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Authors: Jodi Picoult

Tags: #Narrativa

Diecinueve minutos (42 page)

BOOK: Diecinueve minutos
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La señora Sandringham había subrayado una de las frases de la conclusión: «He aprendido que, al final, siempre te atrapan, así que es mejor pensar las cosas antes de obrar».

La profesora posó la mano sobre la muñeca de Peter.

—En verdad has obtenido una enseñanza de ese incidente —le dijo, sonriéndole—. Yo confiaría en ti sin pensarlo dos veces.

Peter asintió con la cabeza y tomó la hoja con su redacción de la mesa. Se fundió en el torrente de estudiantes del pasillo con ella en la mano. Imaginaba lo que le diría su madre si llegaba a casa con un trabajo suyo con un sobresaliente en letras rojas escrito en él; si, por una vez en la vida, era él el que hacía algo propio de Joey.

Pero para eso, habría tenido que explicarle a su madre lo del incidente del contenedor, para empezar. O confesar que le habían despedido, y que ahora se pasaba las tardes en la biblioteca, en lugar de en la copistería.

Peter estrujó la redacción y la tiró a la primera papelera que vio.

Tan pronto como Josie empezó a pasar la mayor parte de su tiempo libre casi exclusivamente en compañía de Matt, Maddie Shaw fue ocupando de forma paulatina el puesto de acólita de Courtney. En cierto modo, a esa chica le iba mejor el papel de lo que le había ido nunca a Josie: si se miraba a Courtney y Maddie de espaldas, era casi imposible decir quién era quién. Maddie había cultivado con tal fidelidad y perfección el estilo y los gestos de Courtney, que había elevado la imitación a la categoría de arte.

Aquella noche, el grupo se reunía en casa de Maddie, ya que los padres de ésta habían ido a visitar a su hijo mayor, alumno universitario de segundo año en Syracuse. No bebían; estaban en plena temporada de hockey y los jugadores habían firmado en este sentido un acuerdo previo con el entrenador, pero Drew Girard había alquilado la versión íntegra de una comedia sexual de adolescentes, y los chicos se habían puesto a discutir acerca de quién estaba más buena, si Elisha Cuthbert o Shannon Elizabeth.

—Si las tuviera a las dos en la cama, no le haría ascos a ninguna —dijo Drew.

—¿Y qué te hace pensar que ninguna de ellas iba a meterse en tu cama? —rió John Eberhard.

—Tengo la reputación muy larga…

Courtney sonrió de medio lado.

—Debe de ser lo único.

—Eh, Court, a lo mejor te gustaría comprobarlo.

—A lo mejor no…

Josie estaba sentada en el suelo, con Maddie, intentando activar un tablero de Ouija. Lo habían encontrado en un armario del sótano, junto con un Trivial Pursuit y otros juegos. Josie apoyaba ligeramente la punta de los dedos en la tablilla móvil.

—¿La estás moviendo?

—Te juro por Dios que no —dijo Maddie—. ¿Y tú?

Josie negó con la cabeza. Se preguntaba qué tipo de espíritu podía acudir a una fiesta de adolescentes. El de alguien que hubiera tenido una muerte trágica, sin duda, y a una edad muy joven, en un accidente de coche tal vez.

—¿Cómo te llamas? —dijo Josie en voz alta.

La tablilla giró señalando la letra A y luego la B, y se detuvo.

—Abe —pronunció Maddie—. Podría ser un nombre.

—O Abby.

—¿Eres hombre o mujer? —preguntó Maddie.

La tablilla se salió entera del tablero. Drew soltó una risotada.

—A lo mejor es gay.

—A lo mejor hay que serlo para reconocerlo —dijo John.

Matt bostezó y se estiró, subiéndosele la camisa. Aunque Josie estaba de espaldas a él, había podido casi sentirlo, tan sincronizados estaban sus cuerpos.

—Es apasionante y divertido, chicos, pero nosotros nos abrimos. Vamos, Jo.

Josie miró cómo la tablilla deletreaba una palabra: N-O.

—Yo no quiero irme —dijo—. Lo estoy pasando bien.

—Oh-oh —dijo Drew.

Desde que habían empezado a salir, Matt pasaba más tiempo con Josie que con sus amigos. Y aunque le había dicho que prefería tontear con ella a estar rodeado de tontos, Josie sabía que para él seguía siendo importante contar con el respeto de Drew y John. Pero eso no quería decir que tuviera que tratarla como a una esclava, ¿no?

—He dicho que nos vamos —insistió Matt.

Josie levantó la mirada hacia él.

—Y yo digo que no. ¿Por qué tengo que irme ahora corriendo?

Matt sonrió a sus amigos, con engreimiento.

—Pero si tú no sabías lo que era correrse antes de salir conmigo —dijo.

Drew y John soltaron una carcajada, mientras Josie notaba cómo se ruborizaba de vergüenza. Se puso de pie desviando la mirada, y subió a toda prisa la escalera del sótano.

En el vestíbulo de la casa de Maddie recogió su abrigo, sin volverse siquiera al oír pasos tras ella.

