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Authors: Clayton Emery

Tags: #Fantástico, Aventuras

El bosque de los susurros (28 page)

BOOK: El bosque de los susurros
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No fueron atacados, cosa que Gaviota pensó era una suerte: si les hubieran atacado, todos se habrían rendido al instante sólo para poder descansar un poco.

Pero ni su profundo sueño de aquella tarde impidió que Gaviota acumulara más preguntas para Liante, y todas esas docenas de preguntas le robaron el descanso a su mente.

* * *

La cena transcurrió en silencio. Felda se quejó de que no conseguía encontrar nada, y de que lo que encontraba estaba torcido o roto. Stiggur abrió un camino hasta el nuevo carro de los suministros de tanto ir a coger cosas y cambiar las cargas de sitio.

Gaviota metió su tocino salado y sus pepinillos dentro de media hogaza de pan y fue trabajando mientras comía. Cojeando e inclinado como si fuese un anciano, inspeccionó pezuñas, esparció ungüento sobre los zarpazos de león, los arañazos de las ramas y las rozaduras de los arreos —también puso un poco encima de sus propios arañazos y heridas—, y examinó los carros en busca de daños de mayor consideración. Se saltó muchas tareas, pues quería tener un poco de tiempo libre antes de acostarse.

Aun así, no pudo ir a ver a Liante hasta que ya era bastante tarde.

El hechicero estaba sentado en la parte de atrás de su carro. El faldón de lona estaba levantado, y Gaviota pudo ver el interior del carro por primera vez. Estaba pintado con colores tan chillones como el exterior. Tal como le dijo Lirio, había cajas y más cajas de libros, potecitos y pequeños artilugios de relojería, todas alineadas a lo largo de las paredes, y lámparas de grueso cristal esmerilado que le permitían trabajar por la noche, aunque una se había agrietado durante la batalla. Además, una cama repleta de tallas y adornos que podía plegarse contra la pared ofrecía espacio suficiente para tres personas: el hechicero y dos bailarinas.

Gaviota reconoció unas cuantas cosas que resultaba obvio Liante había ido recogiendo en los alrededores: un hueso bastante sucio, quizá cogido de un zombi; un trozo de hongo de la bestia; un largo pelo gris, tal vez de la pesadilla...

Pero Gaviota no estaba interesado en las costumbres o el trabajo de Liante. Sólo quería...

—Me gustaría obtener algunas respuestas, Liante.

El leñador sabía que su voz sonaba áspera, pues estaba enfadado. Aparte de eso, el haber crecido en una aldea donde todo el mundo era igual hacía que no supiese inclinarse ante quienes eran «mejores» que él.

El hechicero no alzó la mirada. Liante estaba escribiendo con una pluma de ave en su librito de magia, el grimorio sujeto a su cinturón lleno de bolsitas por una cadena, bajo la luz amarilla de una lámpara.

—¿Y por qué he de darte respuestas? —replicó mientras pasaba la página para que Gaviota no pudiera ver lo que había escrito en ella—. ¿Trabajas para mí, o es al revés? ¿Y eres consciente de que los príncipes entregan fortunas enteras a los hechiceros a cambio de respuestas a sus preguntas?

Su tono era frío y altivo. Gaviota sospechó que había estado ensayando previamente aquellas palabras y, de hecho, que había previsto su aparición.

Pero el leñador era muy tozudo, y no estaba dispuesto a darse por vencido tan fácilmente.

—Hay cosas que no entiendo. Son cosas que tú sí entiendes, o que sospecho que entiendes. Cosas que...

Liante sopló sobre la página para secar la tinta.

—¿Puedes entender esto? Yo me ocupo de las respuestas, y tú te ocupas de los animales y de los carros.

—... necesito saber para seguir a tu servicio. De lo contrario, cojo a mi hermana y mi paga y me voy. Ya os las arreglaréis para encontrar el camino de salida de estos bosques.

Liante puso los ojos en blanco y suspiró, un adulto que se enfrenta al molesto parloteo de un niño.

