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Authors: Anselm Audley

Tags: #Fantástico

Cruzada (32 page)

―Nunca te preocupó la ley cuando eras virrey, ¿verdad? ―repuso Ukmadorian―. Ahora te conviene emplearla contra mí para tus propios intereses.

―¿Y cuáles son esos intereses? ―preguntó Ravenna fijando de pronto los ojos en Sagantha.

―Puedes creer que tu ángel guardián te está protegiendo por la mera bondad de su corazón, pero me temo que no es el caso. Podrías ser una útil prenda de negociación para que él y sus aliados te utilicen contra otros líderes del consejo. No le importan las tormentas ni tu corona más que a mí. La diferencia es que yo no me preocupo por fingir lo contrario.

―Lo que quiere decir es que todavía soy defensor de la realeza ―argumentó Sagantha sin alzar la voz―. Preferiría verte gobernando el Archipiélago cuando todo esto acabe.

―Pero prefieres que sea el consejo quien dirija la guerra ―contraatacó Ravenna.

―Demasiadas personas piensan que has muerto ―objetó Sagantha.

―¿De manera que habéis decretado oficialmente mi muerte?

El ceño de Ukmadorian bastó para comprender que no habían hecho tal cosa, que Ravenna seguía siendo de forma nominal la faraona. Me pregunté porqué no lo habrían hecho.

―Retira de aquí a tus matones a sueldo ―exigió Ravenna―. Pregúntale a Tekla quién fue alguna vez. Quizá consiga recordar los tiempos en los que apenas era la pálida proyección de Orosius. Y quizá os diga qué sucedió para que acabase siendo lo que es hoy.

Durante un rato largo el rector no dijo palabra. Sagantha y Ravenna esperaron a que lo hiciera (él, cauteloso; ella, desdeñosa y encarnando en cada pulgada de su cuerpo al monarca que alguna vez fue su abuelo). Entonces, por fin y con mucha reticencia, Ukmadorian ordenó a los mercenarios que se marchasen.

―Permaneceréis aquí, custodiados día y noche ―afirmó―. Habéis huido, habéis abandonado a vuestra gente y ahora pretendéis regresar y que se acepten vuestras peticiones como si todos estos años nunca hubiesen pasado. Es hora de que sepáis cuáles son las realidades de esta guerra.

Se marchó, dejando la puerta cerrada con llave tras de sí. Mi mente vagó de regreso a la Ciudadela y a la verde isla del extremo sur, al enorme edificio blanco sobre la laguna, al increíble azul del océano. Ukmadorian había sido nuestro instructor, el director de la Ciudadela (la mayor parte de los otros estudiantes apenas lo habían visto). Él me había enseñado casi toda la magia que conocía.

Su actitud actual hacia nosotros parecía empañar el recuerdo de todo (los ejercicios nocturnos en la jungla, la navegación, la celebración del Festival de Thetis en la laguna). Nuestro desafío final se nos había vuelto finalmente en contra, pero lo peor era que todos los que habían estado allí con nosotros aún confiaban en el rector, aún lo consideraban el líder de la herejía.

Un líder, pero no el único, como Sagantha acababa de demostrar. Y quedaba todavía algo oscuro en relación con el consejo, algo que ninguno de los dos hombres había dicho. Ninguno tenía una posición dominante en el consejo, de lo que se desprendía que (salvo que fuese una excepción a toda organización eficaz de la historia), debía de haber alguien más, quizá otra facción u otro individuo, que sí dominaba la situación. Pero ¿cuál? ¿O quién?

CAPITULO XV

Desperté de un sueño agitado, sin saber si alguien me había despertado o no. No se oía nada más que el murmullo del motor, más una vibración que un sonido. Tras tres noches en la manta, todavía no me había habituado a su quietud, tan diferente de los ruidos del exterior, la represa o la jungla.

Había pasado demasiado tiempo siendo esclavo para no despertarme de inmediato, pero a pesar de mi sensación no oí ningún paso, ni el sonido de nadie apremiándome para levantarme.

