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Authors: Paul Watzlawick

Cambio. (12 page)

PARTE TERCERA

RESOLUCIÓN DE PROBLEMAS

VII. Cambio 2

El medio de salir es a través de la puerta. ¿Por qué nadie quiere utilizar esta salida?

CONFUCIO

¿Cuál es vuestra meta en filosofía? Enseñar a la mosca el camino que conduce fuera de la botella.

WlTTGENSTEIN

Las mitologías tardan en morir y las mitologías del cambio no constituyen una excepción. Siendo el cambio un elemento tan generalizado y extendido de la existencia, cabría esperar que la naturaleza del cambio y los modos de realizarse fueran claramente comprendidos. Mas aquello que se halla más a nuestro alcance es con frecuencia lo más difícil de captar, y sabido es que esta dificultad suscita la formación de mitologías. Desde luego, nuestra teoría del cambio es asimismo otra mitología; mas nos parece que, para parafrasear a Orwell, algunas mitologías son menos mitológicas que otras. Es decir resultan más eficaces que otras en los contextos específicos de la vida humana.

Cuando en el transcurso de nuestro trabajo relativo a problemas humanos nos fuimos sintiendo cada vez menos satisfechos con las mitologías establecidas y más interesados en examinar el proceso del cambio en sí mismo, descubrimos pronto algo que cabía haber esperado desde un principio. En efecto, si alguien había ya tratado de indagar la fuente más obvia para la comprensión del cambio, no había dejado ningún testimonio escrito. Dicha fuente es lo que llamaremos el cambio espontáneo, es decir, el modo de resolver problemas en los asuntos corrientes de la vida, sin ayuda de los conocimientos de expertos, de teorías sofisticadas y de un esfuerzo concentrado. Esta absurda situación nos recuerda en más de un aspecto aquella famosa investigación escolástica acerca de la naturaleza de las cosas, cuándo en pleno siglo XIII, la universidad de París intentó responder a la cuestión de si el aceite, dejado a la intemperie de una fría noche de invierno, se congelaba. Los sesudos doctores, intentaban hallar la respuesta en las obras de Aristóteles, en lugar de observar qué ocurría al aceite en la realidad de las circunstancias apuntadas.

Cuando todo ello comenzó a surgir en nuestras aristotélicas mentes, empleamos un tiempo considerable hablando con gentes que nos parecían disponer de cierto conocimiento práctico en una o más de estas tres áreas: 1) los fenómenos relativos al cambio espontáneo, 2) los métodos de efectuar un cambio empleados por personas menos recargadas que nosotros con mitologías u otros conocimientos técnicos profesionales y 3) aquellos modos de cambio conseguidos por profesionales, que son inexplicables y escapan del marco de las teorías de éstos. Los contactos que establecimos incluyeron camareros, detectives de grandes almacenes, neuróticos espontáneamente curados, vendedores, asesores de sociedades de crédito, maestros, pilotos de líneas aéreas, policías con maña para desconectar situaciones potencialmente explosivas, unos cuantos estafadores más bien simpáticos, individuos que habían realizado tentativas de suicidio, psicoterapeutas como nosotros, y hasta algunos padres. La idea parecía buena pero los resultados obtenidos fueron escasos. Hallamos algo que, retrospectivamente considerado parece obvio, es decir, que el talento para resolver problemas de modo no ortodoxo parece ir unido a una incapacidad para ver claramente y expresar a otros la índole de las ideas y actos que entran en juego en sus afortunadas intervenciones. El descubrimiento siguiente fue el de que nosotros mismos habíamos venido utilizando técnicas de cambio similares, y que debía haber ciertas ideas implícitas en virtud de las cuales operábamos. Tuvimos la frecuente experiencia de observar la sesión inicial de un caso y, sin previo acuerdo, llegar independientemente a la misma estrategia de tratamiento, estrategia que extrañaba grandemente a los frecuentes visitantes de nuestro centro. Intentando explicársela, hallamos que también nosotros éramos extrañamente incapaces de precisar las bases teóricas de nuestras decisiones y medidas
[1]

Mas aun cuando nuestros informadores no contribuyeron directamente a una teoría del cambio, sus ejemplos fueron con frecuencia bastante útiles y confirmaron nuestras sospechas acerca de que el cambio espontáneo es con frecuencia algo muy alejado de lo que se supone que es, de acuerdo con una teoría existente. He aquí unos ejemplos:

En el primer día de su asistencia a un jardín de infancia, una niña de cuatro años se excitó tanto cuando su madre se preparó a abandonarla, que esta última se vio obligada a permanecer con ella hasta que terminó el colegio. En el día consecutivo y en los siguientes, sucedió lo mismo y la madre fue incapaz de marcharse. La situación se convirtió muy pronto en un problema para todos los implicados en la misma, pero fracasaron todos los esfuerzos realizados para resolverlo. Una mañana, la madre no pudo llevar a la niña al colegio, y fue el padre el que la llevó en el coche antes de ir a su trabajo. La niña lloró un poco, pero se calmó rápidamente. Cuando la madre la volvió a llevar al colegio al día siguiente, no volvieron a repetirse los mencionados episodios. La niña permaneció tranquila y no volvió a presentar jamás el mismo problema
[2]
.

