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Authors: Jeffery Deaver

Tags: #Intriga, #Policíaco

El bailarín de la muerte (52 page)

—Muy bien, tirad vuestras pistolas al suelo. Hacedlo ahora. ¡Ahora!

—Vamos, tío —dijo Dellray, poniendo los ojos en blanco—. ¿Qué vas a hacer? ¿Salir por la ventana? No puedes ir a ninguna parte.

—No lo diré dos veces —Talbot apuntó el arma hacia el rostro de Dellray.

Sus ojos tenían una mirada desesperada. A Rhyme le pareció un oso acorralado. El agente y los policías tiraron sus armas al suelo. Bell dejó caer sus dos pistolas.

—¿Adónde da esa puerta? —Talbot señaló la pared con la cabeza. Había visto fuera a los guardias de Eliopolos y sabía que no podía escapar por allí.

—Es un armario —dijo rápidamente Rhyme.

Talbot lo abrió y miró el minúsculo ascensor.

—Que te jodan —susurró y apuntó a Rhyme con el arma.

—No —gritó Sachs.

Talbot volvió la pistola contra ella.

—Ron —exclamó Percey—, piensa en lo que haces. Por favor…

Sachs, avergonzada pero ilesa, estaba de pie y miraba las pistolas que había en el suelo a tres metros.

No, Sachs, pensó Rhyme. ¡No lo hagas!

Había sobrevivido al asesino profesional más diestro del país y en aquel momento estaba a punto de dispararle a un aficionado presa de pánico.

Los ojos de Talbot se movían de un lado a otro, de Dellray y Sellitto al ascensor, tratando de descifrar cómo funcionaban los botones.

No, Sachs, no lo hagas.

Rhyme trataba de atraer la atención de la chica, pero ella estaba concentrada evaluando distancias y ángulos. Nunca lo podría hacer a tiempo.

—Hablemos un momento, Talbot —dijo Sellitto—. Vamos, baje el arma.

Por favor, Sachs, no lo hagas… Te verá. Intentará darte en la cabeza, como todos los aficionados, y morirás.

Sachs se puso tensa y observó la Sig-Sauer de Dellray.

No…

En el instante en que Talbot se volvió a mirar el ascensor, Sachs saltó al suelo y cogió el arma de Dellray mientras rodaba. Pero Talbot la vio. Antes de que ella pudiera levantar la enorme automática, apuntó la Glock a su cara y entrecerró los ojos cuando comenzó a apretar el gatillo, aterrado.

—¡No! —gritó Rhyme.

El disparo los dejó sordos. Las ventanas vibraron y los halcones volaron hacia el cielo.

Sellitto buscó su arma. La puerta se abrió de golpe y los oficiales de Eliopolos entraron corriendo al cuarto, con sus pistolas en las manos.

Ron Talbot, con un pequeño agujero rojo en la sien, se quedó extraordinariamente quieto durante un momento y luego cayó al suelo en espiral.

—Oh, cielos —dijo Mel Cooper, paralizado en su postura, mientras sostenía una bolsa de pruebas y miraba a su pequeña y delgada Smith & Wesson 38, sostenida por la mano firme de Roland Bell que apuntaba por detrás del hombro del técnico—. Oh, Dios mío.

El detective se había deslizado detrás de Cooper y le había quitado el arma de la estrecha funda, ubicada en la parte de atrás del cinturón. Bell había disparado desde la cadera, es decir, desde la cadera de Cooper.

Sachs se puso de pie y cogió su Glock de la mano de Talbot. Le tomó el pulso y sacudió la cabeza.

Los gemidos llenaron el cuarto cuando Percey Clay cayó de rodillas sobre el cuerpo y, entre sollozos, golpeó con su puño una y otra vez el duro hombro de Talbot. Nadie se movió durante un largo instante. Luego, tanto Amelia Sachs como Roland Bell se dirigieron hacia ella. Se detuvieron y fue Sachs quien se alejó y dejó que el larguirucho detective pusiera su brazo alrededor de la mujer. Así la apartó del cuerpo de su amigo y enemigo.

Capítulo 41

Era muy tarde; se oían algunos truenos y caía una fina lluvia de primavera. La ventana estaba abierta de par en par, no la de los halcones, por supuesto, ya que a Rhyme le disgustaba que los molestaran, y el cuarto estaba impregnado del fresco aire de la noche.

Amelia Sachs hizo saltar el corcho y luego sirvió el chardonnay en el vaso de Rhyme y en su propia copa.

Cuando bajó la mirada, no pudo reprimir una carcajada.

—No lo puedo creer.

En el ordenador que estaba al lado de la Clinitron había un programa de ajedrez.

—Tú no juegas —dijo—. Quiero decir, nunca te he visto jugar.

—Espera —respondió Rhyme.