—Muy bien —dijo—. Necesito un jefe de caravana. Pregunta, y procura hacerme perder el menor tiempo posible.

A Gaviota le sorprendió que hubiera accedido tan rápidamente, pero volvió a tener la sensación de que todo aquello estaba ensayado. ¿Sería aquel hechicero inteligente hasta ese punto, o sería más tonto que los caballos? Fuera lo que fuese, el leñador decidió hacer sus preguntas.

—Anoche vi a Helki y Holleb, los centauros de la batalla en Risco Blanco. La centauro me gritó que estaban cautivos y que se veían obligados a pelear. Tú los enviaste de vuelta a su hogar, a sus estepas... Pero ¿los has esclavizado ahora para que luchen por ti?

El hechicero empezó a pasar las páginas de su libro, meneando la cabeza mientras lo hacía, y acabó deteniéndose en otra página. Después Liante se frotó el estómago como si le doliera, y Gaviota se acordó de que tenía problemas de tripas, o que se imaginaba tenerlos.

—Los centauros de la Montaña del Dedo Roto de las Tierras Verdes son mercenarios, y se los encuentra en todos los Dominios. Todos los hechiceros los utilizan, pues son unos luchadores incomparables. Pero si los conjuré, fue algo accidental. Probablemente han vendido su lealtad a algún otro hechicero y han pasado a formar parte de otro ejército.

Gaviota replicó con un meneo de cabeza.

—No lo entiendo. ¿Por qué afirmaría que estaban cautivos?

—Quizá lo están. —Liante dejó de removerse y miró a Gaviota a los ojos. El leñador no pudo desviar la mirada, como si fuese una gallina hipnotizada por un halcón—. Tal vez el grupo al que se unieron fue capturado. Prosperan mediante el rescate, ¿sabes? El que yo los trajese aquí y luego los devolviera a su hogar de las estepas tendría que haberlos liberado, y estoy seguro de que me lo agradecieron.

Gaviota frunció el ceño y se dijo que la magia estaba más allá de su comprensión. El leñador decidió probar suerte con otra pregunta.

—¿Derribaste a esos zombis con un hechizo de debilidad? ¿Y era el mismo hechizo que acabó con tantos aldeanos, y con mi familia, en Risco...?

—No poseo ningún ensalmo de debilidad, porque es un hechizo demasiado cruel. Con los zombis utilicé un hechizo de no-vida. No roba la vida sino que se limita a devolverla al sitio al que pertenece, dejándolos nuevamente convertidos en cadáveres inanimados. Posee la ventaja de que no produce efectos repulsores sobre el maná de ningún humano o bestia de la zona... Supongo que te fijarías en que no había pájaros muertos alrededor de los zombis.

«¿Pájaros muertos?», se preguntó Gaviota. ¿Qué tenía que ver eso con nada de lo que le había preguntado? Estaba hecho un lío. Liante seguía mirándole fijamente. Con la luz detrás de él, sus ojos brillaban como los de un búho mientras su dedo dibujaba extraños círculos encima de una página.

—Bueno, olvídalo —se conformó el leñador, y removió nerviosamente los pies de un lado a otro—. Eh... ¿Qué es un avatar? Utilizaste esa palabra...

—Es una proyección a distancia de tu persona. Pensé que estábamos luchando con un hechicero de carne y hueso metido dentro de esa armadura, pero resultó que el hechicero se había mantenido a cierta distancia de nosotros y manejaba la armadura desde allí. Y también le daba voz... Igual que un simulacro. Es un hechizo muy útil que me gustaría conocer.

«A mí también», pensó Gaviota confusamente. Entonces podría estar en cualquier otro sitio, lejos de aquella mirada abrasadora.

—Eh... ¿Y qué era ese monstruo-hongo?

Un leve encogimiento de hombros, y el primer signo de reticencia por parte del hechicero.

—Era un... fungo saurio. Un monstruo-hongo, tal como tú has dicho. Viven en el subsuelo.

Gaviota sintió deseos de maldecir en voz alta. Por supuesto. Estaba tan cansado que no pensaba con claridad.