El siguiente ejemplo es el representado por un matrimonio cuyas relaciones sexuales se habían ido haciendo cada vez menos frecuentes, hasta cesar por completo varios meses antes del siguiente episodio: se hallaban de vacaciones y pasaron la noche en casa de un amigo. En el cuarto de huéspedes de dicho amigo, la doble cama estaba situada en una esquina y por ello tan sólo resultaba posible aproximarse a ella por un lado y por la parte correspondiente a los pies, mientras que en el propio dormitorio del matrimonio la cama sé hallaba arrimada a la pared tan sólo por la cabecera y así podían entrar ambos cónyuges en la misma desde sus respectivos lados. En algún momento durante la noche, el marido, que estaba acostado del lado de la pared, tuvo que levantarse; primero tropezó con la pared de su lado, luego se dio cuenta de dónde estaba y tuvo que pasar por encima de su mujer para levantarse. Al hacerlo así, y para expresarlo con sus propias palabras, se dio cuenta
«de que había allí algo que valía la pena»
y tuvo relaciones sexuales con su mujer. Esto rompió de algún modo el hielo y sus relaciones sexuales volvieron a establecerse con una frecuencia adecuada. No vamos a entrar aquí en el porqué de este cambio, pero con respecto a nuestro ejemplo nos bastará hacer constar el hecho de que el cambio tuvo lugar a resultas de un acontecimiento provocador sumamente fortuito y al parecer poco importante, y en el que se trató desde luego de algo que difícilmente habría formado parte de una tentativa profesional para resolver el problema.

El tercer ejemplo es el representado por un sujeto soltero, de mediana edad, que llevaba una vida más bien aislada y complicada por una agorafobia, que hacía que su territorio libre de angustia se fuese reduciendo progresivamente. Llegó a alcanzar un punto tal que no sólo le impedía ir al trabajo, sino que incluso amenazaba con impedirle acudir a las tiendas vecinas de las que dependía para sus compras de alimentos y de otros artículos de primera necesidad. En su desesperación decidió suicidarse. El método que eligió fue conducir su coche en dirección a la cumbre de una montaña, a unos ochenta kilómetros de distancia, convencido de que al alejarse unas cuantas manzanas de su casa, su ansiedad o un ataque cardíaco le librarían de su miserable vida. El lector puede adivinar el final de la historia: no sólo llegó sano y salvo a su destino, sino que por primera vez en muchos años se vio libre de su angustia. Se comprende que, habiendo quedado intrigado por su experiencia, deseó que la conociesen otras personas que presentasen sufrimientos análogos a los suyos, y eventualmente encontró a un psiquiatra que se interesaba por las remisiones espontáneas y por tanto le tomó en serio (3). El psiquiatra ha mantenido contacto ccn él durante más de cinco años y ha podido comprobar así que dicho sujeto no sólo no recayó en su fobia, sino que pudo ayudar a gran cantidad de otros fóbicos.

Mencionaremos aquí un último ejemplo, lógicamente no proporcionado por nuestros informadores, que se refiere al género de solución de problemas que estamos examinando ahora. Durante uno de los numerosos motines que hubo en París durante el siglo XIX, el comandante de un destacamento militar recibió órdenes para despejar una plaza de la ciudad haciendo fuego contra la canalla. Ordenó a sus soldados que apuntasen sus fusiles contra la multitud y cuando se hizo un silencio mortal, desnudó su espada y gritó con toda la fuerza de sus pulmones:
«Mesdames, messieurs: tengo órdenes de disparar contra la canalla. Pero como veo gran número de ciudadanos honestos y respetables ante mí, les pido que se marchen, a fin de que pueda disparar tan sólo contra la canalla.»
La plaza quedó completamente vacía en pocos minutos.

¿Poseen todos estos ejemplos un común denominador? A primera vista parece que no. En los dos primeros ejemplos, el causante del cambio parece ser un acontecimiento menor, sin importancia aparente, fortuito; en el tercer ejemplo lo es un acto de desesperación y en el cuarto, una notable muestra de psicología de masas. Pero aplicando el concepto de cambio 2, estos incidentes, aparentemente distintos, ponen de manifiesto su afinidad. En cada uno de los casos es aplicada la acción decisiva (voluntaria o involuntariamente) a la solución intentada — específicamente a lo que se hace para enfrentar con la dificultad — y no a la dificultad misma:

1) la madre permanece, día tras día, con la niña, como única solución que se la ofrece para evitar las rabietas de su hija. Se trata de un cambio 1, con el que obtiene un éxito relativo, pero deja el problema general inmodificado e inmodificable. La dificultad de la niña para adaptarse al jardín de infancia llega a convertirse en un «problema»; la ausencia de la madre una mañana da lugar también a una ausencia del comportamiento de evitación y el sistema se reorganiza sobre una nueva base.