En la pantalla se leyó:
No comprendo lo que dices. Por favor, repítelo
.

Con voz clara, el criminalista ordenó:

—Torre cuatro alfil dama. Jaque.

Una pausa. «
Enhorabuena
», articuló el ordenador. Se oyó una versión digitalizada de la marcha
Washington Post
de Sousa.

—No lo hago por entretenimiento —explicó Rhyme, de malas pulgas—. Mantiene la mente ágil. Es mi
Nautilus
particular. ¿Quieres jugar conmigo, Sachs?

—No sé jugar al ajedrez —dijo la chica, después de beber un trago de su copa de vino—. Si algún caballo amenaza mi rey prefiero pegarle un tiro a pensar cómo neutralizarlo. ¿Cuánto dinero encontraron?

—¿Dinero? ¿Te refieres al que escondió Talbot? Más de cinco millones.

Después de que los auditores examinaran el segundo conjunto de libros, los verdaderos, comprobaron que Hudson Air era una compañía muy lucrativa. La pérdida del avión y del contrato de U.S. Medical constituían un golpe, pero había bastante dinero en efectivo como para mantener a la compañía, en palabras de Percey, «en el aire».

—¿Dónde está el Bailarín?

—En DE.

Detención Especial era un lugar poco conocido en el edificio de los tribunales. Rhyme nunca lo había visto, en realidad pocos policías habían estado allí, pero lo cierto era que en treinta y cinco años nadie se había escapado.

—Le cortaron bien las garras —había comentado Percey Clay cuando Rhyme se lo dijo. Luego explicó que se refería al limado de uñas que se le hace a los halcones de caza.

Rhyme, dado su especial interés en el caso, insistió en que le informaran de qué se ocupaba el Bailarín durante su detención. Supo por los guardias que había preguntado por las ventanas que había, en qué planta se hallaban y en qué parte de la ciudad estaba situado el edificio.

—¿Huelo una gasolinera por las cercanías? —había preguntado misteriosamente.

Cuando lo supo, Rhyme llamó inmediatamente a Lon Sellitto y le pidió que hablara con el jefe del centro de detención para que duplicara la guardia.

Amelia Sachs bebió otro vigorizante trago de vino y se decidió a hablar de lo que la preocupaba, a pesar del riesgo que intuía.

—Rhyme, deberías ir a por ella —le espetó. Tomó otro trago—. No estaba segura de poder decírtelo.

—¿Me lo repites, por favor?

—Es lo que te conviene. Será muy bueno para ti.

Raramente tenían problemas para mirarse a los ojos, pero en esta ocasión, como se adentraba en un tema escabroso, Sachs mantuvo la mirada clavada en el suelo. ¿De qué se trataba todo esto? Cuando levantó la vista y vio que no le había entendido, continuó:

—Sé lo que sientes por ella. Y aunque ella no lo admite, yo sé lo que siente por ti.

—¿
Quién
?

—Sabes muy bien quién. Percey Clay. Piensas en ella como una viuda y que no volverá a amar a nadie en su vida en este momento. Pero… ya oíste lo que dijo Talbot. Carney tenía una amante. Una mujer de la oficina. Percey lo sabía. Seguían juntos porque eran amigos. Y por la compañía.

—Yo nunca…

—Ve a por ella, Rhyme. Vamos. Te lo digo en serio. Crees que nunca funcionará. Pero a ella no le importa que estés inválido. Coño, mira lo que dijo el otro día. Tenía razón, vosotros dos sois muy parecidos.

Hay momentos en que para manifestar la frustración que se siente todo lo que hace falta es levantar las manos y dejarlas. Rhyme optó por apoyar la cabeza en su sofisticada almohada.

—Sachs, ¿de dónde diablos has sacado esa idea tan peregrina?

—Oh, por favor. Es tan obvio. He visto cómo has reaccionado desde que ella apareció. Cómo la miras. Cómo te obsesionaste por salvarla. Sé lo que está pasando.

—¿Qué está pasando?

—Ella es como Claire Trilling, la mujer que te dejó hace unos años. Es la que quieres.

Oh… Rhyme asintió. De manera que es eso.

—Es cierto, Sachs —recordó con una sonrisa—, que he estado pensando mucho en Claire los últimos días. Mentí cuando lo negué.

—Siempre que la mencionas me doy cuenta de que todavía estás enamorado de ella. Sé que después del accidente nunca os encontrasteis de nuevo. Supuse que es un asunto que tienes pendiente. Como me pasó a mí cuando Nick me dejó. Conociste a Percey y ella te recordó a Claire. Todo surgió de nuevo. Te diste cuenta de que otra vez podías estar con alguien. Quiero decir, con ella. No… no conmigo. Bueno, así es la vida.

—Sachs —comenzó a decir Rhyme—, no es de Percey de quien te tienes que sentir celosa. No es ella quien te sacó de mi cama la noche pasada.