—Yo lo estaba pasando bien…

Se interrumpió lanzando un pequeño grito cuando Matt la agarró con fuerza del brazo y la hizo darse la vuelta, sujetándola contra la pared por los hombros.

—Me haces daño…

—Ni se te ocurra volver a hacerme esto.

—Eres tú el que…

—Me has hecho quedar como un idiota —dijo Matt—. Te he dicho que era hora de irnos.

Le estaba dejando marcas allí donde la agarraba, como si ella fuera un lienzo y él estuviera dispuesto a dejar su firma. Hasta que al final se sintió flojear bajo sus manos, como si el instinto la llevara a rendirse.

—Yo… lo siento —dijo en un susurro.

Aquellas palabras funcionaron como un código de acceso, y Matt relajó el apretón.

—Jo —suspiró, apoyando su frente contra la de ella—. No me gusta compartirte. No puedes culparme por ello.

Josie negó con la cabeza, pero aún no había recuperado la suficiente confianza en sí misma como para hablar.

—Es por lo mucho que te quiero.

Ella pestañeó.

—¿En serio?

Él aún no le había dicho nunca aquellas palabras, ni ella tampoco, aunque había estado a punto; pero temía que si él no le respondía lo mismo, se evaporaría en el aire de pura humillación. Y ahora resultaba que era Matt el que le decía que la quería, primero.

—¿Es que no se nota? —dijo él, y le tomó la mano. Se la llevó a los labios y le besó los nudillos con tal suavidad, que Josie casi olvidó lo que acababa de pasar, y lo que los había llevado a aquella situación.


Kentucky Fried People
—dijo Peter, dándole vueltas a la idea de Derek mientras se sentaban junto a la línea de banda en la clase de gimnasia y se formaban los equipos para el partido de baloncesto—. No sé… ¿no parece un poco demasiado… ?

—¿Explícito? —dijo Derek—. ¿Desde cuándo te preocupa lo políticamente correcto? Mira, imagínate que llegas hasta el aula de bellas artes con los puntos suficientes como para poder usar el horno como arma.

Derek había estado probando el nuevo videojuego de Peter, señalando las cosas que podían mejorarse y los fallos de diseño. Sabían que aún podían hablar un buen rato, porque estaban destinados a ser los últimos elegidos para formar equipo.

Spears, el preparador de educación física, había designado a Drew Girard y Matt Royston como capitanes, lo cual no era ninguna sorpresa, pues aunque novatos en el instituto, ya eran deportistas de élite.

—Eh, métanle ganas, chicos —les espoleaba el preparador—. Que sus capitanes vean que se mueren de ganas por jugar. Háganles creer que van a ser el nuevo Michael Jordan.

Drew señaló a un chico de la parte de atrás del grupo.

—Noah.

Matt hizo un gesto con la cabeza hacia el muchacho que estaba sentado junto a él.

—Charlie.

Peter se volvió hacia Derek.

—Dicen que, aunque esté retirado, Michael Jordan gana cuarenta millones de dólares al año en bonificaciones.

—Eso son casi ciento diez mil dólares al día por no trabajar —calculó Derek.

—Ash —llamó Drew.

—Robbie —dijo Matt.

Peter se inclinó, acercándose más a Derek.

—Si fuera al cine, la entrada le costaría siete pavos, pero ganaría más de nueve mil mientras veía la película.

Derek sonrió.

—Si se pone a cocer un huevo duro y lo hierve durante cinco minutos, gana trescientos ochenta dólares.

—Stu.

—Freddie.

—El Niño.

—Walt.

Al final sólo quedaban tres chicos a elegir para los dos equipos: Derek, Peter y Royce, que tenía problemas de agresividad y venía con tutor incluido.

—Royce —escogió Matt.

—Gana cuatro mil quinientos sesenta dólares más que si trabajara en un McDonald’s —añadió Derek.

Drew examinó a Peter y Derek.

—Mientras ve la reposición de un capítulo de
Friends
, gana dos mil doscientos ochenta y tres dólares —dijo Peter.

—Si quisiera ahorrar para comprarse un Maserati, tardaría veintiuna horas —prosiguió Derek—. Vaya, cómo me gustaría saber jugar al baloncesto.

—Derek —se decidió Drew.

Derek se levantó lentamente.

—Sí —dijo Peter—, pero aunque ahorrara el cien por cien de sus ingresos durante los próximos cuatrocientos cincuenta años, Michael Jordan no llegaría a lo que tiene Bill Gates en este mismo segundo.

—Está bien —dijo Matt—, me quedo con el marica.

Peter fue, arrastrando los pies, hasta la cola del equipo de Matt.

—Esto se te debe dar bien, ¿no, Peter? —le dijo Matt, en voz lo bastante alta para que todos lo oyeran—. No tienes más que no apartar las manos de las pelotas.

Peter se apoyó contra una colchoneta que alguien había colgado de la pared, como si se tratara de la habitación de un manicomio, con las paredes protegidas con cosas mullidas en previsión de que allí pudieran desatarse todas las iras del infierno.