2) El matrimonio probablemente comenzó a encontrar dificultades a causa de la índole rutinaria de su vida sexual. La frecuencia de sus relaciones disminuía y comenzaban a evitarse mutuamente; la frecuencia cada vez menor de sus relaciones, a su vez, les preocupaba cada vez más y les impulsaba a un creciente apartamiento mutuo. La situación creada en el cuarto de huéspedes del amigo dio lugar a un cambio 2, interfiriendo con su «solución» anterior, es decir, con su patrón de evitación mutua, pero tal cambio no tenía al parecer nada que ver con aquello que, desde un punto de vista tradicional, habría de considerarse como su «verdadero problema».

3) En el caso del agorafóbico resulta particularmente evidente que su «solución» es el problema. Cuando, contrariamente a todo sentido común, cesa de intentar resolver su problema permaneciendo dentro de su espacio libre de angustia, el abandono de este modo de resolver el problema es lo que lo resuelve.

4) El oficial se ve enfrentado con una multitud amenazadora. Del modo típico de un cambio 1, tiene órdenes de oponerse a la hostilidad con una contrahostilidad, con «más de lo mismo». Ya que sus hombres están armados y la multitud no lo está, no cabe duda de que tal fórmula tendrá éxito. Pero dentro de un contexto más amplio, tal cambio no solamente no constituirá un cambio, sino que contribuirá a intensificar más aún la agitación existente. Mediante su intervención, el oficial efectúa un cambio 2, es decir, aborda la situación desde fuera del marco que hasta dicho momento contenía tanto a él, como a la multitud, y lo reestructura de un modo aceptable para todos los implicados en el mismo; y con esta reestructuración tanto la amenaza primera, como su intentada «solución» pueden ser dejadas de lado.

Recapitulemos ahora lo que hasta el momento hemos descubierto acerca del cambio 2:

a) El cambio 2 es aplicado a aquello que dentro de la perspectiva del cambio 1 parece constituir una solución, debido a que dentro de la perspectiva del cambio 2, tal «solución» se revela como la causa del problema que se intenta resolver.

b) Mientras que el cambio 1 parece basarse siempre en el sentido común (así, por ejemplo, en la receta de «más de lo mismo»), el cambio 2 aparece habitualmente como extraño, inesperado y desatinado; se trata de un elemento desconcertante, paradójico del proceso de cambio.

c) Aplicar técnicas de cambios 2 a la «solución» significa que se aborda la situación en su «ahora y aquí». Estas técnicas se aplican a los efectos y no a sus supuestas causas; la pregunta crucial correspondiente es ¿qué? y no ¿por qué?

d) La utilización de técnicas de cambio 2 libera la situación de la trampa engendradora de paradojas creada por la autorreflexividad de la solución intentada, y coloca a la situación sobre una base diferente (como sucede con la solución del problema de los nueve puntos).

Por lo que se refiere a estos cuatro principios, ya hemos dicho bastante acerca del primero; la parte segunda del presente libro está dedicada por completo a él. El segundo principio, la índole contraria al sentido común del cambio 2, ha sido objeto del capítulo II. El tercer principio es aquel que, al menos dentro de nuestra experiencia, es más intensamente rechazado por aquellos que se ocupan profesionalmente de efectuar cambios, y hemos de considerarlo en detalle:

La pregunta ¿por qué? ha desempeñado siempre un papel central, virtual mente dogmático en la historia de la ciencia. Al fin y al cabo, se supone que la ciencia se ocupa de explicaciones. Consideremos ahora la afirmación siguiente:
«No somos capaces de explicar por qué el pensamiento científico concibe la explicación como la condición previa del cambio, pero no cabe duda de que así la concibe.»
Esta afirmación se refiere al principio que estamos examinando y constituye al mismo tiempo un ejemplo del mismo. Darse cuenta del hecho de que se plantea la pregunta ¿por qué? y de que ésta determina los procedimientos científicos y los resultados de los mismos, no presupone una explicación válida de por qué es planteada. Es decir, podemos considerar la situación tal como existe ahora y aquí, sin comprender de qué modo ha surgido, y a pesar de nuestra ignorancia acerca de su origen y su evolución podemos hacer algo con ella (o acerca de ella). Al proceder así, estamos preguntando: ¿en qué consiste la situación? ¿qué está sucediendo ahora y aquí?
[3]
. Sin embargo, el mito de que para resolver un problema se ha de comprender primeramente su porqué está tan profundamente arraigado en el pensamiento científico, que se considera cualquier intento de abordar el problema en términos de su estructura y de sus consecuencias presentes como el colmo de la superficialidad. Sin embargo, incluyendo este principio dentro de nuestra teoría del cambio, nos hallamos en buena compañía. No se trata ciertamente de un descubrimiento realizado por nosotros; cuanto podemos decir es que nos hemos tropezado con él en el curso de nuestro trabajo. Tan sólo gradualmente nos dimos cuenta de que había sido enunciado con anterioridad, si bien en diferentes contextos.

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