Sólo unos minutos después percibí un amortiguado golpe metálico y, a continuación, un temblequeo de los motores. O bien habíamos entrado en contacto con otra manta o estábamos a punto de desembarcar en un puerto. No pude asegurarlo, incapaz de determinar nuestra velocidad.

―¿Cathan?

No había ninguna luz; Ukmadorian las controlaba desde el puente de mandos, de modo que no teníamos forma de manejarlas desde el camarote. Tampoco podía usar mi magia de la Sombra, pues Tekla merodeaba por allí manteniendo a raya nuestros poderes.

Ravenna se movió sin hacer ruido, hacia un lado de su cama.

―Necesitarán un tiempo para hablar antes de venir a buscarnos. Supongo que se habrán reunido con sus aliados.

Era extraño oír su voz en la oscuridad. Debíamos de estar a poco menos de un kilómetro de profundidad, a horas del ocaso, y la negrura exterior era absoluta. La mayor parte de la tripulación estaría dormida.

―Me cuesta dormir ―comentó Ravenna―. Tengo unos sueños tan extraños....

―¿Qué clase de sueños?

―La costa de la Perdición. Tu hermano antes de morir, exigiéndonos que lo matásemos y nos vengásemos por todo lo que había hecho... ―Hizo una pausa―. Es curioso, no había soñado con esa noche desde hacía casi tres años, pero pienso en ella todo el tiempo.

Nunca lo había mencionado, ni le había recordado a nadie que Orosius se había vuelto casi humano antes de morir. Tampoco que me había entregado su sello y me había confiado la misión de comunicarle a Palatina que pasaba a ser emperatriz.

―Es difícil de olvidar. En ocasiones me parece que es la última experiencia auténtica que viví y que todo lo sucedido desde entonces no ha sido más que un largo y horrible sueño. Algo que el buque nos hizo soñar mientras estábamos allí, medio dormidos, en uno de aquellos grandiosos y resonantes camarotes.

―¿Todavía quieres que volvamos? ―pregunté―. ¿Al
Aeón?

―Sabes que sí.

Hubo a continuación una serie de ruidos sordos, luego silencio. El murmullo del motor cambió ligeramente de tono a medida que se apagaba. Debía de tratarse de ser una plataforma de lanzamiento o habrían mantenido el motor encendido para mantener la nave en posición.

Me incorporé en la cama y manoteé en la oscuridad hasta encontrar la túnica, que me puse sin saber si estaba del derecho. No quería darle la menor ventaja a Ukmadorian cuando viniese a por nosotros.

Hice como Ravenna y salí fuera de mi pequeña litera lateral, intentando no chocarme contra ningún mueble. Esa parte estaba algo más iluminada y conseguí dar con una de las sillas y sentarme, incapaz de distinguir más que difusas sombras. ¿Qué hora sería? Podía haber dormido apenas un par de horas... o toda la noche.

Así era la vida a medias a la que nos había condenado Sagantha tras interceder por nosotros dos días atrás, defendiéndonos ante Ukmadorian cuando no esperábamos que lo hiciese. Desde entonces no habíamos vuelto a verlo, y quién sabía con quién se habrían encontrado en la otra manta. Sólo deseé que no fuesen más amigos reaccionarios de Ukmadorian.

Ignoraba a esas alturas quién integraba el consejo. Al parecer, Sagantha, pero ¿cuántos habrían sido eliminados durante las purgas o depuestos públicamente para salvarles el pellejo? ¿Era ése en verdad el liderazgo que le quedaba a la herejía, o tan sólo Ukmadorian engañándose a sí mismo?

Mucho antes de lo que yo había esperado, oí sonido de pasos y voces aproximándose por el pasillo exterior. Me recliné en la silla y cerré los ojos para no cegarme con la luz.

Volví a abrir los ojos uno o dos segundos más tarde, cuando se encendieron unas lámparas en los paneles de los pasillos, y vi frente a mí a tres figuras de pie ante la puerta.

