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Authors: Bill Evans y Marianna Jameson

Tags: #Ciencia ficción, Intriga

Categoría 7 (33 page)

«Es un día demasiado perfecto para que importe el tamaño», pensó Kate con una sonrisa. «Todos quieren ir al agua».

El primer motor se puso en marcha con un rugido gutural cerca de donde Kate estaba, exhalando el dulce y familiar aroma del combustible que se mezclaba con el olor a agua salada y algas secas que lo dominaba todo. Gruesos cúmulos como bolas de algodón colgaban de un cielo azul pálido que parecía de papel, mientras las gaviotas como grisáceas rasgaduras giraban y se lanzaban en picado sobre las espumosas olas.

Sería un día perfecto para bucear. El grupo que ella coordinaba era una mezcla de amigos de la universidad y algunos allegados. Unas veces el grupo era más grande que otras, pero el núcleo se había mantenido unido durante casi diez años, reuniéndose para bucear dos veces al mes durante los veranos y con menos frecuencia fuera de la temporada, cuando sus reuniones se inclinaban más hacia las típicas conversaciones en donde se quejaban por no haberse ido a vivir a los trópicos.

Hoy, por acuerdo mutuo, se dirigían a su naufragio favorito, el
San Diego
, el único navío estadounidense perdido durante la Primera Guerra Mundial. Dependiendo de quién contara la historia, el
San Diego
había sido hundido por un torpedo alemán o una mina alemana frente a las costas de Long Island, y se había hundido en veintiocho minutos. Ahora yacía boca abajo a trescientos metros de profundidad frente a Fire Island.

En las últimas semanas había llovido poco, lo que quería decir que el agua estaría tan clara como era posible en el Atlántico, y explorar el barco hundido era tan sencillo como ir a Disneylandia, aunque teniendo en cuenta que el aniversario del hundimiento del
San Diego
había tenido lugar un par de días antes, era posible que hubiera también mucha gente.

Kate lanzó su bolsa con el equipo de buceo a la cubierta del
Loch Ness
, y luego subió ella, aterrizando con suavidad.

—¿Hay alguien en casa?

—Subo en un segundo. —La voz de Brad Scofield se oyó amortiguada procedente de la cubierta inferior.

Con su café con leche desnatada de Starbucks todavía caliente en su vaso térmico, Kate caminó hacia la proa y se inclinó sobre la barandilla. La brisa era suave, del Oeste, y en las próximas horas el aire se calentaría hasta llegar a unos 30°. Perfecto.

El golpe de otra bolsa sobre la cubierta atrajo su atención hacia la popa del barco.

—Hola, Katie.

—Hola, Doug. Hola, Ángela. ¿Vais a bucear los dos? —dijo Kate mientras observaba a Doug Hansen, amigo de la universidad y meteorólogo en la NOAA que ayudaba a su esposa, oficial de policía, embarazada, a subir a cubierta.

—No del todo —respondió Ángela entre risas—. Mis días de buceo han terminado por este año. Me toca quedar a vigilar el barco. ¿Qué tal te ha ido?

—Bien. He estado ocupada.

Ángela se movió con cuidado por la cubierta hasta uno de los bancos en popa y se sentó.

—Detesto que me pongan en trabajos administrativos, pero ahora sé por qué es un requisito. Olvídate de toda esa cháchara sobre las hormonas. He perdido el sentido del equilibro. Estos días tropiezo con cualquier cosa. Y todavía no he llegado a la etapa del paso de pato.

—Bueno, quédate ahí y no te muevas.

—Lo bueno es que si me caigo por la borda, creo que flotaré como una boya. No me hará falta chaleco salvavidas. Sólo dame una bengala.

—¿Para qué? ¿Para que acabes con la mitad de los peces? Mejor consigo un cinturón de seguridad —le dijo su marido. Sacó un gran sombrero femenino que tenía en su bolso y se lo puso a su mujer en la cabeza cuando pasó a su lado.

