocurra lo que ocurra, que conseguiste el caldero que deseaban Gwydion, Dallben y todos nosotros también. Eso es algo que nadie podrá quitarte y sólo por eso ya tienes una razón para estar orgulloso.

Taran asintió.

—Sí, al menos eso lo conseguí.

No dijo nada más, y Eilonwy se retiró en silencio, dejándole allí.

Cuando los otros llevaban ya largo rato dormidos, Taran seguía sentado contemplando el Crochan. Pensó cuidadosamente en todo lo que le había dicho Eilonwy y su desesperación se hizo algo menos intensa: en lo más hondo de su ánimo sintió nacer una débil llamita de orgullo. Muy pronto el caldero estaría en manos de Gwydion y aquella larga misión habría terminado.

—Al menos he conseguido eso —se repitió Taran, hablando consigo mismo, y en su corazón floreció nuevamente el coraje.

Pero al oír el viento que gemía sobre el brezal, con el Crochan alzándose ante él como una férrea sombra, pensó otra vez en el broche, y con el rostro enterrado en las manos, lloró.

16. El río

El sueño de aquella noche no refrescó demasiado a Taran y su cansancio al despertar era casi tan agudo como al dormirse. Pese a ello, avisó a sus compañeros apenas despuntaba el alba; con gran esfuerzo empezaron a disponer de nuevo las sogas que ataban el Crochan a Lluagor y Melynlas. Cuando hubieron terminado, Taran miró a su alrededor con inquietud.

—En estos páramos no hallaremos ningún escondite —dijo—. Había tenido la esperanza de ir por terreno llano, con lo que nuestro viaje habría resultado más fácil, pero temo que Arawn tenga a todos sus gwythaints buscando el Crochan. Más pronto o más tarde nos encontrarían, y en esos lugares podrían lanzarse sobre nosotros como gavilanes sobre indefensas gallinas.

—Por favor, no hables de gallinas —dijo el bardo torciendo el gesto—, ya tuve bastantes con Orddu.

—¡Gurgi protegerá a su buen amo! —gritó Gurgi.

—Sé que harás cuanto esté a tu alcance —le dijo —, pero ni todos nosotros juntos podemos enfrentarnos a un solo gwythaint —Taran sacudió la cabeza—. No — dijo de mala gana—, creo que lo mejor será desviarse hacia el bosque de Idris. El camino es más largo, pero al menos nos dará cierta protección.

Eilonwy estuvo de acuerdo.

—Normalmente no es muy sabio ir en dirección opuesta a la de tu meta — dijo—, pero puedes estar bien seguro de que no deseo combatir con ningún gwythaint.

—Entonces, adelante —dijo Fflewddur—. ¡Un Fflam jamás desfallece! ¡Aunque no sé muy bien cómo acabarán mis doloridos huesos!

Mientras estuvieron en los páramos, los compañeros no hallaron grandes dificultades, pero al adentrarse en el bosque de Idris el Crochan se hizo cada vez más incómodo de llevar. Pese a que los árboles y la maleza les ofrecían un escondite protector, los senderos eran muy angostos. Lluagor y Melynlas tropezaban con bastante frecuencia y, aunque se esforzaban valerosamente, en más de una ocasión estuvo el caldero a punto de quedar atascado entre la espesura.

Taran les indicó que se detuvieran.

—Nuestros corceles han hecho todo lo posible —dijo, acariciando con suavidad el cuello de Melynlas—. Ahora nos toca a nosotros ayudarles. Ojalá Doli estuviera aquí —dijo con un suspiro—. Estoy seguro de que hallaría un modo más sencillo y cómodo de llevar el Crochan. Pensaría un poco y se le ocurriría alguna idea inteligente, como hacer algún tipo de armazón con ramas y lianas…

—¡Eso es! —exclamó Eilonwy—. ¡Tú mismo acabas de encontrarlo! ¡Lo haces sorprendentemente bien para no tener el broche de Adaon!

Con sus espadas, Taran y el bardo cortaron ramas bien resistentes mientras Eilonwy y Gurgi recogían lianas de los árboles. Taran sintió que se le alegraba un poco el ánimo al ver como la armazón iba tomando forma según su plan: los compañeros colocaron el Crochan en ella y emprendieron de nuevo la marcha; no obstante, incluso con su ayuda y por mucho que se esforzaran, el avance era lento y penoso.

—¡Oh, pobres brazos cansados! —gimió Gurgi —. ¡Oh, labores y dolores! ¡Esta olla malvada resulta un amo cruel y duro para todos nosotros! ¡Oh, dolor y pena! ¡El desfallecido Gurgi jamás volverá a marcharse de Caer Dallben sin permiso!

Taran sintió que las ásperas ramas le herían los hombros y apretó los dientes hasta casi hacerlos rechinar. También él empezaba a tener la impresión de que el gigantesco y horrible caldero había cobrado una extraña vida propia. El Crochan, achaparrado y oscurecido por la sangre, parecía acechar a su espalda mientras Taran avanzaba tambaleándose por entre la maleza. Se quedaba aprisionado en las ramas una y otra vez, como si extendiera hacia ellas anhelantes miembros invisibles, y los compañeros debían esforzarse entonces al máximo para soltarlo y avanzar de nuevo.

Aunque hacía tanto frío que su aliento se convertía en nubéculas blancas, tenían las ropas empapadas en sudor y los zarzales las habían convertido prácticamente en harapos.