Tekla estaba entre dos hombres. Los miré con cautela. Eran thetianos vestidos del mismo insulso color negro.

―¿Qué sucede? ―pregunté, intentando no aparentar preocupación.

―Va a comenzar vuestro juicio.

―¿Juicio? ―repitió Ravenna―. ¿Y en nombre de qué autoridad vamos a ser juzgados?

―Tu bravura carece de sentido y de relevancia. No te corresponde a ti preguntar nada, como si tuvieras de alguna autoridad. De hecho, la única persona sobre la que tienes autoridad es Cathan, sólo porque es demasiado débil para enfrentarse a ti.

Me hundí. Donde fuera que estuviésemos, ese lugar también estaba en manos de amigos de Ukmadorian, más viejos fósiles rígidos, demasiado absorbidos por su propio pasado para comprender su error. Rogué por que acabásemos encontrando un sitio donde la gente se percatase de que lo único importante era luchar contra el Dominio.

―Si os resistís, seréis tratados como si fueseis violentos y peligrosos ―advirtió Tekla con voz inexpresiva―. Por otra parte, se os vendarán los ojos. Es un procedimiento normal.

―¿Qué procedimiento? ―empezó a decir Ravenna, pero se calló. No nos quedaba mucho más que nuestra propia dignidad, y ninguno de los dos quería sacrificarla sin sentido. Sin embargo, mientras permitíamos, inmóviles, que uno de los guardias nos atase una cinta negra alrededor de los ojos, sentí algo más que recelo.

El vendaje estaba penosamente apretado y no nos dejaba ver nada, así que cuando me condujeron afuera del camarote la oscuridad era absoluta. Al principio noté que caminábamos descendiendo por el pasillo y bajé con dificultad la escalerilla. Oí una o dos voces y entonces sentí en la cara una oleada de aire fresco.

―Escotilla ―anunció un momento después el hombre que me guiaba, y alcé un pie para atravesarla en dirección a la plataforma de conexión, arreglándomelas para no tropezar. Allí sentí una ligera brisa y el aire se volvió más frío y húmedo a medida que nos aproximábamos al otro extremo.

Cuando estuvimos en el interior del puerto submarino, donde fuese que nos encontrábamos, perdí todo sentido de la orientación. Debimos de subir una escalera de caracol (dos plantas, me parece), cruzamos algunas puertas y volvimos a descender hacia un espacio más amplio de piedra, lo bastante frío para hacerme sentir incómodo con mi fina túnica. Además era muy húmedo, y tras un momento, me percaté de que podía oír las olas.

Todavía me preguntaba, desesperado, por qué nos hacía eso el consejo, por qué éramos una amenaza tan grande para ellos. Empezaba a sentirme como un prisionero del Dominio... ¡y ésta era la gente de la que habíamos esperado apoyo!

Nos llevaron a otra sala y oí el sonido de una puerta metálica cerrándose a nuestras espaldas. Tragué saliva con dificultad, pensando dónde podría haber una puerta semejante, pero no tuve tiempo de meditarlo pues en seguida nos hicieron atravesar una segunda puerta y llegamos a un sitio donde el sonido pareció amortiguarse. Sentí que unas manos me quitaban las sandalias y otras me retiraban la venda, pero sólo vi luz durante un breve momento antes de que la puerta se cerrase detrás de mí.

―¿Ravenna? ―dije dubitativo, esperando que mis ojos se acostumbrasen a la penumbra. Luego recorrí toda la estancia. Frente a mí sentí unos barrotes metálicos y luego una tela más allá de éstos. El suelo estaba húmedo y frío, y deseé que no me hubiesen quitado las sandalias. Los cortes y heridas que me había hecho en el bosque todavía no se habían acabado de curar pese a las atenciones de Engare. ¿Qué sentido tenía todo aquello? Tuve la incómoda sensación de que allí había mucho más que el mero fastidio de Tekla.

―Sí, estoy aquí, pero tampoco sé qué está sucediendo. ―La voz de Ravenna me llegó opacada por la gruesa tela que rodeaba la habitación.