—¿No?

—Fue el Bailarín.

Sachs vertió un poco más de vino en su copa. Lo hizo girar y miró el claro líquido.

—No entiendo.

—¿Lo qué pasó la otra noche? —Rhyme suspiró—. Tuve que poner un límite entre nosotros, Sachs. Ya me encuentro demasiado cerca de ti para mi propio bien. Si vamos a seguir trabajando juntos, tengo que mantener las distancias. ¿No te das cuenta? No puedo sentirme cerca de ti, muy cerca, y luego ponerte en peligro. No puedo permitir que suceda otra vez.

—¿
Otra vez
? —Sachs frunció el ceño, y después su rostro se iluminó al comprenderlo.

Ah, esa es mi Amelia, pensó Rhyme. Una excelente criminalista. Una buena tiradora. Rápida como un lince.

—Oh, no, Lincoln, Claire era…

Él asintió.

—Era el técnico que designé para examinar la escena de crimen en Wall Street después del golpe del Bailarín hace cinco años. Era la que alargó la mano hacia la papelera y sacó el papel que hizo detonar la bomba.

Era la razón por la que se había obsesionado tanto con el asesino. Por la que había deseado entrevistar al criminal, un gesto poco común en él. Había querido atrapar al hombre que había matado a su amante, y había querido saberlo todo sobre él.

Se trataba de una venganza, una venganza sin atenuantes. Cuando Lon Sellitto, que sabía lo de Claire, preguntó si no sería mejor que Percey y Hale se fueran de la ciudad, en realidad estaba preguntando si los sentimientos de Rhyme no estarían interfiriendo con el caso.

Sí, estaban interfiriendo. Pero Lincoln Rhyme, a pesar de la abrumadora parálisis tenía el mismo instinto de cazador que los halcones de su ventana. Todo criminalista lo tiene. Y cuando olía la presa nada lo detenía.

—Es así, Sachs. No tiene nada que ver con Percey. Y aunque deseaba que pasaras la noche conmigo, todas las noches, no puedo arriesgarme a quererte más de lo que te quiero ahora.

Para Lincoln Rhyme resultaba sorprendente, hasta desconcertante, mantener esta conversación. Después del accidente había llegado a creer que la viga de roble que rompió su columna vertebral también le había dañado el corazón, eliminando todos sus sentimientos. Y que su capacidad de amar y ser amado estaba tan destruida como las finas fibras de su médula espinal. Pero la noche anterior, con Sachs tan cerca, se había dado cuenta cuan errado estaba.

—Lo comprendes, ¿verdad, Amelia? —susurró.

—Usa mi apellido —le dijo ella, sonriente.

Se inclinó y lo besó en la boca. Él se retrajo contra la almohada durante un momento y después le devolvió el beso.

—No, no —insistió. Pero la besó de nuevo con fervor.

El bolso de Sachs cayó al suelo; su chaqueta y reloj fueron a la mesilla de noche y los siguió el último de los accesorios de moda que se quitó: el Glock 9.

Se besaron de nuevo.

—Sachs… —se apartó Rhyme—. ¡Es demasiado peligroso!

—Dios no da nada por seguro —dijo Sachs, con los ojos fijos en los de él. Luego se puso de pie y atravesó el cuarto hacia el interruptor de la luz.

—Espera —dijo Rhyme.

Ella se detuvo y lo miró. La roja melena cayó sobre su cara y le tapó un ojo.

—Luces afuera —ordenó Rhyme al micrófono que colgaba de la estructura de la cama.

El cuarto quedó a oscuras.

Fin

JEFFERY DEAVER, Escritor estadounidense nacido el 6 de mayo de 1959 en Glen Ellyn, Illinois. Aunque sus inicios profesionales fueron como periodista, finalmente cursó estudios de Derecho y ejerció como abogado.

Sus novelas y compendios de relato corto son encuadrables dentro del género del thriller, suelen promover en el lector el uso de la lectura lateral y usan con profusión los “finales trampa” (a veces más de uno en el mismo relato) para enfatizar la sorpresa de la conclusión. Su serie de novelas más conocida es la protagonizada por Lincoln Rhyme, un detective tetrapléjico que ya ha aparecido como principal protagonista en ocho de sus novelas.

Notas

[1]
Franklin Delano Roosevelt Drive: autopista que discurre en paralelo a la ribera de los dos ríos de Nueva York.(
N. de la T
).
<<

[2]
Grandes almacenes de Nueva York.(
N. de la T
).
<<

[3]
5.556 metros. Una milla equivale a 1.852 metros.(
N. de la T
).
<<

[4]
Roger: mensaje recibido. (
N. de la T
).
<<

[5]
Control del Tráfico Aéreo. (
N. de la T
).
<<

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