A él le habría gustado estar tan seguro de quién era como todo el mundo parecía estarlo.

—Está bien —dijo el entrenador Spears—, ¡empecemos!

La primera tormenta de nieve de la temporada llegó antes del Día de Acción de Gracias. Se desencadenó pasada la medianoche, con el viento sacudiendo el viejo esqueleto de la casa y el granizo tamborileando contra las ventanas. Se fue la luz, pero Alex ya había imaginado que podía pasar. Se despertó sobresaltada, en mitad del absoluto silencio que siguió a la pérdida de energía eléctrica, y buscó a tientas la linterna que había dejado preparada junto a la cama.

También tenía velas. Alex encendió dos de ellas y observó su propia sombra, extensa como la vida misma, deslizándose a lo largo de la pared. Se acordó de noches como aquélla, cuando Josie era pequeña, en que se metían juntas en la cama y su hija se quedaba dormida cruzando los dedos para que no hubiera colegio al día siguiente.

¿Cómo era que los adultos nunca tenían aquellos imprevistos días de asueto? Aunque se suspendieran las clases al día siguiente, cosa muy probable si Alex no se equivocaba, aunque el viento siguiera aullando como si la tierra sufriera un gran dolor, y los limpiaparabrisas se hubiesen congelado, Alex tendría que presentarse en el tribunal a la mañana siguiente. Las clases de yoga, los partidos de baloncesto y las representaciones teatrales se aplazarían, pero nadie podía cancelar la vida real.

La puerta del dormitorio se abrió de golpe. Josie apareció en el umbral, con una camiseta sin mangas y unos calzoncillos de chico que Alex no tenía ni la menor idea de dónde podían haber salido, aunque rogó por que no pertenecieran a Matt Royston. Por un momento, Alex apenas fue capaz de relacionar a aquella joven con curvas y pelo largo, con la hija que aún esperaba encontrarse, una niña pequeña, con la trenza deshecha y un pijama de muñequitos. Levantó las sábanas por un lado de la cama, a modo de invitación.

Josie se metió dentro, subiéndose las mantas hasta la barbilla.

—Qué noche más horrible —dijo—. Parece que se vaya a caer el cielo a pedazos.

—Yo temo más por las carreteras.

—¿Crees que mañana aún nevará?

Alex sonrió en la oscuridad. Por mayor que se hubiera hecho, las prioridades de Josie seguían siendo las mismas.

—Lo más probable.

Con un suspiro de satisfacción, Josie se dejó caer sobre la almohada.

—Tal vez Matt y yo podamos ir a esquiar a algún sitio.

—No saldrás de casa si las carreteras no están en condiciones.

—Tú saldrás.

—Yo no tengo más remedio —replicó Alex.

Josie se volvió hacia ella. En sus pupilas se reflejaba la llama de una de las velas.

—Todo el mundo lo tiene —dijo, apoyándose en el codo—. ¿Puedo hacerte una pregunta?

—Claro.

—¿Por qué no te casaste con Logan Rourke?

Alex se sintió como si de repente la hubieran sacado afuera, bajo la tormenta, desnuda; tan desprevenida la pilló la pregunta de Josie.

—¿A qué viene eso?

—¿Qué había en él que no te gustara? Me dijiste que era guapo e inteligente. Y tú debías de quererle, al menos en determinado momento…

—Josie, todo eso pertenece al pasado… Y no deberías preocuparte por ello porque no tiene nada que ver contigo.

—Tiene todo que ver conmigo —dijo Josie—. Soy mitad de él.

Alex se quedó mirando el techo. Puede que, después de todo, el cielo estuviera cayéndose a pedazos. Puede que eso fuera lo que pasaba cuando pensabas que tus cortinas de humo y tus juegos de espejos podían crear una ilusión duradera.

—Era todo eso que has dicho —continuó Alex con voz pausada—. No fue por él. Fue por mí.

—Ya. Y por lo de su matrimonio, eso también debió de pesar lo suyo.

Alex se incorporó en la cama.

—¿Cómo te has enterado?

—Se presenta a un cargo público, sale en todos los periódicos. No hay que ser un científico aeroespacial.

—¿Has hablado con él?

Josie la miró a los ojos.

—No.

Una parte de Alex habría deseado que Josie hubiera hablado con él… Para comprobar si había seguido su carrera como magistrada, incluso si había preguntado por ella. La decisión de abandonar a Logan, que le había parecido tan justa en su momento para con el bebé no nacido, se le antojaba ahora egoísta. ¿Por qué nunca antes había hablado con Josie de eso?

Porque había estado protegiendo a Logan. Puede que Josie se hubiera criado sin conocer a su padre, pero ¿no era eso mejor que enterarse de que él había querido que abortara? «Otra mentira más —pensó Alex—, sólo una pequeña mentira más. Para no lastimar a Josie».

—Él no quería separarse de su esposa. —Alex miró a Josie de reojo—. Y yo no podía hacerme tan pequeña como para caber en el espacio en el que él quería que yo cupiera, si deseaba formar parte de su vida. ¿Te parece una decisión lógica?

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