—¿Por qué ese hechicero, o avatar, intentó secuestrar a mi hermana? ¿Qué importancia tiene Mangas Verdes para él?

Otro encogimiento de hombros.

—¿Por qué el caballero negro se llevó a Lirio? Los hombres tienen necesidades que sólo las mujeres pueden satisfacer. El hechicero no podía saber que tu hermana es retrasada. Aunque para sus propósitos no es que eso hubiera importado, naturalmente...

Liante siguió hablando antes de que ese insulto pudiera abrirse paso por la embotada mente del leñador.

—Es muy tarde, Gaviota. Tendremos que levantarnos pronto para seguir el viaje. ¿Por qué no te retiras a descansar?

Y de repente Gaviota sintió que un peso invisible caía sobre él con un impacto tan palpable como si fuera a aplastarle contra el suelo. Dejó escapar un jadeo ahogado. Estaba tan agotado que no sabía si conseguiría llegar hasta su manta.

—S-sí. Buena idea... Buenas... noches...

—Buenas noches, hijo.

El hechicero sonrió mientras el leñador se alejaba bostezando.

* * *

Gaviota fue a echar un vistazo a su hermana, que se había hecho un ovillo encima de su chal igual que una gata y estaba durmiendo, y después se metió debajo del carro. Lirio estaba aguardándole encima de su manta.

—¿Obtuviste alguna respuesta de Liante?

La joven se hizo a un lado mientras Gaviota se dejaba caer encima de la manta y bostezaba.

—Sí... Lo he averiguado... todo.

—Lo dudo. Liante también tiene algunas preguntas propias. Sé que está muy intrigado por ese hongo monstruoso.

—¿Eh? ¿Qué pasa... con él?

—¿No te fijaste en cómo se desvaneció? ¿No? Fue muy extraño. Cuando Liante conjura una cosa, parpadea como las estrellas en una noche de verano. ¿No es así?

Gaviota gimió.

—Lo que tú digas, querida...

—Y cuando ese hechicero acorazado conjuró y des invocó después, sus esbirros se marchitaron hasta convertirse en montoncitos de cenizas y se disiparon en el viento. ¡Pero cuando la bestia-hongo apareció y desapareció, quedó inundada por colores que subieron del suelo, como una gran planta que crece! Eso no fue obra de la magia de Liante ni del otro hechicero, porque en ese caso el monstruo no le habría atacado. ¡Así que ya sabes lo que significa eso!

—No.

Incluso esa sílaba le exigió un gran esfuerzo. Gaviota tenía todo el cuerpo dolorido, y se sentía tan cansado que no podía levantar la cabeza. Las heridas que le había infligido el león ardían y le picaban.

—¡Significa que fue conjurada por otro hechicero que se encontraba cerca!

—La astróloga, quizá. O la cantora. ¿No hacen un poquito de magia de vez en cuando? La cantora hasta sabe a montar a caballo... Y eso me recuerda... —Gaviota se apoyó en los codos y se incorporó a pesar de su fatiga—. Lirio, ¿por qué me contrató Liante como jefe de caravana? Chad es un bastardo, pero sabe manejar a los animales mejor que yo. Y con Junco ocurre lo mismo. Hoy he podido verlo... ¿Por qué me necesitaba Liante?

La joven frunció el ceño en la oscuridad.

—Junco me contó que te había dicho que te amo —murmuró—. ¿Es verdad eso?

—¿Qué? ¿Eh? —Gaviota sintió que la cabeza le daba vueltas. ¿Qué había sido de su pregunta?—. Hum... Sí, me lo dijo.

—¿Y qué opinas de eso?

Lirio se inclinó sobre él. Gaviota pudo oler el perfume de su cabellera, y el olor de la menta en su aliento.

—Me alegro de... gustarte —farfulló.

—Te quiero —murmuró Lirio, y Gaviota sintió el calor de su respiración en su oreja.

—Sí. —Fue todo lo que pudo responder—. Yo... Tú me gustas mucho. Lirio.