Estábamos en algún tipo de celda, inexplicablemente cubierta de tela negra. Me esforcé por oír cualquier sonido proveniente del exterior, algo que nos proporcionase una pista relativa de dónde nos encontrábamos. Pero lo único distinguible era el tenue y distante sonido de las olas, aunque tampoco demasiado grandes, toqué el muro que tenía detrás: las piedras estaban algo húmedas. Era probable que estuviésemos bajo el nivel del mar, pero ¿qué era ese sitio? Podíamos estar en cualquier lugar situado a dos días de navegación desde Qalathar, pero parecía imposible que el Dominio no hubiese detectado una fortaleza herética tan cercana. La población local habría delatado sin duda su existencia.

Sentí una súbita punzada de temor, preguntándome si, después de todo, no habríamos vuelto a ser entregados al Dominio. Era una idea ridícula, pero a medida que transcurría el tiempo me preocupó más y más.

Por fin le conté mis temores a Ravenna, pero tampoco sabía nada. ¿Qué sucedería si Tekla y Ukmadorian hubiesen renegado de la herejía y todo cuanto nos habían dicho fuera falso? No, no era lógico que planeasen semejante estratagema sólo para atraparnos, en especial por un plazo tan corto de tiempo. No había manera de que supiesen que nos dirigíamos a la costa sur, pese a que, de algún modo, Tekla nos había localizado. No era ninguna coincidencia: debió de estar siguiéndonos o sabía dónde encontrarnos. Y, sin embargo, ni Ravenna ni yo teníamos la menor idea de adonde íbamos. ¿Cómo lo hubiese podido saber alguien más? A menos que ese alguien estuviese controlando aquella tormenta...

Poco a poco subió la temperatura y se enrareció el ambiente. No había forma de que el aire circulase, y me descubrí anhelando sentir de nuevo el frescor del pasillo. O el del mar, tan tentadora―mente cercano.

¿Qué se proponían? Tekla había anunciado que se nos iba a someter a juicio, pero ¿a qué tipo de juicio se refería? No me habían parecido creíbles las palabras de Ukmadorian, que bien podían ser otra de las fanfarronadas a las que nos tenía habituados, aunque eso ya no parecía tan probable.

Palpé la tela, preguntándome si no sería posible retirarla para que corriese más aire, pero estaba fijada en los extremos. No estábamos en una habitación demasiado grande (casi no parecía posible que cupiese una persona más).

Recorrí con las manos los barrotes cercanos, constatando si alguno tenía un cierre que diese lugar a una puerta, pero lo único que comprobé es que eran antiguos, nudosos y salpicados de óxido aquí y allá.

El tiempo parecía eterno sin oír nada del exterior salvo el tenue retumbar de las olas, y el ambiente estaba cada vez más cargado. Intentamos alejarnos todo lo posible el uno del otro, moviéndonos de un extremo al otro para mover un poco el aire, pero nada parecía dar resultado.

Por fin la puerta se abrió, aunque no la que teníamos detrás. Se oyeron pasos frente a nosotros; al parecer se aproximaban varias personas, andando de forma lenta y medida. Los sonidos eran amortiguados por los muros. Un instante después oíamos el ruido inconfundible de mucha gente sentándose.

Los minutos se alargaban hasta que una voz de hombre comenzó un melódico discurso que siguió y siguió.

―Por los dioses y diosas más sagrados de los ocho Elementos, Thetis, señora del Agua; Hyperias, señor de la Tierra; Althana, señora del Viento; Ranthas, señor del Fuego; Tenebra, señora de las Sombras; Phaeton, Señor de la Luz; Ethani de los Espíritus, y Chronos, el amo de los Tiempos, hablaremos en vuestro nombre y dispensaremos la más sagrada de las justicias. Como hicieron nuestros antepasados, nos congregamos aquí para la práctica de la ley que ha sido depuesta, pero a la que devolveremos la gloria perdida en todo el mundo, trabajando para el día en el que todos tus hijos puedan vivir y adoraros con libertad.

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