Los árboles eran cada vez más abundantes y tupidos, y el suelo iba subiendo de nivel hasta formar una colina. A Taran le parecía que el Crochan se hacía más pesado a cada paso que daban. Sus fauces abiertas le contemplaban con burla; el caldero iba minando sus fuerzas mientras él luchaba y se esforzaba para hacerlo subir por la cuesta.

Los compañeros habían llegado casi a la cima cuando de repente una de las ramas que sostenían el Crochan se partió: el caldero cayó al suelo, arrastrando con él a Taran. Se puso en pie, dolorido, se frotó el hombro y contempló el caldero, que parecía devolverle la mirada con desprecio.

—Es inútil —jadeó Taran agitando la cabeza—, jamás conseguiremos cruzar el bosque con él. Es inútil intentarlo…

—Me recuerdas a Gwystyl —observó Eilonwy—. Si no fuera porque tengo los ojos abiertos, no encontraría ninguna diferencia entre los dos.

—¡Gwystyl! —exclamó el bardo, contemplando con pena sus manos llenas de ampollas y cortes —. ¡Cómo envidio su madriguera de conejo ahora! A veces pienso que acertó de pleno…

—Somos demasiado pocos para transportar semejante peso —dijo Taran desesperado—. Con otro caballo o con dos manos más quizá tuviéramos una oportunidad, pero así no hacemos sino engañarnos a nosotros mismos pensando que podemos llevar el Crochan a Caer Dallben.

—Puede que eso sea cierto —dijo Eilonwy con un suspiro de cansancio—, pero no se me ocurre qué otra cosa podemos hacer, salvo seguir engañándonos. Puede que si lo hacemos el tiempo suficiente acabemos llegando a casa…

Taran cortó otra rama, pero el corazón le pesaba tanto como el mismísimo Crochan. Una vez que los compañeros hubieron conseguido transportar su carga hasta la cima, y después de descender a un profundo valle, Taran estuvo a punto de caer al suelo desesperado. Ante ellos se extendía un río turbulento que parecía una amenazadora serpiente marrón.

Taran contempló con expresión abatida las espumeantes aguas durante un instante y luego les dio la espalda.

—Nuestro destino es que el Crochan no llegue jamás a Caer Dallben.

—¡Tonterías! —gritó Eilonwy—. ¡Si te detienes ahora, habrás entregado el broche de Adaon a cambio de nada! ¡Eso es peor que ponerle un collar a un búho para dejar luego que salga volando!

—Si no me equivoco —dijo Fflewddur, intentando animar a Taran—, ése debe ser el río Tewyn. Lo he cruzado algo más al norte, allí donde nace. Es sorprendente la cantidad de información que llegas a recoger siendo un bardo vagabundo…

—Ay, amigo mío, eso no nos sirve de nada —dijo Taran—, a no ser que volvamos hacia el norte y crucemos el río por donde no es tan caudaloso.

—Me temo que eso tampoco iría demasiado bien —dijo Fflewddur—. Para seguir ese camino deberíamos subir por las montañas. Si vamos a cruzar el río, tendremos que hacerlo por aquí.

—Ahí abajo parece algo más angosto —dijo Eilonwy, señalando hacia un punto en que el río trazaba una curva—. Muy bien, Taran de Caer Dallben —dijo —, ¿qué hacemos? No podemos quedarnos aquí sentados hasta que los gwythaints o algo aún más desagradable acabe encontrándonos y, ciertamente, no podemos volver con Orddu para ofrecerle nuevamente el Crochan.

Taran tragó una honda bocanada de aire.

—Si todos estáis dispuestos —dijo—, intentaremos cruzar.

Los compañeros llevaron lentamente el Crochan hasta la orilla, luchando con su aplastante peso. Mientras Gurgi, guiando los caballos, se iba adentrando cautelosamente en la corriente, poniendo primero un pie y luego el otro, Taran y el bardo avanzaron sosteniendo el caldero; Eilonwy iba detrás para impedir que se agitara. El agua helada hirió las piernas de Taran como si fuera un cuchillo. Hundió los talones en el lecho del río, intentando sostenerse mejor, y sintió que se hundía: Fflewddur, a su lado, se esforzaba para que la corriente no se llevara la armazón. Taran sintió que el frío del agua le impedía respirar, y la cabeza empezó a darle vueltas mientras las ramas se deslizaban entre sus dedos ateridos.

Durante un breve instante de terror notó que caía; entonces su pie encontró una roca y logró apoyarse en ella. Las lianas crujieron al tensarse bajo el peso del caldero, sacudido por la corriente. Ahora los compañeros se encontraban en el centro del río y el agua les llegaba sólo hasta la cintura. Taran levantó el rostro, del que chorreaba agua fangosa, y vio que la orilla no estaba muy lejos. El terreno parecía menos abrupto y el bosque no era tan denso.

—¡Pronto estaremos ahí! —gritó, recobrando el ánimo. Gurgi ya había sacado los caballos del agua y volvía hacia el río para ayudar a sus compañeros.

Un poco más cerca de la orilla, el fondo del río se volvía rocoso. Taran avanzó casi a ciegas por entre las piedras resbaladizas y traicioneras. Ante él se alzaba una masa de grandes peñascos que le obligaron a tener mucho cuidado con el Crochan. Gurgi tendía ya las manos hacia él cuando de pronto Taran oyó que el bardo lanzaba un agudo grito. El caldero estuvo a punto de volcar y Taran empujó hacia adelante con todas sus fuerzas. Eilonwy cogió el caldero por el mango y tiró desesperadamente de él al tiempo que Taran se derrumbaba en la orilla.

El Crochan rodó sobre sí mismo y quedó medio hundido en el barro.

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