—Eso no es lo que una mujer quiere oír.

—Lo sé, y lo lamento. No sé... Ya no estoy seguro de nada. Parece como si cada día que pasa supiera menos.

La bailarina apoyó la cabeza en su hombro. Sus cabellos le hicieron cosquillas en la nariz, pero Gaviota estaba demasiado cansado para apartarlos.

—A mí me pasa lo mismo.

—¿Hmmm? ¿Cómo es eso?

—Me está ocurriendo algo, Gaviota —murmuró Lirio, y el leñador notó el calor de su aliento en la piel—. Es algo muy extraño... Tengo nuevas ideas y sentimientos que nunca había experimentado antes. Los susurros dentro de mi cabeza... Y a veces siento un cosquilleo en las manos y en los pies, como cuando el hechicero acorazado estuvo tan cerca. No sé qué significa... Pero sé que te amo.

Gaviota le dio unas torpes palmaditas en la cabeza y luchó para seguir despierto.

—Mereces alguien mejor que yo, Lirio. Te mereces alguien que te ame y que cuide de ti, que te dé un hogar decente... Yo sólo tengo mis ropas, unas cuantas herramientas gastadas y un puñado de monedas de plata.

—Todo eso me da igual. Me salvaste la vida. Me rescataste de ese caballero que quería violarme. Nunca lo olvidaré.

Lirio rodó hasta quedar encima del leñador y pegó su cuerpo y sus labios a los suyos.

Gaviota, medio dormido, nunca estuvo muy seguro de lo que ocurrió a continuación.

* * *

Unos días después salieron del Bosque de los Susurros.

El cambio en el paisaje fue muy claro y repentino. Llegaron a un pequeño risco en el que los grandes árboles y el suelo negro y blando del bosque terminaban de golpe. Unos diez metros por debajo de ellos el suelo se volvía arenoso, y pasaba a estar cubierto de hierba y pequeños arbolillos de hoja perenne no más altos que un hombre.

—Un páramo de pinos —les dijo Morven—. Relativamente fácil de atravesar, si no te importa aguantar que las agujas de los pinos se te claven en los pantalones, pero aquí el agua es más escasa que el ron. Se hunde en la arena y desaparece. He oído decir que estos pinos y cedros tienen raíces de un kilómetro de longitud.

Desde aquel promontorio vieron que más allá de los páramos se extendía una depresión del terreno donde los buitres trazaban círculos, y luego había colinas de un gris verdoso que se desplegaban hasta perderse de vista. Liante desenrolló un mapa de pergamino, declaró que aquellas pequeñas montañas eran las Colinas del Borde de Hielo y observó que había un pantano delante de ellos: era aquella depresión medio escondida.

—Aquí debería haber montones de lotos negros, niños. Daré una corona de oro a la primera persona que me enseñe uno... vivo. No los arranquéis.

Retrocedieron un poco hasta llegar a un arroyo y llenaron hasta el último recipiente vacío y lo taponaron. Después Gaviota inició la terrible tarea de bajar los carros por el risco. Después de muchas meditaciones, discusiones y experimentos, se les ocurrió el método de vaciar un carro, sujetarlo con cuerdas a unos cuantos árboles para que actuaran como freno, y utilizar luego una doble recua de mulas para irlo bajando mientras unas palancas bien afianzadas evitaban que volcara. Hicieron falta tres días antes de que pudieran empezar a cruzar los páramos de los pinares.

El terreno era muy arenoso, y estaba salpicado de raíces dispuestas a hacer tropezar los pies y tallos de hierba lo bastante afilados para perforar la zapatilla de una bailarina. Con el aire atrapado entre el bosque y las colinas, las moscas y los mosquitos se convirtieron en una plaga hasta que Gaviota y el enfermero Haley prepararon una mezcla de extracto de yerbabuena y parafina en aceite mineral para que actuase como repelente. Las mulas caminaban despacio y prestando mucha atención a donde ponían las patas, pero los carros rodaban sin ningún problema sobre aquellas raíces duras y flexibles. La caravana hizo considerables progresos.

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