Ángela sonrió a Kate.

—¿Qué te ha mantenido tan ocupada? No ha habido ninguna tormenta.

—Bueno, eso es sólo verdad en parte. Estamos todos intentando averiguar qué sucede con la corriente en chorro, pero ahora tenemos a
Simone
para preocuparnos.

Brad, que acababa de salir de la cubierta inferior, los saludó, y luego echó una ojeada a Kate.

—¿Has visto lo que hizo en las Bahamas? Parece una imagen inundada de Bagdad. Y continúa avanzando, deteniéndose y volviendo a crecer. ¿Qué ocurre con ella? ¿Se trata de la gran tormenta de la que hemos oído hablar desde el
Katrina
? ¿La que se va a llevar la Costa Este?

—Brad, si tuviera la respuesta a preguntas como ésa, estaría buceando con un barco más grande.

—Vamos, yo creí que para eso te pagaban: predecir el clima. Tu jefe debe querer saber qué va a hacer esta tormenta. Después de todo, si nos cae encima, tendremos que pedir sus
bulldozers
en la costa del Golfo y traerlos aquí a tiempo para limpiar los restos.

Kate puso los ojos en blanco y se volvió hacia Ángela.

—¿Qué me habías preguntado?

—Te pregunté qué te tenía tan ocupada. Te echamos de menos la última vez.

Ella tomó otro sorbo de su café, que se enfriaba rápidamente.

—El trabajo. Cambiaron la estructura corporativa y ahora no sólo estoy a cargo de otros tres meteorólogos sino que también tengo que realizar una serie de informes de predicciones que abarcan unos lapsos de tiempo ridículos. O Davis Lee cree que tengo una bola de cristal en mi oficina o quiere deshacerse de mí. —Esas palabras salieron de boca de Kate entre carcajadas, pero incluso se sorprendió a sí misma al escucharlas.

Doug y Angela se le quedaron mirando, con cierta sorpresa en sus rostros.

—¿Problemas en el paraíso?

Ella se obligó a reír.

—No, claro que no. Era una broma. Estoy tan segura y a salvo como cualquiera en Wall Street.

—Lo cual no quiere decir mucho —añadió Brad con ligereza, mirando su reloj—. Es típico de Tony que sea el último en aparecer. ¿Por qué demonios se preocupa tanto por sincronizar su reloj con el reloj atómico cuatro veces al día si no puede arreglárselas para llegar a tiempo a ningún lado?

—Es un físico teórico, por eso. Déjalo —respondió Doug—. Ha sido así desde que lo conocemos.

—Estoy cansado de dejarlo en paz. Vive en Stony Brook, por amor de Dios, y siempre llega tarde. Tú vives en Manhattan y sueles llegar la primera —replicó Brad.

—¿
Simone
te está teniendo tan ocupada como a Doug? —preguntó Ángela, cambiando con habilidad de tema mientras Kate se sentaba a su lado.

—Cuando me acosté anoche se había vuelto a detener, esta vez, frente a las costas de Florida. Cerca de Melbourne. No he sabido nada más desde entonces. Mientras venía hacia aquí sólo escuché música. —Miró a Doug—. ¿Qué hace ahora?

—Ha comenzado a moverse de nuevo.

—¿A qué velocidad?

—Sigue siendo de categoría 4, pero se está moviendo costa arriba a cinco kilómetros por hora. Es lo más extraño que he visto nunca. El eje conductor es como una perforadora, que lo destruye todo hasta ocho kilómetros tierra adentro. —Sacudió la cabeza—. Toda la zona costera de Georgia ha sido evacuada obligatoriamente. En Carolina la evacuación es todavía voluntaria, pero eso seguramente cambiará pronto. Si sigue aumentando su velocidad, esto se va a poner feo.

—Bueno, supongo que es normal. El año pasado tuvimos una buena tregua —dijo Kate con despreocupación, aunque el vuelco que le había dado el estómago al oír las palabras de Doug sugiriera un sentimiento contrario.

Brad sacudió la cabeza.

—Yo creo que deberíais coordinar vuestras historias. Éste ha sido el mejor verano que yo recuerde. Esa cosa no va a ir a ningún lado. Se va a desvanecer.

—Es enorme —señaló Kate—. Si se desvanece, aún tardará algunos días en hacerlo.

—La temporada de tormentas en el Atlántico suele ser lenta al principio y se acelera alrededor de julio. Es decir, ahora —añadió Doug—. Y estoy de acuerdo con Kate. Aunque comenzara a desestabilizarse pronto, notaríamos algo. Tal vez fuertes vientos y lluvias, pero serían contundentes.

—Hola, chicos, ¿llego tarde? —gritó Tony Figueroa desde la orilla mientras se dirigía hacia el embarcadero.

Levantando la mirada al cielo, Brad no dijo nada mientras se encaminaba hacia la cabina y ponía en marcha el primer motor. Los dos motores estuvieron ronroneando a punto cuando Tony finalmente terminó de acomodar su equipo y soltó las amarras.

El gran crucero con quilla en forma de V se alejó lentamente, siguiendo las marcas del canal y aumentando gradualmente la velocidad a medida que se alejaban del puerto.

Una hora y media más tarde el barco se balanceaba perezosamente, anclado, lejos de los dos botes de alquiler que se les habían adelantado en llegar al barco hundido, por escasos minutos.

—Es como una bañera. Me dais envidia —dijo Ángela, acariciando el agua con las manos.

—Resígnate. Creo que esa asistente para el parto medio loca, que tu hermana insistió en presentarnos cuando hablaba de los nacimientos bajo el agua, no creo que se refiriera al Atlántico Norte —dijo Doug mientras tomaba el termómetro que había echado por la borda cuando se detuvieron. Echó una ojeada a Kate—. 27°.

Ella lo miró un instante en sorprendido silencio.

—Imposible. No puede ser. Sólo estamos a mediados de julio.

—Relájate, Kate, son las ventajas del calentamiento global —bromeó Brad mientras sacaba las botellas de oxígeno de la cubierta inferior—. Casi me gusta la idea de las palmeras creciendo en Long Island. Tener un clima subtropical añadiría tres meses más al año a mi ciclo comercial, sin mencionar más cervezas y biquinis todo el tiempo.

—¿Qué te parece la idea de la hermosa casa que tienes frente al mar convertida en un arrecife artificial? —murmuró Kate mientras cogía la botella que le tendía Doug y la comprobaba por sí misma, para luego volver a mirar a su amigo.

—¿Un arrecife? Katie, Katie, Katie, nunca llegaremos a eso —respondió Brad con un tono que significaba que le resultaba divertido—. Tú mantente alerta. Vermont nunca tendrá costa. Los finlandeses no dejarán que la nieve desaparezca sin presentar batalla y los noruegos no van a cambiar sus esquís de nieve por otros de agua en un futuro próximo. Recuerda lo que te digo. O el gobierno se marcha al Polo Norte con equipos importantes para fabricar nieve, somete a la naturaleza y la coloca en su sitio en los próximos años o ese tío que envolvió una isla con Saran Wrap rosa hace unos años irá de voluntario y cubrirá las tierras de Papá Noel con papel blanco. Y todo resuelto. No hay más problema.

—Albedo instantáneo. —Kate se golpeó la frente con la palma de la mano—. Por Dios, Brad, es brillante. ¡Por supuesto! Reduciremos los polos. Después, todos los miles de científicos que han estado investigando el calentamiento global durante los últimos treinta años podrán dedicarse a algo verdaderamente importante. —Se volvió hacia Doug, que reía—. Imagínate eso, Doug. Un tío cuya profesión es plantar flores acaba de resolver la crisis del milenio. ¿Cómo es que a ti no se te ha ocurrido pensar en ello?

—Porque, obviamente, no estoy respirando suficiente nitrógeno. Deberías controlar esa mezcla, Brad.

—Sí, sí. Y gracias por convertirme de arquitecto paisajista en agricultor, Kate. —Brad se desentendió de las inocentes bromas con una risa—. Ya veréis. El hombre del Saran Wrap recibirá una beca de la Asociación Nacional de Educación (NEA) para llevar a cabo su proyecto. Después lo maldecirán por llevarnos a una nueva era glacial. Bueno, ¿hay alguien listo para bucear?

—Esta vez yo voy a ir, que quede claro, a las calderas —respondió Kate, abriendo su bolsa y tomando su equipo—. Necesito hacerme con algún
souvenir
de contrabando.

—No con el Capitán Coraje en las proximidades. —Brad sacudió la cabeza en dirección al más grande de los dos botes de alquiler anclados a una docena de metros—. Actúa como si fuera el dueño de todo.

A pesar de la insólita temperatura del agua, Kate no se arrepintió de haber elegido un traje térmico a los pocos minutos de haberse dejado caer del barco. El Atlántico Norte nunca sería verdaderamente
cálido. No demasiado frío
era lo mejor que un buceador podía esperar debajo de la superficie, y así estaba hoy. Ella flotó un rato antes de sumergirse para colocarse bien las gafas, ajustar el respirador y el regulador, y asegurarse de que su iPod sumergible estuviera programado para enviarle sin interrupción las melodías de Enya. Después se hundió bajo el agua, cambiando el duro brillo de la superficie por el hipnótico verde translúcido de las profundidades.

Se desplazó con lentitud y facilidad siguiendo la cadena del ancla. Habitualmente, Kate ya estaría en su «zona», con la música de New Age ayudando a la tenue luz y a la sensación de ingravidez para limpiarle la mente de todo, excepto de aquel momento. Pero aquel día, ella no podía deshacerse de una lejana e incómoda sensación de un augurio funesto. Sabía que no tenía nada que ver con bucear y mucho con el clima y su investigación sobre las tormentas… Ni con Jake. Ella había intentado ignorarlo todo, pero cuanto más se empeñaba en ocuparse de otros asuntos, más espacio ocupaba todo esto en su mente. Algo extraño estaba sucediendo con el clima, y ella no era la única que tenía esa opinión. Los comentarios en los blogs, tanto los frecuentados por meteorólogos profesionales como por los más diversos locos, dejaban traslucir cada vez más frecuentemente esa preocupación.

Durante la mayor parte de la primavera, el tiempo en los Estados Unidos había sido demasiado bueno para parecer real, algo que había puesto nerviosos a los profesionales. El clima verdadero —aunque ella no acabara de comprender exactamente qué hacía que esas tormentas no parecieran reales— era un sistema basado en la agitación, y la destrucción era su conclusión natural y frecuente. Cuando el sol brillaba demasiado, las cosas se quemaban y morían. Cuando llovía demasiado, se ahogaban. Demasiado viento, demasiadas nubes, todo tenía un resultado natural, y desde una perspectiva humana, negativo. Pero últimamente, el clima no había causado problema alguno. Hasta que
Simone
había despertado de repente y había empezado a mandar al infierno todo lo que encontraba a su paso en la zona este del Caribe.

Durante dos meses, una sucesión de frentes de altas presiones se habían formado sobre las llanuras y desplazado por todo el oeste hacia la Costa Este, interrumpidos sólo durante breves periodos por frentes ocasionales de bajas presiones del Golfo, que habían traído consigo lluvias leves. No fueron muy intensas para causar daños pero sí suficientes para reponer las reservas de agua y regar las cosechas. Incluso los huracanes habían permanecido alejados de la costa estadounidense, girando de forma inexplicable hacia las aguas ecuatoriales y desvaneciéndose a medida que perdían velocidad, o estacionándose en el Caribe y causando pocos daños antes de disiparse.

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